Si habéis visto la película ¿Quo Vadis?, de 1951, recordaréis que, en una de las escenas, la protagonista dibuja en la arena un pez. Más tarde, otro de los personajes nos explica que se trata de un símbolo cristiano, y que estos se reúnen en lugares apartados para realizar sus ritos. El pez, efectivamente, estaría incluido entre los diversos símbolos que el arte paleocristiano recogió para plasmar su fe, pero, desde luego, no es el único.
Existen muchos tópicos alrededor de los primitivos cristianos. Por ejemplo, que utilizaban las catacumbas para practicar su liturgia, con el objetivo de no ser vistos por los paganos. Si bien es cierto que hubo ocasiones en que la comunidad cristiana fue perseguida, la leyenda de las masacres es absolutamente exagerada, pues dicha persecución se restringe a episodios concretos de la historia.
Sí que es cierto, sin embargo, que estos primeros cristianos no siempre fueron bien vistos y, por tanto, tuvieron que usar códigos de comunicación que pasaran desapercibidos ante las autoridades romanas. En el artículo de hoy realizamos un recorrido por el arte de los primeros cristianos, el llamado “arte paleocristiano”.
¿Existe realmente un arte paleocristiano?
La pregunta puede parecer absurda, pero no lo es tanto. El historiador Manuel Sotomayor (1922-2020) pone en duda dicha nomenclatura, puesto que, al fin y al cabo, no se trata de un arte homogéneo, sino que constituye una serie de aportaciones que los diferentes pueblos que se convirtieron al cristianismo (con culturas de origen completamente diversas) hicieron a la nueva fe. Así, Sotomayor propone el uso de “arte de contenido cristiano”, más que “arte cristiano”.
Pero empecemos por el principio. ¿De dónde surge la denominación “arte paleocristiano”? El concepto une dos vocablos, el griego palaiós (antiguo) y cristiano (referencia a los seguidores de Cristo). Es decir, que el significado exacto sería “arte cristiano antiguo”. Como podemos ver, este concepto es tremendamente amplio y, tal y como sostiene Sotomayor, imposible de circunscribir en unas características homogéneas.
El arte de los primeros cristianos. Entre la iconoclastia y la iconodulia
Es falso que el arte paleocristiano se empezara a desarrollar inmediatamente después de la muerte de Jesús y a partir de la aparición de las primeras comunidades cristianas. Primero, porque en sus inicios el cristianismo era una mera escisión del judaísmo, y el judaísmo prohíbe terminantemente la representación de imágenes. Y, segundo, porque no fue hasta San Pablo, el verdadero “creador” del cristianismo, cuando la fe entró de lleno en el mundo griego y romano y bebió de sus representaciones, en las que encontró inspiración para plasmar sus propios conceptos.
¿Representar imágenes?
Hacia el siglo II d.C., consolidadas ya las primeras comunidades cristianas, surgió el espinoso problema de la representación de las imágenes. No eran pocos los que sostenían que, si se permitía esto en el seno de la nueva religión, los fieles no tardarían en caer en la idolatría y se asemejarían, así, a los paganos. Entonces ¿era lícito representar imágenes?
Hacia el siglo III d.C. empiezan a aparecer las primeras representaciones de arte paleocristiano, impulsadas por la permisividad que los dirigentes de las diversas comunidades mantenían frente a la representación plástica. Estos dirigentes sostenían que una imagen significaba algo, es decir, ejercía de puente entre lo terrenal y Dios, por lo que era perfectamente lícito instruir al pueblo con ellas. En otras palabras, cuando el fiel se dirigía a la imagen, no cometía idolatría, porque no adoraba a la imagen, si no a lo que esta significaba.
El conflicto entre iconoclastas (aquellos que se resistían a aceptar la representación plástica de elementos divinos) e iconódulos (seguidores de la iconodulia y, por tanto, partidarios de plasmar gráficamente el mensaje divino) se alargó todavía muchos siglos. Mientras que en Occidente (amparado, sin duda, por la larga tradición icónica de las religiones paganas) se consolidaba la iconodulia, en Oriente los teólogos fueron reacios, hasta el punto de que en los siglos VIII y IX se desató una auténtica guerra entre unos y otros.
El triunfo de la imagen
Así pues, en el imperio de Occidente, donde la gente estaba más acostumbrada a ver representaciones de dioses, triunfaron las imágenes, y pronto empezó a desarrollarse un programa iconográfico que, sin tener una dirección concreta, encontró curiosos paralelismos en diferentes lugares. En el siguiente punto veremos en qué se basaba este programa.
Simbolismo en el arte paleocristiano
El arte paleocristiano es riquísimo en simbología, aunque, desagraciadamente y demasiado a menudo, las representaciones son polisémicas e incluso contradictorias. Esa polisemia continuó hasta bien entrado el mundo medieval, en que un elemento podía significar una cosa relacionada con el bien y, al mismo tiempo (y en otro contexto) podía estar vinculada con el diablo.
Los cristianos primitivos no inventaron una plástica nueva, sino que retomaron elementos que ya conocían como ciudadanos romanos. Así, muchos de los elementos que en la cultura romana pagana tenían una lectura tomaron otra muy diferente en estas comunidades. Recordemos que, al estar mal vistos e incluso perseguidos, estos primeros cristianos tuvieron que afilar la imaginación para plasmar sus creencias sin delatarse. Veamos algunas de estas simbologías, muy presentes en las pinturas que decoran los cubicula de las catacumbas y en los sarcófagos.
