Muchos padres se preocupan por la capacidad de atención de sus hijos ya a tempranas edades. A la mínima que ven que no son constantes escuchando a papá cuando les cuenta un cuento, jugando un juguete o haciendo los deberes, muchos padres y madres se ponen en la peor situación, temiendo que su hijo pueda tener TDAH o algo así.
Podría ser que sí, que el niño tuviera algún problema de concentración, sin embargo en la mayoría de los casos el problema está en que sus padres no saben a qué edad adquirimos la capacidad de mantener la atención, viendo con ojos de adultos el desarrollo de sus hijos, que no dejan de ser niños y como todos su atención es más bien reducida.
Por fortuna, esto cambiará a medida que el niño vaya creciendo, pasando a poder estar concentrado por más tiempo, tanto en tareas que le divierten como aquellas en las que tiene que prestar atención voluntaria, como deberes o estar en clase. Veámoslo.
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¿A qué edad adquirimos la capacidad de mantener la atención?
La atención es una función ejecutiva que va perfeccionándose y desarrollándose a medida que crecemos. Esto es debido a que a medida que vamos madurando también lo hace nuestro cerebro, en concreto la corteza prefrontal, región cerebral en donde se ubican las funciones ejecutivas. Por este motivo, el grado de concentración de un niño pequeño y el de un adulto son bien distintos: no podemos esperar de un cerebro inmaduro las mismas funciones que uno ya plenamente desarrollado.
Al hablar de atención, al margen de la edad, podemos hablar de dos tipos: la involuntaria y la voluntaria. La involuntaria es la que mostramos cuando estamos haciendo una actividad que nos gusta, que nos despierta un interés que no es para nada forzado, mientras que la voluntaria es aquella en la que tenemos que poner de nuestra parte, enfocarnos en una tarea que puede sernos más o menos desagradable y en la que se requiere cierto esfuerzo cognitivo.
La atención en la infancia funciona de la misma forma, solo que prima la atención involuntaria. Es decir, los niños se concentran mejor y más tiempo en aquellas tareas que les resultan divertidas o atractivas, como lo son los juegos, ver la televisión o que les lean un cuento. Pueden mostrar atención voluntaria, es decir, forzar su concentración, pero es más bien anecdótica. Les cuesta hacer ese esfuerzo cognitivo para prestar atención en aquellas actividades que les parecen monótonas, aburridas y pesadas.
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¿Cómo progresa la atención?
Se ha visto que entre los 0 y 3 años los bebés se concentran en tareas que les atraigan y diviertan, aunque en realidad cualquier otra actividad puede llamar su atención. Cabe decir que, igualmente, pierden el interés bastante rápido en todas las cosas que hacen, tanto aquellas que les gustan como aquellas que no. Así pues, a la mínima que se les presente un estímulo mínimamente distractor dejarán aquello en lo que están haciendo y pasarán a otra. No lo pueden controlar, está en su naturaleza, no hay de qué preocuparse.
Un caso experimental en el que se abordó esto lo tenemos en el estudio de Bashinski del 1985, quien cogió a bebés de 4 meses y los dividió en dos grupos de igual tamaño. El experimento consistía en ponerlos sobre el regazo de sus padres y enseñarles estímulos visuales, en concreto un tablero de ajedrez. Al grupo 1 se les enseñó un tablero 4x4; mientras que al 2 uno 12x12, con muchos más cuadrados.
Los bebés del grupo 2, con el tablero más complejo, se fijaban más que los del 1, ahora, no estaríamos hablando de atención sostenida. Simplemente los bebés se fijaban durante más tiempo en un estímulo más complejo y llamativo, siendo en este caso el tablero de ajedrez 12x12. No se trata de una atención ni voluntaria ni consciente, solo que, como este segundo estímulo es más llamativo, les sorprende más.
