Nadie duda de que el Renacimiento fue una época de renovación. Porque, a pesar de que en la Edad Media se conservó la sabiduría clásica, fue en el periodo renacentista cuando se recuperaron y se reinterpretaron tanto sus conceptos artísticos como los filosóficos, hasta el punto de configurar un nuevo panorama cultural. Los artistas renacentistas eran plenamente conscientes de que su época era una época de renovatio. Un lenguaje recuperado para un mundo nuevo.
Es en la Florencia de principios del siglo XV donde se produce el cambio. En concreto, el concurso para el diseño de las puertas del Baptisterio es un punto de inflexión para las artes. Se presentaron numerosos artistas, pero sólo quedaron como finalistas Filippo Brunelleschi (1377-1446) y Lorenzo Ghiberti (1378-1455), que finalmente se hizo con el premio. Actualmente, en el florentino Museo Bargello se conservan los relieves que presentaron estos dos artistas.
Brunelleschi y Ghiberti fueron los primeros, pero existen muchos más. ¿Cuáles son los nombres que protagonizaron este gran cambio cultural? A continuación, encontrarás las vidas de 5 de los artistas renacentistas más importantes, cuyas obras fueron básicas para construir este nuevo lenguaje artístico.
Artistas del Renacimiento que hay que tener presente
Cuando nos piden que mencionemos a un artista, probablemente el primero que nos venga a la cabeza sea uno de los grandes nombres del Renacimiento italiano. Y es que estos creadores tienen justa fama; no sólo porque participaron en uno de los momentos cruciales de la historia del arte, sino porque representan la plenitud del intelectual y el artista, al conjugar en una misma persona aptitudes diversas.
La mayoría de los artistas del Renacimiento fueron arquitectos, pintores y escultores, con especial mención a Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti, auténticos “hombres renacentistas”. Veamos a continuación cuáles fueron las aportaciones de todos ellos.
1. Filippo Brunelleschi (1377-1446)
El primer gran nombre que debemos mencionar es Filippo Brunelleschi, uno de los grandes intelectuales del Renacimiento. Tras la derrota en el concurso del Baptisterio, Brunelleschi viaja a Roma, donde estudia las ruinas de la antigua cultura romana. Veinte años más tarde, regresa a Florencia y participa en el concurso para el diseño de la cúpula de la catedral de Santa María del Fiore. En esta ocasión, Brunelleschi resulta vencedor y se hace con el encargo, por fortuna para la historia del arte, pues su cúpula es un auténtico hito en la arquitectura occidental. Había dado comienzo el Renacimiento y, con él, la intelectualización del arte.
Brunelleschi demostró que podía construir una cúpula sin necesidad de cimbras ni andamios. El resultado fue sorprendente; nunca se había visto nada igual desde la erección del Panteón de Agripa, en Roma, en el siglo II d.C. Recientemente, en la ampliación del Museo de la Ópera del Duomo de Florencia ha aparecido un modelo a escala de la cúpula, que posiblemente sea la maqueta con la que Brunelleschi hizo su demostración al jurado del concurso.
¿Por qué Brunelleschi es uno de los grandes nombres del Renacimiento florentino? La respuesta es clara. Con la construcción de esta cúpula crea un punto de inflexión en la arquitectura, pues fue capaz de cubrir un espacio de 43 metros de diámetro, unas dimensiones que, en los siglos anteriores (desde el Panteón de Agripa) nadie había sido capaz de cubrir.
Por otro lado, Brunelleschi va a ser quien codifique la perspectiva matemática, por la que todas las líneas convergen en un único punto de fuga. Esta innovación representó una auténtica revolución en la representación del espacio, y de hecho se siguió aplicando hasta el siglo XIX, cuando las primeras vanguardias acabaron con este concepto de perspectiva.
Tenemos, pues, a Brunelleschi como el gran innovador del Renacimiento. No sólo es el responsable de una cúpula cuyo diámetro prácticamente iguala a la del Panteón (solo hay unos centímetros de diferencia) y crea las reglas de perspectiva que van a sentar las bases de todo el arte occidental de los siglos siguientes, sino que, además, aplica en sus colosales creaciones el cuadrado y el círculo, las formas perfectas según Vitruvio (siglo I a.C.) y que se recuperaron en el Renacimiento. En concreto, podemos ver estas formas geométricas insertadas en la cúpula de la capilla de los Pazzi en la Santa Croce de Florencia y en la sacristía vieja o panteón de Cosme de Medici el Viejo.
2. Sandro Botticelli (1445-1510)
Uno de los pintores más destacados de la Florencia del Quattrocento es sin duda Sandro Botticelli, un artista absolutamente comprometido con la escuela filosófica del momento y que pondrá su pintura al servicio de los ideales del neoplatonismo. Alrededor de la Academia Neoplatónica florentina, patrocinada por los poderosos Medici, se movían los intelectuales humanistas cuya obra establecerá las bases de la ideología oficial del momento. Hablamos de figuras de la envergadura de Marsilio Ficino (1433-1499) o Angelo Poliziano (1454-1494).
En las grandes obras de Botticelli confluyen las teorías neoplatónicas de la Academia florentina. En concreto, su Nacimiento de Venus (1482-1485) es su obra más representativa. En ella, el artista presenta el desnudo de una diosa pagana casi a tamaño natural, lo que significó una auténtica revolución. Recordemos que, a pesar de que en la Edad Media (y en contra de lo que mayoritariamente se cree) sí se representaban desnudos femeninos, estos tenían que ver con personajes del Antiguo Testamento, especialmente con la figura de Eva. El desnudo de Botticelli, en cambio, muestra a una radiante Afrodita naciendo de las aguas, que se cubre púdicamente los pechos y los genitales, al estilo de las famosas Afroditas de Praxíteles (s. IV a.C.).
La modelo por excelencia de Botticelli, que el pintor utilizará para numerosos personajes de sus cuadros, es la florentina Simonetta Vespucci (1453-1476), una hermosa joven que representó el ideal de belleza femenino renacentista. Simonetta aparece no sólo en sus Venus, sino también como Virgen entronizada y como la figura alegórica de la Verdad en la tabla La calumnia de Apeles (1495). Su prematura muerte, cuando sólo contaba con veintitrés años, contribuyó a incrementar su idealización por parte de Botticelli y sus otros admiradores.
El final del siglo XV es una época oscura para la Florencia de Botticelli. Porque esos van a ser los años de la caída de los Medici y el ascenso al poder de la ciudad del fraile dominico Girolamo Savonarola (1452-1498), una inquietante figura que trastocó el panorama cultural de la urbe. Sus encendidas arengas contra todo lo “superficial” arraigaron profundamente en los florentinos, que se vieron abocados a un periodo de austeridad sin precedentes en el que se llegaron a encender hogueras (las conocidas como “hogueras de las vanidades”) donde se arrojaban cosméticos, vestidos, joyas y obras de arte.
El mismo Sandro Botticelli se vio muy afectado por las prédicas del fraile, hasta el punto de que él mismo, con sus propias manos, echó al fuego algunas de sus sobras. Y, a pesar de que Savonarola cayó en desgracia y fue ahorcado en 1498, la estética de la obra de Botticelli nunca volvió a ser la misma y evolucionó hacia modelos más devocionales.
3. Leonardo da Vinci (1452-1519)
No hay ninguna duda de que Leonardo es uno de los artistas más conocidos, no sólo del Renacimiento, sino de toda la historia del arte. Hijo ilegítimo de un notario, el artista se forma en el taller de Andrea del Verrochio (1435-1488), artista multidisciplinar, que no sólo le ofrece formación pictórica, sino que también lo sumerge en otras disciplinas como la arquitectura, la ingeniería o la escultura. Esta sólida formación hizo que Leonardo tuviera una visión global que le permitió destacar en múltiples campos.
Dibujante excepcional y grandísimo intelectual, su mente inquieta y curiosa contribuyó a que dejara inacabadas muchas de sus obras, lo que posiblemente fuera la causa de que no fuera elegido como uno de los responsables de las pinturas de la Capilla Sixtina. Resuelto a ganarse la vida como ingeniero, Leonardo ofrece sus servicios a Ludovico Sforza, duque de Milán, en una larga carta que el artista presenta como lo que hoy en día llamaríamos curriculum vitae. Al final de la misiva el artista hace una breve referencia a su condición de pintor y, curiosamente, es para esta función por lo que finalmente es contratado.
En Milán realiza la que será una de sus grandes obras, la Última Cena del refectorio de Santa Maria delle Grazie. Lamentablemente, la obra experimentó ya en vida del artista severos problemas de conservación, por lo que tuvo que ser intervenida poco después de su realización. En ello tienen mucho que ver las inquietudes incontrolables de Leonardo, que le llevaban a investigar constantemente nuevos procesos de creación. Así, para la elaboración de la obra, el pintor experimenta con la combinación de agua y aceite, lo que, a la larga, resultó fatal para la preservación de la pintura.
Como pintor, Leonardo tiene un puesto de honor en la historia del arte. Entre sus obras más conocidas se encuentran las dos versiones de La Virgen de las Rocas (una conservada en el Museo del Louvre y la otra en la National Gallery), y sus extraordinarios retratos, de los que La Gioconda es, probablemente, su obra más conocida. Una fama que, por cierto, contribuyó a aumentar el sonado robo de la obra, acaecido en 1911 y que hizo aparecer a la Mona Lisa en todos los periódicos y revistas del mundo.
4. Michelangelo Buonarroti (1475-1564)
Miguel Ángel es, sin duda, uno de los grandes genios de la historia del arte. Su talento se sirvió de numerosas disciplinas, aunque destacó sobre todo en escultura. De hecho, si pensamos en una obra maestra de la escultura en general, probablemente nos vendrá a la mente el David, la Piedad del Vaticano o el Moisés. Pero, además, no olvidemos que uno de los conjuntos pictóricos más importantes de la historia del arte son los frescos de la Capilla Sixtina, y que una de las grandes obras arquitectónicas del Renacimiento es la cúpula de San Pedro del Vaticano, ambos realizados por el genio florentino.
Miguel Ángel procedía de una familia acomodada y, como era de esperar, su padre no veía con buenos ojos que se dedicara al arte, que todavía era considerado un “oficio mecánico” en su tiempo, comparable al que realizaban los artesanos. Sin embargo, ya de muy joven encontramos a Miguel Ángel formándose con Domenico Ghirlandaio (1448-1494), uno de los pintores más sobresalientes del Quattrocento florentino.
Pero Miguel Ángel tenía muy claro que su verdadera vocación era la escultura. Muy pronto dejó el taller del maestro para entrar a formar parte del jardín de escultura de los Medici, que estaba dirigido por el escultor Bertoldo di Giovanni, discípulo de Donatello. Su arte llamó la atención de Lorenzo de Medici, que le acogió y se convirtió en su principal valedor. La muerte del Magnífico y el ascenso al poder de Girolamo Savonarola impactaron profundamente a Miguel Ángel, pues el joven, que en aquellos años era prácticamente un adolescente, se encontró de repente sin la figura paternal que había representado Lorenzo de Medici, en una Florencia convulsionada por las predicaciones del fraile dominico.
Tras su primera estancia florentina viajará a Roma, donde realiza para el cardenal Riario el Baco que hoy podemos contemplar en el Museo Bargello. También de esta época es la ejecución de la magnífica Piedad del Vaticano, que esculpe para otro de los cardenales. Sin embargo, la verdadera meta de Miguel Ángel era obtener un encargo papal. Al no conseguirlo, en 1501 abandona la Ciudad Eterna y regresa a Florencia, donde realiza una de sus grandes obras: el David.
