En la práctica del psicólogo, sobre todo del clínico, se pueden dar una serie de errores comunes que, si bien no tienen por qué perjudicar la salud del paciente ni el desarrollo de la terapia, sí que es cierto que influyen en ella.
Los psicólogos también somos humanos y, pese a que poseemos conocimientos suficientes como para hacer bien nuestro trabajo, a veces metemos un poco la pata.
Errar es humano y rectificar de sabios, por eso los lápices tienen goma de borrar incorporada. Por esto, y a fin de ayudar a identificar despistes que podamos hacer, vamos a hacer un repaso de aquellos errores del psicólogo que es fácil cometer.
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Los errores del psicólogo más importantes en terapia
Es habitual que, al principio de nuestra carrera como psicoterapeutas, cometamos algunos errores. Nadie es perfecto y errar es humano, así que es totalmente normal cometer alguna que otra equivocación o despiste.
Sin embargo, dada la gran importancia que implica hacer una psicoterapia bien, tanto para la salud del paciente como para la reputación del psicólogo que lo haya atendido, es necesario ir con cuidado y evitar cometerlos, especialmente aquellos que puedan tener más repercusión en nosotros como profesionales o incluso perjudicar al paciente.
Con esto no pretendemos generar miedos e inseguridades a los terapeutas noveles. Se supone que, cuando uno se inicia como psicólogo, sea clínico o no, dispone del conocimiento teórico y práctico suficiente como para ejercer su profesión, con unas competencias adquiridas a lo largo del grado y estudios de postgrado que legitiman su práctica. El objetivo de este artículo es dar a conocer cuáles son los errores del psicólogo más comunes para poderlos reconocer en uno mismo y evitar que se vuelvan a dar en el futuro.
Estos son los errores del psicólogo más comunes o fáciles de cometer.
1. No ajustar la relación terapeuta-paciente
Uno de los aspectos más fundamentales de cara a la terapia es la relación entre el psicólogo y su paciente. Esta, cuando se establece correctamente y junto con las características del terapeuta, puede facilitar el efecto de la terapia.
No podemos hablar de esta relación sin mencionar la idea de la Línea de Implicación Óptima, un espacio imaginario en el que la relación de implicación entre el paciente y el profesional es la más adecuada para la efectividad de la terapia. Traspasar esta línea, ya sea por demasiada implicación o demasiado poca, puede estropear la relación terapeuta-paciente. Si se traspasa por mucha distancia, mayores serán los riesgos.
El error aquí sería rebasar la línea hacia un lado u otro, lo cual puede dar a dos posibles situaciones.
Implicarse demasiado con el paciente
Se establece una relación terapeuta-paciente demasiado cercana, con un alto nivel de implicación emocional. El paciente nos importa demasiado, tanto que nos llevamos sus problemas a casa y los convertimos en parte de nuestras vidas.
Esto no quiere decir que esté mal dar un abrazo cordial a un paciente o que no nos importe su salud mental. Claro que nos importa, pero esa importancia es en clave profesional. No debemos olvidar que la relación terapeuta-paciente es profesional y, para que funcione la terapia adecuadamente, se tienen que marcar unos límites.
Son varios los problemas que podrían aparecer en caso de que la relación sea demasiado estrecha, a parte de la pérdida de la efectividad de la terapia:
- Pérdida de la objetividad sobre los problemas del paciente.
- Transferencia: nos afectará demasiado lo que le pase al paciente.
- Evitaremos decir o hacer cosas que creamos que pueden hacer daño al paciente.
- Cuestionamiento: es más probable que el paciente empiece a cuestionar nuestras decisiones como profesional.
Mostrarse demasiado distante con el paciente
Por el lado contrario encontramos una baja implicación emocional, esto es, una relación terapeuta-paciente demasiado distante.
La implicación alta es un problema, pero también lo es la excesiva distancia emocional hacia el paciente, que pueda darle a entender que no nos importa en lo más absoluto. Debemos entender que en terapia la intimidad, la sensibilidad o la calidez son aspectos fundamentales y, si no los mostramos como terapeutas, puede que haga que el paciente abandone la terapia al sentirse incómodo.