Entre los 2 y los 4 años la atención voluntaria va fortaleciéndose y es aquí donde podríamos empezar a hablar de que los infantes pueden mantener la atención. Pueden prestar atención por más tiempo sostenido, incluso en aquellas cosas que no les gustan. Es una actividad cognitivamente exigente que requiere invertir bastante energía y disponer de una estructura neurológica mínimamente desarrollada, concretamente la corteza prefrontal. A estas edades la atención, al igual que los propios niños, va todavía en pañales.
A medida que crecemos la atención se va volviendo más estable. Esto se nota sobre todo a partir de los 3-4 años, puesto que los niños y niñas pueden jugar a un mismo juego durante cerca de 30 minutos y, si les gusta mucho, pueden llegar hasta los 50. En mayores, entre los 5 y 6 años, el juego puede durar hasta casi hora y media. Cabe destacar, igualmente, que estamos hablando de actividades placenteras, puesto que aquellas que no lo son tanto como estar en clase la concentración dura menos, aunque también incrementa con la edad.
De acuerdo con varios estudios y lo observado por psicólogos infantiles, psicopedagogos, educadores infantiles y demás profesionales que trabajan en la infancia, podemos ver que la concentración, esto es, la capacidad de mantener la atención sostenida, va incrementándose a medida que se va creciendo. A continuación veremos el tiempo de concentración esperado para cada edad durante la infancia:
- 4 meses a 1 año: 3 a 5 minutos
- 2 años: 4 a 10 minutos
- 3 años: 6 a 15 minutos
- 4 años: 8 a 20 minutos
- 5 años: 10 a 25 minutos
- 6 años: 12 a 30 minutos
- 7 años: 14 a 35 minutos
- 8 años: 16 a 40 minutos
- 9 años: 18 a 45 minutos
- 10 años: 20 a 50 minutos
Cabe destacar que estos valores no son cerrados, sino una simple orientación. La atención es una función humana que presenta diferencias individuales, tanto en adultos como en niños, con lo cual, pueden haber niños que se concentren más y otros que se concentren menos de lo esperado para sus edades. Si bien no son indicativo ni de trastorno del aprendizaje ni tampoco de superdotación o algo por el estilo, estos valores pueden servir como referencia para decidir acudir a un profesional y ver si nuestro hijo tiene un problema.
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Aplicaciones de este conocimiento
Todo esto debería servir de ayuda para muchos de esos padres que, no pudiéndose desligarse de la preocupación propia de su rol de progenitores, están muy pendientes de sus hijos y a veces, a la más mínima, exageran las cosas. Si ven que sus hijos no aguantan más de diez minutos leyendo empiezan a pensar que podría haber un problema y si, además, los ven jugando a algo que aparentemente les gusta pero en nada se cansan, a estos padres se les ponen los pelos de punta: “pero, si le gusta ¿cómo es que no es capaz de seguir jugando? ¿qué problema hay?”
De hecho, uno de los problemas que muchos padres creen que sus hijos tienen nada más entrar en la consulta de un psicólogo es TDAH. No saben cuáles son los criterios diagnósticos, ni tampoco cómo evaluarlo, simplemente tienen la creencia de que sus hijos tienen TDAH por el simple hecho de que ven que se despistan haciendo lo que están haciendo, sin caer en la cuenta de que son niños. ¿Cómo no se van a despistar? Su cerebro todavía no está preparado para concentrarse en un estímulo por largo tiempo.
Debemos entender que la naturaleza de los niños es muy distinta a la de los adultos y que no se les puede estudiar bajo nuestra óptica adulta, mucho menos siendo sus padres. Por ejemplo, con 3 años no podemos esperar que un niño vaya a estar tanto tiempo concentrado como un adulto lo hace. Si vemos que es un niño movidito no deberíamos pensar que es hiperactivo, despistado e inatento sin más, simplemente que es eso, un niño, está en su naturaleza ser así.
Pero la realidad es que muchos padres, especialmente los tipo “helicóptero”, fuerzan a sus hijos mantenerse concentrados más de lo que es neurológicamente posible. Un adulto, que puede estar concentrado unos 50 minutos seguidos, cree que también lo hará un niño, pero no es así. Antes de los 10 años es prácticamente imposible encontrar a un niño que pueda estar tanto tiempo concentrado como sus padres, y lo normal es adquirir la capacidad de mantener la atención adulta a los 12 años o ya entrados en la adolescencia.
Pero pese a que algunos niños con 10 años ya son capaces de estar 50 minutos seguidos concentrados, cabe decir que eso no es del todo común. La atención, como cualquier otra facultad humana, presenta diferencias individuales, y los niños de esa edad tienen períodos de concentración que van de los 20 a los 50 minutos. Esto es muy importante tenerlo en cuenta en clase, puesto que los niños de 3o y 4o de primaria necesitarán cambiar de actividad cada 20 minutos si se quiere aprovechar la sesión. Que la tarea dure más de ese tiempo hará que muchos estudiantes pierdan el hilo de la clase.
En cursos anteriores, naturalmente, las actividades deberán durar menos tiempo o, al menos, que sean más atractivas, puesto que como la atención voluntaria no es el punto fuerte de los niños pequeños los profesores pueden ampararse en la involuntaria y entretenerlos a la vez que les enseñan los contenidos. Los niños que no se enteran de lo que se les está explicando acaban frustrándose, viendo las clases como un auténtico rollo y se corre el riesgo de que, para divertirse, empiecen a hacer payasadas.
Repercusiones de saber todo esto
Entendido todo esto se puede comprender por qué es tan importante saber a qué edad adquirimos la capacidad de mantener la atención y por cuánto tiempo somos capaces de estar concentrados. Así, los padres no corren el riesgo de cometer el error de establecer diagnósticos caseros que lo único que van a hacer es etiquetar incorrectamente a su hijo. Un niño que cree que tiene problemas de atención puede hacer que se hagan realidad, lastrando su rendimiento académico. Esto es la profecía autocumplida.
Como padres y madres, debemos entender que tarde o temprano el niño o niña va a ser capaz de concentrarse por más tiempo, y que no podemos forzar este proceso. Hay niños que aguantan más, otros menos, pero progresivamente irán mejorando. Si no es así, si tienen una capacidad de atención significativamente por debajo de lo esperado para su edad, entonces sí hay motivo para preocuparse y acudir a un profesional. Ahora, si no hay alarmas ni nada que indique que hay un problema, no debemos preocuparnos.
Además, debemos entender que el tiempo no pasa de la misma forma cuando se es pequeño. Aunque no es del todo así, en la mente infantil 20 minutos se pueden percibir como si fueran dos horas para un adulto. Su vivencia del tiempo es más larga y lenta, con lo cual tener que estar concentrados en algo que no les gusta lo pueden vivir como una auténtica pesadez y es normal que haya un momento en el que se desconcentren. No es un problema de inteligencia, es que se aburren y todo esfuerzo tiene un límite.
Conocer cuál es su tiempo máximo de concentración nos servirá para ponerle tareas que se puedan hacer dentro de la capacidad asociada a su edad, con lo cual, de acabarlas con éxito, incrementaremos su autoestima al ver que puede hacerlas. Además, podremos orientar su aprendizaje de una forma en la que se evite la frustración, el aburrimiento y el cansancio, tres aspectos que pueden perjudican el aprendizaje
Referencias bibliográficas:
- Betts, J., Mckay, J., Maruff, P. y Anderson, V. (2006) The Development of Sustained Attention in Children: The Effect of Age and Task Load, Child Neuropsychology, 12:3, 205-221, DOI: 10.1080/09297040500488522.
- Bashinski, H. S., Werner, J. S., & Rudy, J. W. (1985). Determinants of infant visual fixation: Evidence for a two-process theory. Journal of Experimental Child Psychology, 39(3), 580–598. https://doi.org/10.1016/0022-0965(85)90058-X
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