Afortunadamente, cada vez disponemos de más información que nos permite comprender con profundidad cómo la falta de sueño repercute en nuestra calidad de vida. En los últimos años ha habido un creciente interés en averiguar cómo el insomnio afecta a los y las adolescentes y su salud mental.
Además, debido al aumento significativo de problemas emocionales en la adolescencia, también ha habido un aumento considerable del interés —o la preocupación— por la salud mental en esta etapa vital. Por desgracia, los síntomas emocionales son cada vez más intensos y empiezan más temprano. Por ello, familiares y profesores se preguntan cuáles son las causas.
A lo largo de este artículo hablamos sobre aspectos como insomnio y adolescencia, las alteraciones que se producen en el cerebro ante la falta de sueño y la relación entre la deprivación de sueño y la salud mental. Por último, planteamos algunas estrategias que pueden resultar útiles a la hora de atajar esta situación.
El insomnio en los jóvenes
En 2024 se realizó un estudio con 140 adolescentes españoles de entre 16 y 17 años y los hallazgos fueron escalofriantes. El 89% de estos tenían problemas de sueño. En esta línea, se descubrió que un porcentaje significativo de adolescentes no dormía las horas recomendadas. Además, el 62% de la muestra tenía hábitos poco saludables antes de ir a dormir.
La gran mayoría de los jóvenes qje participaron en el estudio desconocían el importante papel que el juego desempeña en su desarrollo. Los factores que interfieren tanto en la cantidad de horas dormidas como en la calidad de las mismas son diversos.
La adolescencia es una etapa en la que se producen muchos cambios a nivel físico, emocional, mental y hormonal. A esta situación que de por sí ya es un reto, hay que sumar las exigencias académicas, las expectativas sociales, el consumo de redes sociales, el uso de aparatos electrónicos y los diferentes problemas emocionales que cada uno/a pueda tener.
Cómo afecta la falta de sueño al cerebro adolescente
El cerebro, durante la adolescencia, está expuesto a múltiples cambios. Es una etapa sensible que se caracteriza por la elevada plasticidad y el proceso de maduración de áreas cerebrales como la corteza prefrontal —encargada, entre otras cosas, de la regulación emocional, la planificación y el autocontrol— y el sistema límbico —también conocido como el cerebro emocional—.
Recientemente se ha publicado un estudio en el que se emplearon herramientas de neuroimagen y modelos predictivos para estudiar a más de 11000 adolescentes con el objetivo de desarrollar y validar un modelo de predicción del riesgo de salud mental en adolescentes.
Una de las conclusiones obtenidas más sorprendentes e importantes fue que los problemas de sueño, principalmente el insomnio, resultaron ser un factor predictor de riesgo mucho más fuerte que otros aspectos que tradicionalmente se han considerado más “importantes” como podrían ser la predisposición genética o el trauma infantil.
En el estudio mencionado se observó que la privación de sueño que se da de forma crónica afecta a las áreas que se encargan del razonamiento, el autocontrol, la toma de decisiones, la memoria y la regulación emocional.
Vieron que los adolescentes que dormían menos de 6 horas mostraban una menor conectividad entre estas zonas y esto se traduce como una mayor impulsividad, más dificultad para regular las emociones y más vulnerabilidad al estrés.
Los cerebros privados de descanso reaccionan de forma más extrema ante estímulos negativos y tienen menos recursos para regular las emociones. Esto puede empeorar la sintomatología ansiosa y/o depresiva e incluso desencadenar en trastornos mentales.
La relación entre el insomnio y la salud mental
Todo lo expuesto en el apartado anterior pone de manifiesto la relación entre la privación del sueño y los cambios cerebrales que se producen como consecuencia. Estas alteraciones producen, a su vez, efectos en las personas que se relacionan con su salud mental —entre otras áreas afectadas—.
El realizado en 2025 respalda la idea de que la falta de sueño es un factor de riesgo muy importante a la hora de hablar de la aparición de trastornos mentales. De hecho, según este modelo, el insomnio predice con mayor precisión la aparición de sintomatología depresiva a los 12 meses que otras variables como la historia familiar de trastornos mentales o el nivel socioeconómico.
Además, no podemos olvidar que las dificultades relacionadas con el sueño no actúan de forma aislada. Somos seres complejos y, por lo tanto, las diferentes esferas de nuestra vida se relacionan de una forma u otra. En este caso, los problemas con el sueño se retroalimentan con las dificultades que pueda tener en el ámbito académico, familiar o relacional.
Otro aspecto interesante también revelado en el estudio realizado en 2024 es que parece ser que el sexo femenino reportó niveles más altos de insomnio. Estos hallazgos podrían ser una nueva puerta a la investigación y quizá nos podrían ayudar a comprender ciertas diferencias de género en la aparición de ansiedad y depresión en la adolescencia.
¿Cómo se puede prevenir esta situación?
La evidencia es clara: la falta de sueño en la adolescencia puede impactar de forma grave en la salud mental de las personas. Uno de los aspectos más preocupantes es el hecho de que la mayoría de los adolescentes encuestados en el estudio de 2024 no eran conscientes de la importancia que el sueño tiene en su salud mental.
Así pues, el primer punto en el que sería necesario intervenir —y de forma urgente— es la educación y concienciación de la problemática tanto para los adolescentes como para los cuidadores. En esta línea, sería interesante reducir al máximo posible todos los factores de riesgo (uso nocturno de dispositivos electrónicos regularmente, falta de horarios, etc.) y, por supuesto, la detección precoz.
Todo esto nos permitirá una detección de las problemáticas más rápida y, consecuentemente, una intervención más adaptada a cada caso.