1. El Buen Pastor
Se trata de la figura de un hombre joven, imberbe, que porta en sus hombros un cordero. A veces está acompañado de otras ovejas, dejando constancia de que él es el pastor del rebaño. Un bello ejemplo lo encontramos en las pinturas del cubículo de la Velatio, en las catacumbas de Priscila, en Roma.
Los primitivos cristianos tomaron el Buen Pastor de representaciones mucho más antiguas, que se remontan hasta la Grecia arcaica. Tomemos, por ejemplo, el Moscóforo del Museo de la Acrópolis de Atenas, donde vemos a un joven que porta en sus hombros un ternero presto a ser sacrificado. Otra referencia clásica es el Hermes Crióforo, conservado en el Museo Barracco de Escultura Antigua, en Roma; un hombre también joven sostiene a un carnero y se dirige, igual que el Moscóforo, al sacrificio.
Son evidentes los paralelismos con la simbología del Buen Pastor cristiano. Cristo no solo se erige como el pastor del “rebaño” de fieles que porta a sus espaldas a la oveja descarriada, sino que está augurando su propio sacrificio como Agnus Dei (cordero de Dios). Como curiosidad, destacamos que estas primeras efigies de Cristo no poseían barba; el Cristo barbado se extenderá mucho más tarde, tras la caída del imperio de Occidente y el auge de Bizancio.
2. El pavo real
Las representaciones del pavo real tienen orígenes muy antiguos que pueden rastrearse hasta Mesopotamia. En la antigua Roma era usual encontrar dos pavos reales enfrentados y, en medio, profusos ramajes que solían ser vides, con frecuencia asociados a Dionisos.
El cristianismo recoge también esta tradición y la transforma; en el arte paleocristiano, el pavo real picoteando la vid pasa a simbolizar a Cristo y la Eucaristía y, por tanto, la esperanza de la resurrección. A medida que avanzamos hacia la Edad Media es frecuente encontrarnos una cruz entre ambos pájaros, símbolo que, por cierto, aparecerá tardíamente en el imaginario cristiano.
3. El Crismón
“Con este signo vencerás”. Según la tradición cristiana, esta frase acompañaba a un Crismón celeste que se apareció al emperador Constantino en la vigilia de la batalla del puente Milvio, que iba a enfrentarlo contra Majencio, su rival. A pesar de lo apoteósico de la leyenda, gran parte de ella es fruto de añadidos posteriores. Uno de los autores cristianos que la defendió fue el teólogo cristiano Lactancio (h. 240-320), y la leyenda quedó inscrita en los anales de la historia.
Sea leyenda o no, lo cierto es que el Crismón se erigió como uno de los emblemas más utilizados para referirse a Cristo y a la cristiandad. Se trata de las dos letras iniciales de la palabra Khristós (en griego, el ungido), la ji (X) y la rho (P). En algunas versiones posteriores, aparece también una tau (T), que forma una cruz, y la alpha (α) y la omega (ω), símbolo del principio y el final encarnados por Cristo. El Crismón se extendió rápidamente y, durante la Edad Media, alcanzó una gran popularidad, e incluso se le añadieron nuevos elementos.
4. El pez
Ichthys es pez en griego, y también es la palabra que se forma al juntar las iniciales de la frase Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador en el mismo idioma. El pez, por tanto, pasó a ser uno de los símbolos de la plástica cristiana.
De nuevo, encontramos la enorme influencia paulina en la nueva doctrina. San Pablo se había criado dentro de la cultura helenística, y fue precisamente a través de él que el cristianismo se empapó de referencias clásicas que, además, calaron profundamente en la muy helenizada sociedad romana. Por otro lado, el pez era un símbolo evidentemente relacionado con el agua y, por tanto, con el bautizo.
La arquitectura paleocristiana
No podemos terminar este breve recorrido por el arte paleocristiano sin mencionar su arquitectura. Existen algunas tipologías básicas, a saber:
1. Las catacumbas
Puede que sea la construcción más conocida del mundo paleocristiano. Se trata de corredores excavados, en las paredes de los cuales se insertaban las tumbas de los fieles fallecidos, así como de los mártires. En la intersección de dos corredores se encontraban los cubicula (plural en latín de cubiculus), que se solían decorar con frescos donde se desplegaba toda la simbología antes descrita. Algunas de las catacumbas más famosas son las de San Calixto y las de Domitila, en Roma.
Al contrario de lo que la gente suele pensar, en las catacumbas solo se enterraba a los fallecidos, no se realizaba la liturgia (con excepción de algunas celebraciones concretas dedicadas a mártires allí enterrados). La liturgia de los primeros cristianos, aunque pueda parecer menos romántico, se practicaba en las casas privadas, al menos antes de la aparición de las primeras iglesias.
2. Las basílicas
Las primeras iglesias fueron levantadas como basílicas. Estos edificios extrajeron su planta y configuración de las antiguas basílicas romanas que, sin embargo, no tenían uso religioso, sino civil. Tras el Edicto de Milán (313), que legalizaba el cristianismo en el Imperio, los cristianos pudieron levantar sus propios templos, para los que se inspiraron en estas antiguas basílicas romanas.
Las basílicas de los primeros cristianos estaban fuertemente jerarquizadas; tras un atrio de acceso se llegaba a una fuente de purificación y, tras ella, se abría el espacio reservado a los catecúmenos, es decir, los que todavía no se habían bautizado. Más allá se encontraba la parte destinada a la liturgia, reservada a los cristianos bautizados. Un hermoso ejemplo de este tipo de edificación es la basílica de Santa Sabina, en Roma, levantada en el siglo V.
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