La ansiedad es una de las experiencias humanas más comunes y está relacionada con distintos elementos de orden psíquico, biológico y social. A pesar de ser una experiencia común, la ansiedad puede fácilmente convertirse en una condición importante de sufrimiento. Así mismo, es una experiencia que con frecuencia se confunde con otras (como el estrés, la angustia o el miedo), que también generan malestar.
Irónicamente, los motivos por los que la ansiedad se genera; o más bien, desconocer dichos motivos, es uno de los elementos desencadenantes de la ansiedad. A continuación haremos un repaso por distintas definiciones de la ansiedad, y su relación con otros conceptos similares, para finalmente ofrecer una respuesta a la siguiente cuestión: ¿es normal tener ansiedad sin motivo? Veámoslo.
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¿Ansiedad, miedo, estrés o angustia?
Desde los inicios del siglo XX la ansiedad se ha colocado como uno de los principales temas de estudio de la psicología, y de áreas afines, como la medicina o la fisiología. Esto último ha generado el problema de definir con exactitud “la ansiedad”, y a partir de ahí abordarla adecuadamente. Específicamente en la psicología, sus distintas corrientes teóricas suelen enfrentar contradicciones y solapamientos con los que se han terminado mezclado la ansiedad con la angustia, el estrés, el temor, el miedo, la tensión, y otros.
De hecho, en los propios manuales diagnósticos de clasificación de trastornos mentales, y en sus traducciones, la ansiedad ha quedado frecuentemente mezclada los conceptos de angustia, estrés o miedo, a través de los que se agrupan distintas manifestaciones tanto psíquicas como físicas.
De la angustia a la ansiedad
Los psicólogos Sierra, Ortega y Zubeidat (2003) han realizado un estudio teórico donde nos invitan a reflexionar sobre este tema, y nos dicen que en algunas de las definiciones más clásicas, el concepto de “angustia” se había relacionado con el predominio de las reacciones físicas: la paralización, el sobrecogimiento y la nitidez al momento de captar el fenómeno causante. Contrario al de “ansiedad”, que había sido definida por el predominio de los síntomas psicológicos: la sensación de ahogo, de peligro o sobresalto; acompañados de la prisa por buscar soluciones eficaces ante la sensación de amenaza.
Sobre esto último, nos dicen los autores, que Sigmund Freud ya había propuesto a inicios del siglo XX el término alemán “Angst” para hacer referencia a la activación fisiológica. Este último concepto se tradujo al inglés “Anxiety”, y en español se tradujo doblemente en “angustia” y “ansiedad”.
La ansiedad es actualmente definida como una respuesta que genera tensión psicológica acompañada de un correlato somático, que no es atribuible a peligros reales, pero que se presenta como un estado persistente y difuso cercano al pánico. Está relacionada con peligros futuros, frecuentemente indefinibles e impredecibles (Sierra, Ortega y Zubeidat, 2003). En este sentido, la ansiedad tiende a paralizar, tanto por hiperactividad como por falta de reacción.
Es una experiencia distinta al miedo, porque el miedo se presenta ante estímulos presentes, definidos y localizados, con lo cual es una experiencia que tiene una explicación racional, y que tiende más a activar que a paralizar. En el mismo sentido, la angustia se ha relacionado estrechamente con el miedo, porque está provocada por un estímulo claramente identificable. En ambos casos la persona tiene una representación clara sobre los estímulos o situaciones que las generan.
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De la ansiedad al estrés
Finalmente nos hemos encontrado con el problema de diferenciar entre ansiedad y estrés. Algunos autores sugieren que este último concepto ha venido a sustituir a la ansiedad, tanto en investigaciones como intervenciones. Otros opinan que el estrés es ahora el término que hace referencia a la respuesta fisiológica, y la ansiedad, es lo que se relaciona con la respuesta subjetiva. El término estrés es quizá el más difícil de delimitar actualmente, ya que ha sido recientemente utilizado de manera casi indiscriminada por muchas áreas de estudio.
En cualquier caso, quienes lo estudian suelen coincidir en que el estrés es una experiencia relacionada con cambios importantes en el entorno de la persona; y con sentimientos de frustración, aburrimiento o falta de control. Se trata entonces de un proceso adaptativo que desencadena distintas emociones y que nos permite relacionarnos con el ambiente, así como enfrentar sus demandas. No obstante es una experiencia que puede también generalizarse y que hace referencia a las tensiones que atraviesan nuestras sociedades actualmente.
¿Ansiedad sin motivo?
Si resumimos todo lo anterior podemos ver que sentir ansiedad sin motivo aparente no es sólo normal, sino que es condición propia de la misma experiencia de ansiedad. Se trata de una situación que tienen un origen psicológico y un correlato físico, por lo que dicha falta también puede ser un objetivo de trabajo terapéutico.
En este sentido, y dado que la ansiedad ha sido recientemente estudiada en relación al correlato físico, hay una parte importante de la psicología y la medicina que la han abordado como un fenómeno multicausal, en donde pueden identificarse distintos eventos desencadenantes. Tanto psíquicos como sociales y fisiológicos, por ejemplo, desde eventos traumáticos hasta el consumo frecuente de sustancias psicotrópicas.
Si es normal, ¿es evitable?
Como hemos visto, hay experiencias de malestar que forman parte de los seres humanos y que puede resultar adaptativas, tanto física como psicológicamente. Se trata de malestares que se manifiestan a nivel psíquico y somático, pero que no está aislados, sino en conexión permanente con las demandas y las características del entorno.
El problema es cuando estos malestares ya no actúan como mecanismos adaptativos o estabilizadores, sino que se presentan ante prácticamente todas las circunstancias que nos rodean, incluyendo circunstancias sin realidad concreta. Esto un problema porque, si el motivo del malestar tiene que ver con todo lo que se encuentra a nuestro alrededor (incluso con lo más cotidiano y lo más íntimo), fácilmente nos genera la sensación de que no tiene fin. Es decir, se generaliza.
Aquí es cuando se trata de una ansiedad que se ha vuelto cíclica, lo que puede causar cuadros permanentes o repetitivos de sufrimiento, así como afectar nuestra actividad cotidiana, nuestras relaciones y nuestros procesos vitales.
En suma, la ansiedad puede ser una reacción funcional de nuestro organismo, nos puede mantener alertas ante distintas estimulaciones, ya sean positivas o negativas. Pero, si se vuelve una experiencia muy frecuente, ocasionada por una percepción difusa de peligro ante las situaciones más cotidianas, entonces puede generar un sufrimiento importante. No obstante, este es un tipo de sufrimiento evitable y controlable.
Una de las primeras cosas que hay que hacer para contrarrestarlo, es precisamente atender a esa sensación (psicológica y fisiológica) de amenaza generalizada, así como explorar la falta aparente de motivos que la generan.
Referencias bibliográficas:
- Sierra, J. C., Ortega, V. y Zubeidat, I. (2003). Ansiedad, angustia y estrés: tres conceptos a diferenciar. Revista Mal-estar E Subjetividade, 3(1): 10-59.