El miedo es una de las emociones básicas de las que disponen la mayoría de los animales que habitan el planeta, incluyendo a los seres humanos. Gracias a él advertimos que ciertos estímulos son potencialmente peligrosos para la vida, y preparamos una respuesta acorde a la amenaza.
Así pues, no se trata de un afecto peligroso, ni tampoco "negativo" como tradicionalmente se suele pensar. Es más bien un fenómeno útil y eficaz para garantizar la supervivencia de una especie, puesto que nos mantiene seguros en un mundo a veces tremendamente hostil.
No obstante, algunas veces tal emoción se puede extender allá donde no debería estar, o adquirir una intensidad desproporcionada para las características objetivas del estímulo ante el que se dispara. En este caso nos referimos a las fobias, trastornos que se incluyen dentro de la categoría general de la ansiedad.
En este artículo hablaremos de un miedo que es más común de lo que la gente suele pensar y que puede limitar la calidad de vida de quien lo padece. Se trata de la ranidafobia. Veamos en qué consiste, por qué sucede y cómo se trata.
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¿Qué es la ranidafobia?
La ranidafobia es la particular etiqueta con la que se describe el miedo atroz e invalidante a las ranas. El término procede de dos lenguas clásicas, cuya etimología se enraiza en el latín ("ranae" o rana) y el griego ("phobia" o miedo). Se trata de una fobia específica del subtipo animal, una forma de aversión mucho más habitual en la infancia que en la edad adulta, aunque puede afectar a cualquiera a lo largo de su ciclo vital (con independencia del sexo).
A la rana se le atribuyen toda una sucesión de cualidades que muchas personas encuentran desagradables. Entre ellas destacan unos ojos extremadamente móviles, los cuales se erigen como la región anatómica más visible cuando se encuentran sumergidas bajo el agua, y que además disponen tanto de párpados como de membranas nictitantes que cubren sus globos oculares y los dotan de un aspecto brillante y "atento". Su piel es ligeramente viscosa, y sus patas son tremendamente fuertes atendiendo a su peso y su tamaño.
Las personas que padecen ranidafobia juzgan estos rasgos como extremadamente aversivos y extienden tal valoración a las características "no físicas" del animal, como su inconfundible forma de croar, que además requiere la acción de unas finas membranas ubicadas debajo de la piel de su garganta (cuyo movimiento tiende a resultar "horroroso" para quienes las temen). A medida que el tiempo pasa, si no se aplican tratamientos apropiados, el miedo se agrava y se amplía incluso al simple visionado de una rana por la televisión u otros medios (internet, p.ej.).
Durante la exposición a un estímulo asociado a una rana, la persona que padece ranidafobia experimenta sensaciones corporales similares a las de un ataque de pánico: hiperventilación, aceleración del ritmo cardíaco, midriasis de la pupila (lo que puede reducir la agudeza visual y entorpecer la visión en espacios demasiado luminosos), sudoración y sensación de que el propio cuerpo se halla a punto de colapsar. En los casos más graves pueden surgir síntomas de despersonalización y de desrrealización.
Además de ello, existen también síntomas de tipo cognitivo que se presentan con antelación a la exposición al propio estímulo (anticipación ansiosa del encuentro con una rana por estar en un espacio en el que estas suelen hallarse) o durante la misma (pensamientos de que no "se puede soportar"; o imágenes mentales en las que este animal se mueve, acecha, salta o entra en contacto con la persona). Además de ello, también se presentan conductas motoras que contribuyen a mantener el problema en el tiempo (huida o escape).
Este miedo, que se valora como irresistible, se suele extender también a aquellos lugares que las ranas pueblan, que son numerosos y muy variados (pues están ampliamente distribuidas por toda la geografía). Por este motivo suelen evitarse espacios en los que haya exceso de vegetación o humedad, y también ubicaciones demasiado próximas a los ríos o los pantanos. Además, el miedo se agudiza en las horas de la noche o cercanas a ella, pues son periodos de escasa visibilidad y en los que el sonido de estos batracios resulta más evidente.
¿Cuáles son las causas de este trastorno?
Las causas por las que puede manifestarse la ranidafobia son muy diversas; y se relacionan con variables psíquicas, sociales y biológicas. Las últimas de ellas aluden de forma directa a la genética, puesto que se ha evidenciado que la vulnerabilidad al desarrollo de problemas de ansiedad se asocia con la herencia familiar, de manera que aproximadamente el 50% de este fenómeno resulta atribuible a ella (aunque no siempre es fácil disociarla de pautas concretas de crianza que estimulan la aparición de este trastorno).
La experiencia personal de una situación real y adversa en la que estuvo implicada una rana es también muy habitual, así como haber sido testigo de cómo una persona reaccionaba con miedo atroz al interactuar con este animal. De la misma forma, el uso de las ranas o de otros animales como estrategias de disuasión para evitar las conductas indeseables del infante ("vendrá un perro y te comerá", p.ej.), también se refieren muy frecuentemente al reconstruir la historia de cómo se creó el problema.
