El Renacimiento ha pasado a la historia como uno de los periodos más resplandecientes de la humanidad. Dejando de lado si esta afirmación entraña tópicos (algunos hay), es muy cierto que, durante los siglos XV y XVI, se vivió en Europa una revalorización sin precedentes de la cultura clásica, adaptada, por supuesto, a la doctrina cristiana.
Es la época del Humanismo en su máxima expresión, que dejó una huella indeleble en todos los ámbitos de la vida humana: política, literatura, filosofía, sociedad, arte. El ser humano se erige como epicentro; es la época de los viajes, de los descubrimientos, de los grandes príncipes y de la gestación de lo que, más tarde, serán las grandes monarquías absolutistas.
El tema que proponemos en este artículo puede parecer curioso, pero se trata de una idea básica del Renacimiento: la Fama y su victoria sobre la Muerte, un tema del todo renacentista. Si te interesa, no dudes en seguir leyendo. Te proponemos un repaso a la idea de la Fama durante la época del Humanismo.
La Fama en el Renacimiento o la voluntad de sobrevivir a la Muerte
En realidad, el deseo de superar el abandono que conlleva la muerte ha estado presente en muchas culturas. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, se consideraba que, pronunciando el nombre del fallecido, se alargaba su existencia en el más allá. Destruir estatuas y nombres significaba, pues, condenar al difunto a la nada más absoluta, al más temido y terrorífico olvido.
Sin embargo, a pesar de la voluntad humana de pervivencia, el concepto toma un cariz especial en el Renacimiento. Así, mientras que en el periodo medieval apenas existe la personalización (una persona era algo en tanto que pertenecía al gran engranaje universal de Dios) en la época renacentista comienza a advertirse una voluntad de recuerdo individual que trasciende la muerte. De esta forma, los sepulcros empiezan a recrear las facciones exactas del finado, mientras que los comitentes de las obras de arte empiezan a aparecer (con sus rostros concretos, por supuesto), expresando de esta forma el nuevo deseo de no ser olvidado.
El Triunfo de la Fama sobre la muerte de Petrarca y su influencia en el Renacimiento
En este sentido, una de las obras que más influencia ejerció en la mentalidad de la época y, por tanto, en su expresión artística, fue El Triunfo de la Fama sobre la muerte, de Francesco Petrarca (1305-1375). El poema forma parte de la colección poética Los Triunfos, y, en esencia, explora el concepto de que la Fama otorga a quien la posee una especie de inmortalidad y, por tanto, es una de las maneras de “superar” a la Muerte.
El poema de Petrarca se reflejó, principalmente, en el arte funerario, que, de forma especial a partir del siglo XV, se esforzó concienzudamente en reflejar las características definitorias y la personalidad del individuo fallecido, así como su obra y legado.
Petrarca, el “primer gran humanista”
Las fronteras históricas son solo meras concreciones académicas, como ya sabemos. En este sentido, no debemos imaginar que el Humanismo surgió en un solo bloque cuando la cultura renacentista empezó a expandirse por Europa. En realidad, durante la Edad Media ya había existido una rica cultura pre-humanista (así podríamos llamarla), que tuvo en la Florencia del siglo XIV su mayor epicentro.
Entre los intelectuales destacados del periodo del Trecento florentino cabe destacar, además de Dante Alighieri (1265-1321), el ya citado Petrarca, autor de una profusa obra poética y filosófica que influyó a muchas de las generaciones posteriores. En su célebre poema El Triunfo de la Fama, el poeta presenta una compleja visión de este concepto que imbuiría notablemente la cultura de la Edad Moderna.
Por un lado, el poeta la presenta como una de las vías para lograr ser inmortal, pues la fama trasciende el cuerpo y la vida y deja en las generaciones siguientes el recuerdo del ser y de sus obras. Sin embargo, al mismo tiempo, Petrarca advierte sobre los peligros que entraña: se trata de la siempre presente vanitas, la vanidad, evidente pecado que puede conducir al hombre más virtuoso a los crímenes más abominables solo para ser recordado.
