En el año 2005, el profesor de psicología e investigador Kelly D. Brownell, junto a Rebecca Puhl, Marlene Schwartz y Leslie Rudd publicaron un libro llamado Weight Bias: Nature, Consequences and Remedies.
En esta obra se planteaba una idea que en los últimos años ha sido recogida por muchos movimientos sociales: aunque la obesidad es un problema de salud, parte de sus inconvenientes no se limitan al malestar físico que produce. Hay un malestar extra, de tipo psicológico, que es producido por un sesgo discriminador contra las personas con sobrepeso: la gordofobia.
¿Qué es la gordofobia?
El concepto de gordofobia sirve para designar un sesgo automático y normalmente inconsciente que lleva a discriminar, objetivizar y minusvalorar a las personas con sobrepeso, especialmente si esas personas son mujeres.
Las personas gordas son asociadas automáticamente a la falta de autoestima, a las dificultades para vivir una sexualidad de manera satisfactoria y a la necesidad de llamar la atención esforzándose mucho. En definitiva, se entiende que estas personas parten con una desventaja definitiva que hace que valgan menos al no "poder competir" con el resto. Vistas con las gafas de la gordofobia, estas personas son percibidas como individuos desesperados, que aceptarán un peor trato tanto informal como formal, y que estarán dispuestas a ser más explotadas laboralmente.
Es, en definitiva, un modo de pensar que se caracteriza por hacer cargar con un estigma social a las personas obesas. Eso significa que no forma parte de un cuadro clínico, tal y como sí lo hace, por ejemplo, la agorafobia. En la gordofobia, el sobrepeso se considera una excusa para poder hacer pasar a ciertas personas por otro rasero moral. De algún modo, la estética dicta el tipo de ética que se aplica sobre esta minoría... Porque las personas con sobrepeso son minoría, ¿verdad?
Cada vez es más fácil ser obeso
La gordofobia tiene un aspecto paradójico. Aunque las personas obesas se consideran algo extraño y con menos valor porque se salen de la normalidad estadística, esa misma normalidad estadística es cada vez más reducida, especialmente en el caso de las mujeres.
Si bien desde el punto de vista médico los estándares sobre los que es y lo que no es obesidad tienen buenos fundamentos y se basan en conocimiento científico sobre cómo es un cuerpo saludable, más allá de estos entornos especializados y profesionales ser gorda es, cada vez más, lo normal. No es que las mujeres se alimenten cada vez peor, es que el umbral sobre lo que se considera la obesidad es cada vez más bajo, es muy fácil traspasarlo.
Incluso en el mundo de las modelos, salirse ligeramente de lo que dictan los cánones de belleza da pie a conflictos. Que se lo pregunten por ejemplo a Iskra Lawrence, conocida especialmente por sus respuestas ante las "acusaciones" sobre su peso. El hecho de que incluso estas mujeres tengan que afrontar estos tratos sirve para hacerse una idea sobre lo que tienen que soportar mujeres anónimas y tanto o más alejadas del canon de belleza.
La palabra "gorda" es tabú
La gordofobia ha dejado una huella tan poderosa en nuestra cultura que incluso el concepto el que alude resulta un tabú. La industria de la moda ha tenido que inventarse mil y un neologismos y eufemismos para referirse a las tallas grandes y a la morfología de las mujeres que desde otros contextos son acusadas de ser gordas: curvy, rellenita, talla grande... fórmulas lingüísticas que se intuyen artificiales y que, en cierto modo, confieren mayor fuerza al término "gorda" por su sonora ausencia.
Es por eso que desde ciertos movimientos sociales vinculados con el feminismo se ha decidido empezar a luchar contra la gordofobia reapropiándose del término "gorda" y exhibiéndolo con orgullo. Esta es una estrategia política que recuerda a una propuesta de la psicolingüística conocida como la hipótesis de Sapir-Whorf, y que dicho llanamente consiste en la idea de que el modo en el que se utiliza el lenguaje moldea el modo en el que se piensa.
Esta hipótesis puede ser cierta o no (en la actualidad no cuenta con demasiado apoyo empírico), pero más allá de esto cabe imaginarse que reapropiarse de esa palabra puede suponer una manera de defenderse de la gordofobia luchando en su propio terreno. Queda claro que la lucha por la igualdad pasa por hacer que desaparezcan estos sesgos irracionales, que son psicológicos pero también de raíz social, y que solo entorpecen las relaciones humanas. Y queda caro también que queda un largo camino por recorrer.
Defender la posibilidad de que todas las personas puedan vivir de manera saludable no pasa por estigmatizar al que es diferente.