Estamos en Salem, en el condado de Massachussets, en las colonias de lo que más tarde serán los Estados Unidos. Hace más de cincuenta años que los puritanos ingleses se han instalado en la Bahía de Massachussets, en modestas poblaciones, dedicados al pequeño comercio, al ganado y a la artesanía. Es el mes de enero de 1695; en Salem empiezan a darse casos extraños entre algunas jóvenes adolescentes. Convulsiones, palabras sin sentido, llanto súbito y comportamiento indecoroso. En seguida se pensó en brujería, y los dedos señalaron como culpable, entre otras, a la esclava negra de la familia de las niñas.
Ese año en Salem hubo un sonado juicio y muchas mujeres fueron condenadas por brujería. Se trató realmente de un caso escalofriante, pero ¿fue el único? La respuesta, desgraciadamente, es “no”. Porque los juicios de Salem son simplemente una pieza más del fenómeno que se extendió por Europa y América en la época moderna, y que la historiografía ha denominado “caza de brujas”.
¿Qué es la caza de brujas?
Se conoce como “caza de brujas” (un nombre impuesto mucho más tarde, por cierto) a la psicosis que se desencadenó en Europa y parte de América entre los siglos XV y XVIII y que llevó a la muerte a un gran número de personas acusadas de brujería. Los registros que poseemos dan fe de que cualquiera de los dos sexos era susceptible de ser acusado de brujería, si bien es cierto que las mujeres fueron asesinadas en un número muy superior. Según el estudio de Michel Porret, de la Universidad de Ginebra, entre 1580 y 1640 se dieron en Europa 110.000 procesos, en los que fueron sentenciadas a muerte entre 60.000 y 70.000 personas, de las cuales el 75% eran mujeres.
Las áreas donde más se dio este fenómeno coinciden con la Europa protestante; especialmente, las regiones del Sacro Imperio Romano-Germánico (actual Alemania y países limítrofes). Solo en esta área fueron ejecutadas unas 30.000 personas, lo que supondría casi la mitad del total de personas asesinadas por brujería. Tras el Sacro-Imperio tendríamos la Confederación Helvética (actual Suiza), que llevó a la muerte a más de 10.000 personas.
La zona donde menos impacto provocó el fenómeno de la caza de brujas fue el área mediterránea. España, Italia y Portugal dan una cifra conjunta de unas 500 muertes, un número muy bajo si lo comparamos con el norte de Europa. Tenemos, pues, que en los países católicos se dieron muchos procesos de brujería, pero muy pocas ejecuciones. Llama la atención, pues, la templanza con que la Inquisición trató el tema. Solo contamos con una clara excepción: los procesos de Zugarramurdi de 1610, una pequeña aldea de Navarra donde fueron condenadas a la hoguera 11 personas (5 de ellas fueron quemadas “en efigie”, puesto que ya habían muerto).
¿A qué se debió esta templanza de los países católicos a la hora de juzgar? No es que la Iglesia católica no creyera en la brujería. De hecho, en 1484, el papa Inocencio VIII hace constar su “existencia real” en la bula Summis desiderantes affectibus. Sin embargo, y como ya hemos comentado, en el área católica la brujería no se persiguió con la misma saña que en los países protestantes. Los historiadores han intentado esclarecer qué motivó la espectacular “caza de brujas” de la época moderna y por qué se circunscribió casi en exclusiva a la zona protestante de Europa.
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Posibles causas de la caza de brujas
Es difícil encontrar un motivo para tal persecución. Una cosa sí es cierta: solo en los periodos difíciles se dan fenómenos de este calibre. Es como si fueran la expresión de una población cansada, desanimada y, sobre todo, asustada. Porque la caza de brujas europea fue, principalmente, fruto de una histeria colectiva que hunde sus raíces en las malas cosechas, los conflictos políticos, el hambre, la enfermedad y la guerra.
En su magnífico ensayo La bruja, enmarcado en el tomo 3 de la no menos magnífica colección Historia de las mujeres, Jean-Michel Sallman propone algunas teorías sobre qué motivó la espeluznante persecución y muerte de tantas personas. Para empezar, Sallman afirma que, si eras mujer, las probabilidades de ser acusada de brujería eran 4 veces mayores que si eras varón. De esto no hay duda; basta observar las cifras que ya hemos dado anteriormente. Sobre todo, las mujeres que eran más susceptibles de ser acusadas de brujería eran las viudas (que no tenían recursos económicos y solían estar solas y sin protección). Para la mentalidad de la época, la mujer era un ser débil y, por tanto, más proclive a ser tentado por el diablo, lo que las hacía víctimas “naturales” de la posesión demoníaca y la brujería.
Sallman apunta tres causas para esta violencia antifemenina: primero, la miseria de la época; segundo, la rigidez sexual de la Reforma; y tercero, el hecho de que la mujer fuera, en general, la depositaria de los conocimientos médicos tradicionales. Examinemos a continuación cada una de estas causas, para entender mejor el fenómeno.
Primero, tenemos la miseria que recorría Europa en el siglo XV. Recordemos que, apenas un siglo antes, la Peste Negra había hecho estragos sobre la población europea. Sobrevino un periodo de crisis económica y social que, por supuesto, exasperó a la población e hizo que se intentara encontrar, como siempre sucede en estos casos , a un “chivo expiatorio”.
En segundo lugar, tenemos que enmarcar la caza de brujas en la Reforma protestante, cuya moral sexual, en reacción a la excesiva permisividad de la Iglesia católica, se había ido radicalizando con el paso del tiempo. Esta rígida moral sexual hacía que cualquier mujer que se alejara del camino marcado (es decir, matrimonio y reproducción), fuera tachada de bruja. Las desviaciones sexuales también eran consideradas demoníacas; recordemos que las brujas eran acusadas, entre otros “crímenes”, de practicar orgías sexuales con el demonio.