Lo cierto es que las ranas se han considerado tradicionalmente como seres poco agraciados, o incluso desagradables e indignos de ser amados, lo que se ha trasladado con éxito a cuentos y relatos populares que se transmiten durante generaciones a los niños de casi todo el planeta ("besar ranas hasta que alguna de ellas se convierta en príncipe"). De hecho, hay zonas en el mundo en las que se considera un animal portador de mal agüero (al relacionarse con la brujería), e incluso existen frases en el refranero que se refieren a ellas de una forma despectiva ("me ha salido rana").
Algunos niños también aprenden a temerlas al tener conocimiento de que muchas ranas son venenosas, sobre todo las que lucen colores que a priori podrían resultar llamativos. Por otra parte, en muchos países se usan ranas como un "medio" a través del cual los niños adquieren las nociones básicas de anatomía; lo que para muchos supone una experiencia traumática, repugnante o cruel (evisceración, desmembramiento, disección, etc.) a partir de la que se erige el miedo irresistible posterior.
Para finalizar, también es posible que el temor a las ranas surja de manera secundaria, esto es, como parte de un estímulo más "amplio" al que el niño teme. Así, por ejemplo, el croar de las ranas en mitad de un paraje oscuro y/o frío (en el cual surge el miedo de forma natural y adaptativa) puede hacer que este sonido pase de ser un estímulo neutro a otro condicionado, y de ahí se generalice la emoción al resto de lo que la rana es (incluida su presencia física en lugares muy distintos a aquellos en los que se adquirió originalmente esta asociación).
También hay que tener en cuenta que a veces las ranas aparecen de una manera inesperada o súbita, saltando desde detrás de un arbusto o simplemente posándose sobre una piedra o una planta sin que nada pueda advertir este hecho. Esta forma de actuar puede detonar la emoción de sorpresa en el niño, afecto que se considera neutro (ni positivo ni negativo) para la mayoría de las personas, pero con matices adversos para las que viven con un trastorno de ansiedad.
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Tratamiento
El tratamiento psicológico es una herramienta muy eficaz para el abordaje de las fobias, y esta en particular no es ninguna excepción. El programa incorpora un conjunto de estrategias cognitivas y conductuales que cuentan con un alto grado de evidencia, y que se seleccionan en función de las particularidades del caso y la historia del problema. El uso de fármacos para la ansiedad (como las benzodiacepinas) no se considera prioritario, e incluso existen estudios que señalan que podría interferir en algunos de los procedimientos psicoterapéuticos.
Como se ha señalado anteriormente, evitar el estímulo temido (la rana en esta ocasión) llega a ser contraproducente, pues exacerba el problema a través de un mecanismo de refuerzo negativo. Es importante, por este motivo, programar sesiones de exposición que permitan atenuar la respuesta de miedo por la habituación al estímulo. Además, con el paso del tiempo permitirán mejorar la autoeficacia y modificarán las expectativas negativas sobre lo que sucede al interactuar con el animal (que al principio suelen ser muy oscuras).
Puesto que no siempre es posible desarrollar una exposición en vivo desde el principio de la terapia, puede empezarse solo en imaginación haciendo uso de un formato progresivo. Esta modalidad es una buena antesala y permite al terapeuta y el paciente construir una jerarquía de situaciones (según los niveles de ansiedad que generan), a las que este último deberá de enfrentarse mediante la "inducción" por parte del profesional. La técnica se combina con la respiración diafragmática u otras modalidades de relajación, y aumenta la confianza sobre la capacidad de lidiar con el miedo. Además, se puede enriquecer con detalles audiovisuales (pistas de audio en las que se oye el croar de una rana, p.ej.).
Determinadas técnicas cognitivas también han demostrado su eficacia en este problema, muy especialmente aquellas dirigidas a reflexionar sobre el modo en que los contenidos mentales (pensamientos) pueden condicionar nuestras emociones, articulando un debate proactivo a través del cual se explorará si las creencias que tenemos sobre las ranas se adecúan o no a parámetros objetivos y racionales. Para esta ocasión el terapeuta y el paciente dialogan y/o exploran juntos, a través de una diversidad de recursos lógicos cimentados en el empirismo colaborador.
Por último, la psicoeducación es clave a lo largo del proceso. Esta deberá centrarse tanto en qué es la ansiedad y por qué sucede, como en las características de las ranas. Para ello se puede recurrir a la lectura de libros sobre las mismas, incluyendo aquellos que ahonden en sus hábitos y su anatomía. De tal forma se pretende conocer mejor cuál es el objeto de los miedos, y reducir la habitual incertidumbre que bruñe a los estímulos fóbicos.
Referencias bibliográficas:
- Coelho, C. y Purkis, H. (2009). The Origins of Specific Phobias: Influential Theories and Current Perspectives. Review of General Psychology, 13, 335 - 351.
- Singh, J. y Singh, J. (2016). Treatment options for the specific phobias. International Journal of Basic and Clinical Pharmacology, 5(3), 593 - 598.