No se puede negar que gran parte de la historia del arte se ha nutrido de la religión. Desde la Prehistoria, el ser humano ha sentido la necesidad de expresar sus emociones, sus miedos y sus anhelos; y, por supuesto, el tema religioso no se ha quedado atrás. En un principio, esta fue una de las principales misiones del arte: plasmar las creencias de los hombres y de las mujeres sobre el más allá y el sentido de la vida y la muerte.
Esta necesidad de expresión religiosa todavía pervive en nuestros días, aunque no nos lo parezca (por supuesto, mucho más diluida). En el artículo de hoy os proponemos una lista con algunos ejemplos más importantes de arte religioso, provenientes de varias y diversas culturas.
10 ejemplos de arte religioso en diversas culturas y épocas
Antes que nada, especifiquemos qué consideramos “arte religioso”. Denominamos así a la expresión artística (en cualquiera de sus facetas y soportes) que tiene relación con las creencias de una religión concreta y permite expresar así su mensaje. Como vemos, en todas las comunidades humanas de todas las épocas se ha dado este tipo de arte, en mayor o menor medida. Para que la lista sea suficientemente ilustrativa, es menester plasmar en ella ejemplos de diversas manifestaciones religiosas de diversas culturas y épocas. Porque, por supuesto, no sólo en la Europa cristiana se realizó arte religioso. No podemos abarcar en un artículo tan breve todas y cada una de estas culturas y periodos, pero esperamos que la selección sea de vuestro agrado.
1. El Papiro de Hunefer (Museo Británico, Londres)
El Libro de los Muertos es una de las obras sobre la vida en el más allá más populares del antiguo Egipto. Se trata de un conjunto de textos que recogen oraciones y fórmulas mágicas para que el difunto pueda transitar correctamente hacia la vida eterna. En concreto, la obra que proponemos es el llamado Papiro de Hunefer, conservado en el Museo Británico de Londres. Es una de las muchísimas versiones que existen de los textos del Libro de los Muertos y fue realizado hacia el 1300 a.C., en la XIX Dinastía.
La escena más famosa es el Juicio de Osiris, donde, acompañando al texto, vemos una serie de ilustraciones que arrojan luz sobre cómo veían los egipcios el mundo postmortem. Podemos observar al dios Anubis, con su cabeza de chacal, que pesa con cuidado el corazón del difunto; a su lado, Thot, el escriba (con cabeza de ibis) espera pacientemente para registrar el resultado. Si el corazón es más pesado que la pluma de Maat, la Justicia, el monstruo Ammyt (representado agazapado y a la espera) devorará al difunto y destruirá su alma para siempre.
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2. Hermes con Dionisio niño, de Praxíteles (Museo de Olimpia, Grecia)
Tras la evidente esquematización y acusada geometría de las representaciones de los dioses en el antiguo Egipto (que influyó poderosamente en la figuración de la Grecia arcaica) los periodos clásico y helenístico griegos suponen una naturalización importante en la representación religiosa. No se trata de una irreverencia hacia los dioses, sino más bien un cambio de lenguaje. Hacia el siglo V a.C., con la era de Pericles, Atenas experimenta un apogeo cultural sin precedentes.
Artistas como Fidias o Policleto realizan auténticas obras maestras, que intentan captar la anatomía humana hasta el más mínimo detalle. Sin embargo, a pesar de que no cabe duda de que este arte nuevo se aleja considerablemente de las representaciones egipcias, mesopotámicas y griegas antiguas, no debemos caer en el error de pensar que los griegos de los siglos V y IV a.C. copiaban la realidad a rajatabla, pues sus figuras humanas seguían unos cánones muy concretos e idealizados.
Del periodo helenístico, caracterizado por un mayor dinamismo en las figuras, Praxíteles (s. IV a.C.) es el nombre más sobresaliente. Su Hermes con Dionisio niño muestra al dios mensajero con una figura muy juvenil, casi de adolescente, con el característico contrapposto del artista. A su lado, vemos a Dionisio (el Baco romano), que es todavía un niño. Nada hay en esta escultura que nos haga pensar que los que están representados sean dos dioses; toda ella rezuma humanidad y espontaneidad.
