Cada persona tiene una forma distinta de hacer amigos. Por un lado, están quienes pueden acercarse a un desconocido sin ningún tipo de tapujos y entablar una conversación profunda en pocos minutos; por otro, aquellos que tardan un poco más de tiempo en entrar en confianza. Incluso están quienes solo pueden abrirse con los demás si se conocen de toda la vida. Además, los modos de forjar amistades varían de acuerdo a la etapa de la vida que una persona está transitando.
No es igual la experiencia de un adolescente al hacer amigos que la de un adulto, quien puede tener mayores dificultades al hacer amigos dadas ciertas características propias de su etapa. En particular, una de las experiencias más habituales entre los adultos es la ansiedad al intentar hacer amigos.
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Las amistades a lo largo del ciclo vital
Desde que somos niños tenemos la necesidad de relacionarnos con nuestros pares. En los primeros períodos de la vida, estos lugares de «iguales» están ocupados por hermanos, primos o vecinos. Las relaciones de la infancia pueden perdurar a lo largo del tiempo como sólidas amistades, más allá de los posibles parentescos, pero otras son más bien volátiles y efímeras. Si memoramos nuestro historial de amistades de cuando éramos niños, es posible que apenas tengamos un vago recuerdo de los nombres y rostros de nuestros amigos del jardín de infantes, de la escuela primaria o del barrio.
¡Esto no tiene nada de malo! La forma de entablar vínculos sociales a lo largo del ciclo vital varía. Durante la adolescencia, la situación suele cambiar: los adolescentes tienden a la búsqueda de su propia identidad mediante la pertenencia a grupos. Además, buscan volverse autónomos e independientes respecto a sus padres. Esto les conduce a la persecución de nuevas amistades, que, en general, se forjan alrededor de la escuela secundaria, un encuadre que les convoca día tras día.
En la juventud, muchas de las amistades de la adolescencia perduran, pero tantas otras acaban disipándose. Alrededor de los veinte años, los jóvenes suelen vivir experiencias que invitan a conocer nuevas personas, como los compañeros de la universidad o del trabajo.
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Las dificultades al hacer amigos en la adultez
Sin embargo, conforme los años transcurren en vías hacia la adultez, las personas podrían experimentar ciertas dificultades a la hora de intentar hacer amigos ya que, en parte, suelen caer en interpretaciones sesgadas acerca de la realidad. Por ejemplo, es habitual que muchos adultos sostengan con firmeza que es imposible entablar relaciones significativas por fuera de la juventud temprana, diciendo que «todos se conocen de anterioridad», que «ya es muy tarde», que «nadie me querrá integrar en un grupo nuevo», etcétera. No obstante, todas estas son justamente interpretaciones acerca de la realidad; no son la realidad en sí misma.
Otra razón por la cual las personas podrían considerar que es difícil hacer amigos en la adultez es la falta de apertura y disponibilidad para conocer a otras personas. Los adultos no contamos con el hábito tan desarrollado que cuentan los niños para hacer amigos. Sólo hace falta dejarles cierta libertad en un parque donde haya otros chicos jugando y observar cómo se comportan. Al cabo de un rato, podremos observar que se habrá hecho un nuevo compañerito de juegos y que, posteriormente, es muy probable que le pregunte de manera explícita si «desea ser su amigo». En cambio, los adultos no solemos formular este tipo de interrogantes.
De hecho, tendemos incluso a estirar nuestros vínculos de toda la vida a pesar de que sean amistades que, por las diferencias que espontáneamente surgen con el transcurso de los años, hayan caducado. La adquisición de nuevos hábitos como el empezar a hacer amigos requiere de que nos atrevamos a repetir de forma sostenida en el tiempo un comportamiento, en este caso, relacionarnos con los demás.
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¿Por qué los adultos sienten ansiedad al hacer amigos?
Ahora bien, muchas veces, tan solo la idea de acercarse a un desconocido en una reunión e iniciar una conversación puede ser aterradora. Aquí es donde aparece la ansiedad como experiencia sumamente desagradable y en ocasiones limitante a la hora de hacer amigos.
Sabemos que la ansiedad implica un conjunto de reacciones fisiológicas que permiten que nos anticipemos a un peligro. La posibilidad de anticiparnos a amenazas supuso una reacción evolutiva que permitió que nos adaptáramos al medio con mayor facilidad, ya que nos brindó la habilidad de desligarnos de la experiencia directa, establecer relaciones entre situaciones hipotéticas, y, en definitiva, maximizar nuestras chances de sobrevivir. Sentir ansiedad no es algo malo ni que debamos remediar, sino que, por el contrario, es gracias a ella que estamos donde estamos.
