Para empezar a hablar de las diferencias entre artesanía y arte, debemos preguntarnos, primero, de qué época estamos hablando. Porque, aunque pueda parecer asombroso, no siempre se consideró arte a lo que hoy en día consideramos arte, y no siempre se trató como artesanía a lo que actualmente consideramos como tal.
Entonces, ¿cómo distinguir entre artesanía y arte? ¿Qué parámetros podemos aplicar a la hora de distinguir entre ambos conceptos? Y, lo más importante ¿es posible distinguirlos?
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Diferencias entre artesanía y arte: la fina línea entre dos conceptos
El Diccionario de la Real Academia Española define arte como una manifestación de la actividad humana a través de la que se interpreta lo real o lo imaginado. Si tomamos la definición que de artesanía da el mismo diccionario, nos encontramos con que, según la RAE, se trata del arte o la obra que producen los artesanos. De estas definiciones, extraemos dos ideas.
La primera es que, en ambas palabras, encontramos la misma raíz, arte, que a su vez proviene del latín ars, término con pluralidad de significado, pues puede denominar al arte según el concepto que nosotros tenemos, pero también a un talento o a una habilidad; estas dos últimas ideas las encontramos también en el trabajo artesanal.
En segundo lugar, la definición que da la RAE de artesanía incluye la palabra arte, pues se refiere a ella como el arte de los artesanos. Ambos conceptos, por tanto, van irremisiblemente unidos. ¿Cuáles son, pues, las diferencias?
Los artistas fueron también artesanos
El concepto que nosotros tenemos de arte y de los artistas como genios creadores de subjetividad es, en realidad, muy moderno. De hecho, a pesar de que la idea surgió en el Renacimiento, en muchos lugares no acabó de afianzarse hasta bien entrado el siglo XVIII, de la mano de las academias.
En la Edad Media, lo que nosotros llamamos artistas eran meros artesanos. No existía diferencia alguna entre un fabricante de zapatos, un cestero y un pintor. Todos se encontraban incluidos en el gran saco de los trabajos manuales, o sea, los que se realizaban con las manos y (en principio) no con el intelecto.
Este tipo de ocupación, los oficios viles, eran propios de los estamentos inferiores de la estricta jerarquía social. Era impensable que los privilegiados, es decir, la nobleza y el clero, se dedicaran a este tipo de trabajos y, de hecho, no eran pocos los miembros de la aristocracia venidos a menos que preferían vivir apretados económicamente antes que ponerse a trabajar en algún oficio vil.
Quizá la única excepción eran los copistas y los iluminadores de manuscritos, usualmente monjes y monjas que pertenecían, de facto, al estado privilegiado. Su actividad obviamente manual (utilizaban pigmentos y pinceles propios de pintores para ejecutar su obra) era debidamente camuflada de intelectualidad para que pudiera asociarse de forma adecuada a su estatus. Así, los miniaturistas no pintaban, iluminaban textos eruditos, escritos por personajes sabios del pasado. Teníamos aquí la justificación intelectual necesaria para que no fuera un oficio vil.
También por ello es por lo que, en los primeros siglos de la Edad Media, prácticamente todos los artistas que firmaron su obra se dedicaban a la iluminación de manuscritos, un oficio teóricamente intelectual, no manual. Pero ¿qué hay de los pintores de frescos, de los escultores, de los orfebres? No tenemos la firma de ninguno de ellos, igual que tampoco la tenemos de los zapateros, los cesteros y los cordeleros. De hecho, muy a menudo, para citar al autor de una obra medieval se suelen usar términos del tipo una obra del maestro de Cabestany, haciendo referencia a que, a pesar de que ignoramos su nombre exacto, la similitud de técnicas y estética apuntan a que fue realizada por el mismo taller.
Una obra de taller
Vamos a aprovechar que ha aparecido el concepto de taller para puntualizar una idea que consideramos de suma importancia en este debate. Y es la idea del artista como ente individual. De nuevo, se trata de un concepto moderno, hijo del academicismo del siglo XVIII y, especialmente, del XIX.
Con anterioridad a la aparición del concepto de artista como creador intelectual (e incluso durante muchos siglos después) las obras nacían de talleres, no de pinceles o cinceles individuales. Todos los artistas con cierto prestigio poseían un grupo de ayudantes y aprendices que les daban soporte en la creación de los encargos. Recordemos que, como artesanos que todavía eran, su método de trabajo era muy parecido al de un taller artesanal: un maestro que dirigía y enseñaba a todos los aprendices que estaban a su cargo.
Así es como crearon grandes genios como Leonardo o Miguel Ángel, por supuesto. No podemos imaginar a da Vinci solo delante del lienzo, trabajando solo y de forma febril hasta que la obra cobrara mágicamente vida ante sus ojos. No, ese es el artista del XIX, el artista romántico, no el artista de taller del Renacimiento, hijo de los artistas-artesanos medievales. De hecho, esta confusión fruto de conceptos sacados de contexto ha llevado a más de un malentendido.
Por ejemplo, en la cartela de la Gioconda que conserva el Louvre se puede leer que se trata de una obra de Leonardo. Sin embargo, su gemela del Museo del Prado está catalogada como obra de taller. Del taller de Leonardo, por supuesto, pero ¿es que acaso no era también de su taller la Gioconda del Louvre?
Insistimos: antes de la aparición del atormentado artista romántico, creador de la gran subjetividad artística, los artistas trabajan en talleres. De los lienzos de Rubens, probablemente sean de Rubens unas pocas pinceladas, el boceto a lo sumo. El resto, es fruto de las manos de las decenas de ayudantes que trabajaban para él.
Entonces ¿artista o artesano?
Hemos comentado que el concepto de artista como creador intelectual se inicia en el Renacimiento; en concreto, con la publicación del tratado De pictura de León Battista Alberti (1404-1472), donde se reivindica la intelectualización del arte. A partir de entonces, y a diferencia de la época medieval, el artista va a considerarse un trabajador intelectual, y no un mero artesano.
Pero ya hemos visto que, en la práctica, esto no es exactamente así. Rubens y compañía tenían talleres, y trabajaban en ellos con aprendices, al más puro estilo de los gremios artesanos. Por otro lado, hay que recordar que el concepto de artista como intelectual no se propagó con la misma rapidez en todos los lugares de Europa. En el siglo XVII, cuando en Italia la idea estaba ya más o menos asumida, Velázquez todavía bregaba en España para que se reconociera su trabajo como algo más que mera artesanía.
Era necesario aclarar todos los puntos precedentes antes de atacar la pregunta que es la base de nuestro artículo: ¿cuáles son las diferencias entre artesanía y arte? Hablando desde nuestro mundo actual, podríamos decir que el arte está vinculado a la intelectualidad y al prestigio social. Las obras de arte se pagan caras en el mercado, y los nombres de los artistas se dan la mano prácticamente con los dioses. En cambio, los objetos artesanos, a pesar de que pueden suscitar una gran admiración, no poseen esta gloria social que sí poseen las obras artísticas.
Pondremos un ejemplo claro que ilustrará a la perfección lo que decimos. Si llega a nuestras manos un zapato deliciosamente realizado, pero que proviene de un taller artesanal del que no conocemos ni el nombre (y que, además, ha producido varios zapatos en un día) posiblemente hablaríamos de él en términos de artesanía. Por el contrario, si lo que recibimos es un zapato de una de las marcas más famosas del mundo, lo más probable es que no usáramos la palabra artesanía para referirnos a él, sino que hablaríamos de una obra de arte.
A pesar de que la empresa de calzado en cuestión también fabrica en serie (y, lo que es seguro, en mucha mayor cantidad que el taller), el prestigioso nombre nos dará suficientes motivos para no llamarle artesanía.
Porque, ¿acaso hay alguna diferencia entre un artesano que produce zapatos en su modesto taller y un pintor que ejecuta sus obras en un estudio? No, es solamente el prestigio lo que cuenta. Un artesano de zapatos puede poner toda su alma en sus creaciones, mientras que el considerado artista quizá está simplemente realizando un encargo comercial.
El prestigio del artista se empezó a gestar en el Renacimiento, cuando el arte se comenzó a separar de la artesanía. Sin embargo, para un hombre medieval, la pregunta que encabeza nuestro artículo habría sido ridícula.
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