¿Por qué entrenamos la mente para lo peor, pero no para lo mejor? ¿Alguna vez te has sorprendido imaginando todo lo que podría salir mal, incluso antes de dar un paso? ¿Te has descubierto preparando argumentos para defenderte de un posible error, decepción o rechazo, aunque aún no haya ocurrido nada? ¿Y qué ocurre cuando algo realmente va bien? ¿Puedes disfrutarlo plenamente o sientes un extraño vértigo, una sensación de que en cualquier momento se desmoronará?
Durante años —quizás durante generaciones— hemos sido educados para desarrollar una gran habilidad: la de manejar el fracaso. Y eso no es negativo en sí mismo. Nos ha hecho resistentes, resilientes, incluso previsores. Pero lo que rara vez se nos ha enseñado es a sostener el éxito, la alegría o el bienestar sin sospecha ni culpa.
El cuerpo también responde a lo positivo... con tensión
Párate un momento. Cierra los ojos y visualiza algo que anhelas profundamente: Un proyecto que por fin se concreta. Una relación que fluye y te hace sentir en paz. Un reconocimiento justo y merecido. Tu vida funcionando con equilibrio. ¿Qué sientes en el cuerpo?
Para muchas personas, esa imagen que debería provocar alivio… activa, sin embargo, una alarma silenciosa. El corazón se acelera, los hombros se tensan, aparece un nudo en el estómago. Y no es por emoción, sino por miedo. Miedo a que no dure. A no estar a la altura. A que sea demasiado bueno para ser verdad. Nos cuesta sostener lo positivo porque no estamos acostumbrados a ello. Porque gran parte de nuestra vida emocional ha estado orientada a anticipar, prevenir y minimizar los daños.
Una educación emocional basada en el control
Desde pequeños se nos ha enseñado —explícita o implícitamente— que lo correcto es ser prudentes, tener los pies en la tierra, no ilusionarse demasiado. Hemos interiorizado la idea de que el optimismo puede ser ingenuo, que celebrar puede ser arrogante y que mostrarse feliz abiertamente puede atraer la envidia o el castigo.
Este modelo emocional no distingue entre géneros: afecta tanto a hombres como a mujeres. Ambos han sido, en diferentes formas, educados para contener, para disimular, para adaptarse. Nos volvemos expertos en gestionar el daño potencial, pero inexpertos en sostener lo que va bien. Como si la mente supiera cómo protegernos de lo malo, pero no cómo abrazar lo bueno.
¿Y si el bienestar también se entrena?
Así como aprendimos a defendernos del dolor, también podemos aprender a hacernos disponibles para el bienestar. A entrenar la mente y el cuerpo para recibir lo positivo sin sentir que hay que compensarlo, esconderlo o justificarlo. Este entrenamiento requiere conciencia. Requiere revisar nuestras creencias sobre el éxito, el placer, la alegría.
Preguntarnos, por ejemplo: ¿Qué siento cuando las cosas me salen bien? ¿Me lo permito sin culpa? ¿Creo que merezco lo bueno que me ocurre o espero que algo lo estropee?
No se trata de un pensamiento mágico ni de ignorar la dificultad. Se trata de equilibrar nuestra preparación emocional: Si estamos listos para los desafíos, ¿por qué no estarlo también para las oportunidades?
Un nuevo tipo de fortaleza
Estamos acostumbrados a asociar la fortaleza con aguantar, resistir, mantenerse en pie. Pero quizás ha llegado el momento de redefinirla. Quizás la verdadera fortaleza sea dejar de anticipar la caída y empezar a ensayar el vuelo. Permitirse recibir con apertura. Sentirse merecedor sin miedo. Estar en paz… y no pedir disculpas por ello.
Al fin y al cabo, no se trata de negar el dolor, sino de ampliar el rango emocional: Poder sostener tanto lo difícil como lo hermoso. ¿Y si la verdadera madurez emocional fuese abrirse a lo que sí funciona? Este cambio de mirada no es fácil. Ni rápido. Ni automático. Pero es posible. Podemos dejar de vivir como si lo bueno fuese un accidente o una excepción. Podemos reeducarnos para confiar en que también sabemos gestionar lo positivo. Y que disfrutar no es una frivolidad, sino una forma profunda de salud.
Quizás hoy no se trate de hacer grandes cambios, sino de comenzar con una pequeña pregunta: ¿Qué pasaría si dejo de prepararme solo para lo peor… y empiezo a hacer espacio para lo mejor?


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad