La rica en Oro, así la llaman en los textos de Homero. Y es que, tras el declive de la Creta, la civilización micénica se erigió como la cultura más importante de la Grecia continental, que pronto extendió su dominio por las islas del Egeo gracias a su enorme empuje comercial y guerrero.
De la civilización micénica poco sabemos. Antes de las excavaciones que se realizaron en la zona en el siglo XIX, tan sólo se conocía lo que de ella contaba la épica homérica, muy ligada, claro está, a mitología y leyendas. ¿Quiénes fueron, en realidad, los micénicos o aqueos? ¿Cuáles son las características de su refinada civilización? En este artículo, te invitamos a realizar un viaje a través de una de las culturas más relevantes de la Grecia arcaica.
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La civilización micénica, entre la realidad y la leyenda
Los cantos atribuidos a Homero, la Ilíada y la Odisea, fueron compuestos algunos siglos más tarde del colapso de la civilización micénica, pues corresponden al siglo IX a.C. En aquella época, la Grecia continental empezaba a salir del llamado periodo oscuro, una época comprendida entre la caída de Micenas y el auge de otras ciudades-estado, como Atenas o Esparta.
Durante esos años oscuros se pierde la escritura y, por tanto, poco o nada sabemos sobre lo que sucedió. ¿Por qué una civilización tan importante y refinada como la micénica desapareció de la historia? ¿Qué fue lo que produjo su colapso y el del resto de culturas de la Grecia continental e insular? ¿Es cierto que la invasión de los llamados pueblos del mar fue la responsable de su fin?
Tras los largos siglos de silencio, emerge la voz del bardo Homero, que canta las historias de Agamenón, el legendario rey micénico que acudió a Troya como apoyo de Menelao, el monarca burlado por Paris y su esposa Helena. Pero, ¿hasta qué punto podemos tomar la Ilíada como un hecho histórico?
En el primer Renacimiento ya empezó a surgir la idea de buscar en la Grecia contemporánea algún vestigio de lo que cantaban los poemas homéricos. Un poco más tarde, hacia el año 1700, el ingeniero Francesco Vandeyk descubre la Puerta de los Leones, que permite situar, por primera vez desde la antigüedad, la localización de la ciudadela.
Sin embargo, no será hasta el siglo XIX, sobre todo con el ímpetu investigador de Heinrich Schliemann (1822-1890), que se empezará a rastrear de forma concienzuda los vestigios de la antigua civilización. Los discutidos métodos arqueológicos del alemán (que, al parecer, incluyeron explosivos que destrozaron estratos de la ciudad) han dado muchísimo que hablar, pero lo cierto es que, desde su llegada a la zona, el interés por Micenas creció considerablemente, lo que permitió que se desarrollara, tras su muerte, una intensa actividad arqueológica. Actualmente, conocemos mucho más sobre esta fascinante civilización, que empieza a tomar forma como la última gran civilización de la Grecia preclásica.
La rica en Oro: el auge comercial de Micenas
Durante el II milenio a.C., la ciudadela de Micenas, situada en un lugar estratégico al sur del Peloponeso, adquiere auténtica relevancia en el panorama cultural griego. La influencia cultural y comercial de la ciudad no sólo se extiende al norte, hacia el resto de la Grecia continental, sino que también se expande por las islas del Egeo. Hacia el año 1300 a.C., Micenas goza de una preponderancia indiscutible en el Mediterráneo oriental.
Algunos años antes, hacia el 1450 a.C., había colapsado otra de las grandes civilizaciones del Egeo: la civilización minoica. Ubicada en Creta, toma su nombre del legendario rey Minos que, supuestamente y de acuerdo con el mito, gobernó la isla en época remota. La cultura minoica poseía un refinamiento sin parangón entre los pueblos que la rodeaban.
Era famosa por sus cerámicas, la sofisticación de sus palacios y la exquisitez de sus frescos, joyas y objetos cotidianos, de lo que todavía pueden dar fe los vestigios hallados en Knossos. Precisamente de esta extraordinaria cultura tomó Micenas su sofisticación; la evidente influencia que la cultura minoica ejerció sobre la micénica se puede observar en los frescos del palacio de Micenas, inspirados directamente en las pinturas cretenses.
Ricos complejos funerarios
Los orígenes de Micenas son confusos. La leyenda atribuye la fundación de la ciudad a Perseo, el héroe griego, pero la realidad es más prosaica. La zona estuvo habitada desde mucho antes del periodo del Bronce, y del periodo conocido como época protopalacial (hacia 1650 a.C.) datan las tumbas colectivas halladas en el llamado círculo A. Estos enterramientos primitivos son sencillos hoyos en la tierra, en los que se ubicaban varios cadáveres acompañados de los necesarios ajuares funerarios, que fueron complicándose a medida que Micenas adquiría importancia y riqueza.
Del periodo palacial (siglo XIV a.C.) datan los primeros tholoi (el plural para tholos), túmulos funerarios mucho más complejos. Se ignora el motivo por el que, tras la última tumba del círculo A, empiezan a construirse de forma inmediata estas manifestaciones funerarias, aunque se cree que la élite aristocrática tuvo mucho que ver con ello. Los tholoi eran mucho más suntuosos y laboriosos (se calcula que, para excavar uno de ellos, los trabajadores tardaban al menos un año), lo que redundaba en la ostentación de la riqueza de sus patrocinadores.