3. Buda de Mathura (Metropolitan Museum of Art de Nueva York)
El Museo Metropolitano de Nueva York conserva un magnífico ejemplo de escultura budista de la escuela de Mathura, que proliferó en la India hacia el siglo V. Esta escuela estuvo marcada por la otra gran escuela budista de la India, la de Gundhara, pero consiguió alejarse de la influencia griega que presentaba esta última. Así, el estilo de Mathura es mucho más autóctono.
Una de las principales diferencias entre las dos escuelas es que la de Mathura sigue una mayor estilización y geometrización que la de Gandhara. El Buda del MET de Nueva York, realizado en piedra de arenisca roja, está de pie y va vestido con una túnica en la que se adivinan los pliegues por las formas geométricas que el escultor ha otorgado a la piedra. El Buda luce su característico moño de asceta y los lóbulos de las orejas grandes y alargados, símbolo de su renuncia a las riquezas, y su mirada es serena y meditativa.
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4. El Pantocrátor de Sant Climent de Taüll (MNAC, Barcelona)
Actualmente conservado en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), en Barcelona, este maravilloso fresco es una de las apoteosis del arte románico en el ámbito pirenaico. Situado originalmente en el ábside de la iglesia de Sant Climent de Taüll, ubicada en los Pirineos catalanes, presenta a Cristo en toda su majestad (el Pantocrátor) que bendice con la diestra y sujeta un códice con la izquierda, en el que se puede leer Ego sum lux mundi (“yo soy la luz del mundo”). Cristo está rodeado de figuras relacionadas con el mensaje cristiano (el Tetramorfos, varios santos apóstoles, la Virgen María…) y con su actitud hierática y majestuosa nos recuerda a las poderosas imágenes de Zeus.
Todos los espacios de las iglesias medievales estaban absolutamente policromados, tanto con escenas y figuras bíblicas como con motivos vegetales, geométricos o del Bestiario medieval. En los Pantocrátores románicos se representa a un Cristo vencedor sobre la muerte, el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Ya no estamos ante un arte naturalista como fue el arte de la Grecia clásica y helenística, sino que observamos un regreso a la importancia de la idea en detrimento de la forma, de manera parecida a lo que hacían los antiguos egipcios.
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5. Monolito de Coyolxauhqui (Museo del Templo Mayor, Ciudad de México)
Este espectacular monolito circular de más de 3 metros de diámetro fue descubierto en 1978 entre los restos arqueológicos de las escaleras del Templo Mayor (Ciudad de México). Su forma esférica y la diosa que se representa en él nos hablan de una divinidad lunar mexica, la diosa Coyolxauhqui, que literalmente significa “la que se adorna con cascabeles”.
El mito nos cuenta cómo Coyolxauhqui fue cruelmente descuartizada por el dios-sol, Huitzilopochtli, que salió en defensa de su madre, la diosa Coatlicue, a la que la diosa de la luna pretendía matar por haberse quedado embarazada de un ser desconocido. Coyolxauhqui también era hija de Coatlicue (y hermana, por tanto, de Huitzilopochtli), y consideraba realmente vergonzoso el embarazo de su madre.
La historia del descuartizamiento parece verse clara en el monolito, donde aparece la diosa desnuda en actitud dolorosa y con sus miembros retorcidos y esparcidos por la superficie de la piedra. Una de las versiones del mito cuenta cómo Huitzilopochtli puso la cabeza degollada de su hermana en el cielo (el astro lunar), para que pudiera ser contemplada.
6. Santa Ana, la Virgen y el Niño, taller de Leonardo da Vinci (Museo del Prado, Madrid)
El Museo del Prado de Madrid atesora una bellísima obra del taller de Leonardo da Vinci (siglo XVI) que muestra a Santa Ana, la madre de la Virgen, a María y al Niño Jesús. La pintura sigue la iconografía tradicional que muestra a la Virgen adulta sentada en las rodillas de su madre, mientras que, a su vez, sostiene al Niño; una clara alusión a las diversas etapas y generaciones hasta llegar al Salvador.
Sin embargo, en la obra (de clara influencia nórdica, como podemos ver en el profuso paisaje en segundo plano) la Virgen está inclinada y parece “caerse” del regazo de Santa Ana. Y es que María intenta por todos los medios alejar a Jesús del cordero con el que juega, puesto que el animal es una alusión al futuro martirio del niño.