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2. Juzgar las creencias del paciente
Todas las personas tenemos nuestras propias opiniones. Nadie tiene la misma visión del mundo y las creencias de cada uno pueden ser muy variadas. A veces, las creencias de un paciente nos pueden resultar muy chocantes e, incluso, discriminatorias como serían el caso de la homofobia, racismo, xenofobia, machismo…
Al margen de cuáles sean nuestras opiniones sobre esas creencias, no somos quienes como para juzgarlas ni corregirlas en el paciente. Como sus psicólogos debemos enfocarnos en el problema por el que ha acudido a terapia y otras problemáticas que, si bien no lo han motivado a acudir al psicólogo, sí que puede que le supongan un malestar psicológico.
El trabajo de un psicólogo es el de ayudar a sus pacientes a trabajar aquellos pensamientos, conductas o emociones que le hacen sufrir y que generan un gran malestar en él o ella. Lo que no debemos hacer es tratar de cambiar aquellos pensamientos, conductas o emociones que nosotros, en nuestra opinión personal, consideramos que están equivocados.
Lo que debemos tener muy claro, y a modo de evitar posibles errores en consulta relacionados con este aspecto, es que si no nos vemos capaces de tratar al paciente porque sus opiniones nos resultan demasiado chocantes o atentan contra nuestra forma de ser (p. ej., ser homosexual y atender a un paciente homófobo) es mejor derivarlo a un colega u otro profesional que creamos que va a ser capaz de llevar ese caso mejor.
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3. No sumergirse en la historia del paciente
El paciente que va a consulta debería sentirse escuchado y comprendido, además de mínimamente valorado.
Por ello es fundamental sumergirse en su historia, conociendo cuál es su nombre, apellidos, el nombre de su pareja, puesto de trabajo, hijos y demás aspectos que son fundamentales en su día a día.
Estos datos los podemos tener en una hoja y, en caso de que no los recordemos bien, revisarlos de vez en cuando durante la sesión, aunque lo suyo es haberse hecho el repaso convenientemente antes de recibir al paciente.
De no hacerlo le obligamos a tener que hacer sobre explicaciones sobre quién es, por qué va a consulta, quien es su familia o las relaciones que tiene con ellos y esto, eidentemente, le dará la sensación de que realmente está perdiendo el tiempo y el dinero porque no ve que ir a terapia le sirva para que alguien se preocupe por su situación y valore cómo ayudarle.
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4. No aplicar la escucha activa
Todo psicólogo ha escuchado en más de una ocasión la expresión “escucha activa”. Es considerada una habilidad fundamental en la vida profesional de todo terapeuta y la debemos dominar. Si no escuchamos lo que nos dice nuestro paciente va a ser muy difícil saber qué es lo que le pasa, por qué le pasa y cómo podemos ayudarle. Es por esto que es fundamental cumplir con lo siguiente:
- Prestar atención e interés por lo que el paciente nos comunica, tanto a nivel verbal, no verbal y actitudinal.
- Procesar la información y separar lo importante de lo que no lo es.
- No oír lo que queremos oír, sino lo que el paciente intenta decir.
- Devolver respuestas de escucha, tanto verbales como no verbales, mostrando al paciente que lo estamos escuchando activamente.
Hay personas habilidosas de forma natural en la aplicación de la escucha activa y otras, incluso siendo psicólogas, les cuesta un poquito más. Por fortuna esta habilidad se puede perfeccionar, existiendo múltiples ejercicios de escucha activa y algunos consejos para poder aplicarla como te comentamos en el siguiente artículo:
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5. Hablar demasiado o nada de nosotros mismos
Aquí entramos en un punto que es objeto de debate entre los psicoterapeutas: ¿está bien decirle a un paciente cosas sobre nosotros? ¿En qué le puede servir? ¿Estamos cruzando la barrera entre lo profesional y lo personal?
