El dolor tiene dos vertientes, el dolor que proviene del exterior del cuerpo y el dolor de percepción interna. A veces, los dos entran en juego. Siempre es subjetivo el dolor. El profesional de la salud tiene baremos de dolor que no se ajustan en todos los casos con lo que expresa el paciente. Solemos hablar de dolor agudo y de dolor crónico.
El dolor agudo tiene que ver con la activación de los sistemas nociceptivos asociados a una lesión y ese desaparecerá con la curación de la lesión. El dolor, aquí, tiene una función esencial de protección biológica, que avisa al sujeto de un disfuncionamiento o de una lesión. Los elementos psicológicos que pueden asociarse a esas situaciones no suelen ser numerosos y tendrán que ver especialmente con la ansiedad.
La ansiedad puede estar presente en situaciones de enfermedad, en proceso de curación donde la vida del sujeto es trastocada y la incertidumbre alcanza niveles que al sujeto le cuesta gestionar. La ansiedad es, al fin y al cabo, un fenómeno normal ya que se encuentra en cada uno de nosotros en mayor o menor medida.
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Mente y cuerpo: la percepción del dolor
En todo dolor orgánico hay una participación de lo psíquico y eso lo sabemos al observar casos clínicos donde la distracción aleja al sujeto de su dolor. Es decir, cuando el sujeto consigue interesarse por otro asunto que por su dolor, así el tiempo que dura la distracción, el dolor disminuye. Con ese punto de partida, tendremos que ocuparnos del papel del dolor y de lo que podríamos llamar la enfermedad del dolor.
Por una parte, el dolor tiene como función señalar una lesión, un peligro. Acerco mi mano al fuego y el dolor me permite protegerme del dolor de un órgano, de una lesión me avisa que tengo que acudir al profesional correspondiente. Pero cuando hablamos de la enfermedad del dolor, hacemos referencia a un dolor crónico. En esos casos, están en juego varios factores psíquicos que mantienen ese dolor.
Vamos a exponer aquí dos elementos fundamentales que participan en el mantenimiento del dolor. Precisar ahora, que en todos los casos, se tratará en análisis de escuchar cómo el paciente habla de su dolor, ya que no nos ocuparemos del dolor en sí, sino del sujeto doliente.
La culpabilidad entra de pleno en el fenómeno del dolor. La culpabilidad inherente al sujeto, es la culpa edípica. Por eso, no se tratará de la culpa sentida, ni del remordimiento, se trata de una culpa inconsciente. ¿Y cómo sabemos que entra en juego en el dolor? Porque a menudo el dolor sirve de castigo para calmar esa culpa inconsciente. Sabemos de la dificultad del sujeto para arreglarse con la culpa por los castigos que se inflige. Así, es oportuno declarar que el dolor crónico puede muchas veces ser considerado como un castigo.
En otra ocasión, explicaremos la constitución de la culpabilidad y sus efectos en la vida cotidiana. Y evidentemente cuando hablamos de dolor crónico, también llegamos a hablar de goce, de masoquismo. Sabemos, gracias a Sigmund Freud, que el fin de la energía psíquica, el fin de la pulsión es la satisfacción. La pulsión siempre se satisface, es decir, que ese sujeto que somos, está dividido en consciente e inconsciente, vive, padece, dos situaciones distintas y a veces opuestas.
En su consciencia sufre pero en el inconsciente hay satisfacción, lo que viene a explicar la dificultad del sujeto en abandonar lugares de dolor. La satisfacción que obtiene en el dolor no le permite transformar fácilmente su posición. Y repito, se trata de una satisfacción inconsciente, es decir, que ni la razón, ni la voluntad tienen la capacidad de intervenir para modificar la situación psíquica que produce dolor en la vida material del sujeto. Sólo el psicoanálisis tiene los instrumentos necesarios para intervenir e ir modificando esa manera de gozar en el dolor.
Por ello, cuando hablamos de enfermedad del dolor, hacemos referencia a esos diferentes componentes que encierran al sujeto en una estructura psíquica que utiliza el dolor para expresarse. Empezar a hablar con un psicoanalista será evidentemente una posibilidad para aprender a dirigir estos componentes hacia otros resultados. Hablar es para el humano un goce de importancia y ser escuchado también.