Si preguntamos al lector cuáles creen que son las primeras obras de ciencia ficción, probablemente nos responderá con alguna novela de Jules Verne (1828-1905), considerado el auténtico padre del género. Pero, si bien es cierto que se trata por supuesto de uno de los mayores autores en este sentido, no es exacto considerarlo el fundador, pues existieron numerosos escritores que, antes que él, ya imaginaron mundos fantásticos y aparentemente inaccesibles.
Y es que, en realidad, el germen de la ciencia ficción hemos de buscarlo en las manifestaciones románticas de finales del siglo XVIII, un momento en el que convergen los avances científicos propulsados por la Ilustración y las inquietudes existenciales del primer Romanticismo. Una convergencia de factores que tendrá uno de sus mayores frutos en el Frankenstein de Mary Shelley (1816), la verdadera obra fundacional del género. Acompáñanos en un viaje fascinante, donde descubriremos los primeros indicios de ciencia ficción de la historia de la literatura y cómo evolucionaron hasta lo que hoy en día conocemos.
¿Cómo influyó el relato romántico en la ciencia ficción?
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que sin el movimiento romántico habría sido difícil que se desarrollara más tarde lo que se denomina ciencia ficción. A primera vista, puede que la relación resulte difícil de ver, pero lo cierto es que ahí está, y la prueba es que todos los grandes autores de relatos de proto ciencia ficción están adscritos al Romanticismo o las corrientes deudoras de este.
Definamos la ciencia ficción
Pero empecemos definiendo escuetamente qué es la ciencia ficción. Podemos considerar este género (Science Fiction, en inglés) como el que narra una serie de hechos que acontecen en situaciones y marcos imaginarios y absolutamente hipotéticos. Está muy ligado, como podemos ver, con el género fantástico, pero lo que realmente da personalidad a la ciencia ficción es el uso de teorías y descubrimientos científicos sobre el que construye el argumento.
El término fue acuñado en 1926 por Hugo Gernsback (1884-1967), quien ha dado nombre, por cierto, a los Premios Hugo, los galardones más prestigiosos del género. Gernsback fue un afamado creador de ciencia ficción, y empleó la denominación por primera vez en la revista Amazing Stories, una exitosa publicación americana de lo que se llamaba entonces “viajes fantásticos”. Por supuesto, este tipo de revistas fueron las pioneras del género de publicaciones pulp, muy comunes en las décadas de 1920 y 1930, en las que participaron escritores tan ilustres como H.P Lovecraft, del que hablaremos más adelante.
Claros antecedentes
Mucho antes de la aparición de las primeras narraciones “canónicas” de ciencia ficción, surgen historias que muchos han denominado de proto ciencia ficción, pues ya encontramos en ellas lo que más tarde serán las principales características del género. Hablamos, por ejemplo, del original relato El año 2440, escrito en la lejana fecha de 1771 por Louis-Sebastién Mercier (1740-1814). El título ya es bastante explícito; se trata de un cuento ambientado en el año 2440, claro antecedente de otros títulos significativos de “avance temporal” como la famosísima película 2001: odisea en el espacio, de Stanley Kubrick.
En realidad, ¿podemos considerar El año 2440 como proto ciencia ficción, o un relato plenamente adscrito al género? Como siempre, el problema radica en lo prematuro de la fecha. Porque, en realidad, el relato de Mercier tiene todos los ingredientes para considerarse un cuento de ciencia ficción de pro: el protagonista, tras una fiesta con un amigo, se duerme profundamente, para despertarse a la mañana siguiente en el año 2440 y descubrir una sociedad en la que se han acortado las diferencias sociales. Por su carácter revolucionario, la obra se llegó a prohibir en países como Francia o España.
El año 2440 está evidentemente influida por el pensamiento ilustrado de la época, que más tarde dio lugar a cambios tan significativos como la Revolución Francesa. También tiene ecos de la revolución científica, que ya había tenido su influencia en relatos tan tempranos como Somnium, de Johannes Kepler, escrito en 1634 y en el que el protagonista viaja… ¡A la luna! Sí, más de doscientos años antes que los personajes de Verne, y casi trescientos años antes que la famosa película de Méliès. Como vemos, nada nuevo bajo el sol.
Terror, imaginación y ensueño
Pero volvamos al inicio del artículo: ¿qué tienen en común Romanticismo y ciencia-ficción? ¿En qué se influenciaron mutuamente? Si algo característico tienen este tipo de relatos son la alta carga imaginativa que poseen, así como la recreación de escenarios fantásticos y, a menudo, terribles. Sin embargo, esto también es típico en la llamada “narrativa gótica”, el género por excelencia del primer Romanticismo, que empezó a poner su atención en ambientes lóbregos y extraños, a menudo habitados por seres absolutamente inverosímiles.
Uno de los mayores creadores de relato “gótico” fue, por supuesto, Edgar Allan Poe (1809-1849), cuyos Cuentos de lo grotesco y lo arabesco, publicados en 1840, asientan las bases del género de terror romántico, que más tarde retomarán escritores “posrománticos” como Lovecraft. Pero los cuentos de Poe no sólo hablan de fantasmas y sucesos extraños; también nos permiten adentrarnos en escenarios fantásticos que son un claro precedente de la ciencia ficción moderna.
Hablamos, por ejemplo, del cuento La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall (1835), que vuelve a hablarnos de un hombre que viaja a la luna, en este caso, a bordo de un globo aerostático construido por él mismo. Su intención no es tanto científica como personal, pues su único deseo es escapar de sus acreedores. Igualmente significativos son Revelación mesmérica (1844), relato que recupera las teorías mesméricas, según las cuales existe un fluido que da vida al ser humano y cuya recuperación puede devolver la vida a los muertos, y Un descenso al Maelström (1841), en el que un marinero cae prisionero de un enorme remolino de agua en el que ve cosas fantásticas.
Estos relatos de terror “gótico”, principal vehículo de expresión de la imaginación romántica, habían empezado sin embargo mucho antes, a finales del siglo XVIII. Se considera que la obra fundadora de este género es El castillo de Otranto, de Horace Walpole, publicada en una fecha tan temprana como 1764 y que narra una historia ambientada en un lúgubre y misterioso castillo. El mismo Walpole añadió el subtítulo de Una historia gótica a su novela, poniendo de relieve el carácter “medieval” del relato, la época por excelencia de los románticos para ambientar sus ensoñaciones.
El peligro de la ciencia
Queda claro, pues, que el relato de ciencia ficción es heredero del relato de terror “gótico”, al menos, en su enfoque en escenarios fantásticos y fuera de lo común. Pero todavía faltaba un ingrediente más para dar forma al cuento “canónico” de ciencia ficción, y este no es otro que la conciencia del peligro que entrañaban los avances de la ciencia, una ciencia que, por otro lado, había gozado de una aceptación sin precedentes en los dos siglos anteriores.
La mentalidad romántica, escéptica en cuanto al progreso humano, ve con cierto temor los avances en materia científica, especialmente en lo que atañe a la naturaleza del ser humano. La ya citada novela de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, marca un hito en este sentido, pues su argumento gira alrededor de un científico (el doctor Frankenstein) que juega a ser Dios y “crea” una criatura humana a partir de varios fragmentos. Se trata de un interrogante sin precedentes acerca del sentido ético que entraña la capacidad del ser humano de crear vida artificialmente, una cuestión que, como vemos, resulta sorprendentemente actual.
Para que nos hagamos una idea del éxito rotundo de la novela de Shelley y la importancia que supuso en el surgimiento de la ciencia ficción, debemos tener en cuenta que fue creada durante una estancia en Suiza, que ella y su marido compartían con otros ilustres escritores como Lord Byron (1788-1824) y John William Polidori (1795-1821). Debido al mal tiempo, Byron sugirió a sus compañeros que escribieran relatos de terror para distraerse. Esa noche de tormenta nacieron, por un lado, El vampiro, de Polidori, y Frankenstein, de Mary Shelley. De todos los relatos que se escribieron, sólo el de Mary pasó a la posteridad.
La ciencia ficción y las revistas pulp
Si existe un autor que resuma en su obra la herencia del terror romántico con los viajes a otros mundos característicos del género de ciencia ficción es H.P Lovecraft (1890-1937), del que hemos hablado ya en la introducción y que se erige como el gran maestro en esta cuestión. Lovecraft creó su propia cosmogonía, de la que es característica su obra maestra, En las montañas de la locura (1931).
El texto difiere del anterior corpus lovecraftiano por su extensión, ya que se trata de una novela corta. Es precisamente por ello por lo que fue rechazada por el editor de la revista pulp Weird Tales, que llevaba algún tiempo publicando relatos del escritor. En las montañas de la locura habla de una expedición a la Antártida que encuentra indicios de una civilización no humana, y cuyo argumento se inspiró en La narración de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe. Precisamente, Lovecraft nunca ocultó cuánto debía su creación al genio de Boston, al que consideró su más importante modelo.
Quizá sea necesario hacer una pequeña reseña al lector sobre lo que eran las revistas pulp americanas, el principal vehículo de los relatos de ciencia ficción a principios de siglo XX y desde donde este género se catapultó a la fama. Se trataba de publicaciones bastante baratas y de baja calidad (pulp hace referencia al papel de pulpa que se usaba de soporte), pensadas para el consumo del gran público, que incluían relatos fantásticos y de terror. De este término procede, a su vez, el de pulp fiction, es decir, una historia cuya calidad se considera ínfima.
A pesar de su escasa calidad material y a la fama de publicaciones inferiores, muchos de los grandes autores de ciencia ficción trabajaron para estas revistas. Ya hemos citado a Lovecraft, pero también podemos añadir a Arthur Conan Doyle (1859-1930), el creador de Sherlock Holmes, o H.G. Wells (1866-1946), el famoso autor de La guerra de los mundos.