Algunos son de la opinión de que no se le debe decir absolutamente nada personal, y que debemos enfocarnos exclusivamente en la vida del paciente y su malestar psicológico. Sin embargo, otros consideran que no hablar absolutamente nada de nosotros mismos es el error, puesto que nos mostramos demasiado rígidos con el paciente y no contribuimos a generar un entorno de confianza.
Lo ideal sería hablar sobre nosotros, pero en su justa medida y muy de vez en cuando. Las autorrevelaciones nos pueden ser útiles en momentos dados de la terapia, aunque sí que es cierto que si el paciente insiste demasiado en saber cómo es nuestra vida debemos responder remarcando la importancia de hablar sobre él o ella y no de nosotros.
Pero tampoco debemos hablar demasiado de nosotros, puesto que estaremos cometiendo un error. La terapia es para el paciente, no para nosotros, y no es ese el lugar para que hablemos de nosotros mismos.
Las autorrevelacioens deben ser un ofrecimiento controlado de información, no un desahogo de nuestra vida personal. Si queremos hablar de nosotros en terapia, acudamos a un psicólogo y ejerzamos nosotros el rol del paciente.
Las autorrevelaciones tienen varios efectos positivos en la terapia:
- Hace que el paciente nos se autorrevele más.
- Aumenta la confianza del paciente hacia nosotros.
- El terapeuta es percibido como una persona más cálida y cercana.
- Mejora la efectividad de la terapia.
¿Qué se puede revelar durante la terapia?
- Hablar sobre nuestra experiencia profesional.
- Edad, estado civil o número de hijos.
- Cómo hemos manejado ciertos problemas u opiniones.
- Sentimientos positivos respecto a nuestro paciente.
- Cómo se desarrolla la terapia.
- Sentimientos negativos (con menor frecuencia)
- Información sobre creencias religiosas o sexuales personales (con menor frecuencia).
6. Usar un lenguaje demasiado técnico
Cuando hablemos con nuestros pacientes, debemos evitar usar un lenguaje demasiado técnico o, en caso de que lo tengamos que usar, por lo menos explicarle al paciente en qué consiste cada término.
Usando demasiadas palabras complejas y técnicas correremos el riesgo de padecer unos pedantes, además de darle la sensación al paciente que se ha metido en un lugar en el que no se está enterando de nada y se siente un poco tonto.
No queremos bajo ningún concepto que el paciente se sienta así, puesto que la psicoterapia es para hacer que se sienta cómodo, se abra y mejore su estado psicológico. El terapeuta debe ir introduciendo el lenguaje del psicólogo al lenguaje natural del paciente para que pueda entender lo que se le está haciendo y qué técnicas se le está aplicando.
Esto también se aplica incluso con los pacientes que dé la casualidad de que son psicólogos. Aun así, deberemos introducirles las técnicas que vamos a aplicar, aunque sea una mínima explicación o repaso. Por ejemplo, si vamos a aplicar la técnica de relajación muscular progresiva de Jacobson es conveniente explicársela un poco como mínimo.
7. Obviar la alianza terapéutica
Este error consiste en centrarse demasiado en las técnicas que debemos usar y obviar la relación que mantenemos con el paciente.
Es normal que, al principio, dediquemos mucho tiempo a diseñar y planificar las sesiones, algo ciertamente fundamental en el abordaje de cualquier caso. Esto lo hacemos para sentirnos más seguros, con una mayor sensación de control ante la terapia. Sin embargo, intentar controlar demasiado la situación, obviando la relación que estamos manteniendo con el paciente, puede debilitar la alianza entre paciente y terapeuta.
Como terapeutas debemos dominar las técnicas y herramientas que nos brinda la psicología, pero también esforzándonos por construir una buena alianza terapéutica puesto que es un predictor positivo del éxito de la terapia.
La alianza terapéutica es el pacto implícito entre el paciente y el terapeuta, cuya meta es el de lograr los objetivos terapéuticos. Para conseguir que esta alianza terapéutica sea adecuada es recomendable tener en cuenta los siguientes 3 aspectos:
- Vínculo emocional positivo entre paciente y terapeuta.
