Antes de que nos estallara en la boca la crisis económica y desbordara las agendas políticas y sociales, estábamos plenamente inmersos en otras dos crisis. Por una parte, estaba la crisis ecológica (todo se andará) y por otra parte teníamos lo que muy acertadamente se llamaba “crisis de valores”.
Esta última se solía interpretar desde el matiz de peligro de la palabra crisis, dando a entender que los valores corrían el riesgo de desaparecer, llevándonos a una anarquía moral, y la tarea consistía en preservarlos. Sin embargo, recordemos que “crisis” también significa “cambio”, y con ello también “oportunidad”, y las próximas generaciones podrían contar con unos sistemas morales y de unas escalas éticas más perfeccionadas que las nuestras.
Así pues... ¿qué es lo que está ocurriendo con los valores educativos? Evolucionan de un modo tan vertiginoso que aún no nos hemos dado cuenta de su transformación, o están en proceso de disolverse en la nada?
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Los valores educativos y el relevo generacional
Lo más importante es que los valores predominantes no están desapareciendo, sino que están siendo relegados a un segundo plano o están empezando a convivir con nuevos valores emergentes. Un agente clave en este proceso es el auge de las redes sociales, que permiten la expresión y transmisión de ciertos valores normalmente reprimidos por los mass media y que favorecen un proceso de globalización que implica la importación y exportación de dichos valores.
Por lo tanto nos encontramos con infinidad de valores, todos ellos legítimos pero muchos contradictorios entre sí, lo que hace que las acciones y sentimientos de una misma persona puedan no ir en consonancia, dando lugar a casos en los que se produce un malestar conocido en psicología como disonancia cognitiva, y poniendo muy complicado el ser políticamente correcto en casi cualquier situación oficial o social.
Siendo así, es difícil no caer en un relativismo posmoderno que nos lleve a la conclusión de que todos y nadie tienen razón, y más allá, a una guerra moral en la que puedo admitir estar equivocado, pero lucharé obstinadamente para defender mis valores, que para eso los he elegido yo.
Combatir al relativismo
En casos extremos, se suele justificar lo erróneo de algunos valores acudiendo a los derechos humanos. Sin embargo, desde esta perspectiva relativista, dichos derechos no dejan de ser fruto de un consenso dependiente de una cultura y una época determinadas, lo que los tacharía de arbitrarios al fin y al cabo.
Es por ello que desde muchos sectores se apunta a una solución, y es que tenemos la suerte de disponer todo un entramado educativo, con edificios, profesionales y políticos dedicados plenamente a este respecto, lo que nos concede una oportunidad inigualable de inculcar unos valores positivos en las jóvenes mentes que conformarán la mayoría de nuestra población en apenas 15 o 20 años. Hemos conseguido una educación en contenidos y estamos en el camino de conseguir una educación en competencias, puede que sea el momento de entrar en una educación en valores.
¿Deben enseñarse valores en la escuela?
Analizándola desde el punto de vista pragmático, la función de la escuela consiste en garantizar a los estudiantes todas aquellas competencias necesarias en la sociedad a la que se van a incorporar que no estén aseguradas por los entornos educativos no formales. Teniendo en cuenta los conflictos políticos y sociales del mundo en el que vivimos, diríamos que los valores sí son fundamentales y que no están funcionando a las mil maravillas, por lo que, siguiendo esta lógica, sí, parece que la responsabilidad cae de nuevo en las escuelas.
La pregunta del millón es: ¿qué valores elegimos? Si no queremos caer en el relativismo, debemos definir cuáles son aquellos valores óptimos para nuestra sociedad… ¿respeto, compañerismo, fraternidad…? ¡Ojalá fuera tan fácil!
Obviamente, nos enfrentamos a varios problemas. Por una parte, habría que definir los valores a través de conductas e ideas asociadas a los mismos, pero no podemos estar seguros de que los encargados de definir estos valores no lo hagan sujetos a determinados intereses, por no hablar de que inculcar unos valores predefinidos a las maleables mentes juveniles no deja de ser un adoctrinamiento cuyos peligros están patentes en los libros de historia. Por último, como no controlamos lo que ocurre en las escuelas de otros estados, seguimos sin estar a salvo del relativismo.
Sin embargo, hay una herramienta para que los ciudadanos puedan responder de forma adaptativa a su entorno moral sin caer en el intervencionismo. Ser escépticos ante la información vertida por partes interesadas, contrastar la misma, plantearse los motivos que llevan a otras personas a tomar soluciones opuestas… Es decir, desarrollar un pensamiento crítico.
La importancia de desarrollar un criterio propio
Desarrollar el pensamiento crítico en nuestra sociedad es vital para formar en valores sin entrar en el adoctrinamiento, y la educación es una herramienta a nuestra disposición de poder incalculable. Quizás si empezamos a seguir ese camino dejemos de ver la crisis de valores como un peligro, y puede que cada vez veamos menos conflictos entre colectivos a los que solo les separan elementos tan triviales como colores, localización geográfica… o banderas.