Desde hace muchos años, se ha ido difundiendo un discurso según el cual ser feliz equivale a “llegar” a determinadas etapas de la vida que consisten en acumular bienes materiales y sociales.
Por un lado, ganar el suficiente dinero para realizar adquisiciones como una casa en propiedad, un coche, determinado tipo de ropa y complementos de gran calidad que supuestamente reflejen el valor de la persona, etc. Por el otro, la creación de una familia basada en el modelo familiar tradicional, con hijos e incluso, a poder ser, una mascota.
Es decir, que se ha ido defendiendo la idea de que la felicidad significa alcanzar una serie de requisitos vinculados al concepto de “ciudadano ideal” surgido en las sociedades del bienestar, las cuales están basadas en el consumismo y en ciertas expectativas asociadas al amor romántico en personas heterosexuales.
Esto ya es en sí problemático porque implica que una persona no puede ser feliz si no cumple esos requisitos, algo que no cuesta mucho ver que no se corresponde con la realidad: no es raro en absoluto ver a personas que tienen acceso a la felicidad a pesar de no tener pareja ni hijos, o que viven de alquiler.
Ahora bien… ¿Qué pasa cuando una persona no solo está lejos de ese ideal de felicidad, sino que además cae en una etapa de crisis que le acerca a situaciones que asociamos activamente a la infelicidad? ¿Puede una persona seguir siendo feliz a pesar de que a su alrededor haya una situación complicada? Veámoslo a continuación.
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¿Es posible ser feliz frente a la adversidad?
Si algo caracteriza al ser humano, es su capacidad para modificar sus comportamientos y su manera de pensar y de manejar sus emociones con tal de adaptarse al entorno. Esta extraordinaria flexibilidad psicológica es lo que nos ha permitido, entre otras cosas, ser una de las poquísimas especies de grandes mamíferos terrestres capaces de vivir en todos los continentes y en una amplia variedad de ecosistemas, por ejemplo.
Ahora bien, como animales capaces de aprender todo tipo de cosas, esta habilidad no solo se plasma en el modo en el que aprovechamos los recursos disponibles a nuestro alrededor para satisfacer nuestras necesidades biológicas necesarias para la supervivencia a corto plazo. Además, somos capaces de aprender a ajustar nuestras emociones a situaciones que, desde el punto de vista de las sociedades occidentales, en un principio pueden parecer imposibles de superar.
Por ejemplo, se sabe que las personas que sufren lesiones o enfermedades que les quitan la capacidad para usar uno de sus sentidos (por ejemplo, las alteraciones que producen ceguera adquirida) o que sufren pérdidas de miembros, pasado un tiempo, son capaces de alcanzar niveles de bienestar y felicidad comparables a los de antes de pasar por ese problema de salud.
Y lo mismo pasa en muchos casos en los que el problema no está en el propio cuerpo, sino en el contexto de vida de la persona: ya sea el contexto familiar, la ciudad en la que se vive, el país de residencia, etc.
El concepto clave para comprender por qué somos capaces de adaptarnos a este tipo de situaciones no solo en un sentido práctico o instrumental, sino también emocionalmente y en cuanto a nuestra capacidad para experimentar bienestar e incluso felicidad, es lo que en Psicología se conoce como resiliencia.
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¿Qué entendemos por resiliencia?
La resiliencia es nuestra habilidad para sobreponernos psicológicamente a situaciones de crisis, es decir, la capacidad que tenemos a la hora no solo de impedir que el malestar nos paralice y nos impida buscar soluciones a un problema, sino también de adaptarnos a ciertas carencias y sobrellevar cierto nivel de malestar de un modo estoico, sin centrarnos en todo aquello que genera malestar y no depende de nosotros, y centrándonos en aquello que sí podemos cambiar.
Así, tener un buen nivel de resiliencia pasa por reajustar nuestras expectativas, aceptar cierto nivel de incomodidad a dolor emocional e involucrarnos activamente en acciones encaminadas a mejorar nuestra situación (y/o la de las personas que nos rodean), de modo que este proyecto sea, a su vez, algo capaz de estimularnos y hacernos sentir motivación e ilusión por los avances que podemos realizar en ese sentido.
Por ello, la resiliencia también es conocida de una manera más informal como “el sistema inmune psicológico”: tras un periodo de desajuste, nos ayuda a afrontar adversidades y a sobrellevar situaciones muy complicadas.
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La capacidad de ser una persona feliz no se pierde
La resiliencia no está desconectada de nuestra capacidad para ser felices. De hecho, la adopción de ese rol activo en la consecución de metas es una fuente de bienestar en sí misma, e incluso un medio a través del cual podemos obtener la felicidad. Paradójicamente, puede ocurrir que una persona se sienta más feliz poco después de entrar en una etapa de crisis que cuando percibía que todas sus necesidades objetivas estaban satisfechas ¿A qué se debe esto?
La respuesta tiene que ver con lo siguiente: la felicidad no es ni puede ser el producto de una acumulación de bienes o de estatus sociales fáciles de determinar. Si fuese así, existiría un manual de instrucciones para lograr la felicidad, que sería similar a una lista de la compra.
La felicidad es un estado psicológico que surge cuando nos involucramos en proyectos que tienen un significado importante para nosotros y que van más allá de la evitación del dolor o, incluso, del acceso a experiencias que nos ofrecen comodidad. Y es por ello que cuado ponemos en marcha nuestro “modo resiliente” somos capaces de ser felices.
Por supuesto, eso no significa que sea inútil esforzarse por lograr sociedades que garanticen la satisfacción e las necesidades básicas a toda la población, o que no se deba luchar contra la pobreza. Una cosa son los procesos psicológicos individuales, y otra cosa son las transformaciones sociales que pueden ayudar a la gente a ganar control y capacidad de decisión sobre sus vidas. Sin embargo, no hay que olvidar que la felicidad es un proceso de construcción en el que no hay una casilla de salida y otra de llegada preestablecidas, y por eso mismo nos interpela a todos y a todas.