Es innegable que toda persona tiene, desde el ejercicio de su libertad, el derecho a descubrir qué es aquello de su vida que le apasiona y a dedicar el esfuerzo que considere pertinente a sumergirse en ello. Tanto es así que, con gran frecuencia, se trata del sendero más rápido y seguro para forjar una auténtica virtud.
No obstante, existe una frontera (difusa) entre lo que nos "atrae" y lo que deviene un verdugo de nuestra lógica y entendimiento. Y es que la pasión, cuando es arrastrada a sus extremos, no es más que fanatismo. Y este, siguiendo su propia definición, se erige sobre la sinrazón y el absurdo.
En este artículo abordaremos precisamente el fanatismo y su resonancia sobre la sociedad. También definiremos la expresión que adopta, y el modo en que altera la estructura mental de quien hace de él su bandera. Conocerlo es esencial para no caer en sus ominosas garras.
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¿Qué es el fanatismo?
El fanatismo es un fenómeno universal (propio de toda civilización humana), cuyas raíces se remontan hasta los albores de nuestra historia evolutiva. De hecho, existen textos de filosofía clásica en los que se debate sobre tal cuestión y se reflexiona sobre el posible impacto de las inamovibles ideas que lo caracterizan. Así, su existencia no procede de un periodo temporal particular, o de influencias externas atribuibles a dimensiones culturales; sino que forma parte del bagaje cognitivo, conductual y afectivo de nuestra especie.
La palabra "fanático" procede del vocablo latín "fanaticus", que puede traducirse como adepto o "perteneciente a un templo". Y es que en los tiempos de la antigua Roma existían espacios conocidos como "fanum", recintos reservados al culto a los dioses. A ellos acudían personas particularmente devotas de los ritos religiosos, y se celebraban encuentros habituales en los que se ensalzaban las bendiciones del año (el buen tiempo, las cosechas copiosas, etc.) y se depuraban los pecados de los hombres, bajo la mirada atenta de seres que dominaban todo aspecto de la vida personal y social.
En tal línea, se entienden por fanáticas todas aquellas actitudes por las que se orquesta una defensa extrema e irracional de algún asunto o persona, desprovista por entero de cualquier atisbo de análisis. Tanto es así que, de hecho, el "juicio" del fanático se aleja de forma muy evidente de la objetividad; hasta el punto de resultar impermeable a cualquier argumento o prueba que pudiera cuestionarlo y/o refutarlo. Es a partir de este momento en el que emerge la analogía con sus bases etimológicas, pues ya no se aprecia o se prefiere cierta cosa, sino que se le rinde una denodada pleitesía (igual que a los Dioses).
El fanatismo puede orientarse hacia una gran variedad de temas, desde la Religión hasta la Política, pasando por personalidades de todos los oficios (músicos, deportistas, actores, etc.). No debe confundirse con la fidelidad a algo, la cual supone el interés deliberado y crítico de invertir esfuerzos en un asunto más particular, dentro de un contexto de libertad (escuchar a cierto grupo o ver películas de un actor/actriz, acudir a los encuentros de un equipo de fútbol o tener una opinión formada sobre realidades sociales). El fanatismo supone adentrarse un paso más allá, al territorio en el que habitan la intolerancia y el prejuicio.
Las personas fanáticas se entregan con tanto fervor al objetivo de su pasión que este acaba ocupando un porcentaje desproporcionado del tiempo del que disponen. Pareciera así que el mismo domina por completo casi toda su vida, condicionando la manera en la que actúan o piensan, y revelándose finalmente como una actitud inflexible ante quienes albergan ideas opuestas a las propias (o incluso que difieren en el más mínimo grado). Así, se circularía por un sendero de dirección única; sin moderación ni cuestionamiento alguno de sus intereses, su profundidad, sus consecuencias en la vida o la precisión del juicio.
En los casos más extremos, el fanático llega a transformar por completo sus costumbres y su cotidianidad, con el fin de entregar su vida a la causa (literal o metafóricamente). A este nivel puede surgir todo tipo de hostilidad y violencia física/emocional; así como el paradójico hecho de que los propios fanáticos señalen a los que les muestran sus "costuras" como irracionales, burdos, terroristas, pecadores, peligrosos, etc. Esto no hace más que exacerbar el fervor, y subrayar las diferencias entre el grupo con el que uno se identifica (endogrupo) y los demás (exogrupo), propiciando distancias insalvables y empeorando la situación.
Pese a que todas las personas (sin importar el origen o cualquier otra condición de vida) son susceptibles de caer en el fanatismo, existen una serie de "rasgos" que pueden aumentar el riesgo. En las líneas sucesivas abundaremos en esta relevante cuestión.
Rasgos del fanático
El fanatismo puede definirse tanto por lo que se piensa sobre la realidad como por lo que se hace respecto a esta. Por tanto, se trata de un concepto tremendamente complejo y lleno de aristas. Procedemos a abordar, en detalle, las características básicas de quienes adoptan la actitud de un fanático.
1. Convicción de que se tiene la razón
Las personas fanáticas no dudan jamás de su convicción. Albergan ideas que no admiten la más mínima duda ni reserva, por lo que nunca se plantean la posibilidad de que exista algún sesgo en el razonamiento que las mantiene o en la conducta que adoptan respecto a estas.
Se aprecia una muy deficiente capacidad de autocrítica, pero también una gran frustración al soportar que los demás planteen objeciones o cuestionen la adecuación de sus creencias. Como analogía, se podría decir que sus ideas están grabadas en "tablas de piedra".
De forma paralela, la certeza sobre lo que uno hace o piensa va acompañada (generalmente) de una contrapartida: los demás nunca tienen la razón. Una persona fanática considera falsa toda apreciación contraria a sus ideas, sin que necesariamente esta haya sido sometida a un análisis mínimamente profundo. La emoción y los sentimientos se anteponen al raciocinio, de forma que se descarta toda alternativa posible de acción. Esto puede suceder, sobre todo, en las sectas o credos similares, en los que llega a producirse un desprendimiento intencionado del patrimonio personal y económico.
Este rasgo también puede adoptar la forma de una potenciación de los aspectos "positivos", y una minimización (o absoluta negación) de los negativos, sobre todo cuando el objeto de este fanatismo es una persona o grupo. En tal caso se traza una imagen inmaculada, sin defecto o falla, que se equipara a una forma de idolatría ciega.
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2. Intento de imponer la opinión a otros
Las personas fanáticas no solo creen tener la razón, sino que a menudo consideran esencial que los demás "abran los ojos" ante su error al pensar distinto. Existe, por tanto, una visión de supremacía en el terreno de las ideas; que se lleva a menudo al escenario del debate sobre estas. Durante tales debates pueden recurrir a malabares dialécticos de todo tipo, mostrando un autoritarismo que dispara "las alarmas" de su interlocutor. Su forma de persuasión carece de sofisticación o sutileza, y es percibida en el límite mismo de la imposición.
La forma más dramática de imposición es, sin duda, la que recurre a la violencia. La mayoría de las guerras han sido abanderadas desde el poder mismo de una idea o "certeza" que se ha extendido entre los pueblos confrontados, y cuyo fin era dotar a cada uno de ellos de unas convicciones por las que perder su propia vida o arrebatar la de los demás.
Lo mismo sucede en los casos de terrorismo, donde son muchos los inocentes que acaban pagando las deudas del fanatismo de otros. También se distinguen agresiones a pequeña escala atribuibles a los ideales fanáticos, como las que ocurren en las inmediaciones de un partido de fútbol.
En definitiva, los intentos de persuasión de los fanáticos son muy variados, y oscilan desde la simple discusión en cualquier red social hasta el más desastroso de los conflictos armados.
3. Percepción dicotómica de la realidad
En lo concerniente al objeto sobre el que una persona fanática siente devoción, no se suele admitir la existencia de matices grises, puntos de encuentro que servirían para reconciliar su visión sobre el asunto respecto a la que tienen los demás.
En su lugar, tiende a percibirse la realidad en términos dicotómicos, de todo o de nada, trasladando toda posición discrepante al extremo opuesto del espectro de opinión. Con ello se hace artificialmente una "simplificación" de la realidad, donde existe un grupo afín (los que coinciden en su perspectiva) y un cúmulo de perspectivas igualmente antagónicas, con independencia del grado real de divergencia.
El fanatismo hace de su objeto una seña tácita de identidad, cuya importancia es tan extrema que se erige como un criterio elemental para la autodefinición y el sentido de pertenencia a un grupo.
Con ello surgen rivalidades que van más allá de lo que podría desprenderse de la razón: odio hacia los aficionados de un equipo de fútbol, desconfianza hacia los que profesan una particular religión (como el cristianismo o el islam, p.e.) e incluso amargas discusiones entre los miembros de dos fandom (grupos de personas, generalmente jóvenes, que estiman con fervor a un artista o grupo).
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4. Devoción sacrificada
Otra característica básica del fanatismo es su resistencia a la adversidad. A pesar de que se tengan ideas que generan cierto perjuicio para la vida social, estas tienden a mantenerse. De hecho, a veces incluso pueden reforzarse ante tal tipo de circunstancias.
Todo ello se podría explicar mediante mecanismos de disonancia cognitiva, que tratarían de dotar a la creencia (fanática) de un valor equivalente al peso del sacrificio que supone defenderla. Mediante tal cabriola emocional surgirían fenómenos como los mártires, los cuales llegan a dar su vida de forma voluntaria (o resignada) por defender aquello en lo que creían.
5. Rasgos de personalidad
Se han podido describir numerosos rasgos de personalidad que se relacionan con un riesgo acentuado de fanatismo. Se ha observado que los cambios sociales rápidos pueden conducir, a las personas que no consiguen adaptarse a los mismos, a "abrazar" con ardiente devoción los valores tradicionales (pese a que nunca se hubieran sentido particularmente identificados con ellos).
Mediante este proceso se buscaría mantener el sentido de la identidad allá donde este pudiera percibirse esquivo, renegando de lo novedoso por dificultades para entenderlo.
Algunos estudios también señalan la hipótesis de que la frustración individual sea un terreno abonado para el fanatismo. Esta sensación de incompletud promovería la aproximación a un elemento externo que compense las carencias en la autoconfianza, de forma que se acogería como propia una realidad en la que la multitud cree (o al menos un porcentaje significativo de ella), en ausencia de la capacidad para creer en uno mismo. Con ello se lograría obtener la respuesta rápida a un vacío, precipitado por la cultura o una crisis existencial, y satisfacer del mismo modo la necesidad de afiliación.
Referencias bibliográficas:
- Taylor, M. y Ryan, H. (2008). Fanaticism, political suicide and terrorism. Terrorism, 11, 91-111.
- Yousif, A. (2012). Fundamentalism and Fanaticism: A Comparative Analysis. Religious Studies and Theology, 30, 17-32.