Muchas de las cosas que vivimos durante la infancia influyen en nuestro desarrollo y adopción de patrones de comportamiento al llegar a la adultez.
Algunas de estas influencias son positivas y nos permiten establecer una manera de entender el mundo que conecta con nuestros intereses e inquietudes más consolidadas desde los primeros años de ida, mientras que otras son de carácter disfuncional, una señal de que hay ciertas experiencias emocionalmente dolorosas que no hemos podido superar plenamente.
Por ello, en este artículo veremos cómo se trabaja desde la terapia EMDR ante los problemas de apego, un tipo de desajuste psicológico que tiene su origen en las relaciones afectivas clave que establecemos durante los primeros años de vida.
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¿Qué es el apego?
En psicología, el concepto del apego hace referencia a las conexiones emocionales que establecemos con las personas importantes para nosotros y que asociamos a un sentimiento de protección y apoyo (o, al menos, una expectativa de seguridad y apoyo).
El apego es de especial interés por permitirnos conocer el modo en el que los vínculos afectivos que establecemos durante los primeros años de nuestro desarrollo físico y psicológico (normalmente dirigidos hacia nuestros padres, tutores o cuidadores en general) influye sobre la manera en la que aprendemos a relacionarnos con el entorno.
Así, desde propuestas explicativas de la conducta humana como la teoría del apego de John Bowlby, sabemos que el desarrollo del apego entre los niños y niñas, por un lado, y al menos una figura de protección que suele estar a su lado, por el otro, influye en el desarrollo y expresión de la personalidad de los individuos desde la primera infancia (los primeros meses de vida tras el nacimiento) hasta su llegada a la etapa adulta.
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¿Qué son los problemas de apego?
El apego es tan importante que se ha visto incluso en crías de primates que el contacto físico con una figura protectora puede llegar a ser más valorado que el acceso a comida y otros bienes necesarios para cubrir lo que se suele considerar “necesidades básicas”. Además, la falta de un individuo hacia el que desarrollar un vínculo de apego consistente da lugar a enfermedades físicas y psiquiátricas.
Se cree que esto se debe a la necesidad de disponer de la protección de los adultos para poder explorar el mundo, aprender, y como consecuencia, madurar psicológicamente: si no tenemos la certeza de que hay alguien velando por nuestro bienestar, el entorno se vuelve un lugar hostil al cual queremos evitar exponernos, ya que no tenemos margen de maniobra para tomar las decisiones incorrectas.
Es por ello que más allá de las patologías severas que produce la total ausencia de una figura de protección como la madre o el padre durante la infancia, hay una escala de grises en cuando a los problemas psicológicos que pueden aparecer si desarrollamos un estilo de apego disfuncional.
Por ejemplo, si el tipo de crianza de un niño o niña se ha caracterizado por la sobreprotección, esto suele dar lugar a problemas de ansiedad ante la ausencia del cuidador o de la cuidadora y a una evitación de riesgos excesiva al llegar a la adultez.
Si, por otro lado, el modelo de crianza se ha caracterizado por ofrecer tan solo el sustento material imprescindible y apenas se ha interactuado con el niño o la niña mediante intercambios afectivos, los pequeños dejan de esperar protección por parte de estos adultos y los tratan de un modo similar a los individuos desconocidos para ellos, y desarrollan unos patrones de conducta marcadamente rebeldes e individualistas, algo que al llegar a la adultez se plasma en la evitación de los compromisos y los vínculos emocionales profundos.
Si el modelo de crianza ha sido muy inconsistente, ofreciendo momentos de protección e intercambio afectivo pero, por otro lado, cometiendo muchos errores y “olvidos” a la hora de velar por el bienestar del niño o niña, el tipo de apego que desarrollen los pequeños será de tipo ambivalente, caracterizado por la incertidumbre: buscarán el contacto con el cuidador o la cuidadora y, una vez esté a su lado, se resistirán a su compañía, sufriendo frustración por no sentirse plenamente “a salvo” y a la vez no tener libertad para jugar y explorar.
En la adultez, quienes han desarrollado este estilo de apego tienden a sufrir más problemas de ansiedad.
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¿Cómo interviene la terapia EMDR ante estos problemas?
La terapia EMDR es un tipo de intervención psicológica pensada en un inicio para las psicopatologías vinculadas al trauma, pero más adelante empezó a ser adaptada a varios problemas asociados a la marca psicológica que nos dejan las experiencias dolorosas. Y los desajustes emocionales surgidos por los estilos de apego disfuncionales entran dentro de esta categoría.
El objetivo fundamental de la terapia EMDR es ayudar a las personas a reprocesar los contenidos de la memoria emocional que han quedado “fijados” en las redes neuronales del cerebro de una manera disfuncional, manifestándose en el presente de una manera problemática incluso cuando no estamos haciendo esfuerzos conscientes por rememorar esos recuerdos.
Se trata de acceder a esa parte de la memoria y “editar” el modo en el que la hemos interiorizado, de modo que deje de dar lugar a patrones de activación emocional que no nos permiten superar esas experiencias y pasar página. No se trata ni mucho menos de borrar recuerdos, sino de reconciliarnos con esa parte de nuestro pasado, a través de las modificaciones en el modo en el que nuestro cerebro procesa esa información.
Por supuesto, al ser un procedimiento que a pesar de intervenir en las dinámicas de activación cerebral forma parte de la psicoterapia, es totalmente indoloro y no es invasivo: se basa en la realización de acciones concretas por parte del paciente. De hecho, las actividades que tienen lugar en las sesiones EMDR son relativamente sencillas, y pueden ser adaptadas para niños y niñas.
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