Es en su segunda estancia romana cuando recibe el que consideró el encargo de su vida: el sepulcro del papa Julio II, un templete exento diseñado para la antigua basílica de San Pedro del Vaticano, decorado por cuarenta esculturas en mármol. Miguel Ángel se pone manos a la obra con verdadero entusiasmo, pero para su desgracia el pontífice cambia de opinión y decide pasar a la posteridad con la construcción de la nueva basílica de San Pedro. El ambicioso encargo queda, pues, anulado.
Como compensación, el papa ofrece al artista la ejecución de los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina. Miguel Ángel se muestra contrariado; él es escultor, no pintor. Pero de nada sirven sus protestas; Julio II se muestra inflexible y Miguel Ángel se ve obligado a realizar los frescos por los que pasará a la historia y a los que dedica prácticamente todas las horas del día.
El encargo anulado del sepulcro fue realizado finalmente de manera simplificada por requerimiento de la familia della Rovere, a la que pertenecía el pontífice. Es en este monumento donde podemos encontrar el famoso Moisés, que ha servido de modelo para numerosas esculturas posteriores.
En su última estancia en Florencia Miguel Ángel vuelve a trabajar para los Medici, para los que diseña las tumbas de la Sacristía Nueva de San Lorenzo y la Biblioteca Laurenciana. Los últimos años de su vida los pasa en Roma, donde proyecta la cúpula de la basílica de San Pedro del Vaticano, además de otras obras, como la Piedad Rondanini, en la que trabajará hasta unos días antes de morir, poco antes de cumplir los 89 años.
5. Rafael Sanzio (1483-1520)
Era hijo de un modesto pintor, pero pronto destacó en el arte de la pintura como niño prodigio. Empezó su formación artística como discípulo de Pietro Perugino (1446-1423), y pronto su excepcional talento llama la atención de Bramante (1444-1514), que lo pone bajo su protección en Roma.
Será en esa ciudad donde el papa Julio II le encarga la que probablemente sea su obra más famosa: los frescos de las estancias papales. El más conocido es el que se encuentra en la Stanza della Segnatura, en el que Rafael representa a los principales pensadores de la escuela de Atenas y que constituye una obra estrechamente vinculada a la mentalidad renacentista.
Muchos de los rostros de los filósofos representados corresponden a artistas del momento, como por ejemplo el de Leonardo (que Rafael plasma como Platón) y Miguel Ángel (representado como Heraclio). Este último fue incluido más tarde, después de que Rafael contemplara los maravillosos frescos que había realizado en la bóveda de la Sixtina y quedara subyugado por su talento. La admiración que siempre sintió el de Urbino por Miguel Ángel es sobradamente conocida, aunque el receptor de su fascinación no siempre se mostró complacido. El historiador de arte Anthony Blunt (1907-1983) recoge una carta escrita por Miguel Ángel en la que este se queja de que todo lo que Rafael sabe de arte lo ha aprendido de él.
A diferencia de Botticelli, el canon de belleza femenina que plasma Rafael (fundamentalmente, en sus Madonnas) no se inspira en ninguna una mujer en concreto. El artista de Urbino compone un rostro ideal partiendo de un óvalo facial perfecto en el que destacan unas facciones completamente equilibradas e idealizadas. Quizá es esta presencia casi etérea lo que otorga a las vírgenes de Rafael esta belleza inigualable.
Rafael Sanzio falleció muy joven, con sólo 37 años, cuando gozaba de su plena madurez creativa. Por ello, su obra es menos extensa que la de algunos de sus contemporáneos, aunque no por ello menos importante. Muchos pintores posteriores (especialmente, Jean-Auguste-Dominique Ingres) lo consideraban el maestro de maestros, y el movimiento prerrafaelita del XIX tomó su obra como referencia del cambio radical que había sufrido el arte occidental en el siglo XVI.
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