Las adicciones son fenómenos cuya raíz tiene una base neurológica. Los estudios sobre esta cuestión coinciden en que el cerebro es el eje alrededor del que orbita la expresión clínica de las mismas, por lo que se concluye que detrás reside siempre algún matiz orgánico.
No obstante, quienes tienen una adicción han sufrido tradicionalmente el ostracismo social y el rechazo, al entenderse que su problema era el resultado de una debilidad personal o hasta de la simple y llana maldad. Es por ello que se les ha señalado y culpado por su situación en un sinfín de ocasiones, negándoles al mismo tiempo cualquier opción para la reinserción.
Hoy en día se sabe que el consumo se inicia como una decisión desafortunada, motivada y sustentada por circunstancias personales o de orden social; pero que en su "mantenimiento" participan fuerzas diversas con las que no es fácil lidiar (cambios anatómicos/funcionales en la propia neurología).
En este artículo exploraremos el modo en que el consumo afecta al cerebro y la conducta, de manera que puedan detallarse en profundidad tanto sus causas como sus consecuencias. Es a partir de esto que podremos entender mejor el "cómo y el porqué" de un problema sanitario de enorme importancia humana y social. El fin es responder a esta pregunta: ¿cómo afecta al cerebro la adicción?
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¿Qué es una adicción?
La palabra "adicción" procede de las lenguas clásicas, y más concretamente del término en latín "addictio", el cual se traduce literalmente como "esclavitud". Desde el mismo origen, por tanto, se infiere que aquellos que caen en sus garras quedan desprovistos de la libertad para pensar y actuar libremente.
La dependencia a las drogas constituye un trastorno crónico por las modificaciones estructurales y funcionales sobre tejidos cerebrales, cuya etiología tiene dos posibles fuentes de idéntica contribución: la genética y el aprendizaje (la biología puede explicar el 40%-60% de la varianza según los estudios comparativos realizados con gemelos monocigóticos).
Existen una serie de síntomas que permiten la detección precisa de la adicción: el craving (un deseo irresistible de consumir allá donde solía hacerse), la tolerancia (necesidad de usar una dosis cada vez más elevada de una droga con el fin de experimentar el mismo efecto que en sus inicios), el síndrome de abstinencia (fuerte malestar cuando se cesa la administración de la sustancia), la pérdida de control (exceso en el tiempo destinado a consumir y recuperarse de sus efectos) y la dificultad para detener el hábito a pesar de su impacto negativo sobre la vida cotidiana.
Todos estos fenómenos se pueden explicar de forma sencilla recurriendo a cambios sobre los sistemas cerebrales implicados. Veámoslo con detalle.
Los efectos de la adicción sobre el cerebro
Todos los síntomas conductuales/actitudinales que se evidencian en las personas que sufren una adicción albergan un claro correlato en su cerebro. Y es que el abuso de drogas tiene la capacidad de propiciar adaptaciones neurales que subyacen a la experiencia cognoscitiva y afectiva de quienes lo presentan, y que jamás deberían ser percibidas ni interpretadas como una actitud "lastimera" o "nociva". Tal juicio es injusto e impreciso, reduccionista en todos los sentidos, y en absoluto ajustado con el actual conocimiento sobre la cuestión.
Veamos en adelante el proceso adictivo desde su mismo principio, y como en todas sus fases puede encontrarse un mecanismo neurológico que da buena cuenta de él.
1. Inicio: el principio hedónico
El placer es uno de los motores esenciales de la conducta humana. Es el resorte que detona el deseo por aproximarnos a un estímulo en el ambiente, o por repetir una conducta particular adaptativa para la vida. Entre ellas se hallan el sexo, comer o la actividad lúdica; para las que se conoce un mecanismo cerebral común que promueve su búsqueda y su consecución. En concreto, en los abismos más hondos de este órgano se puede hallar una red neuronal que se "activa" cuando vivimos un acontecimiento agradable (o percibimos subjetivamente como positivo): el sistema de recompensa.