Por último, tenemos que la mujer era, principalmente, la depositaria de toda la tradición popular, que las convertía en comadronas y curanderas. Entonces, la gente empezó a decirse: si la mujer puede curar, también puede dañar. De ahí a acusarlas de la práctica de la magia negra había solo un paso.
Existen, sin embargo, otros muchos motivos. Un fenómeno de tal magnitud como la caza de brujas debe tener, por fuerza, un origen complejo. Ya hemos comentado que en el Sacro Imperio se dieron el mayor número de ejecuciones. Y esto es así porque el imperio estaba experimentando una fragmentación política importante (debido, en parte, a la ruptura de la Reforma protestante) que hacía que no existiera un poder central fuerte. De la misma forma, se ha observado que las regiones de Francia donde se dio un mayor número de procesos y ejecuciones por brujería fueron las regiones periféricas, menos cohesionadas con el poder real central y, además, con mayor contacto con la Europa protestante.
Por último, tenemos una causa que no se puede obviar: el pánico. La población europea entró en una espiral de histeria que le hacía ver brujas por todas partes. Cualquier fenómeno que, aparentemente, no tenía explicación (la muerte súbita de un niño, una pandemia que azotaba al pueblo, catástrofes climáticas) se argumentaban en base a la existencia de una o varias personas que, mediante la magia negra, se dedicaban a hacer sufrir a la población. Por descontado, esto conllevó la aparición de los chivatazos; si no sentías simpatía por tu vecino, solo tenías que denunciarlo ante los tribunales. Con decir que lo habías visto de noche en el bosque con velas y en actitud extraña, bastaba para que se le procesara por brujería. Así, la acusación de brujería se convirtió en una manera muy cómoda de sacarse de encima a gente que no convenía.
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Pero ¿qué era, exactamente, una bruja?
Acusar a una persona de brujería comportaba, entre otras, la acusación de entregarse sexualmente al diablo. A través de este pacto sexual, la bruja o el brujo se aliaba con Satanás para destruir el cristianismo y crear un mundo nuevo basado en el culto al demonio. Así, se creía que las brujas y los brujos practicaban la magia negra para dañar a las personas y provocar calamidades que afectaran a la población: desde cambios climáticos para arruinar las cosechas hasta provocar la esterilidad y la impotencia de sus mujeres y maridos. Además, era una creencia extendida que estos brujos y brujas se reunían en ceremonias nocturnas, llamadas sabbat, donde devoraban niños y practicaban una orgía descomunal, entre ellos y con seres demoníacos.
A lo largo de la Edad Moderna proliferaron escritos donde se describía en qué consistían las brujas y cómo identificarlas. Un ejemplo de ello es el famoso Malleus maleficarum o El martillo de las brujas, que escribieron a finales del siglo XV los inquisidores Jacob Sprenger y Heinrich Kramer. Este “manual” de brujería tuvo un gran impacto en la sociedad de la era moderna, hasta el punto de que muchos de los demonólogos de la época se remiten a él. De hecho, en el siglo XVI apareció la figura del cazador de brujas (el witch hunter de las crónicas anglosajonas), un individuo que estaba versado en manuales como el Malleus y sabía “distinguir” a las personas que practicaban la brujería. Este siniestro personaje (curiosamente, siempre varón) rastreaba como un perro de caza cualquier huella significativa e interrogaba a los sospechosos para descubrir si mentían.
En el Malleus, Sprenger y Kramer sientan definitivamente las bases misóginas de la brujería. Porque, si bien es cierto (como ya hemos comentado) que también se procesó a varones, ya hemos visto como la gran mayoría de las ejecutadas fueron mujeres. En el Malleus se plasman las creencias, arrastradas desde la Antigüedad, de que la mujer es un ser mucho más débil que el hombre y, por tanto, más susceptible de ser engañado por el diablo. A parte de esto, existía un miedo innegable hacia la sexualidad femenina, que se vinculaba al diablo, precisamente, por el pavor que provocaba una mujer “no virtuosa” y sexualmente activa.
La bruja es, pues, lasciva y malévola, y usa sus artimañas para trastocar el mundo y otorgar el poder al diablo. Este mensaje se convirtió en un miedo real, que traspasó la sociedad de la época y causó una psicosis sin precedente que arrastró a multitud de personas a la muerte.
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Las últimas brujas
Existe el prejuicio que vincula exclusivamente la caza de brujas al periodo medieval, pero ya hemos visto como esto no es cierto. Porque si bien es verdad que la creencia en la brujería ya existía en la Edad Media, no lo es menos que la gran psicosis que originó la caza de brujas se dio en la época moderna. De hecho, las últimas ejecuciones se dieron nada menos que en el siglo XVIII, el famoso “siglo de las luces”.
Sin embargo, es obligatorio decir que, incluso en la época más oscura de la persecución (esto es, siglos XVI y XVII), se levantaron muchas voces en contra de esta práctica, que consideraban la brujería como una superchería popular. Es el caso de los pastores protestantes Anton Praetorius (1560-1613) y Johann Matthäus Meyfart (1590-1642), que se opusieron rotundamente a la persecución y tortura de las víctimas.
Durante el siglo XVIII los procesos descendieron considerablemente, pero no desaparecieron. El ya citado Michel Porret afirma que la última persona ejecutada por brujería murió en 1793 en el Gran Ducado de Posen (antes de ayer, como se suele decir). A principios del siglo XIX, la creencia en los poderes sobrenaturales de brujos y brujas empezó a remitir.
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