Roma, 1810. En el abandonado monasterio de San Isidoro se ha reunido un grupo de artistas conocido como Hermandad de San Lucas. Provienen del norte de Europa y lucen larguísimas barbas y vestidos un tanto desaliñados, que hacen que los paisanos les empiecen a llamar I nazareni (los nazarenos). Estos pintores se entregan a una vida humilde, dedicada por entero a la religión y al arte.
Los nazarenos fueron uno de los primeros movimientos cohesionados de protesta contra el arte academicista oficial. Enmarcados en la corriente general del Sturm und Drang germano y, por tanto, del Prerromanticismo, fueron el claro precedente de la Hermandad Prerrafaelita que, a mediados del siglo XIX, recuperó sus postulados artísticos.
En el artículo de hoy realizaremos un recorrido por el origen y la obra de este grupo de pintores, tristemente olvidado en la actualidad y que, sin embargo, tanto supuso para la historia del arte.
Los nazarenos o la Hermandad de San Lucas: el origen de un nombre
Los habitantes de Roma los llamaban nazarenos, nombre con el que han pasado a la historia. Sin embargo, ellos se autodenominaron siempre Hermandad de San Lucas, en alusión al santo evangelista que, según la tradición, realizó un retrato de la Virgen, por lo que ha sido considerado siempre el patrón de los pintores.
La denominación no sólo estaba relacionada con este aspecto. Los nazarenos pretendían, ante todo, recuperar la religiosidad medieval que, según ellos, se había perdido con el auge de la pintura académica del siglo XVII y, sobre todo, del XVIII. Este espíritu religioso era, en realidad, de una modernidad asombrosa en la época, puesto que entrañaba una reacción contundente contra las normas artísticas y culturales imperantes. Es por ello por lo que se ha venido considerando la Hermandad de San Lucas como una de las primeras contracorrientes artísticas; si los nazarenos hubieran vivido en el siglo XX, sin duda se habrían clasificado entre las primeras vanguardias.
La búsqueda de la espiritualidad perdida
Como siempre, para entender un movimiento artístico debemos situarnos en el contexto social e histórico. Nos encontramos a principios del siglo XIX. El academicismo triunfa en los países meridionales, especialmente en Francia, donde Napoleón utiliza el majestuoso Neoclasicismo como vehículo para la expresión de su poder y su grandeza. Este lenguaje, que se inspira directamente en los modelos clásicos (especialmente, en los de la Antigua Roma) es ideal para plasmar el lenguaje marcial y austero de la nueva Francia.
Pero en el norte de Europa las cosas son diferentes. Los países germanos nunca han tenido una romanización tan profunda, por lo que su identificación con el Neoclasicismo es escasa. Por el contrario, ya desde el siglo XVIII empieza a eclosionar en los territorios de la actual Alemania un profundo sentimiento anti-academicista y profundamente nacionalista, que se traduce en el movimiento del Sturm und Drang.
Este movimiento, englobado en la genérica nomenclatura de prerromanticismo, es la semilla de donde florecerá la hermandad de los nazarenos. Con el Sturm und Drang, este grupo de artistas comparte los ideales de retorno a una supuesta “pureza” original, que sólo puede hallarse en el pasado medieval.
De cualquier manera, existen diferencias claras entre la estética de la Hermandad de San Lucas y los artistas prerrománticos alemanes. Mientras que estos últimos se ven influidos por una evidente corriente nacionalista, los nazarenos huyen de cualquier grandilocuencia y prefieren un retorno a la sencillez y humildad cristianas primitivas.
La Edad Media como fuente constante de inspiración
Para ello, no sólo se fijan en modelos germanos del XV (como, por ejemplo, Alberto Durero). De hecho, su principal objetivo es el arte italiano anterior al Cinquecento: Fra Angelico, Il Perugino, el primer Rafael. La adoración al arte de antes de la aparición del academicismo es profunda y casi obsesiva. Los nazarenos ven en la Edad Media un mundo primitivo y verdadero, donde no primaba la forma de representación, sino el significado espiritual de lo creado. En parte, tenían razón, pero, como siempre, en su filosofía existe cierta dosis de idealización.
Es cierto e indiscutible que el arte medieval no busca perfecciones formales. Lo realmente importante es qué se representa; las creaciones artísticas buscan, pues, la expresión genuina y directa de un mensaje, generalmente religioso, y esto es lo que fascina a los nazarenos. A principios del siglo XIX, el arte se ha “corrompido” y se ha vendido a la forma. En consecuencia, para estos artistas es menester recuperar el espíritu sencillo del artesano medieval que, a su juicio, no posee el ego ni la personalidad que caracteriza al artista moderno, y crea sólo en base a este impulso espiritual genuino.
Bien, está claro que la visión nazarena era a todas luces exagerada. Porque, a diferencia de lo que ellos creían, el artesano medieval no creaba mediante un impulso religioso, sino bajo las directrices de los comitentes que le encargaban la obra. Su trabajo era, en última instancia, un trabajo por encargo, como podía ser el trabajo de un zapatero o de un cestero. Por tanto, a pesar de que, lógicamente, los artistas podían imbuir su obra de cierta originalidad, no debemos olvidar que el arte en la Edad Media era una simple tarea manual como cualquier otra.