Todo aquello que las personas puedan hacer y que genere placer pasa inexcusablemente por su estimulación. Cuando comemos lo que más nos gusta, mantenemos relaciones sexuales o simplemente compartimos instantes felices en compañía de un ser querido; este conjunto de estructuras es el responsable de que sintamos emociones positivas que nos animen a repetir estas conductas y/o actividades en ocasiones sucesivas. Para estos casos se observaría un discreto repunte en la producción regional del neurotransmisor dopamina, aunque dentro del umbral fisiológico saludable.
Sin embargo, cuando observamos con detalle el funcionamiento del cerebro mientras se usa una sustancia (cualquiera de ellas), se aprecia que en este complejo neuronal (formado por el núcleo accumbens, el área tegmental ventral y sus proyecciones específicas hacia la corteza prefrontal) se produce una descarga "masiva" del citado neurotransmisor (la dopamina). Esta activación es análoga a la que se evidencia en los reforzadores naturales, pero con una única salvedad: la cantidad segregada es entre dos y diez veces más elevada que la motivada por estos, así como mucho más inmediata y nítida en la experiencia.
El resultado de tal proceso es que la persona se siente embriagada por una gran sensación de placer justo tras consumir la droga (aunque el tiempo que demora en irrumpir depende de las propiedades químicas de la misma y de la vía escogida para su administración), hasta tal punto que supera a la de cualquier reforzador disponible en el ambiente natural. El principal problema que subyace a todo ello es que, con el transcurrir del tiempo, lo que era gratificante dejaría de serlo; sustituyéndose por las drogas de las que se depende. El resultado suele ser la pérdida de relaciones muy importantes y el deterioro de las responsabilidades laborales o académicas.
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2. Mantenimiento: el aprendizaje
La hiperactivación del sistema de recompensa y la experiencia asociada de placer es solo un primer paso hacia la adicción química, pero no el único. De lo contrario cualquier persona que consumiera una sustancia pasaría a ser adicta a la misma desde el preciso momento en que accediera al organismo, lo que no sucede así. Este proceso requiere tiempo, y depende de la red de aprendizajes que el individuo llegue a tejer con los estímulos y con las sensaciones asociadas a la situación objetiva de consumo. Así, existe un componente psicológico que contribuiría a forjar la dependencia, junto a los neurológicos y los químicos.
La dopamina, el neurotransmisor que coordina la respuesta de placer, tiene también entre sus muchas atribuciones un papel en la memoria y el aprendizaje. Esto sucede especialmente en colaboración con el glutamato, que contribuye a trazar la relación funcional entre el consumo de la droga y sus consecuencias o sus claves ambientales. Es así que la persona no solo va a sentir placer tras usar la sustancia, sino que procederá a elaborar un mapa completo de la topografía ambiental y experiencial del mismo momento (qué sucede y qué siente), lo cual le servirá para entender su vivencia y orientarse cuando anhele nuevamente esas sensaciones (buscar cómo adquirir y administrar la droga).
Este proceso neurológico forja una relación de causa-efecto que constituye el cimiento de las adicciones, y que resulta básico al explicar el vínculo entre las sensaciones subjetivas y su conexión con la droga usada, lo que articulará posteriormente una conducta motora dirigida a su búsqueda y su consumo (hábito adictivo). A medida que la persona repita la asociación, se irá fortaleciendo progresivamente la intensidad de la misma (conexiones más estrechas entre núcleo accumbens y corteza prefrontal). Estos cambios cerebrales se traducen finalmente en la deformación del placer original, que pasaría a convertirse en una necesidad acuciante y de extrema invasividad.
Llegados a este punto, la persona suele haber perdido la motivación por lo que antaño era el centro mismo de su vida (desde las relaciones sociales a los proyectos personales), y enfoca sus esfuerzos únicamente al consumo. A todo ello contribuye el hecho de que estructuras del cerebro primitivo se coordinan con las de más reciente aparición (neocórtex), dando forma a una alianza perniciosa que deteriora una gran parte de lo que se fue en el pasado.
3. Abandono: la tolerancia y el craving
Los cambios cerebrales asociados al consumo sobre el sistema de recompensa suponen una modificación artificial de su función natural, de manera tal que el órgano trata de adaptarse a la misma generando una compensación que la revierta (con el objetivo último de recuperar la homeostasis). Así pues, cuando finalmente se ha instaurado la adicción, esta cobra un peaje inevitable: cada vez la droga provoca efectos menores, por lo que la persona se ve obligada a aumentar la dosis para percibir sensaciones equiparables a la del principio (tolerancia).
Tal efecto de atenuación se puede explicar de la siguiente manera: la sustancia promueve un aumento de la "disponibilidad dopaminérgica" en la hendidura de las sinapsis del sistema de recompensa, saturando los receptores para la misma ubicados en la región. Con el propósito de corregir esta aberración funcional, se daría una regulación "a la baja" de los mismos, cuyo resultado sería la reducción de su presencia y del efecto psicotrópico sobre la forma de sentir y pensar. La sustancia perdería así su impacto sobre la vida interior, y pasaría a librarse una batalla entre el individuo (que incrementaría el consumo) y su cerebro (que compensaría todo ese "esfuerzo").
En este punto del proceso, el sujeto (el cual ya está profundamente afectado por los cambios neurológicos del proceso adictivo) incurriría en una búsqueda compulsiva de la sustancia que desplazaría a todo lo demás. Cuando esta no se encontrara disponible, irrumpiría un intenso malestar físico/afectivo que recibe el nombre de síndrome de abstinencia (y que se expresa de una manera opuesta al efecto que la droga elicita durante la intoxicación). Todo ello puede ser más difícil todavía cuando la persona que sufre una dependencia no hace cambios en la dinámica de su día a día, y sigue conviviendo con los mismos estímulos con los que lo hacía cuando estaba en fase activa de consumo.
Estas dificultades resultan de la participación de dos estructuras cerebrales muy concretas: el hipocampo y la amígdala. Mientras que con la primera de ellas se posibilita la creación de nuevos contenidos en la memoria, la segunda se encarga de procesar las emociones que se suceden de nuestras experiencias. Cuando se fusionan facilitan el craving, esto es, un deseo irresistible de consumo durante la exposición a las claves ambientales relacionadas con el mismo. Este fenómeno sería el resultado de la historia adictiva, y podría explicarse de forma sencilla a través del condicionamiento clásico (jeringuillas en usuarios de heroína inyectada, o la simple presencia de personas que solían acompañarla durante el efecto agudo, p.e.).
Conclusiones: un proceso complejo
El proceso a través del cual se va moldeando una adicción suele ser lento e insidioso. En los primeros meses o años su uso se fundamenta en las sensaciones placenteras secundarias al mismo (sistema de recompensa), pero que no tardan en dejar paso a una reducción de sus efectos y a una batalla imposible por volverlos a vivir (como resultado de la neuroadaptación) en la que la biología acaba imponiéndose. Tal proceso conduce a una pérdida de motivación por todo lo que antes resultaba agradable, con una progresiva retirada de la vida social y/o de las propias responsabilidades o aficiones.
Cuando esto sucede (por mediación de la red de conexiones entre el núcleo accumbens y la corteza prefrontal), la persona puede tratar de abandonar el ciclo. Para ello debe hacer frente al deterioro general de su vida, así como a los impulsos por consumir cuando se ubica cerca de estímulos discriminantes (relacionados con su experiencia personal de adicción). Es este último fenómeno el que detona el craving, uno de los motivos por los que más habitualmente se manifiestan las recaídas o los deslices. Sus efectos obedecen a la acción del hipocampo y de la amígdala.
En definitiva, la adicción no debería ser jamás explicada aludiendo únicamente a la voluntad, pues a ella subyacen dimensiones neurales a las que hay que atender. El estigma y rechazo al que se enfrentan muchas personas cuando tratan de recuperarse de este problema es un dique al caudal de su motivación para volver a vivir una vida plena y feliz.
Referencias bibliográficas:
- Marco, D. (2013). The Addicted Brain. Frontiers in psychiatry / Frontiers Research Foundation, 4, 40.
- Volkow, N., Wang, G., & Fowler, J. y Tomasi, D. (2011). Addiction Circuitry in the Human Brain. Annual review of pharmacology and toxicology, 52, 321-336.
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