Cuando estaba a punto de morir, Rosalía de Castro (1837-1885), la gran poetisa gallega, pidió a su hija Alejandra que abriera la ventana porque quería ver el mar. Ese fue su último deseo, volver a contemplar el vaivén del oleaje, que tanto significó para ella y para su obra. Sin embargo, desde su casa de Padrón, donde Rosalía falleció con sólo cuarenta y ocho años, no se podía ver el mar.
El océano y la sensación de soledad que inspira están ligados a la poesía de esta escritora gallega, la gran voz del Renacimiento gallego, que devolvió las letras gallegas al lugar que le correspondían en la literatura. No sólo eso; Rosalía de Castro fue una ardiente defensora de los desamparados y, especialmente, de las mujeres, relegadas en aquella época a meros “ángeles del hogar”.
Hoy te contamos la vida de la escritora gallega que inauguró la poesía moderna en Galicia y que influenció a autores tan importantes como Rubén Darío o Federico García Lorca: Rosalía de Castro.
Breve biografía de Rosalía de Castro, la voz del Renacimiento gallego
No en vano, en 1963 se instauró el 17 de mayo como el Día de las Letras Gallegas en honor a la publicación, en esa misma fecha pero de 1863, de los Cantares gallegos de Rosalía de Castro. Se ha considerado a esta autora, y en concreto a esta obra, como la fundadora del Rexurdimento, es decir, el Renacimiento cultural gallego. No cabe duda de que Rosalía de Castro es una de las voces más sobresalientes (si no la que más) de este resurgir cultural.
La escritora llevó el idioma gallego a cotas insospechadas y lo elevó a idioma de cultura, poniéndolo a la misma altura que el castellano y las otras lenguas de la península. Por otro lado, su estilo postromántico sería uno de los pistoletazos de salida de la poesía moderna en España, caracterizada por la liberación del sentimiento poético de la métrica, tan importante hasta entonces.
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La hija ilegítima de un cura
Muchos biógrafos están de acuerdo en afirmar que la infancia de Rosalía, marcada por la ausencia y el abandono, estaría siempre presente en su espíritu una vez adulta y, por supuesto, impregnaría su obra de una nostalgia y tristeza difíciles de definir.
María Rosalía Rita de Castro vino al mundo un 23 de febrero de 1837, en una casa destartalada en medio del camino, donde su madre, María Teresa da Cruz Castro, se había refugiado para dar a luz de forma discreta. Y es que el nacimiento cubría de oprobio a la familia de la madre (que era hidalga) por dos motivos: primero, porque Teresa era soltera; segundo, porque la niña era fruto de sus amores con un sacerdote, José Martínez Viojo, capellán de Iria Flavia.
El padre no se desentendió de la pequeña, pero no podía reconocerla oficialmente debido a su condición de sacerdote. Sin embargo, puso a Rosalía bajo el cuidado de dos hermanas suyas que vivían en Ordoño, por lo que, en un principio, la niña no supo quiénes eran sus padres. En su partida de bautismo indica, de forma enigmática, “hija de padres incógnitos”.
El destino de estos “hijos de padres incógnitos” era la inclusa, pero, desde un principio, Teresa Castro se negó, quizá consciente de la alta tasa de mortalidad que había en estas instituciones. Primero dejó a Rosalía con su madrina, María Francisca Martínez, que al parecer era la sirvienta de confianza de Teresa. Luego, como ya hemos comentado, la pequeña se crió con sus dos tías paternas.
No sabemos con qué edad se hizo cargo su madre de ella; tradicionalmente se ha apuntado que fue cuando Rosalía tenía unos diez años. Sin embargo, un documento fechado en 1843 (que fue hallado en 2021), en el que Teresa Castro reconoce a la niña como hija suya, arroja la posibilidad de que la madre la recogiera bajo su cuidado cuando Rosalía tenía seis años.
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Tras una dicha, siempre una desgracia
Así, Teresa decide ir a buscar a su hija y hacerse cargo de ella. Se trata de una decisión muy valiente, pues tengamos en cuenta que la madre seguía siendo soltera y que esto le habría reportado un escándalo mayúsculo, como efectivamente sucedió. Las dos se trasladan a Santiago de Compostela, donde al parecer Rosalía cursa estudios en el Liceo de la Juventud.
Es más que probable que las burlas que la muchacha recibió en Santiago, una ciudad pequeña de provincias (“Ciudad extraña, hermosa y fea a un tiempo”, como ella mismo dijo), a causa de su condición de hija natural, influyeran en su carácter retraído, nervioso y pesimista. Porque Rosalía fue, durante toda su vida, una auténtica “alma romántica”; quienes la conocían decían que, cuando sobrevenía a su vida una dicha, siempre se obsesionaba con la desgracia que habría de seguirla. Rosalía de Castro, quizá como todos los poetas, nunca pudo ser plenamente feliz.
