Ilusión de la introspección: qué es y cómo se expresa este sesgo cognitivo

La ilusión de la introspección afecta a cómo percibimos nuestra propia actividad mental.

Ilusión de la introspección

Son muchos los sesgos que influyen en nuestra forma de ver y procesar el mundo. Ya sean ilusiones visuales, auditivas, fenómenos sociales o de otra índole, nuestra forma de captar el mundo no está libre de manipulación.

Pero es que no solo nuestra forma de recibir información del mundo exterior es lo que puede estar sesgado sino, también, nuestra forma de recuperar la información de nuestra mente, nuestro autoconocimiento, nuestra introspección.

La ilusión de la introspección es un fenómeno psicológico objeto de estudio de las ciencias del libre albedrío que, básicamente, viene a decir que ni siquiera podemos fiarnos de los estados mentales que atribuimos que están detrás de nuestras decisiones.

¿Qué es la ilusión de la introspección?

La ilusión de la introspección es una expresión acuñada por Emily Pronin la cual se refiere al sesgo cognitivo que hace que las personas pensemos, de forma equivocada, que tenemos una visión directa del origen de nuestros estados mentales y de nuestra conducta presente. Es decir, esta ilusión es el fuerte sentimiento que tenemos al creer que podemos acceder a los procesos subyacentes de nuestros estados mentales sin alteración alguna, pese a que la mayoría de los procesos mentales son inaccesibles a una interpretación puramente consciente.

De acuerdo con los estudiosos de este fenómeno, la ilusión de la introspección hace que las personas hagamos complejas explicaciones sobre nuestra propia conducta en base a teorías causales, es decir, si nos hemos comportado de una determinada forma es porque hemos pensado de una forma en concreto. Atribuimos todo un proceso mental que dará como resultado final un comportamiento concreto, a pesar de que lo que en realidad sucede entre el pensameinto y el comportamiento puede ser demasiado complejo como para establecer una relación de causa-efecto clara y unidireccional.

Este sesgo viene a demostrar que las personas ni siquiera podemos estar seguros de creer en aquello que pensamos que nos ha llevado a comportarnos de una determinada manera. Muchos han sido los experimentos que han sugerido que nuestra idea filosófica de la “introspección”, lejos de ser un proceso que nos lleva al acceso directo de los pensamientos, motivos o decisiones que nos llevan a realizar una conducta, en realidad es un proceso de construcción e inferencia. Las personas no solo inferimos el pensamiento de los demás en base a su conducta, sino que inferimos el nuestro propio también.

Una de las consecuencias de la ilusión de la introspección es pensar que las personas somos totalmente libres de decidir sobre nuestra propia conducta y que esta está racionalmente fundamentada. Inferimos nuestros propios estados mentales, creyendo que es introspección y confundiendo como autoconocimiento una mera inferencia hecha a posteriori. Además, tendemos a pensar que los demás sí que se confunden y que tienden a estar más sesgados y ser más conformistas.

Investigación científica de este fenómeno

Son muchas las investigaciones que han abordado científicamente la ilusión de la introspección. Podríamos mencionar toda una lista de experimentos en los que se han abordado diferentes componentes atribuidos a este sesgo, como por ejemplo los factores de precisión, desconocimiento del error, ceguera de elección, ceguera al cambio, cambios de actitud, introspección centrada en los sentimientos…

Experimento de las fotografías

Entre las investigaciones más interesantes podemos encontrar la llevada a cabo por el grupo de Petter Johansson en 2005. Este estudio ha sido muy revelador a la hora de mostrar cómo los sesgos influyen incluso a la hora de atribuirnos estados mentales, confabulando e infiriendo procesos mentales que en realidad nunca se han dado porque, en un principio, no se tenía previsto llevar a cabo la conducta final.

Su estudio principal consistió en una muestra de 120 participantes a los cuales se les presentaba dos fotografías con una cara de mujer distinta en cada una. Se les pedía a los participantes que escogieran una de esas dos fotografías, la que le resultara más atractiva o la que mejor le cayera. A algunos participantes se les pedía que escogieran pero, una vez lo hacían, los investigadores hacían una cosa muy interesante: cambiaban la foto. Cuando el voluntario escogía una foto, el investigador hacía un truco y le enseñaba la otra, guardándose la escogida.

Tras esto, se les dejaba un tiempo a los participantes para que pensaran por qué habían tomado su decisión. A algunos solo se les daba 2 segundos, a otros 5 y a otros se les daba un largo rato. El grupo a quien se le dio un tiempo indefinido para que pensara su respuesta fue el que menos consciente de cual había sido su elección real, puesto que tan solo un 27% de los participantes de esa condición notaron el cambio. El resto estaba convencido de que habían escogido la fotografía que en realidad había escogido el experimentador.

Después de esto se les pidió a los participantes que dijeran su explicación de por qué habían “elegido” esa fotografía, preguntándoles el motivo de su preferencia. Podríamos pensar que deberían haber diferencias significativas entre los participante que no se les cambió la fotografía y no fueron engañados y los que sí lo fueron, puesto que a este segundo grupo se le pedía que dieran una explicación de algo que en realidad no habían decidido y, por lo tanto, no debería haber el recuerdo de que habían tomado esa decisión.