Los miembros de la Hermandad de San Lucas, en cambio, ven a estos artesanos como “niños”, en el sentido más puro de la palabra. A sus ojos, el artista medieval representa un mundo en el que el sentir humano no está todavía corrompido, y por ello toman estos modelos para su inspiración. En este sentido, están muy lejos de la idea de Giorgio Vasari, que sostenía que la infancia representaba la “torpeza” creativa, y la adultez, su sublimación.
Los grandes protagonistas del movimiento artístico
El 10 de julio de 1809, dos jóvenes estudiantes de la Academia de Bellas Artes de Viena fundan la Hermandad de San Lucas, la Lukasbund. Se trata de Friedrich Overbeck (1789-1869) y su compañero Franz Pförr (1788-1812), que se convertirán en los primeros líderes y en el alma del movimiento. Los dos se sentían bastante hastiados del ambiente neoclásico que reinaba en la academia, y juraron recuperar el “arte verdadero” a través de una lucha constante contra los preceptos academicistas.
Fue Overbeck el que diseñó el que sería el emblema de la hermandad y que debería figurar en todos los cuadros que produjeran sus miembros, en la parte trasera del lienzo. En el emblema aparecían, entre otros elementos, las iniciales de los primeros componentes de la hermandad, que, además de los fundadores, comprendía también a los pintores Ludwig Vogel (1788-1879), Johann Konrad Hottinger (1788-1827), Joseph Wintergerst (1783-1867) y Joseph Sutter (1781-1866). Un detalle que nos recuerda inevitablemente a los prerrafaelitas, sus herederos más directos, que firmaban todos sus cuadros con las iniciales PRB (Pre Raphaelite Brotherhood).
La obra de Overbeck es el resumen perfecto de los ideales que mueven a los nazarenos. Algunas de sus obras son tan fieles al estilo del primer Rafael que bien podrían confundirse con una obra del maestro renacentista: por ejemplo, la extraordinaria María e Isabel con Jesús y Bautista niños, ejecutada en 1825 y que retrotrae irremediablemente a las madonnas rafaelitas.
Algo parecido sucede con la Anunciación de otro de los miembros del grupo, Julius Schnorr von Carosfeld (1794-1872), pintada en 1820 y que representa la escena bíblica al más puro estilo quattrocentista.
A grandes rasgos, los nazarenos prescinden de la perspectiva y de cualquier aspecto formal que esté basado en preceptos académicos. Prefieren la luz uniforme y huyen del claroscuro, a pesar de que muchas de sus composiciones están también inspiradas en los modelos barrocos. Por otro lado, muestran una especial predilección por temas de inspiración bíblica, escenas medievales y hacia técnicas que ya estaban en desuso en aquella época, como el fresco. De hecho, una de sus obras más famosas son los impresionantes frescos que el grupo realiza para la llamada Casa Bartholdy de Roma.
Overbeck y sus compañeros se trasladan a Roma en 1810 y se instalan en el monasterio de San Isidoro, dispuestos a vivir una existencia casi monacal. Es entonces, como ya hemos comentado, cuando se les empieza a conocer como “nazarenos”, aunque ellos nunca abandonaron el apelativo de Hermandad de San Lucas. Ya en Roma se une al grupo el otro gran pintor nazareno, Peter von Cornelius (1783-1867), interesado especialmente en la pintura mural al fresco, prácticamente olvidada en aquellos años.
El final de la hermandad y su influencia en el arte
En 1812, la prematura muerte de Franz Pförr a los veinticuatro años es un duro golpe para la hermandad, especialmente para Friedrich Overbeck, que se sume en una especie de depresión que le hace aferrarse como nunca a la religiosidad. Su inquietud religiosa es tal que se acaba convirtiendo al catolicismo (él era protestante), pues cree ver en él la verdadera esencia de la cristiandad primitiva.
De hecho, Overbeck fue el único de los nazarenos que permaneció en Roma, viviendo su existencia de forma prácticamente monacal hasta el año de su muerte, y nunca abandonó su estilo religioso inspirado en los maestros medievales. Los demás miembros pronto empezaron a emprender caminos por separado; en la década de 1830, el movimiento nazareno estaba ya finito.
A pesar de ello, tendría resonancias claras en los pintores posteriores, especialmente en la Hermandad Prerrafaelita, que a mediados de siglo XIX retomaron prácticamente todos sus ideales. En el ámbito hispano, los nazarenos tuvieron especial influencia en el llamado “nazarenismo catalán”, que hacia 1840 recuperaba el pasado medieval idealizado de Cataluña y cuyo máximo representante es Claudio Lorenzale Sugrañés (1815-1889). Lorenzale viaja a Roma en 1837 y allí establece contacto con Overbeck que, como ya hemos dicho, residió en la ciudad italiana hasta su muerte.
Por supuesto, la influencia de los nazarenos también se aprecia en los simbolistas y en los pintores naifs de finales de siglo. En aquellos años el realismo y el academicismo estaban lanzando su canto de cisne. Pronto llegarían las vanguardias, que acabarían por trastocar los cimientos del “arte oficial”. Sin embargo, no está de más recordar que, cien años antes, un grupo de artistas vieneses ya elevaron su voz contra la academia y propusieron un arte mucho más puro y conectado con la realidad humana.