- Acuerdo mutuo sobre las metas de la intervención.
- Acuerdo mutuo sobre las tareas terapéuticas.
La alianza es un proceso continuo, no algo que se establezca de forma súbita nada más empezar la terapia. Es fundamental que, como terapeutas, vigilemos cómo se está desarrollando la psicoterapia a fin de mantener, mejorar y reparar la alianza en caso de que sea necesario.
8. Decirle al paciente lo que debe hacer
Es casi de primero de psicología la máxima que reza que no debemos decirle a nuestro paciente lo que tiene que hacer, sino actuar como un guía en la toma de sus propias decisiones. El paciente es el verdadero dueño de su vida, sus acciones y sus decisiones y deberá ser él el responsable de sus éxitos y sus errores.
Pero a pesar de que esta es una idea fundamental en la vida de todo psicólogo, también es un error bastante común. La metida de pata sería la de dirigir al paciente hacia un determinado camino, el que a nosotros nos gusta y que no hemos tenido en cuenta ni las decisiones ni la voluntad de la persona a la que estamos atendiendo. Es decir, decirle al paciente lo que tiene que hacer al margen de lo que piense o de lo que sienta que le resulta incómodo.
Lo que debemos hacer es guiar al paciente hacia el camino que él o ella quiera seguir. Si le decimos al paciente lo que tiene que hacer y se da la mala suerte de que no sale bien, corremos el riesgo de que nos eche la culpa de que haya salido mal. En cambio, si nos limitamos a actuar de guía, es menos probable que algo salga mal y, en caso de que salga mal, estaremos exentos de responsabilidad o culpa puesto que la decisión la tomó el paciente.
9. Ser demasiado rígido y no flexibilizar
Aunque debemos planificar nuestras sesiones y tener preparadas todas las herramientas que vayamos a aplicar con el paciente, sí que es cierto que la idea de perfección, la planificación desmesurada y el elevado control de la terapia no son buenos aliados de nuestra profesión. De hecho, podría llegar a debilitar la alianza terapéutica.
No es que debamos improvisar en cada sesión que hagamos, pero sí que es cierto que a veces las cosas no irán como nos las habíamos imaginado, sobre todo porque la vida del paciente es un proceso, inestable y cambiante. Lo que creíamos que iba a funcionar ayer, hoy puede que deje de ser útil.
También puede que, a medida que va progresando la terapia, el paciente se abra cada vez más y nos revele nueva información, datos que nos hacen ver que quizás es mejor aplicar una nueva técnica, distinta a la que teníamos pensado aplicar en un principio, motivo por el cual quizás nos convenga más, y sobre todo le conviene al paciente, que apliquemos un nuevo enfoque.
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10. No tener en cuenta en qué punto se encuentra la terapia
Como terapeutas debemos profundizar en los sentimientos y emociones de nuestro paciente. Entre nuestras funciones está la de entrar en lo más profundo de su mente, indagando en los recuerdos mejor guardados, sus esquemas, creencias y valores.
Al hacer esto, debemos estar seguros de que vamos a poder controlar y gestionar adecuadamente las emociones y actitudes que vamos a despertar en el paciente. Cuando abrimos una puerta, debemos estar seguros de que la vamos a poder cerrar después.
Profundizar cuando no toca supone muchos problemas. Si lo hacemos antes de tiempo puede que el paciente se sienta intimidado y amenazado, sintiendo que no se han respetado sus tiempos. Esto hará que se ponga a la defensiva y se cierre.
Por otro lado, si tardamos demasiado en profundizar, puede pasar que el paciente también se cierre, oponiéndose a hablar de su vida personal a estas alturas porque siente que ya está mejor y considera que no hace falta hablar de algo que no ve relación con un problema que, por otra parte, parece que ya lo tiene solucionado.
Por último, tenemos el no profundizar en absoluto. Si bien el paciente puede que no sepa que en una terapia se tiene que profundizar en algún momento, cuando la acabe notará que no se ha tratado todo lo que se debería haber comentado y tendrá la sensación de que no le ha permitido desahogarse todo lo que quería.