Hoy en día existe muy poca gente que no haya oído hablar de los cátaros. El cine y la literatura han situado a esta secta medieval en el centro de leyendas y mitos, a menudo tan fascinantes como irreales.
Pero ¿quiénes eran verdaderamente los cátaros? ¿De dónde venían? ¿En qué creían? ¿Por qué resultaron tan molestos para la Iglesia y para algunos reyes y señores feudales? En este artículo intentaremos aproximarnos a esta corriente religiosa de la Edad Media y aclarar sus puntos más oscuros.
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¿Quiénes eran los cátaros? Historia y claves de esta herejía
A pesar de que su mayor área de extensión fue Europa y, en concreto, el sur de Francia, la filosofía cátara provenía de Oriente. En concreto, se expandió desde el Imperio Bizantino y los países eslavos a lo largo del siglo XII, siguiendo las rutas comerciales y aprovechando que las Cruzadas habían potenciado el tráfico de personas entre Europa y Asia.
Los cátaros bebían de la filosofía de paulicianos y bogomilos, dos herejías orientales que tendían a considerar el mundo como una dualidad absoluta. Los paulicianos tienen orígenes oscuros, pero se cree que nacieron en la zona de Armenia; por su parte, los bogomilos procedían de Bulgaria.
Ambas herejías tenían en común el rechazo a la realidad material, considerada creación de las fuerzas del Mal, y una adhesión absoluta a la parte espiritual del ser humano, que era la que había sido creada por Dios. Este punto fue recogido más tarde por los cátaros, y representa lo más característico de su filosofía.
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Un mundo lleno de herejes
Para comprender el éxito que tuvo en la Edad Media el catarismo debemos adentrarnos en el contexto religioso. Porque, al contrario de lo que mucha gente cree, durante el Medievo no existió una doctrina única, asentada y sólida, sino que fueron muchas las voces disidentes contra la Iglesia católica oficial. A pesar de divergir en algunos puntos doctrinales, todas estas corrientes de protesta tenían un punto a favor: el regreso a la pobreza absoluta predicada con Cristo.
Por ejemplo, Arnaldo de Brescia, el fundador de la corriente de los arnaldistas (mediados del siglo XII), exigía a la Iglesia que renunciara a su poder y a sus riquezas; por su parte, los valdenses cuestionaban a los que se hacían llamar cristianos, pero vivían en la opulencia. Como es obvio, la Iglesia tomó cartas en el asunto, y ambas corrientes fueron condenadas en el III Concilio de Letrán.
Sin embargo, cuando la Iglesia oficial se dio cuenta del problema que suponían estas corrientes disidentes, ya era demasiado tarde. Las filosofías heréticas habían impregnado profundamente la sociedad medieval, ya que el pueblo las veía mucho más cercanas. En efecto, todos estos predicadores (y los cátaros entre ellos) llevaban una vida errante, predicando de casa en casa, y fomentaban la religión en familia y la hospitalidad. Algunos de ellos, como los llamados evangelistas (siglos XI-XII) sembraron la semilla de lo que, mucho más tarde, sería el protestantismo, pues reivindicaban la lectura directa de los Evangelios para alcanzar la salvación.
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Los cátaros y el rechazo del mundo
Como ya hemos apuntado, los cátaros creían en la dualidad: Dios había creado las almas, que era lo único bueno, mientras que Satanás era el autor de los cuerpos, verdaderas cárceles que privaban al ser humano de la salvación. La doctrina dualista de los cátaros iba mucho más allá: toda la creación, que según la Biblia era una obra buena de Dios, había sido ideada por el diablo. Por tanto, cualquier manifestación física estaba relacionada con el mal.
Así, para los cátaros la castidad era algo primordial, puesto que el sexo, al estar vinculado a la carne y, sobre todo, a la procreación, era emanación directa del demonio. Sin embargo, no todos los fieles cátaros seguían esta doctrina radical. De hecho, su sociedad estaba dividida en dos castas muy diferenciadas: los meros creyentes, por un lado, que seguían una vida laica, casándose, trabajando y formando una familia, y los llamados “perfectos”, que eran los que habían conseguido alcanzar la vía de la salvación mediante la renuncia absoluta del mundo.
Pero no por ello debemos pensar que los “perfectos” vivían aislados. Al contrario; al igual que todas las corrientes heréticas medievales, recorrían toda la geografía para dar a conocer su doctrina. Lo que los diferenciaba de los simples creyentes era su pobreza y castidad absolutas, así como su rechazo a comer carne. Los “perfectos” eran los únicos que podían suministrar el consolamentum, el único sacramento, si es que podemos llamarlo así, que los cátaros reconocían.
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La Cruzada de los cátaros y el fin del catarismo
A finales del siglo XII, la doctrina cátara estaba instalada por todo el sur de Francia, y gozaba de la protección de los señores feudales del territorio. Los cátaros eran bien recibidos especialmente en la zona de Toulouse, donde eran más abundantes. En 1209, el Papa Inocencio III decide tomar cartas en el asunto.
Pero ¿por qué resultaba la herejía cátara tan molesta, hasta el punto de iniciarse una Cruzada? Ninguna de las otras corrientes heréticas había puesto en jaque a la Iglesia hasta este punto.
La respuesta está en la naturaleza misma de la doctrina de los cátaros. Porque, mientras que las otras corrientes cuestionaban ciertos comportamientos de la Iglesia oficial (la falta de pobreza, el abuso de poder, etc.), pero seguían ciñéndose a lo que era la ortodoxia católica, el catarismo iba más allá y cuestionaba la estructura misma no solo de la Iglesia, sino de la sociedad feudal. La independencia de los cátaros los había llevado a constituir su propia Iglesia: solo en la zona del Languedoc existían cinco diócesis cátaras. Por supuesto, la Iglesia oficial no podía permitir semejante desobediencia.
Y no solo se trataba de un asunto de poder eclesiástico; Francia también estaba metida en el asunto y, de hecho, fueron las tropas enviadas por el rey francés las que lucharon contra los señores del Languedoc en la Cruzada cátara. En aquellos días, Francia no era lo que ahora conocemos. Las posesiones de los reyes Capetos, la dinastía que gobernaba Francia en aquel momento, se limitaban a París y alrededores. Está bastante claro que, en la Cruzada cátara, existió también un componente político, ya que, tras la derrota de los señores del Languedoc en 1229, la corona francesa anexionó el condado de Toulouse.
Los últimos fieles
Y ¿qué pasó con los cátaros? Los últimos fieles se refugiaron en el castillo de Montsegur, una resistencia histórica que ha dado lugar a multitud de leyendas. Lo cierto es que, con la capitulación del castillo ante las tropas francesas, más de 200 cátaros fueron quemados en hogueras el 16 de marzo de 1244.
La herejía cátara aún sobreviviría unos años (en 1255 algunos se refugian en el castillo de Queribus, que también se rinde ante Francia). A partir de entonces, empieza a nacer la leyenda.
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