La muerte de un ser querido es un suceso por el que todos atravesamos en algún momento de la vida, al que se asocian afectos difíciles y que puede marcar un antes y un después. Un capítulo nuevo. Un punto y aparte.
Las pérdidas de nuestros padres, abuelos o hermanos mayores forman parte de un orden natural dominado por el tiempo. Por tanto, es algo que debemos asumir y estar preparados a experimentar. Otras veces, no obstante, hay pérdidas imprevistas, inconmensurablemente dolorosas (como la de un hijo).
Es esencial considerar que una actitud pasiva ante estas circunstancias no suele conducir a ninguna parte, pues hay una serie de tareas a las que debemos enfrentarnos con el objetivo de seguir viviendo y conservando el recuerdo amoroso de quien se fue.
En este artículo abordaremos el tratamiento del duelo según William Worden, prestigioso Doctor en Psicología cuya aportación a este campo le ha encumbrado como una referencia ineludible para el entendimiento del proceso al que aludimos: trascender la muerte (y la vida) manteniendo la capacidad de ser felices.
- Artículo relacionado: "El duelo: afrontando la pérdida de un ser querido"
El tratamiento del duelo según William Worden
Muchas de las descripciones tradicionales del duelo han entendido a quien lo atraviesa como un ente pasivo, sujeto a fuerzas externas que trazarán un sendero por el que simplemente deambulará sin una brújula ni un propósito. Tal forma de percibir esta etapa de la vida suma aún más dolor, pues añade un componente de incontrolabilidad a un paisaje a veces árido y yermo.
Lo cierto es que se trata de un proceso vital que reviste una enorme individualidad, siendo difícil distinguir una sucesión lineal de etapas universales que todo superviviente atravesará necesariamente. Así, resulta imposible fijar un criterio temporal a partir del cual el dolor pasa a ser de relevancia clínica. Es una experiencia compleja, irreductible a términos objetivos que sean aplicables a todos.
El tratamiento del duelo según William Worden pretende, por todo ello, ser sensible y consciente de esta realidad. El autor propone un modelo de cuatro fases en las que se da cabida a una extensa individualidad, y en las cuales la persona deberá llevar a cabo una serie de funciones dirigidas a avanzar en su camino por integrar a nivel emocional el recuerdo del ser querido ausente. Desde esta perspectiva quien sobrevive a una pérdida adopta un rol activo y proactivo, en oposición a la visión clásica.
Las tareas a satisfacer serían, concretamente: aceptar la pérdida, amparar la emoción que se experimenta, restablecer el equilibrio mediante la asignación de roles e integrar el recuerdo del ser querido en la propia vida. Veamos en detalle las fases que propuso Worden, que constituyen un abordaje usado con frecuencia en los casos en los que el sufrimiento deviene intenso y prolongado.
1. Aceptar la realidad de la pérdida
Una de las primeras reacciones emocionales que surgen tras conocer la pérdida de un ser querido es el shock. Se trata de una respuesta en la que emergen emociones muy intensas, que incluso comprometen la atención y/o la memoria para el episodio (por lo que puede no recordarse posteriormente el momento preciso en el que se tuvo certeza del hecho). Aunque este estado llega a dificultar el procesamiento emocional al inicio, permite asimilar de forma progresiva la situación a medida que discurre el tiempo.
En el momento en el que la persona empieza a orientarse, lo común es que se mantenga en una posición de negación o incredulidad. Esta puede prolongarse durante varios días; en los que piensa, siente y actúa como si el familiar estuviera presente. Todo ello es más probable en los casos en los que la muerte sucede de forma totalmente inesperada, pues cuando se ha atravesado por una enfermedad duradera se tiende a observar un duelo anticipado (para el que ya se ha recorrido al menos una parte del camino en el momento del óbito).
