Según una encuesta realizada en el año 1994, el 86% de los jóvenes consultados (de una media de 20 años) manifestaron creer en la existencia de la llamada "crisis de la madurez", también conocida como crisis de la mediana edad. Se trata de un concepto conocido desde hace ya mucho tiempo, si bien fue en el 1965 cuando alguien decidió ponerle nombre.
Concretamente, fue el psicoanalista Elliot Jaques quien bautizó como crisis de madurez ciertos patrones de conducta que había observado en muchos artistas cuando se adentraban en la etapa vital que va de los 40 a los 50 y pocos años, algo que podía ser interpretado como un intento de revivir la edad universitaria, algo que iba de la mano de la frustración producida por no experimentar una juventud auténtica.
Hoy en día, todo parece indicar que la preocupación por la crisis de la mediana edad no está menos extendida. En una época en la que el reinado de las apariencias se ha vuelto incluso más totalizador y en el que la idealización de la juventud y el aspectismo cubre prácticamente todos los productos de marketing, gran parte de las formas de expresión artística e incluso la comunicación política, tener más de 40 años casi podría parecer un crimen, y parecemos condenados a sufrir un extra de malestar al pasar por esa fase de la vida. Pero... ¿realmente está generalizada la crisis de la mediana edad?
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Las crisis de los 40 y de los 50
Dentro del amplio paraguas de posibilidades que abarca un concepto tan genérico como la crisis de la mediana edad, se suele distinguir entre una que aparece al rondar los 40 años y otra relacionada con edades próximas a los 50. En ambos casos se dan situaciones similares.
Por un lado, cada vez que se cumple una década desde el nacimiento se traspasa un umbral que, si bien no en todos los casos supone un cambio cualitativo en el desarrollo biológico (como sí ocurre con la pubertad, por ejemplo), tiene un fuerte impacto psicológico. Artificial y construido socialmente, pero no menos real por ello.
Por otro lado, en la mediana edad se tiene una mayor consciencia de la propia mortalidad, en parte por los signos de desgaste físico que se empiezan a notar en el propio cuerpo, y en parte también por elementos del entorno, como el hecho de que en esta etapa las expectativas de grandes cambios vitales se reducen mucho y la mayor novedad que queda por delante es la jubilación, o la posibilidad de que durante esos años mueran más seres queridos, como padres y madres o tíos y se tenga que pasar por el duelo.
Así, es fácil imaginar que la añoranza de la juventud crezca, pero a priori eso no significa que esto vaya a ocurrir ni que suponga un golpe tan fuerte como para que pueda ser denominado "crisis"; tan solo es una explicación teórica, hipotética, sobre elementos que podrían propiciar este fenómeno psicológico. Vayamos ahora a lo que sabemos acerca de la crisis de la mediana edad gracias a la contrastación empírica. ¿Hasta qué punto existe?
Crisis de la mediana edad: ¿realidad o mito?
En su excelente libro 50 grandes mitos de la Psicología Popular, Scott O. Lilienfield, Steven Jay Lynn, John Ruscio y Barry Beyerstein ofrecen importantes cantidades de datos según los cuales esa noción catastrofista de que la mayoría de las personas pasaremos por una crisis de la mediana edad es exagerada, aunque tiene una pizca de verdad.
Por ejemplo, en una investigación realizada con una muestra de 1.501 chinos casados de entre 30 y 60 años, el psicólogo Daniel Shek no encontró evidencias significativas de que al pasar por la mediana edad la mayoría de participantes experimentase un crecimiento de la insatisfacción.
En lo relativo a las personas vinculadas a la cultura occidental, el mayor estudio realizado sobre personas en la etapa vital de la madurez (más de 3.000 entrevistas), los hombres y mujeres de entre 40 y 60 años mostraron, por lo general, unos grados de satisfacción y control de la propia vida superiores a los que habían experimentado durante la década anterior.
Además, la preocupación y malestar generados por la idea de sufrir una crisis de la mediana edad eran más frecuentes que los casos en los que se experimentaba de verdad ese fenómeno. Otras investigaciones han mostrado que tan solo entre el 10 y el 26% de las personas de más de 40 años dicen haber pasado por una crisis de la mediana edad.
La madurez también puede ser disfrutada
Así pues, ¿por qué este fenómeno ha sido tan exagerado? Es posible que esto se deba, en parte, a que lo que se entiende por crisis de la mediana edad es algo muy ambiguo, de modo que es fácil utilizar ese concepto a la hora de denominar lo que nos hace sufrir.
Por ejemplo, un salto cualitativo en los patrones de consumo, como empezar a viajar al cumplir los 41 años, puede ser achacado a la necesidad de vivir otra vez el espíritu aventurero de la juventud, pero también puede ser entendido, simplemente, como el fruto de llevar años ahorrando durante un período en el que los lujos estaban fuera del propio alcance.
También es posible que los problemas de comunicación con los hijos adolescentes o el aburrimiento producido por un contexto laboral más estable generen un malestar que asociamos de forma abstracta al envejecimiento, aunque técnicamente no tenga que ver con ese proceso.
En cualquier caso, todo parece indicar que en la mayoría de los casos lo peor de la crisis de la mediana edad es su anticipación y la preocupación injustificada que genera. La madurez suele ser un momento de la vida que puede disfrutarse tanto o más que cualquier otro, y no merece la pena crearse problemas artificiales esperando una crisis que probablemente no llegará.
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Referencias bibliográficas:
- Brim, O. G. y Kessler, R. C. (2004). How healthy are we? A national study of well-being at midlife. The John D.and Catherine T. MacArthur Foundation Network of Mental Health and Development. Studies on Successful Midlife Development (R. C. Kessler, Ed.). Chicago: University of Chicago Press.
- Lilienfield, S. O., Lynn, S. J., Ruscio, J. y Beyerstein, B. (2011). 50 grandes mitos de la Psicología popular. Vilassar de Dalt: Biblioteca Buridán.
- Shek, D. (1996). Mid-life crysis in Chinese men and women. Journal of Psychology, 130, pp. 109 - 119.