¿Quiénes fueron los Etruscos?

Un apasionante viaje por la cultura etrusca, el pueblo que precedió a Roma.

Etruscos

En Cerveteri, Italia, se ubican los restos de la antigua Caere, una de las ciudades más importantes de los antiguos etruscos. El nombre, de probables raíces semíticas (con quienes los etruscos tenían frecuente contacto) fue modificado posteriormente por los romanos, que pasaron a llamar a la población Caere vetere (Caere vieja), para diferenciarla de la nueva urbanización romana.

En 1836, un equipo de excavación liderado por el general Vincenzo Galassi y el arcipreste de Cerveteri, Alessandro Regolini, halló una tumba colosal que guardaba los restos de una mujer muy rica que había sido inhumada, así como las cenizas de un segundo individuo; en este caso, un hombre. El descubrimiento fue un hito importante en el estudio de la cultura etrusca, un pueblo tan enigmático como fascinante.

¿Quiénes eran los etruscos? ¿De dónde provenían? ¿Podrá descifrarse algún día su extraña lengua? Actualmente, todas estas preguntas siguen estando rodeadas de oscuridad. En el artículo de hoy, intentamos adentrarnos en esta misteriosa cultura que se adueñó del centro de Italia y que fue definitivamente sustituida por Roma, a la que influyó enormemente.

¿Quiénes eran los etruscos?

A pesar de las innumerables investigaciones que se han hecho y de las diversas fuentes clásicas que nos hablan de ellos, la antigua civilización etrusca sigue siendo un misterio. ¿De dónde venían? Su lengua, todavía hermética, no parece estar emparentada con ninguna de las otras de la península italiana que existían en aquel momento. Más bien parece proceder de un tronco común con las antiguas lenguas de Anatolia, lo que arroja cierta luz acerca de la procedencia de los etruscos.

¿Autóctonos o extranjeros?

Si es cierto que la lengua que hablaban estos antiguos etruscos está emparentada con las lenguas de Anatolia, es más que probable que los primeros etruscos vinieran de Oriente Próximo. Heródoto, el insigne historiador griego, sostiene que procedían de Lidia, en la actual Turquía, y que un grupo emigró hacia Occidente y se instaló en Italia. Según la leyenda, en este éxodo los acompañó Tarconte, el mítico fundador de la ciudad etrusca de Tarquinia.

Otros historiadores comparten la teoría “extranjera” de Heródoto. Helárico de Lesbos los emparenta con los pelasgos, un pueblo que habitaba Anatolia durante la época de la guerra de Troya. Por último, existen autores clásicos que sostienen que los etruscos eran, en realidad, autóctonos de la península itálica.

¿Cuál es la verdad? No lo sabemos. Incluso ahora, la civilización etrusca sigue siendo un auténtico misterio para los investigadores. En parte, esto se debe a que, a diferencia de la mayoría de los pueblos de la antigüedad, la lengua de los etruscos sigue sin ser descifrada. Los expertos ansían encontrar una “piedra Rosetta” etrusca que permita comparar un texto de este pueblo con otras lenguas, tal y como sucedió con el sonado hallazgo de Champollion, que permitió por fin conocer qué y cómo hablaban los egipcios. Por el momento, sin embargo, no ha sido así.

Por supuesto, se conocen varios textos etruscos, hallados en diversos yacimientos. El alfabeto en que están escritos es claramente reconocible, pues se trata del antiguo alfabeto griego occidental (lo que atestigua, una vez más, su intenso contacto con los pueblos helenos). Sin embargo, a pesar de que las palabras pueden ser leídas, se desconoce su significado.

La Liga etrusca, la gran confederación itálica

Sea cual sea su origen, encontramos ya rastro de los primeros etruscos afincados en Italia en el siglo XII a.C. Habitaban poblados sencillos pero fortificados, con viviendas de madera, y explotaban desde antiguo las numerosas minas que se encontraban esparcidas por el centro de la península.

De hecho, el auge de este pueblo vino a través de la explotación de cobre, plomo, hierro y estaño, con los que fabricaban preciados objetos que más tarde servían como producto de lujo con el que comerciar. Así, poco a poco, se fue estableciendo en las ciudades etruscas una potente élite, que amasaba grandes riquezas y que llevaba las riendas de la política, tanto interior como exterior.

¿Cómo estaba organizada esta fascinante civilización? Sabemos que existían una serie de ciudades fuertes e independientes que estaban ligadas entre ellas por una especie de confederación. Algunas de las más importantes eran Tarquinia y la ya mencionada Caere (Cerveteri), donde esta aristocracia dejó importantes tumbas y túmulos con suntuosos ajuares funerarios, que atestiguan la enorme riqueza que atesoraron.

Un banquete en honor a los muertos

La mayor parte de la información que conocemos sobre esta civilización la hemos extraído de sus rituales y su arte funerario. Desde los espectaculares túmulos funerarios de la primera etapa hasta las tumbas inspiradas en la cultura helena de los últimos siglos; el pueblo etrusco fue, sin duda, una cultura entregada a la religión y muy vinculada a sus muertos.

