Una cámara, cuando está grabando, capta imágenes. Pero detrás de esa cámara siempre hay un equipo de realización que presta atención y le da importancia a la información que se ha captado. Elabora la información, la manipula, la selecciona, la comprende. La procesa para luego mostrar el resultado de ese procesamiento a un público que almacenará esa información, y la utilizará posteriormente.
Nuestro cerebro funciona igual. Nosotros captamos estímulos, recibimos información del exterior constantemente a través de nuestros ojos y al igual que haría un equipo de realización, es procesada por nuestro cerebro, y almacenada, para usarla en otros momentos de nuestro día a día.
¿Pero qué pasaría si la lente de esa cámara captara imágenes durante un tiempo, pero luego a toda la información que ha captado no se le prestara atención y simplemente se quedara ahí, inservible, inútil? Esto es lo que les ocurre a las personas que tienen un trastorno de la atención llamado heminegligencia o negligencia espacial.
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¿Qué es la heminegligencia?
La heminegligencia es un trastorno que aparece como consecuencia de un daño cerebral adquirido (por ejemplo, un tumor cerebral, una isquemia o una hemorragia) en el lóbulo parietal posterior derecho, principalmente. Precisamente al ser en el hemisferio derecho y como las vías que suben al cerebro son contralaterales (se cruzan entre si, yendo de un lado al otro), todo lo que capta el ojo izquierdo es lo que luego no se procesa.
La clave de este trastorno es que la parte izquierda de lo que está en el foco atencional no queda procesada, no se le presta atención.
Las personas que padecen este trastorno viven algunas situaciones en su día a día como las siguientes: se maquillan únicamente el lazo izquierdo de la cara (ya que el lado derecho de la cara que se refleja en el espejo es captado por el ojo izquierdo), a la hora de la comida sólo se comen el lado derecho del plato y todo lo deben colocar en este lado. Cuando intentan leer, fragmentan las frases y las palabras, por lo que no tiene ningún sentido lo que leen y deben inventárselo. Igualmente también tienen problemas para escribir, ya que no manejan bien los espacios. Además, este trastorno también afecta a las extremidades del lado izquierdo, ya que como no las ven y se olvidan de utilizarlas.
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¿En qué se diferencia de la ceguera?
La diferencia entre la ceguera y la heminegligencia radica en que una persona con ceguera puede llegar a aprender a ubicar objetos en un espacio de 360 grados, con dificultades, por supuesto, pero lográndolo. Esto es debido, en parte, a que la persona sabe que hay “algo” en ese espacio y es consciente de que, aunque no vea los objetos que están ahí, al final consigue lograr una pequeña normalidad en su vida a pesar de las limitaciones. En cambio, para una persona con heminegligencia su espacio solo tiene 180 grados, porque los otros 180 para ella no están. Las personas que padecen este trastorno tienen anosognosia (falta de conciencia de enfermedad).
A raíz de esto se puede pensar que, en algunas ocasiones, es más importante ese “equipo de realización” que tenemos en nuestro cerebro que la lente que capta imágenes, porque en un futuro tal vez seamos capaces de cambiar esa lente por otra si está dañada. Pero... ¿podremos algún día ser capaces de cambiar una función cognitiva dañada por otra que sea funcional?
Actualmente existen diversas técnicas rehabilitar a las personas que padecen esta patología. El objetivo de dicha rehabilitación no consiste en curar la heminegligencia, ya que esta es un trastorno crónico. Sin embargo, se trabaja para enseñar a convivir a las personas que lo padecen con el trastorno y tener una mejor calidad de vida. Algunas de las técnicas con mayor efectividad son el uso de prismas, (colocando estos al lado del ojo derecho por lo que la persona podría ver lo que está a su izquierda mirando el espejo) y la reeducación cognitiva (enseñarle al paciente que debe de girar la cabeza a la izquierda lo suficiente para poder percibir todo su campo visual con el ojo derecho).
Autora: Maria Vega Sanz