Pero ¿qué es un tholos? Se trata de excavaciones que aprovechaban desniveles de terreno, donde se ubicaba un corredor que unía la entrada con la cámara funeraria (thalamos), en la que se ubicaban los cuerpos de los difuntos. Esta cámara estaba cubierta por una falsa cúpula que, a su vez, estaba recubierta de tierra para reforzar su resistencia.
En la ciudad de Micenas se han hallado nada menos que nueve tholoi, algunos francamente impresionantes. Por influencia homérica, las denominaciones de estos monumentos funerarios toman nombres de personajes mitológicos: Clitemnestra, Egisto o Agamenón, el legendario rey de Micenas que acudió a la guerra de Troya. Es precisamente este último tholos (conocido también como La tumba de Atreo, el padre de Agamenón) uno de los mejor conservados. Fue erigido hacia el año 1300 a.C., y su posición privilegiada (a la entrada de la ciudad) facilitó que, a lo largo de los siglos, fuera saqueado en múltiples ocasiones.
Aunque en el tholos de Agamenón o Atreo apenas se han encontrado restos de ajuar funerario (debido, precisamente, a los asaltos de la tumba), en otras zonas de enterramiento de la zona los arqueólogos han hecho descubrimientos auténticamente excepcionales. Por ejemplo, en el ya citado círculo A (donde se encuentran las tumbas “sencillas” excavadas en la tierra) fue donde Schliemann halló la famosa máscara de Agamenón, una magnífica máscara funeraria de pan de oro repujado que se halló sobre el rostro del difunto, cuya identidad el arqueólogo alemán identificó con el monarca de la Ilíada. En otras tumbas se hallaron joyas y utensilios, también de oro, como la hermosa Copa de Néstor. Todo ello atestigua la gran riqueza que poseían las élites micénicas en la etapa de esplendor de la civilización.
Palacios y templos
El grandioso palacio de Micenas, centro de la administración y del poder real, se erigía dentro de las murallas, en un lugar privilegiado, junto a los centros de culto. Se calcula que su construcción se inició hacia el 1400 a.C., después de realizar un complicado muro de contención sobre el que construir la terraza artificial que serviría de base al complejo palaciego. Una obra colosal, como podemos ver.
Sólo una verdadera potencia podía hacerse cargo de una edificación semejante. El palacio de Micenas tenía una estructura compleja de estancias, patios y corredores, en la que sobresale el megaron, una red de salas que se estructuran alrededor de la Sala del trono, donde el monarca recibía a las visitas ilustres. Aunque poco queda de esta importante estancia, los expertos creen que debía ser impresionante, decorada con hermosos frescos y sostenida por gruesas columnas. En el centro ardía un hogar de 3,5 metros de diámetro, por lo que se cree que el espacio tenía salida de humos.
Uno de los frescos micénicos que mejor se conservan es el que se encuentra en el templo principal, precisamente en la llamada Sala del Fresco. En el espacio, situado en la parte inferior del edificio, se ha encontrado una bañera, que probablemente poseía un uso ritual. En el fresco de la pared podemos ver a tres mujeres que portan ofrendas; la influencia minoica es evidente tanto en la técnica como en el vestuario que ostentan las representadas.
Sobre el estuco fresco, el artista dibujaba los contornos con gruesas líneas negras, y luego rellenaba los espacios con vivos colores. Tal y como sucede en los frescos de la cultura minoica, la piel de las mujeres era pintada de blanco, mientras que para la de los varones se utilizaba una tonalidad rojiza. Esta distinción estética entre sexos recuerda, inevitablemente, a las pinturas egipcias, donde las mujeres eran siempre representadas con la piel mucho más clara que la de los hombres.
En una sala superior del templo se hallaron estatuillas votivas de ídolos antropomorfos, lo que da una pista sobre las creencias que practicaban los antiguos micénicos. Sin embargo, y por desgracia, poco más podemos saber. Se conoce, por los frescos conservados, que las procesiones votivas eran frecuentes, así como las ofrendas y los sacrificios a los dioses. Algunas de estas divinidades nos resultan desconocidas, pero otras se mantuvieron en el período griego clásico, como Poseidón, el dios del mar (muy importante en una civilización entregada al comercio) y Zeus, el padre de los dioses.
Pero, con todo, el fragmento más importante del complejo de Micenas es, sin duda, la famosa Puerta de los Leones, construida hacia el año 1250 a.C. como consecuencia de la ampliación de la muralla. Estas obras dan fe de la importancia que, en el siglo XIII a.C., tenía la ciudad de Micenas, puesto que el perímetro amurallado se amplió considerablemente.
La Puerta de los Leones recibe el nombre de los leones rampantes que se yerguen majestuosos sobre el dintel. Entre sus garras cobijan una columna, que los expertos han interpretado como el símbolo del poder micénico, hecho que atestigua la antigüedad de la simbología del león como guardián y protector. Curioso es el debate sobre el sexo de los animales, puesto que no se han conservados sus cabezas (las que se pueden contemplar hoy en día son posteriores), lo que abre la discusión de si se trata de leones o de leonas.
Hacia el año 1200 a.C. se producen una serie de incendios, cuyo origen se desconoce, que coinciden con el colapso de la civilización micénica. ¿Se trata, efectivamente, de una invasión? Tras el derrumbamiento de Micenas, llegó la Edad Oscura, que se prolongó varios siglos, hasta que Homero puso su voz a la épica de los micénicos.