7. Madre e hijo, escultura dogón (Museo del Louvre, París)
Los dogón son una etnia ubicada en el actual Mali, muy cerca del río Níger, en África. Este pueblo es especialmente conocido por sus bellísimas esculturas, realizadas en madera y muy ligadas a sus creencias religiosas. La diversidad iconográfica es muy variada; podemos encontrar desde guerreros con armas a mujeres que portan en sus brazos a niños recién nacidos.
El Museo del Louvre (París, Francia) conserva una estatuilla de madera rojiza, datada del siglo XIV, que muestra a una mujer que sostiene a su hijo. La pequeña obra (de sólo 75 cm de alto) muestra un importante hieratismo, con la madre sentada muy erguida y mirando al frente. Su cuerpo está solucionado con formas geométricas, y su rostro es esquemático.
La composición nos recuerda inevitablemente a las vírgenes theotokos medievales que portan en sus rodillas a Cristo, y también a las Isis egipcias que llevan a Horus en su regazo. La idea, en realidad, es muy parecida: la sacralidad de la maternidad y su vinculación con lo divino.
8. Éxtasis de Santa Teresa, de Gian Lorenzo Bernini (Iglesia de Santa María de la Victoria, Roma)
Una auténtica apoteosis barroca en mármol; esto es lo que es esta Santa Teresa del gran Bernini (1598-1680). No en vano, está considerada una de las obras maestras del escultor y de la escultura barroca en general. Durante el siglo XVII, el siglo por excelencia de la expresión barroca, la Iglesia católica necesitaba un vehículo para comunicar a sus fieles el dogma de fe. Recordemos que poco más de un siglo antes Lutero había abierto el camino de la escisión con el inicio de la Reforma protestante; Roma necesitaba, pues, un medio a través del cual expresar cuál era la “verdadera fe”.
Sólo desde este punto de vista podemos comprender la dramatización y teatralidad tan típicas del Barroco, que utiliza todas estas herramientas para provocar una fuerte emotividad en los fieles y asegurar su “permanencia” en la fe católica. La Santa Teresa de Bernini es un bellísimo ejemplo de ello: el artista capta el momento en que el ángel atraviesa a la santa con sus flechas de fuego (símbolo de la transverberación o revelación mística), y la santa echa con grandes aspavientos la cabeza hacia atrás, absolutamente extasiada por la emoción.
9. La Sagrada Familia del pajarito, de Bartolomé Esteban Murillo (Museo del Prado, Madrid)
Pero el Barroco no es sólo drama y “exageración”; también es cotidianidad y naturalismo. Si lo que pretendía la Contrarreforma era asegurar la permanencia de los fieles en la Iglesia de Roma ¿qué mejor manera que hacerles sentir identificados con los personajes sagrados?
Así, muchas obras plasman escenas familiares cuando hablan de escenas religiosas. La Sagrada Familia del pajarito de Murillo es un delicioso ejemplo de esta “naturalidad” barroca: vemos a la Sagrada Familia en una habitación muy humilde, caracterizada como una familia cualquiera del siglo XVII español. La Virgen está en segundo plano, haciendo sus tareas, y mira con cariño a San José y al Niño, que juegan con un jilguero, uno de los símbolos tradicionales de Jesús. Nada hay en el lienzo que nos remita a una sacralidad especial; más bien se trata de una escena cotidiana que cualquier observador del siglo XVII podría identificar sin problemas con su propia existencia.
10. Anunciación, de Dante Gabriel Rosetti (Tate Britain, Londres)
No estamos habituados a relacionar el siglo XIX con el arte religioso, pero lo cierto es que este tipo de manifestación artística no desapareció con la llegada de la contemporaneidad. En concreto, la Hermandad Prerrafaelita hizo muchísimo hincapié en la antigua espiritualidad, sencilla y perdida, anterior al advenimiento de la era industrial.
En esta Anunciación, Dante Gabriel Rossetti (1828-1882), el gran líder de la Hermandad, representa a María como lo que en realidad era, una adolescente, recién despertada de su sueño por la llegada del ángel anunciador de su embarazo. El hecho de que María no “espere” al arcángel leyendo o rezando pacientemente, unido a que Gabriel no lleva alas, suscitó un gran escándalo en su momento.