VIH y sida: estas dos palabras hacen referencia a una dolorosa realidad muy presente en nuestras vidas. La infección por VIH y su evolución hacia el sida es junto con el cáncer y las demencias una de las enfermedades graves para las que aún hoy en día la ciencia no ha encontrado una cura.
En el caso que del VIH, además de los efectos de la propia enfermedad nos encontramos con que supone un poderoso estigma a nivel social. Y es que la detección del virus de inmunodeficiencia humana y la idea de padecer y vivir con sida suponen un duro golpe que puede provocar graves problemas psicológicos.
Este artículo pretende reflejar las dificultades por las que puede pasar a nivel psicológico la persona con VIH, especialmente en los primeros momentos.
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El VIH y el sida: ¿qué son?
Antes de entrar en detalle respecto a los efectos psicológicos de su detección y padecimiento, es importante tener en cuenta que, aunque vinculados, VIH y sida no son sinónimos.
Las siglas VIH hacen referencia al virus de inmunodeficiencia humana, un retrovirus que afecta al sistema inmune del ser humano y provoca un deterioro progresivo de éste al irse multiplicando y destruyendo los linfocitos (células del sistema inmunitario) de dicho sistema. Las personas portadoras del VIH son conocidas como seropositivas, y pueden llegar a pasar hasta diez años sin síntomas evidentes.
El sida o síndrome de inmunodeficiencia adquirida hace referencia a las fases más avanzadas de esta enfermedad, en las que el VIH ha provocado que el sistema inmune no sea capaz de responder adecuadamente ante infecciones. Estas infecciones son denominadas oportunistas.
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Infección y contagio
Las formas de transmisión de esta enfermedad, conocidas hoy en día por una gran mayoría de la población, son a través del contacto entre diferentes tipos de mucosas y fluidos, como el semen, los fluidos vaginales y la sangre.
Concretamente, la forma más común de contagio es mediante el contacto sexual sin protección (sea éste vaginal o anal), seguido del contagio mediante el contacto sanguíneo al compartir jeringuillas o cuchillas de afeitar. También puede producirse el contagio madre-hijo en mujeres embarazadas que no siguen ningún tratamiento, tanto durante el parto como en la lactancia.
En el plano sexual, también debe tenerse en cuenta que algunos afectados tienen la creencia de que debido a su afección pueden mantener relaciones sexuales sin protección con otras personas con VIH. Es importante remarcar que esto no es correcto, ya que este virus es altamente mutable y existen múltiples cepas, con lo que una persona contagiada por un tipo de cepa puede contagiarse con otras y producir una superinfección por VIH.
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Hacerse la prueba
Tenemos una relación sexual sin protección o nos pinchamos el pie con una jeringuilla tirada en un parque. Quizás fuera un descuido, o quizás el sujeto creyera que su pareja sexual parecía sana y no tuviera ningún tipo de infección. También es posible que hayamos sufrido una agresión sexual. Tras la vivencia de la práctica de alto riesgo, puede llegar la preocupación porque la persona en cuestión fuera seropositiva, y con la incertidumbre puede aparecer el pánico y la ansiedad.
El siguiente paso sería realizarse la prueba. Se trata de un aspecto fundamental y de gran importancia a la hora de poder empezar cuanto antes el tratamiento antiretroviral y a la vez prevenir contagios. Pero muchas personas temen e incluso evitan hacerse la prueba por miedo a que pueda dar positivo.
Esto supone un grave perjuicio para ellos en todos los ámbitos, puesto que en caso de estar afectados retrasa el tratamiento de esta enfermedad facilita que se pueda llegar a contagiar a otras personas y a la vez se instala la duda sobre su posible padecimiento, lo que a su vez va a generar un profundo y continuado de nivel de frustración, ansiedad y miedo.
Problemas en la detección
Ha de tenerse en cuenta que existe un período ventana en el cual no las pruebas no son fiables, pudiendo dar negativo a pesar de padecer la infección. Ello se debe a que el sistema inmune aún no ha desarrollado anticuerpos contra el virus, momento en que se produce la seroconversión. Este periodo es generalmente de entre unos tres y seis meses, aunque puede prolongarse según el caso (por ejemplo, en pacientes que se estén sometiendo a quimio o radioterapia).
Empero, muchas personas no se dan cuenta del riesgo que corren o no creen poder contagiarse al no percibir síntomas evidentes ni en ellos ni en sus parejas sexuales. Ello puede provocar que el sujeto no se trate e incluso que pueda contagiar a otros al desconocer su estado serológico.
Por ello es imprescindible concienciar a la población (especialmente a la de alto riesgo) de la necesidad de hacérsela al menos una vez al año, y facilitar que puedan hacerse con seguridad. En este sentido existen numerosas organizaciones que disponen de pruebas rápidas y conocimientos al respecto que pueden ser de gran ayuda.
