Mucha gente desconoce que, lo que actualmente es una actividad común y de puro entretenimiento, en sus orígenes estaba vinculada a lo más sagrado. Y es que el teatro hunde sus raíces en la religión; en concreto, en los ritos relacionados con Dionisio, el dios griego de las fuerzas telúricas, la inspiración artística y, en general, del latido mismo de la vida.
Os podéis preguntar: ¿qué tiene que ver este dios enigmático con el teatro? ¿Cuál es, pues, el origen del teatro? En el artículo de hoy os ofrecemos un resumen por los inicios de esta actividad actualmente tan común en nuestra sociedad, el teatro.
El nacimiento de la tragedia
Lo hemos comentado en la introducción: el teatro tiene un origen sagrado. Es decir, está vinculado con la religión. En la Grecia arcaica existían una serie de ritos relacionados con el dios Dionisio, en cuyas características encontramos las raíces de lo que más tarde sería el teatro. Sin embargo, empecemos por conocer quién era Dionisio y por qué se le veneraba.
Friedrich Nietzsche (1844-1900), en su famosa obra El nacimiento de la tragedia, recogía la aparente dicotomía entre lo “apolíneo” (que equiparaba con lo racional y lo elevado) y lo “dionisíaco” (ligado a la tierra y a la sensualidad más primitiva). Según el filósofo, con el pasar de los siglos el ser humano había olvidado esa parte “dionisíaca” que se esconde en lo más profundo de su ser y se había entregado a los brazos de Apolo; es decir, a la lógica, la razón y a un falseado equilibrio.
Sin entrar en la filosofía de Nietzsche ni discutir si lo que afirmaba en su obra era o no certero, es interesante cómo recoge el pensador la naturaleza “telúrica” de Dionisio, el dios griego que patrocinaba el delirio místico y el desenfreno de las pasiones. Sin embargo, no se trataba de una lujuria gratuita, sino que pretendía establecer una comunión con la divinidad.
Esto es, en realidad, bastante común en religiones arcaicas, en las que la sangre y las vísceras (a través de los sacrificios), la fertilidad (a través del sexo ritual) y la pérdida de la razón (a través de la embriaguez o el consumo de drogas) permitían un “acercamiento” a ese dios que, de otra manera, permanecía oculto e inaccesible.
Eso era lo que pretendían los antiquísimos ritos mistéricos dedicados a Dionisio, en los que originalmente se sacrificaba un macho cabrío mientras se interpretaban las salmodias sagradas. Así lo describen autores como Aristóteles, muchos siglos después de aparecer el rito en Grecia.
Dionisio y sus misterios sagrados
Pero ¿qué tienen que ver los ritos dionisíacos y los sacrificios de animales con el teatro? Lo entenderemos enseguida. Para empezar, tomemos la palabra tragedia (tan relacionada con el teatro) y analicémosla. Su etimología más probable es tragos, “macho cabrío”, y oidé, “canto”; es decir, canto del macho cabrío. En otras palabras, que el origen del teatro lo encontramos en estos sacrificios al dios.
Mucho antes de las Grandes Dionisias de Atenas (una de las fiestas en honor a Dionisio más conocidas) ya existían ritos relacionados con el dios, en los que se sacrificaba un macho cabrío para que, con su sangre, otorgara fertilidad a los campos. Al tiempo que se mataba al animal, una serie de cantores, los trasgos, recitaban las salmodias correspondientes y danzaban con frenesí vestidos de sátiros. Todo este ritual tenía como objetivo “despertar” al dios y, con él, las fuerzas telúricas fertilizantes.
Poco a poco, estas salmodias que interpretaban los trasgos fueron a su vez contestadas por otros cantores, como si el mismo dios estuviera respondiendo a sus adoradores. Y así, paulatinamente, los antiguos ditirambos dionisíacos desembocaron en un espectáculo que reunía al público, que, a través de los cantos del coro y de los actores, entraba en comunión con el dios.
La catarsis teatral
En realidad, lejos de ser un mero espectáculo de masas, en sus orígenes el teatro simbolizaba la unión de la comunidad con lo sagrado. A través del sacrificio y de los cantos, el público podía entrar en una especie de trance sagrado y “encontrar” a la divinidad.
En época clásica, especialmente en las Grandes Dionisias ya citadas, los ritos de Dionisio son ya espectáculos teatrales que ponen en juego a coro y a actores y que, en general, carecen ya de sacrificio. Sin embargo, siguen manteniendo la voluntad de catarsis sagrada, puesto que, a través de las historias de dioses y héroes que en el escenario se narraban, el espectador veía como en un espejo sus propias virtudes y sus propios vicios. Aún sin sangre, el teatro clásico siguió siendo una ceremonia de expiación religiosa.
El concepto siguió presente incluso con el advenimiento del cristianismo. En la Edad Media se solían realizar representaciones teatrales en fechas litúrgicas señaladas, como la Navidad o la Pascua, a través de las cuales se pretendía ligar al espectador con las vivencias de Jesús o los apóstoles y causar en él, una vez más, esa catarsis sagrada. Se conservan pocos o casi ninguno de estos textos medievales, por lo que el Auto de los Reyes Magos, escrito en el siglo XII y conservado en la Biblioteca Nacional de España, es de un valor incalculable.
Como su mismo título indica, pone en escena, a través de monólogos, la historia de los Magos, la estrella de Belén y el nacimiento del Mesías. Lamentablemente, el texto no se ha conservado completo y, además, su escritura, desarrollada en prosa sin acotaciones de personajes, dificulta su comprensión.
Conclusiones
El teatro tiene orígenes sagrados, como la mayoría de los elementos culturales que sobreviven actualmente. En la antigua Grecia se desarrolló a partir de los ditirambos de Dionisio, en los que entraban en acción los trasgos vestidos de sátiros, que recitaban salmodias al dios y respondían al corifeo, el antecedente directo del actor. Se creaba así una atmósfera religiosa que atrapaba a actores y público y que permitía la catarsis sagrada.
La esencia religiosa del teatro se mantuvo hasta siglos muy recientes. En la Edad Media seguían siendo habituales las representaciones teatrales de hechos bíblicos que facilitaran la comunión del público con Dios. Incluso en plena época barroca encontramos los famosos autos sacramentales, entre los que contamos con creaciones de auténticos genios de las letras (como Lope de Vega).
En estos autos sacramentales se escenificaban episodios relacionados con la Eucaristía, en los que, además de las declamaciones propiamente dichas, tenían lugar las llamadas mojigangas, cantos y bailes que acompañaban la salida de los actores. No hace falta analizar mucho para ver su estrecha relación con las danzas rituales arcaicas.
En resumen, el teatro tiene un origen religioso, a pesar de que hoy en día sea casi todo lo contrario. De hecho, en algunas de las obras de hoy en día todavía podemos encontrar ese intento de catarsis interior, puesto que, con su invitación a la reflexión común, la obra teatral vuelve a interponer el espejo entre el actor y el público.
Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad