El primer cambio sustancial en los hábitos de vida del ser humano vino tras la llamada “revolución industrial” y el segundo cambio lo estamos padeciendo ahora tras la “revolución tecnológica”. Antes de la revolución industrial, la alimentación se veía afectada por la variabilidad de abastecimiento que había según la época, y siempre entraba en juego la necesidad de esfuerzo a la hora de conseguir el alimento.
Este hecho cambia tras la aparición de las grandes fábricas, momento en el que las máquinas se encargaron de la molienda fina de los cereales y la retirada del salvado y de todas las partes de fibra no digeribles, que provocaron una mayor velocidad de absorción de la glucosa en los alimentos ricos en cereales. Como consecuencia, se produjo una gran abundancia de alimentos ricos en hidratos de carbono con un alto índice glucémico, y por lo tanto, de asimilación rápida que invadió nuestra dieta.
En la actualidad, tras la llegada de la revolución tecnológica, se han potenciado estas tendencias y los avances han puesto al alcance de todos una amplia variedad de nuevos alimentos de gran palatabilidad, de atractivos colores e irresistibles sonidos crujientes al masticar. Algunos de estos productos son muy ricos en carbohidratos rápidos y en grasas: pastelería, bollería y derivados, chucherías, etc. Todas estas circunstancias junto con el estilo de vida sedentario, ha potenciado las consecuencias negativas de la insulinorresistencia en los últimos 50 años.
La población en los países industrializados está expuesta a un exceso de ingestión de energía en mayor parte en forma de hidratos de carbono de asimilación rápida y de grasas saturadas. ¿Acaso nos estamos domesticando a nosotros mismos?
Un cerebro adaptado al hambre
Aunque intentamos evitar el consumo de alimentos ricos en calorías en nuestra dieta, somos conscientes de lo difícil que resulta privarse de alguno de estos platos. Para empezar, aquellas comidas con un alto contenido lípido resultan mucho más sabrosas, lo cual hace que nuestro sistema nervioso las prefiera.
Si nos remontamos en la historia, los periodos que más abundan son los de escasez de comida y de hambrunas, más que los de abundancia. Por esto, nuestro cerebro fue adaptándose para tener esa preferencia por este tipo de alimentos que ayudan a la acumulación de grasas y que son una fuente de energías imprescindibles para sobrevivir a periodos largos sin alimentos. El problema que tenemos en la actualidad es que se junta la preferencia por este tipo de alimentos con la falta de necesidad de ejercicio físico en las actividades diarias, propiciando la aparición de una sociedad con un mayor sobrepeso.
Estas nuevas condiciones, aplicadas a la población que porta el genotipo ahorrador de energía, hace que mucha gente viva en permanente hiperinsulinemia acarreando una serie de enfermedades. Estudios recientes han señalado el sedentarismo como un factor ligado a la aparición y gravedad de un gran número de enfermedades crónicas como son la hipertensión arterial, diabetes, y la obesidad entre otras.
Luchando contra el sedentarismo
En Europa, la Comisión Europea en el Libro blanco sobre el deporte reconoce que no está progresando lo suficiente en la lucha contra el sedentarismo y la promoción de la actividad física.
La Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria considera que la prevalencia del sedentarismo está siendo superior a la de cualquier otro factor de riesgo de hoy en día, como el tabaquismo o el consumo de alcohol, ya que sólo el 12% de la población practica ejercicio físico de forma adecuada.
Esto es preocupante, teniendo en cuenta que practicando habitualmente deporte se puede disfrutar de diversos los beneficios. Entre ellos podemos destacar los siguientes.
1. Supone un ahorro económico
Una investigación realizada en Argentina por la Secretaría de Turismo y Deporte de la Nación con el soporte calificado del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) mostró que el sedentarismo no solo propicia la aparición de enfermedades, sino que también tiene un alto coste económico para el país: aproximadamente un 20% del presupuesto dado a los organismos relacionados con el ámbito de la salud podría ser ahorrado si se potenciase la actividad física frecuente.
2. Tiene efectos psicológicos positivos
Se han asociado los niveles más altos de actividad física a pocos o escasos síntomas de depresión y posiblemente de la ansiedad y la tensión. Por este motivo el deporte forma parte de las intervenciones psicológicas más frecuentes. Otra de las ventajas que encontramos es la construcción de una autoestima más sólida, una autoimagen positiva en las mujeres y una mejora en la calidad de vida entre niños y adultos. Estas ventajas pueden ser debidas a la combinación de la actividad física y los aspectos socioculturales que pueden acompañar a la actividad.