Pero lo curioso es que sí dieron una explicación, y muy bien fundamentada. En su estudio Johansson analizó las explicaciones de todos los participantes en términos de tres dimensiones: emocionalidad, especificidad y certeza. Sin entrar en demasiados detalles sobre el experimento, se vio que los sujetos que se les había cambiado la fotografía y por lo tanto habían sido manipulados daban explicaciones con la misma confianza, grado de detalle y emocionalidad que a quienes no se les había cambiado la foto.

Al finalizar el experimento se les hizo una última pregunta a los participantes engañados que era si creían que, en caso de participar en un estudio en donde se les hubiera cambiado la fotografía que habían escogido sin avisarles, notarían realmente el cambio. Por sorprendente y hasta cómico que pueda parecer la inmensa mayoría (84%) dijo que creía firmemente que detectarían fácilmente el cambio, pese a que ellos mismos acababan de ser víctimas de ese engaño.

Los propios investigadores comentan que este fenómeno también está conectado al de la ceguera del cambio, y que está muy relacionado con un fenómeno que los autores de este estudio denominar ceguera de elección. Los participantes podían haber notado el cambio durante los primeros segundos tras el cambiazo, pero con el paso de los minutos se volvían ciegos a la decisión que realmente habían tomado, haciendo que en su mente cobrara más sentido la idea de que en realidad habían escogido la fotografía con la que se les estaba engañando.

Experimento de las mermeladas

El experimento con las fotografías era bastante revelador, pero tenía la limitación de que al ser caras de mujeres lo que se enseñaba en ellas se podía pensar que muchos participantes pensaron que eran iguales o no se fijaron tanto en los detalles, con lo cual quizás algunos no notaron el cambiazo. Por este tipo el mismo grupo de Johansson se valió de otro experimento en el que estaba implicada otra vía sensorial: el gusto.

Estos mismos investigadores se fueron a un supermercado y montaron un stand en el que daban a probar a los visitantes dos tipos de mermeladas. Una vez su inocente sujeto experimental había elegido de qué jarra quería probar le daban una primera muestra, luego una segunda y finalmente se le pedía que explicara las razones por las que había preferido esa mermelada en concreto.

Sin embargo, había un truco. En cada bote de mermelada habían dos compartimentos con mermeladas diferentes cuyos sabores podían ser muy distintos. Pese a que el cliente veía que le daban la segunda muestra del mismo bote que había escogido, en realidad lo que se le daba era una mermelada distinta a la que había probado primero. A pesar de tener gustos diferentes, menos de un tercio de los participantes detectaban el cambio.

Introspección y confabulación

Viendo estos dos curiosos experimentos, que van en la misma línea que otros muchos más llevados a cabo en el campo de las ciencias cognitivas, podemos afirmar que el resultado o conducta final influye en la forma en cómo le damos una explicación a su ocurrencia. Es decir, le atribuimos un procesamiento mental que puede que no se haya dado y nos fijamos más en cual es el resultado final más que recordar lo que realmente sucedió.

La confabulación ha sido una palabra maldita en la historia de la psicología. Confabular es inventar historias, rellenando las lagunas de nuestra memoria, algo tradicionalmente asociado como síntoma y estrategia propia de las personas que padecen algún tipo de enfermedad, trastorno o síndrome que perjudique el almacenamiento de los recuerdos, como por ejemplo el síndrome de Korsakoff, varias demencias o la esquizofrenia.

El abordaje científico de la ilusión de la introspección, con los experimento de Johansson, Pronin y muchos más investigadores, ha venido a demostrar que confabular es un acto propio de una mente sana y que se presenta a la hora de tratar de recuperar estados mentales que atribuimos como partícipes en la toma de decisiones y, en consecuencia, nuestra conducta. Los participantes de los dos experimentos de Johansson confabulan y están sanos, inventan historias a posteriori para explicar decisiones que en realidad no han tomado, inventándose recuerdos a pesar de no tener problemas de memoria.

Pero, si confabulamos para darle sentido a una decisión que no hemos tomado, ¿también lo hacemos para las que sí hemos decidido? Es decir, ¿hasta qué punto cuando buscamos en las profundidades de nuestra mente la explicación de por qué hemos hecho algo es introspección o recordar nuestra toma de decisiones y en qué punto esto se convierte en realidad en la invención de recuerdos, aunque sean de cosas que sí han sucedido? Puede que nos inventemos una explicación a posteriori que nos convenza y, una vez la tenemos, dejamos de intentar recordar qué pasó realmente porque eso supone esfuerzo cognitivo.

Referencias bibliográficas:

  • Johansson P.; Hall L.; Sikström, S.; Olsson, A. (2005). Failure to detect mismatches between intention and outcome in a simple decision task. Science, 310: pp. 116 - 119
  • Hall, L. & Johansson, P. (2008). Using Choice Blindness to study decision making and introspection, En A Smorgasbord of Cognitive Science, ed P Gärdenfors and A Wallin (Nora, Sweden: Nya Doxa, 2008) pp. 267 - 83
  • Johansson, P. et. al. (2007). How Something Can Be Said About Telling More Than We Can Know. Consciousness and cognition. 15: pp. 673 - 692; discussion 693. 10.1016/j.concog.2006.09.004.
  • Pronin, E. (2009). "The Introspection Illusion". In Mark P. Zanna (ed.). Advances in Experimental Social Psychology. 41. Academic Press. pp. 1–67. doi:10.1016/S0065-2601(08)00401-2. ISBN 978-0-12-374472-2.
  • Malo, P. (2013). La Ilusión de Introspección. Evolución y neurociencias.

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Postgrado de Actualización de Psicopatología Clínica en la UB.

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