Está claro que la práctica totalidad de los seres humanos experimentamos emociones. Independientemente de si lo exteriorizamos más o menos o de si las vivimos de una manera muy intensa o más bien moderada, las emociones son un componente básico de nuestro día a día.
Desde luego, esto no es algo malo; al contrario, nuestra faceta emocional está ahí porque ha resultado indispensable para la supervivencia de nuestro linaje durante cientos de miles de años. Sin embargo, una cosa es experimentar las emociones y otra es saber gestionarlas de modo que les saquemos el máximo partido… y esto es algo que podemos aprender a hacer en casi todas las etapas de nuestra vida.
En este sentido, la educación emocional en la infancia es un proceso fundamental para desarrollar una buena relación con nuestras emociones ya desde nuestra niñez, y es por ello que cada vez cobra más importancia en todos los ámbitos educativos, desde las escuelas hasta la crianza por parte de los padres y madres.
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¿Qué es la educación emocional?
Empecemos definiendo el concepto de educación emocional: se trata de la actividad humana de formar en informar sobre los aspectos teóricos y prácticos relativos a las emociones, tanto en su detección y reconocimiento como en su gestión y expresión.
Es decir, que ser una persona emocionalmente educada pasa por tener un cierto dominio en la identificación y manejo de las emociones, algo que puede aplicar tanto a uno mismo como al trato con los demás.
Es cierto que la emocionalidad humana es muy compleja y que la gestión de las emociones tiene un límite; sin embargo, eso no significa que la educación emocionar resulte imposible o que no pueda ser aplicada en niños, niñas y adolescentes. Parte de este proceso educativo pasa por reconocer las propias limitaciones y no intentar controlar totalmente nuestras emociones y las de los demás; y por otro lado, el modo en el que se educa siempre implica tener en cuenta su edad y grado de madurez.
Es por ello que la educación emocional es muy importante ya en la primera infancia, de modo que los más pequeños de la casa cuenten con una guía y con apoyo ya desde sus primeros contactos con el manejo de las emociones.
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Beneficios de la educación emocional en la infancia y la adolescencia
La ecuación emocional aplicada a la infancia no es una versión incompleta o defectuosa de la educación emocional por el simple hecho de que un niño o niña no tenga una gran capacidad de pensamiento abstracto o de razonamiento; por el contrario, precisamente porque los pequeños tienen menos recursos para comprender cómo se sienten y qué pueden hacer con sus estados afectivos, es importante ayudarles en este proceso de auto-descubrimiento que realizarán de todas formas, con o sin nuestro apoyo.
Teniendo en cuenta eso, los principales beneficios de la educación emocional son los siguientes.
1. Ayuda a prevenir maneras disfuncionales o psicopatológicas de gestionar las emociones
Por lo que hemos visto hasta ahora, ya se intuye que el hecho de estar ante un niño muy pequeño no es una excusa para prescindir de la educación emocional; el hecho de tener pocos años de vida es, en todo caso, un motivo más por el que esmerarse en educar emocionalmente al niño o niña.
A fin de cuentas, los aprendizajes realizados en la infancia influirán mucho en su desarrollo físico y psicológico posterior, y la influencia del modo en el que manejamos las emociones en esta etapa temprana se extiende hasta la etapa adulta.
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2. Les ayuda a diferenciar emociones
Saber distinguir entre sí las emociones es fundamental para saber darles salida de una manera adecuada, sin adoptar estrategias problemáticas que no solo no ayudan a descargar tensiones sino que incluso pueden incrementar el malestar o la incomodidad en ciertos momentos clave.
3. Supone un apoyo al empatizar
Una cosa es sentir empatía por alguien y otra cosa es hacerlo sin malinterpretar sus emociones y sentimientos. La educación emocional les ayuda a conectar mejor con sus amigos y amigas, evitando malentendidos.
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4. Les ayuda a reforzar su autoestima ante momentos de vulnerabilidad
La educación emocional implica saberse vulnerable ante determinadas vivencias dolorosas, y que no habla mal de uno mismo sentirse muy mal en esos contextos. Por eso, este proceso protege la autoestima y previene que los más jóvenes se sientan culpables por creerse demasiado “débiles”.
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5. Les predispone a no ceder a los berrinches
Ya desde la infancia es posible aprender a no explotar a través de la ira ante cualquier contratiempo. Saber encajar una decepción y no dejar que la frustración les paralice totalmente cada vez que se produce les ayudará a aceptar buena parte de los momentos desagradables del día enfocándose hacia la resolución de problemas.
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