3. Mejora el sueño profundo
Un sueño reparador es como una fuente de la juventud, y el ejercicio te ayudará a alcanzarlo. Está demostrado que el ejercicio regular ayuda a conciliar el sueño más rápido, así como a tener fases REM más profundas. Al menos 150 minutos de ejercicio físico a la semana mejoraran la calidad del sueño.
4. Potencia los procesos cognitivos
Por otro lado, la actividad física también toma un papel importante en los procesos cognitivos. Una serie de estudios realizados por la Universidad de Illinois en los Estados Unidos encontró relación entre una mayor actividad aeróbica y una menor degeneración neuronal. Así mismo, diversos estudios demostraron que algunos procesos y habilidades cognitivas en las personas mayores eran mejores en caso de que estas practicaran actividad física.
Por ejemplo, en un estudio realizado por la misma universidad en 1999 se observó un grupo de personas que durante 60 años habían llevado una vida muy sedentaria. Tras una caminata de 45 minutos durante tres veces a la semana, mejoraban sus habilidades mentales, las cuales suelen ir en disminución debido a la edad. Y no sólo en edades más avanzadas es donde se han encontrado diferencias significativas; en el caso de los niños que practican una actividad física de manera sistemática, los procesos cognitivos son mejores que los de los niños sedentarios.
5. Mejora el desarrollo del cerebro
Existen numerosos trabajos que hacen eco de la relevancia del ejercicio físico en el funcionamiento y desarrollo cerebral. En un estudio llevado a cabo por Chaddockse pudo comprobar cómo aquellos niños que poseían una buena forma física presentaban un aumento del volumen del hipocampo (área muy importante en el aprendizaje y en la memoria).
Thayer y su equipo de trabajo en 1994 hallaron a través de estudios en ratones que la actividad física aumentaba la secreción del factor neurotrófico cerebral (BDNF), una neurotrofina relacionada con el factor de crecimiento del nervio, situada básicamente en el hipocampo y en la corteza cerebral. Esta sustancia alarga la esperanza de vida de las neuronas y protege el cerebro de posibles isquemias. Además, descubrió que la actividad física provoca que el músculo segregue IGF-1 (factor de crecimiento similar a la insulina) que entra en la corriente sanguínea, llegando al cerebro y estimulando la producción del factor neurotrófico cerebral. Por lo tanto, el ejercicio físico ayuda a conservar en mejores condiciones la función cognitiva y sensorial del cerebro.
Todos estos hallazgos posicionaron a la actividad física como un papel neuropreventivo en diferentes enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, Parkinson, Huntington o esclerosis lateral amiotrófica.
6. Retrasa el envejecimiento celular
Los telómeros, unas estructuras que se localizan en los extremos de los cromosomas, se acortan a medida que envejecemos. Los telómeros largos se asocian a longevidad.
Pues bien, un equipo de científicos de la Universidad de California ha presentado los resultados de un estudio donde demuestran que con la introducción de hábitos saludables podemos modificar el tamaño de estas estructuras, y por tanto, la predisposición a sufrir los achaques típicos de la edad.
Concluyendo
Por tanto, si queremos ahorrar dinero en fármacos, tener una autoestima más fuerte, dormir mejor, tener un cerebro ágil y vivir más y mejor, no hay duda en que tenemos que hacer a partir de ahora.
¿Cuánto ejercicio hay que hacer para estar en forma? Según la OMS, en las personas de entre 18 a 64 años, mínimo 150 minutos a la semana de ejercicio aeróbico moderado y 75 minutos de actividad vigorosa. Se puede incrementar a 300 minutos combinando con ejercicios de fortalecimiento muscular.
Referencias bibliográficas:
- Chaddock, L., Erickson, K. I., Prakash, R. S., Kim, J. S., Voss, M. W. y VanPatter. M., (2010). A neuroimaging investigation of the association between aerobic fitness, hipocampal volume and memory performance in preadolescent children. Brain Research, 1358, 172-183.
- Duperly, J. (2005). Active lifestyle in metabolic síndrome. Bogotá, D.C.
- Matsudo, S.M. Actividad física: pasaporte para la salud. Rev. Clin. Condes – 2012.
- Ramirez, W, Vinaccia, S y Ramón Suarez, G. El impacto de la actividad física y el deporte sobre la salud, la cognición, la socialización y el rendimiento académico: una revisión teórica. Revista de estudios sociales, no.18, agosto 2004, 67-75.
- Ströhle, A. Physical activivty, exercise, depression and anxiety disorders. J Neural Transm (2009) 116:777–784
- Suay, F. (2012). Per què som tan sedentaris?
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