Sin embargo, no debemos imaginarnos a la escritora como una mujer tímida y sumisa. Los que la conocieron atestiguaron su carácter fuerte, que sacaba cuando las cosas no eran de su agrado. De hecho, Rosalía de Castro fue una ardiente defensora de los más desatendidos, en especial, los obreros y los campesinos, a los que retrata muy a menudo en sus relatos. En este sentido, la escritora está acorde con los tiempos, pues recordemos que a mitad del siglo XIX triunfa la novela social.
Rosalía fue, además, una ferviente defensora de la mujer. En su artículo Las literatas, publicado dentro del Almanaque de Galicia en 1866, de Castro confecciona una carta ficticia a una tal Eduarda, una joven que desea ser escritora. Haciendo uso de una finísima ironía, de Castro le nombra todas y cada una de las cosas por las que una mujer no debería escribir. Lo que está haciendo, en realidad, es denunciar precisamente todos estos impedimentos.
La hija del mar
En 1857 sale en Madrid el primer poemario de Rosalía, titulado La Flor. Está escrito en lengua castellana y recibe los elogios de Manuel Murguía (1833-1923), un afamado crítico, gallego como ella, que ya conoció en los círculos sociales de Santiago. La conexión entre ambos es evidente, y los dos contraen matrimonio al año siguiente, el 10 de octubre de 1858.
Murguía siempre apoyó a Rosalía para que publicara sus escritos, pero, sin embargo, su concepción del papel de la mujer era un tanto contradictoria. Si bien el crítico literario estaba encantado con el talento de su esposa, su opinión era que una mujer no debía hacer carrera con la literatura, pues lo “natural” era que permaneciera entregada al hogar. Puede que esto fuera, en cierta manera, lo que siempre distanció un tanto a la pareja que, sin embargo, se mantuvo unida hasta la muerte de ella.
Al año siguiente de su boda se publica la primera novela de Rosalía, La hija del mar, donde aparece el leitmotiv del océano, siempre presente en su vida y en su obra. La protagonista, Esperanza, es abandonada en las rocas de la playa, y de allí la rescata Teresa. Es evidente el símil con la propia infancia de Rosalía, la niña hija de “padres incógnitos”, y puede incluso que el nombre del personaje, Teresa, sea una referencia clara a su madre.
De hecho, en la novela, ambas mujeres son deseadas y tiranizadas por Alberto, el marido de Teresa, que regresa tras haberla abandonado. A pesar de que el padre de Rosalía no la abandonó (recordemos que la puso bajo protección de sus hermanas), en realidad ella nunca lo conoció, por lo que podemos pensar que la idea del padre tenía resonancias trágicas para la autora.
Poco a poco, Rosalía se va convirtiendo en esa “hija del mar” de su novela. Para muchos críticos, el mar adquiere, en la obra de Rosalía, el significado del útero materno, donde empieza y termina todo. El mar es seguridad, pero también es muerte. De hecho, algunos estudiosos han detectado un claro deseo de suicidio en la obra de la poetisa, que encaja perfectamente con su inestable estado emocional.
La voz poética gallega
En 1863 aparece Cantares gallegos, una auténtica oda a su Galicia rural sin olvidar la denuncia social; en este caso, hacia la situación de los campesinos. Rosalía es ya un símbolo de su patria, el impulso que la literatura gallega necesitaba para reivindicar su sitio.
Follas novas (1880) es el otro gran poemario gallego de la autora. Mucho más compleja y variada que los Cantares, sobre esta gran obra del Renacimiento gallego pesa la sombra de una angustia más manifiesta, en la que Rosalía se pregunta sobre el sentido de la existencia. El pesimismo de la autora queda patente, así como su ansia de liberación de una vida que no la satisfacía.
En este pesimismo (podríamos decir “innato”) de Rosalía no ayudó para nada la terrible muerte de Adriano, uno de sus hijos, a causa de una caída, cuando el pequeño tenía dos años. El suceso fue un golpe tremendo para la madre, que se sintió incapaz de escribir durante algún tiempo. Finalmente, en 1885 aparece su última obra, En las riberas del Sar, un poemario en castellano en el que ahonda todavía más en lo que ya ha plasmado en sus Follas novas.
Rosalía de Castro falleció el 15 de julio de 1885, como consecuencia de un devastador cáncer de útero. Su último deseo fue ver el mar; ese mar que la llamó toda su vida. Actualmente, Rosalía de Castro es una de las escritoras gallegas más importantes, la gran voz del Renacimiento gallego.
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