El diagnóstico y los momentos posteriores
El momento de la comunicación del diagnóstico es uno de los más difíciles, y en él puede ser de gran importancia disponer de servicios de counseling y orientación en los servicios que se encargan de hacer la prueba. La notificación de este hecho supone un duro golpe para y puede provocar un shock severo para el paciente, cuyas reacciones pueden ir desde el ataque de pánico a la ausencia de una reacción inmediata.
Lo principal en este momento es ofrecer soporte emocional, a la vez que proporcionar información respecto a lo que supone y significa la infección, enseñar medidas preventivas y de automanejo y motivar al sujeto de forma que se adhiera al tratamiento.
Asimismo, otro factor de gran dificultad para la persona diagnosticada se da a la hora de comunicar el hecho a su entorno y a las posibles parejas sexuales que haya tenido recientemente. De hecho, muchos sujetos esconden su estado y se encierran en sí mismos sin buscar ningún tipo de ayuda ni apoyo emocional. No es raro que existan síndromes adaptativos, trastorno por estrés agudo o incluso trastorno por estrés postraumático.
Al igual que ocurre con otras enfermedades crónicas graves, es probable que el sujeto experimente un duelo, con un periodo de negación inicial, rabia, negociación, resignación y aceptación del hecho. En algunos casos estas personas pueden llegar a tener pensamientos suicidas e incluso verdaderos intentos de suicidio, con lo que se hace fundamental el apoyo psicológico y el del entorno. Puede ser de gran ayuda la participación y asistencia a grupos de apoyo, el entrenamiento en solución de problemas y diversas técnicas psicológicas y de relajación.
Vivir con VIH: efectos psicológicos
La infección por VIH es un problema de curso crónico que por el momento no tiene cura y que supone un gran problema sanitario a nivel mundial. Afortunadamente, a pesar de no tener cura los adelantos médicos y el tratamiento antirretroviral han hecho que en aquellos casos que se tratan la enfermedad haya pasado de ser mortal en pocos años a poder controlarse y pasar a ser una enfermedad crónica.
Sin embargo, su detección supone un duro golpe para quienes lo padecen y la existencia un gran número de cambios en la vida de los pacientes, quienes además de la propia enfermedad suelen experimentar diferentes trastornos como depresión, ataques de pánico y ansiedad como consecuencia del conocimiento de padecer esta afección.
Es probable que se presenten también síntomas somáticos debido a la ansiedad, que las personas pueden llegar a relacionar con su afección. No es raro que se muestren distraídos, irritables o que tengan sensación de culpabilidad por haberse infectado. La autoestima puede disminuir en gran medida, así como no es extraño que se presente anhedonia, sensación de vacío y miedo.
A nivel social no es extraño que el sujeto tienda a retraerse y aislarse, tanto debido a su estado emocional como al miedo a contagiar a terceras personas. Del mismo modo, el VIH supone un estigma que puede hacer que otras personas rehuyan el contacto con el sujeto o que éste considere que va a ser rechazado por su entorno, existiendo graves perjuicios a nivel social y laboral.
A nivel sexual y afectivo también suele darse una inhibición importante, incluso cuando se tiene una pareja estable que conoce la seropositividad del sujeto y a que se empleen mecanismos de protección. Todo ello potencia la presencia de alteraciones afectivas, cosa que a su vez resulta nocivo dado que el estrés disminuye la actuación del sistema inmune.
También hay que tener en cuenta que el mantenimiento del tratamiento es imprescindible y de por vida, a pesar de que puede provocar efectos secundarios. Además de al propio sujeto, también debe prepararse al entorno y ofrecerle asesoramiento y guía.
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Conluyendo
Los aspectos anteriormente citados hacen referencia a diferentes problemas que pueden tener las personas a las cuales les detectan VIH al ser diagnosticados debido al conocimiento de la propia enfermedad, especialmente en los primeros momentos. Pero ser diagnosticado de esta enfermedad no implica vivir una vida infeliz. La persona con VIH hoy en día puede tener una vida normal, larga y plena.
Referencias bibliográficas:
- Avelar, V.Y.; Cornejo, I.B. y Torres, J.D. (2011). Efectos psicológicos en personas de ambos sexos entre las edades de 20 a 50 años diagnosticadas con VIH en el periodo de enero de 2006 a Junio de 2010 pertenecientes a la fundación salvadoreña para la lucha contra e SIDA “María Lorena” (CONTRASIDA) del municipio de San Salvador. Universidad de El Salvador. Facultad de Ciencias y Humanidades. Departamento de Psicología.
- Prieto, F.; Casaña, S.; Ibarguchi, L. y Pérez, S. (2007) Efectos psicológicos de las personas afectadas por VIH-SIDA: Líneas de actuación. Asociación Apoyo Positivo.