Son muchos los personajes que han pasado a la historia más por su trágico final que por su biografía. Asesinados mayoritariamente por motivos políticos, estos crímenes han cambiado el curso de la historia. A continuación, os presentamos 5 de los asesinatos más famosos resumiendo cómo se produjeron estos eventos que marcaron a la sociedad.
5 asesinatos famosos de la historia
¿Habría sido diferente la historia de la humanidad sin la desaparición trágica de estos personajes? Nunca lo sabremos. Lo que sí podemos asegurar es que todos y cada uno de los asesinatos que presentamos a continuación han tenido un peso (a veces decisivo) en el devenir de los acontecimientos.
1. Elisabeth de Baviera, Sissi (1837-1898)
La vida de Elisabeth de Baviera, más conocida como Sissi, nos ha llegado a través de las películas mucho más edulcorada de lo que en realidad fue. De hecho, la emperatriz de Austria-Hungría tenía un carácter inestable y sentía un terrible odio hacia la corte vienesa, de la que intentaba huir siempre que le era posible.
En una de estas “huidas”, cuando contaba ya casi 61 años, Sissi se encontraba a orillas del lago Leman, en Suiza. Se había alojado en el hotel Beau-Rivage de Ginebra bajo el seudónimo que solía usar para pasar desapercibida: condesa Hohenems. La tarde del 10 de septiembre, ella y su dama de compañía, la condesa Irma Sztaray, se apresuraban para llegar al barco que debía trasladarlas a la otra orilla del lago.
En el camino, un joven tropieza con la emperatriz y sale corriendo. La dama de compañía se acerca solícita, temerosa de que el hombre le haya robado el hermoso reloj de oro que Elisabeth lleva prendido en el pecho. El reloj sigue en su sitio, y la emperatriz solo parece asustada. Pero, pocos minutos más tarde, Sissi se desvanece. Cuando intentan desabrocharle el corsé para que respire mejor, se dan cuenta de que lo que parecía un robo, ha sido en realidad un asesinato: el joven, que resultó ser el anarquista Luigi Lucheni, le había clavado sigilosamente un estilete en el corazón.
Las ansias de Lucheni de convertirse en mártir de la causa anarquista no se vieron satisfechas, puesto que la pena capital ya se había abolido entonces en Ginebra. Lucheni fue condenado a cadena perpetua. En 1910, se ahorcó en su celda.
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2. Jean-Paul Marat (1743-1793)
Si existe un símbolo de la Revolución Francesa, ese es el cuadro en que el pintor Jacques-Louis David retrata a su amigo Marat poco después de ser asesinado. El lienzo se realizó para la Convención Nacional, y elevaba al jacobino a los altares de los “mártires de la Revolución”.
Marat había fundado el periódico L’ami du peuple (El amigo del pueblo), desde donde dirigía sus arengas incendiarias y desde donde pedía más y más cabezas. La Revolución se hallaba en su momento más sangriento; los rivales políticos de los jacobinos, los girondinos, habían huido de París. Francia se sumía en una especie de guerra civil.
En la Normandía francesa vivía una joven de 25 años llamada Marie-Anne-Charlotte Corday, ferviente republicana y férrea seguidora de los girondinos. Decepcionada ante la actitud derrotista que habían adoptado estos frente a la victoria jacobina, la joven decidió tomar las riendas del destino de la nación. Así, en julio de 1793 puso rumbo a París, con la intención de matar a Marat, al que consideraba culpable de todo el terror revolucionario.
El 13 de julio, Charlotte se dirigió a la Rue des Cordeliers, donde vivía el “amigo del pueblo”. Pidió audiencia para pasarle una información delicada, en la que figuraban varios nombres de traidores girondinos. Confiado, Marat la dejó pasar. El hombre se hallaba sumergido en su bañera, pues sufría una enfermedad de la piel cuyos dolores solo se aliviaban con el agua caliente. Mientras anotaba cuidadosamente los nombres de los traidores, Charlotte sacó una daga y, rápidamente, se la hundió en el pecho.
La joven no tardaría en pasar por la guillotina, vilipendiada por unos y admirada por otros, y su acción se convirtió en leyenda. Sin embargo, el Terror aún inundaría de sangre a Francia durante unos meses más.
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3. Abraham Lincoln (1809-1865)
La noche del 14 de abril de 1865, el presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, se encontraba junto a su esposa en el teatro Ford de la ciudad de Washington. La pareja, que asistía a la representación de la obra Our American Cousin, de Tom Taylor, llegó con cierto retraso debido a un asunto de última hora que el presidente había tenido que solventar. Los actores se detuvieron unos minutos mientras el público saludaba a Lincoln y a su esposa con un estrepitoso aplauso.
El asesino, John Wilkes Booth, había llegado al edificio sobre las 21 h, donde penetró por la entrada de los artistas. Booth era actor profesional; conocía perfectamente la obra que se representaba y sabía qué momento era el propicio para actuar. En el tercer acto, había una escena que siempre levantaba ruidosas carcajadas entre el público. Fue entonces cuando disparó su arma contra la cabeza del presidente. La detonación quedó ensordecida por las risas de los espectadores.
Inmediatamente, Henry Reed Rathbone, un militar que esa noche acompañaba al presidente, intentó atrapar al asesino, pero este le hirió y consiguió deshacerse de Rathbone. Wilkes Booth saltó del palco y fue a aterrizar en el escenario, donde, según algunos historiadores, clamó: “Sic Semper tyrannis!” (¡Así siempre a los tiranos!), aunque otras versiones apuntan a que la frase fue “¡El sur ha sido vengado!”. Booth consiguió escapar del teatro, mientras que Lincoln agonizaba en el palco, atendido de emergencia por un cirujano que se hallaba entre el público. Murió pocas horas después, en la mañana del 15 de abril.
John Wilkes Booth y sus cómplices fueron detenidos algunos días después. Todos ellos eran fieles a la causa sureña, desesperados por la reciente derrota de los Estados Confederados del Sur. El asesino de Lincoln cayó tiroteado en la granja donde se había escondido.
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4. Francisco Fernando de Austria (1863-1914)
Posiblemente sea uno de los asesinatos más conocidos y que más repercusión ha tenido en la historia, puesto que fue el desencadenante directo nada menos que de la Primera Guerra Mundial.
El 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador Francisco José de Austria y heredero de su imperio, se encontraba en la ciudad de Sarajevo, la capital de la provincia austríaca de Bosnia y Herzegovina. Sobre las 10 de la mañana, una bomba rebotó en la parte trasera del coche en el que viajaban el archiduque y su esposa, Sofía Chotek. Los archiduques consiguieron llegar al Ayuntamiento de Sarajevo ilesos.
Temerosos por su seguridad, Francisco Fernando y su esposa cancelaron la agenda de visitas y decidieron trasladarse en coche por otras calles, evitando siempre el centro de la ciudad. La mala fortuna hizo que el conductor no estuviera enterado de las instrucciones y tomara el camino habitual. Fue entonces cuando Gavrilo Princip, uno de los terroristas, se acercó al coche y disparó a bocajarro dos tiros que dieron de lleno en el cuello del archiduque y en el abdomen de Sofía. Ambos fallecieron pocos minutos después.
Princip formaba parte de un grupo de nacionalistas radicales serbios que abogaban por la liberación de Bosnia del imperio austríaco. Lo que se habría saldado “solo” con una guerra entre Austria y Serbia, acabó convertido en una guerra que involucró a todo el continente. Un peligroso juego de dominó que se saldó con 4 años de guerra y más de 17 millones de muertos.
5. Grigori Rasputín (1869-1916)
De campesino analfabeto a místico de pacotilla y, finalmente, confidente de los zares de Rusia. Ese fue el fulgurante ascenso de este siniestro personaje, cuya presencia en la corte rusa fue una pieza más en el engranaje que desencadenaría la Revolución Rusa.
Mujeriego, borracho y pendenciero, Rasputín (literalmente, “el depravado”, en ruso) llegó a san Petersburgo caminando y vendiendo a un tiempo religión y sexo. Su gran éxito fue llegar al lado de la emperatriz Alejandra, cuyo hijo, el zarévich Alexei, sufría una terrible hemofilia. La zarina se sentía tremendamente culpable, puesto que había sido ella la que había transmitido esta enfermedad a su pequeño, heredada, a su vez, de su abuela la reina Victoria. Rasputín aprovechó la debilidad emocional de Alejandra y su exaltada religiosidad para ofrecerle un consuelo que ella consideraba único. Mucho más que eso; cuando Rasputín estaba cerca, el niño sanaba milagrosamente de sus hemorragias letales.
Algunos historiadores afirman que Rasputín conocía la hipnosis y que se valía de ello para inducir al zarévich a un estado de calma total, que hacía que su cuerpo reaccionara positivamente. Sea como fuere, Alejandra pronto exigió que el starets, o sea, el “anciano santo”, permaneciera a su lado. Rápidamente, la influencia de Rasputín no se limitó a la curación y a la religión, sino que se extendió a la política.
Los nobles que formaban la camarilla del zar lo sabían, y por ello lo detestaban. Pronto se configuró un complot para terminar con la nefasta influencia que Rasputín ejercía sobre los zares. La noche del 30 de diciembre de 1916, el príncipe Yusúpov convocó al starets a una cena íntima en su palacio a orillas del Neva. Yusúpov conocía la debilidad de Rasputín hacia las mujeres hermosas, e Irina Yusúpova, la esposa del príncipe, resultaba ser una de las beldades más admiradas de la ciudad. Así que Rasputín acudió a la cita, animado por la bebida, los dulces e Irina.
Los pastelillos habían sido cuidadosamente envenenados, pero los conspiradores observaban con la boca abierta como Rasputín los iba devorando, uno tras otro, sin desvanecerse. Al cabo de un rato estuvo claro que el veneno no hacía efecto, por lo que Yusúpov decidió cortar por lo sano. Tomó un revólver y disparó a su invitado, que cayó desplomado al suelo. Cerraron la habitación con el supuesto cadáver dentro y empezaron a deliberar qué hacer a continuación.
Cuando abrieron de nuevo la puerta, el cuerpo había desaparecido. De repente, y ante el asombro de todos, vieron a una figura que corría por los jardines. Yusúpov y sus colegas perdieron la cabeza. Salieron al jardín y dispararon de nuevo sobre Rasputín, que volvió a caer al suelo. Esta vez, parecía muerto.
Los conspiradores rodearon el cuerpo con cadenas y lo lanzaron a las heladas aguas del Neva. Cuando se descubrió el cadáver, se encontró que los pulmones estaban llenos de agua, lo que indicaba que Rasputín estaba todavía vivo cuando se sumergió en el río… y que, tras el veneno y los disparos, había muerto ahogado.