Cuando experimentamos las emociones, aquello que sentimos es de carácter subjetivo y privado; una persona nunca tendrá una noción completa acerca de cómo se siente otra, tan solo será capaz de aproximarse a esta clase de vivencias gracias al uso del lenguaje y al completo sistema de comunicación del que disponemos los seres humanos.
Por ejemplo, el arte nos recuerda que acotar totalmente afectos y sentimientos usando palabras para clasificarlas y describirlas objetivamente mediante etiquetas es un imposible: necesitamos utilizar otros recursos creativos para plasmarlas y expresarlas.
Sin embargo, sería un error considerar que la emoción humana es un fenómeno totalmente individualidad, que nace y muere en la persona que la siente. De hecho, la razón de ser de las emociones es ayudarnos a interactuar con el entorno de la mejor manera posible de cara a nuestra supervivencia. Y esto incluye nuestra manera de gestionar las relaciones que mantenemos con los demás. Es por ello que es tan importante comprender la vinculación que existe entre las emociones y el tipo de apego que establecemos con quienes más nos importan, ya desde el momento de nuestro nacimiento.
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¿Qué es el estilo de apego?
En el ámbito de la psicología evolutiva (la rama de la psicología que estudia el crecimiento y la maduración de las personas, desde la gestación en el útero hasta la vejez) el apego es considerado uno de los conceptos más importantes para comprender el modo en el que se desarrollan psicosocialmente los individuos.
Definido sobre todo a partir de la Teoría del Apego de John Bowlby y Mary Ainsworth, el apego es entendido como un conjunto de predisposiciones psicológicas que las personas adoptan con respecto a una figura referente, normalmente representada por padres, madres y/o cuidadores de la etapa de la primera infancia. Así, el apego da lugar a un tipo de vinculación emocional que se da ya desde las primeras semanas tras el nacimiento del bebé, y que une al pequeño con los adultos más próximos y que se ocupan de su supervivencia, cuidados y educación en los principales aspectos de la vida.
Ahora bien, este vínculo emocional no es siempre del mismo tipo, y depende en gran medida del modo en el que se produzca la interacción entre esas figuras protectoras y el pequeño. Algunas de estas formas de apego son funcionales y beneficiosas para el pequeño, y otras son disfuncionales y capaces de lastrar en gran medida su desarrollo psicológico e incluso físico. Además, el modo en el que uno u otro estilo de apego queda establecido durante la infancia suele tener consecuencias significativas en el establecimiento de la personalidad del individuo y en su manera de gestionar sus emociones y relaciones sociales durante la adolescencia y la etapa adulta.
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La relación entre el estilo de apego y las emociones
Tal y como hemos visto, el apego tiene implicaciones en el comportamiento de las personas muchos años después de que se haya establecido durante la infancia. Aunque no sea en sí un elemento psicológico innato y se basa sobre todo en los aprendizajes realizados de manera inconsciente e interiorizados durante los primeros años de vida, eso no significa que sea fácil “desaprender” su huella en la propia mente: a veces, lo originado a través de la experiencia es más difícil de corregir que determinadas alteraciones genéticas o congénitas.
Esto se cumple con los diferentes estilos de apego y el modo en el que predisponen a las personas a gestionar las emociones de uno y otro modo. Como buena parte de nuestra personalidad se construye sobre lo que aprendemos durante la primera infancia mediante la interacción con lo que nos rodea y con el resto de personas, diferencias sutiles en el vínculo emocional que nos une a nuestros padres, madres y cuidadores pueden generar como “reacción en cadena” un desarrollo emocional y cognitivo hacia unas actitudes u otras, unas creencias u otras, etc.
Estos son los distintos estilos de apego y el modo en el que influyen en nuestra faceta emocional.
1. Apego ansioso evitativo
Este tipo de apego se da cuando las figuras protectoras no aportan la protección y el apoyo emocional necesario y se sitúan cerca de la negligencia parental. Como consecuencia, las personas que crecen en este contexto se acostumbran a no esperar gran cosa de los demás, y van desarrollándose desde la idea de que ellas mismas deben ocuparse de su propio bienestar, sin contar con la participación de otros.
2. Apego ansioso ambivalente
Tal y como su nombre sugiere, este estilo de apego se caracteriza por la ambivalencia. En la infancia se da cuando los padres, madres o cuidadores se comportan de manera poco consistente y difícil de predecir, lo cual hace que el pequeño sufra cuando estos no están presentes para proporcionar protección, pero que a la vez se sientan ansiosos cuando sí están cerca.
En la adultez, este tipo de desarrollo da lugar a una predisposición a generar vínculos basados en la dependencia: se siente que se necesita a la otra persona, pero su presencia no aporta tranquilidad.
3. Apego seguro
Este estilo de apego es el más beneficioso, y se da cuando las figuras de referencia aportan un equilibrio entre protección y apoyo emocional, por un lado, y libertad para explorar el entorno llevando la propia iniciativa. En la adultez, se plasma en una relativa facilidad para mantener un buen equilibrio emocional y relaciones personales equitativas y saludables.
4. Apego desorganizado
Es el estilo de apego más dañino, y se da en contextos familiares altamente desestructurados y disfuncionales, en los que es común que existan psicopatologías o enfermedades como la adicción, o incluso situaciones de violencia doméstica. Es capaz de generar un desarrollo anómalo proclive a hacer surgir alteraciones psiquiátricas en los pequeños.
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