La integración de la pérdida deberá llevarse a cabo en dos niveles, y de una manera siempre progresiva: racional (asumir conciencia de los hechos tal y como sucedieron, otorgando unas coordenadas más precisas a la situación y sus consecuencias) y emocional (contactar con los afectos que se suceden como resultado de lo acontecido).
En esta etapa puede darse un reconocimiento limitado a lo intelectual, sin los afectos acompañantes (sensación de que la persona “seguiría ahí” si se fuera de visita a su domicilio). Esta situación suele sorprender al superviviente, que no entiende por qué "no se siente tan mal como esperaba".
La práctica de rituales funerarios, que existen desde el albor de la humanidad y dependen de la realidad cultural (o de las creencias del fallecido a nivel espiritual), tienen una función básica en todo este proceso: permiten tomar constancia de lo ocurrido y facilitan la reunión de quienes padecen un dolor compartido. Este es uno de los puntos en los que se observan con mayor frecuencia los primeros gestos de auténtico pesar (condolencias, llantos, etc.). Y es que es el instante en el que se lleva a cabo una despedida tangible y formal.
En los días sucesivos a este acto, el proceso de duelo puede adoptar formas muy diversas. En algunos casos la persona tiene necesidad de albergar en su fuero interno el dolor que la acompaña (por lo que su aspecto es taciturno y distante), mientras que en otros es evidente el deseo de compartir sentimientos sobre el ser querido perdido. La forma de comunicar es única para cada cual, privada e íntima. Es, asimismo, la primera estación en el trayecto hacia la superación del duelo.
- Quizás te interese: "Los 6 tipos de trastornos del Estado del Ánimo"
2. Elaboración del dolor del duelo
La elaboración del dolor por la pérdida de un ser querido no es un proceso raudo ni sencillo. Pese a haber transcurrido muchas semanas o meses, es muy posible que los pensamientos respecto al mismo generen un dolor intenso y tremendamente difícil de sobrellevar, por lo que es común que muchas personas intenten distraerse con el fin de sortear su sufrimiento.
Así, pueden dedicar más tiempo a su trabajo u otras actividades, relegando lo que sucede en su interior a un segundo orden de importancia.
No son infrecuentes los casos de familias que hacen todo lo posible por evitar aquello que les recuerde al fallecido (retirando fotografías o construyendo tabúes sobre él) o en las que ocurre lo contrario (como si el silencio sobre el asunto lo desterrara al cruel olvido). Todo ello es natural en el contexto de los esfuerzos por armar un puzle para el que faltan demasiadas piezas, y en el que cada uno de los dolientes tiene una forma única de abordarlo. Aun con todo, a veces pueden emerger conflictos por tal discrepancia, que deberemos resolver con acierto para evitar malestar adicional.
Lo cierto es que es un asunto emocional con el que tarde o temprano deberemos lidiar. Enfrentarnos a él supone reconocer y asumir que se pasará por estados internos dispares y confusos; como la rabia, la tristeza o el miedo. Todos son afectos legítimos que forman parte del bagaje con el que contamos para superar la adversidad, por lo que es clave detenerse a escucharlos desde una posición de aceptación y con la disposición necesaria para tolerar su presencia.
Esta parte del proceso es la que requiere la inversión de mayor esfuerzo emocional, pues durante su desarrollo surgen niveles de tristeza y ansiedad personalmente relevantes, e incluso algún problema orgánico (como dolor de cabeza, trastornos digestivos, etc.). También es muy común que curse con dificultad para dormir y cambios en el apetito (que oscilan desde la inapetencia hasta el hambre voraz). Por todo ello, es fundamental garantizar el autocuidado y velar por mantener la propia salud.
En este punto del proceso, es crucial buscar el apoyo de personas de confianza, y entender que a veces también ellas pueden sentirse frustradas al intentar aliviar (infructuosamente) el pesar de alguien a quien consideran importante.
Debemos establecer vínculos que permitan comunicar y organizar la vida interior, lo que resulta posible cuando el interlocutor mantiene una escucha activa y paciente. Esta ayuda reduce el riesgo de sufrir problemas de salud mental asociados a tan delicado momento.
Por último, es necesario que la persona tenga conocimiento de dos situaciones que pueden agudizar su pesar: acudir a lugares en los que solía reunirse con la persona fallecida y que se cumplan fechas señaladas (cumpleaños, navidades, etc.). Cuando llega el aniversario de la muerte también puede manifestarse un recrudecimiento espontáneo del dolor. Se trata de circunstancias bien conocidas, para las que se ha de estar debidamente preparado.
3. Adaptarse a un nuevo mundo sin el ser querido
Todas las familias funcionan como un sistema, de manera que cada uno de sus engranajes cumple un cometido concreto pero imbricado en la actividad del grupo. Podría decirse que sus miembros tienen roles complementarios respecto a los de los demás, por lo que las dinámicas que les mantienen unidos están sujetas a un equilibrio u "homeostasis social". Cuando falta una de las piezas, es necesario que se produzcan ajustes dirigidos a posibilitar la continuidad de la vida en común.
Así, la muerte del ser querido no solo deja un vacío emocional, sino que se hace extensible a los actos y las costumbres del día a día. Las responsabilidades que se le atribuían quedan ahora desatendidas, y habrán de ser resueltas por otros elementos de la unidad familiar. Este proceso no es en absoluto sencillo, sobre todo cuando la persona fallecida se encargaba del sustento económico o actuaba como un faro que orientaba las tensiones relacionales hacia las plácidas orillas del consenso.
Además, pese a que resulte fácil redistribuir las tareas entre las personas de la familia, a veces pueden surgir sentimientos de ansiedad o de pena mientras se llevan a cabo. Esto se debe a que la acción agudiza la sensación de ausencia del ser querido, y al mismo tiempo desplaza las contribuciones que hizo en vida a una nueva dimensión. Es por ello que surgen dificultades pese a que se disponga de las destrezas o de la oportunidad para desempeñar exitosamente todos los cometidos.
Esta situación suele ser vivida como un reto adaptativo sustancial, aunque también ofrece satisfacciones y aprendizajes que contribuyen a mejorar el estado emocional en un momento de dificultad.
A medida que se avanza hacia etapas sucesivas del duelo, la implicación en estas nuevas actividades dejará de percibirse como una suerte de sustitución, integrándose el papel del fallecido en todas las dinámicas familiares que brotan de la adversidad compartida.
4. Reubicar emocionalmente al ser querido fallecido
La muerte de alguien querido supone una ruptura en la línea de continuidad sobre la que escribimos el libro de nuestra existencia, lo que dificulta su integración en la narrativa que uno hace de su propia historia.
Es por ello que entendemos como "superado" un proceso de duelo cuando la persona es capaz de atribuir un sentido armonioso a la vida de quien ya no está. Pues lo cierto es que los vínculos entre seres humanos no se diluyen con la muerte, sino que siguen vigentes, transformándose y adquiriendo nuevos significados.
La integración del ser querido en la propia vida implica la reorganización de todo lo que se compartió con él en el seno de nuestra individualidad; conciliando todos los recuerdos en el manso caudal de la historia personal. El vacío angustiante de los primeros meses, vivenciado como una ruptura en el tejido de la propia existencia, adquiere forma reconocible y permite seguir adelante. Es por ello que en la última etapa la persona redirige su mirada "hacia fuera", hacia una vida cuyo curso no cesa jamás.
Y es que el olvido de lo perdido nunca llega. Pues cuando una vida toca otra vida, la cambia para siempre. Incluso a pesar de la muerte.
Referencias bibliográficas:
- Drenth, C.M., Glaudina, A. y Strydom, H. (2010). A Complicated Grief Intervention Model. Health SA Gesondheid, 15(1), 1-8.
- Simon, N.M. (2013). Treating Complicated Grief. Journal of the American Journal Association, 310(4), 416-423.