Además, es esperable que sintamos ansiedad al relacionarnos con nuestros pares, ya que la posibilidad de ser rechazados del grupo social es una amenaza para los seres humanos en términos evolutivos. Por ese motivo, es imposible «desconfigurar» nuestro cerebro para que dejemos de sentir ansiedad al acercarnos a nuevas personas. Intentar suprimir nuestras emociones no hará más que acrecentar el malestar que generan en nosotros.
Los dos caminos frente a la ansiedad al conocer nuevas personas
El problema recae en que muchas personas no consiguen sobreponerse a esa emoción. El hecho de sentir ansiedad les imposibilita llevar a cabo las acciones concretas necesarias para establecer nuevas relaciones interpersonales —acercarse a alguien, preguntar cuál es su nombre, sus intereses, responder las preguntas del otro de forma clara y abierta, etcétera—, que, en última instancia, les permitirían hacer nuevos amigos. De hecho, muchos consideran que es necesario en primer lugar despojarse de esa ansiedad para poder relacionarse con otras personas. Sin embargo, eso les conduce a evitar de forma sistemática los encuentros con los demás. Ahora bien, ¿evitar es útil para resolver el problema?
El camino de la evitación
Veámoslo de forma metafórica. La ansiedad, así como otras emociones desagradables, ponen a las personas ante una bifurcación. Un camino posible es el de la evitación o huida. Una persona escoge caminar por este camino cuando, al tener la intención de hablar con alguien, experimenta un pico de ansiedad y, con el objetivo de disminuir esa emoción desagradable, acaba evitando el encuentro con el otro y lo sustituye por otro tipo de actividades. En el corto plazo, al andar por este camino la persona siente poca ansiedad: escapar de la situación temida ocasiona que la ansiedad disminuya casi instantáneamente. Sin embargo, este efecto también es breve. En el largo plazo, es muy probable que la persona continúe sintiéndose ansiosa al querer hacer amigos y, además, no habrá conseguido conocer a nadie en el trayecto.
El camino de la exposición
Por otro lado, está el camino de la exposición, el afrontamiento o la aproximación. Una persona escoge andar por este camino cuando experimenta una alta ansiedad al querer acercarse a alguien nuevo y decide, incluso en presencia de esa ansiedad, enfrentar la situación temida. Este camino es, en el corto plazo, más tumultuoso que el primero, ya que no consigue calmar la ansiedad de una forma rápida y eficiente. De hecho, pone el foco en un objetivo completamente diferente: no busca eliminar la ansiedad, sino tener la capacidad de vincularse con otras personas aún sintiéndose ansioso/a. Los efectos se invierten: en el corto plazo, la ansiedad no desciende de forma abrupta, sino que lo hará de manera paulatina. Sin embargo, en el largo plazo, el balance también es opuesto: puede que la persona continúe sintiéndose ansiosa al hacer nuevos amigos, pero habrá conseguido conocer a muchas personas valiosas en el transcurso. La ansiedad puede ser muy incómoda, pero no es un obstáculo inhabilitante.
Paloma Rey Cardona
Paloma Rey Cardona
Psicóloga General Sanitaria
La invitación, desde mi parte, es la de atreverse a transitar este segundo camino. Como hemos visto, no es fácil andar por esa vía. Las personas solemos tentarnos, una y otra vez, en distintas situaciones de nuestras vidas, a andar por el primer camino, el de la evitación. La clave reside en que es difícil consolidar nuevas amistades en la adultez si caminamos siempre por los mismos senderos. Esto puede ser una tarea muy compleja para algunas personas —por ejemplo, para aquellas que hayan experimentado vivencias dolorosas en relación a sus amistades; o que estén atravesando una crisis a partir de la pérdida o rechazo de una amistad cercana—, por lo que siempre se recomienda, en caso de ser muy difícil hacer amigos en la adultez, consultar con un profesional de la salud mental capaz de brindar ayuda. Otros consejos que te pueden ayudar son:
- Aprovechar el potencial de las redes sociales en Internet.
- Reservar varias horas a la semana a socializar, como si fuese una tarea programada de antemano.
- No basar las conversaciones a criticar a otros, sino en encontrar puntos en común en positivo.
- No asumir que de todo primer encuentro debería surgir una amistad (para no alimentar la frustración).
- Cultivar las amistades incipientes, asegurándonos de que escuchamos tanto como somos escuchados, y ayudamos tanto como somos ayudados.