Sabemos que la preparación de los ritos relacionados con la muerte era compleja y sofisticada, y que incluía banquetes ostentosos en honor a los fallecidos, que se daban en las mismas tumbas, en unas cámaras reservadas para ello. Por ejemplo, en la citada tumba de Regolini-Galassi, en la Necrópolis del Sorbo (Cerveteri), el túmulo tiene un diámetro de 48 m., y un largo dromos (antecámara) conducía a la cámara mortuoria, donde se hallaba el cuerpo de Larthia, una princesa etrusca.

Sabemos por las inscripciones halladas en una de las páteras del ajuar funerario que la mujer pertenecía a los Velthus, una rica gens aristocrática de la zona. En concordancia con el estatus de la finada, la cámara principal que alberga el cuerpo estaba repleta de tesoros. El propio cuerpo de Larthia se encontró cubierto de láminas de oro y profusas joyas, que atestiguan el refinado arte orfebre de los etruscos, de clara influencia oriental. En las dos cámaras anejas se han hallado pruebas de que, tras el ritual de enterramiento (y antes de sellar la tumba), se practicó el tradicional banquete funerario.

Tras el banquete, la cámara mortuoria fue sellada, y se ubicó un tabique con una pequeña ventana a través de la cual se podían observar las riquezas que acompañaban a la difunta al más allá. Como curiosidad, entre los objetos del ajuar de Larthia se hallaron unas estatuillas que representaban a las plañideras de su funeral, con el posible objetivo de que lloraran a la princesa para toda la eternidad.

En los ritos funerarios de los antiguos etruscos se mezclaba el llanto con la fiesta. Las mencionadas plañideras estaban presentes durante la vela del cuerpo (que se untaba con perfume y aceites y se dejaba en la casa unos días para ser honrado y despedido) y durante la ceremonia, pero, al mismo tiempo, se ejecutaba la más bella y refinada música y se celebraban aparatosos banquetes en honor del muerto.

Influencias clásicas

El estrato original de la cultura etrusca queda velado por la enorme influencia que recibió de sus vecinos helenos y de sus conquistadores romanos, aunque esta influencia fue absolutamente bidireccional. Los últimos reyes romanos, por ejemplo, fueron de origen etrusco, y podemos vislumbrar constantes intercambios culturales entre ambos pueblos.

En uno de los ámbitos donde se muestra más claramente la influencia helena es en el arte. Las esculturas etruscas de los siglos VII y VI a.C. rescatan la tipología de la estatuaria griega de la época: ojos almendrados, cabello resuelto geométricamente y esa enigmática sonrisa que se ha venido llamando tradicionalmente “sonrisa etrusca” (y que también encontramos en los kouroi y las korai del periodo arcaico griego).

Un hermoso ejemplo es el Sarcófago de los esposos, procedente de la Necrópolis de Cerveteri. Encima de un lujoso diván griego (el kliné), un hombre y una mujer están tendidos y conversan animadamente. Ella vierte unas gotas de perfume en la mano de él, mientras que el esposo se apoya sobre un odre de vino. Tenemos aquí dos de los elementos característicos e indispensables de los banquetes etruscos: el perfume y el vino, un reflejo fiel de que hedonismo y muerte no estaban reñidos en esta cultura.

Otro de los ámbitos en los que se aprecia una clara influencia helena (y, posteriormente, romana) es en el panteón. Si bien los etruscos poseían uno propio (que constaba, básicamente, de unas fuerzas superiores, denominadas dii involuti, y unos dioses menores que se encargaban de hacer llegar a los humanos los mensajes de aquellas (los dii consents), con el pasar de los siglos estos dioses menores adquirieron características de los dioses griegos y, además, se empezaron a representar plásticamente con su aspecto.

Así, el dios principal de los dii consents etruscos era Tinia, identificado más tarde con Zeus; Aplu, que tenía origen acadio, fue asimilado con Apolo, y Menrva (la raíz de la Minerva romana) se identificó con Atenea. Los sacerdotes tenían un papel importantísimo, pues eran los encargados de interpretar las señales de estos dioses. Por ejemplo, Tinia-Zeus podía lanzar tres tipos de rayos, que la casta sacerdotal debía entender debidamente, pues cada uno de ellos poseía un significado.

El fin de la cultura etrusca

Tras el predominio de Tarquinia en el siglo VII a.C., en el siglo siguiente le llega el turno a Caere, que ejerce la preeminencia sobre la confederación etrusca durante aproximadamente un siglo. Luego toman el relevo ciudades como Vulci (donde existían notables talleres de escultura en bronce y piedra) y Veyes, donde triunfa la escultura en terracota.

Si bien al principio fueron las ciudades etruscas las que ejercieron el dominio sobre la todavía débil Roma, a finales del siglo V a.C. las tornas han cambiado. A partir de entonces, serán los romanos los que empiecen su expansión por la península itálica, y someterán a su paso a sabinos, umbros, ligures y, por supuesto, a los etruscos. Sin embargo, también asimilarán parte de sus culturas, y muchos elementos de estos pueblos antiguos sobrevivirán a través de la civilización romana.

  • VV.AA. (2017), Tarquinia y Cerveteri, dentro de la colección Arqueología de National Geographic, RBA Editores
  • Haynes, S. (2005). Etruscan Civilization: A Cultural History, Getty Publications Bonfante, L., y Swaddling, J. (2009), Mitos etruscos, colección El pasado legendario, ed. Akal

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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