La visión magníficamente compleja de Petrarca sobre la Fama, a la que otorgaba un poder de doble filo, caló profundamente en la sociedad del Renacimiento. Este concepto dual impregnó en especial al arte (en concreto, al arte funerario), que se llenó de representaciones acerca de la Fama y, al mismo tiempo (y paradójicamente), de la gloria y la corrupción que aquella entrañaba.
La Fama en el arte funerario del Renacimiento
A partir de las ideas de inmortalidad de Petrarca, el arte funerario del Renacimiento se convirtió en el vehículo de los mortales para conseguir la Fama y, por tanto, la inmortalidad. Empiezan a proliferar los monumentos fúnebres que honran a sus fallecidos y pregonan a los cuatro vientos las cualidades y los logros de estos.
El mausoleo se convierte, así, en una manera de perpetuar la memoria del difunto. En consecuencia, se inicia una especie de “competencia” formal y artística. En otras palabras: cada señor, cada príncipe desea presentar al mundo un monumento funerario único. Como ejemplo, podríamos citar el magnífico Templo Malatestiano, un formidable complejo fúnebre que Segismundo Malatesta mandó edificar en Rímini (encargado nada menos que a León Battista Alberti).
Rostros conocidos
Volvemos un instante a lo que mencionábamos en la introducción. Efectivamente, en la Edad Media existían las tumbas regias; y sí, a menudo se representaba a su titular en el sarcófago, en general como durmiente. Sin embargo, la mayoría de estas efigies no son retratos reales. Las facciones del finado no se muestran en su copia, por lo que, en verdad, lo que se desea reproducir es el símbolo del fallecido, su estatus (un religioso, un rey…) y, por tanto, el lugar que tenía en la sociedad. Este concepto es, en realidad, muy medieval. El individuo como parte del engranaje del mundo; una diminuta pieza, indispensable, eso sí, pero una pieza, al fin y al cabo.
Nada que ver con la idea que surgió en los siglos XIV y XV. Es a partir del siglo XV y, en especial, en el XVI, cuando empezamos a encontrar efigies que reproducen con exactitud las características físicas del difunto, además de su estatus y condición. Lo que se pretende no es realizar un símbolo, sino una copia (magnificada, eso sí) del hombre o de la mujer en cuestión. Con nombre y apellidos.
La Muerte solo es un sueño
Otra de las ideas del Renacimiento acerca de la Muerte es la visión de esta como si de un “sueño” se tratara. Muchos de los representados aparecen dormidos, con ningún elemento que nos indique que han fallecido. De nuevo, una trascendencia más allá de la Muerte.
A los yacentes acompañan, a menudo y por influencia de la antigüedad clásica, los dioses Hipnos y Tánatos, hermanos que, en la mitología griega, representaban al sueño y a la muerte, respectivamente. Todo se confunde; el finado solo duerme, y la muerte no existe.
Conclusiones
En suma, podríamos decir que, a pesar de que durante toda la historia el ser humano ha deseado trascender a la Muerte y “sobrevivir” a ella, la trascendencia individual es característica de los siglos XV y XVI europeos, que coinciden con el Renacimiento. A diferencia de la época medieval, el ser humano empieza a verse como algo separado del resto, un ser con nombre y apellidos que tiene una misión única y concreta en el mundo. Se había acabado, de esta forma, el concepto de hombre y mujer como simples piezas en el gran engranaje del mundo.
Es lógico que, tras este proceso de individualización, surgiera el deseo de trascender a la muerte individual y, por tanto, al olvido. Empiezan a proliferar los retratos que reproducen las facciones del personaje retratado, como es el caso de los comitentes que aparecen en las pinturas, y como también es el caso de las esculturas que decoran los sarcófagos de los fallecidos. Son efigies, a menudo a tamaño natural, que intentan reproducir la individualidad del muerto, así como sus logros y su legado. Una auténtica batalla contra el olvido.
En todo ello tuvo mucho que ver El Triunfo de la Fama sobre la Muerte, de Francesco Petrarca. La idea esgrimida por el poeta era que la fama podía ser un vehículo de trascendencia respecto a la muerte y, por tanto, de inmortalidad. Pero Petrarca y su concepto de la fama no solo tuvieron influencia en los siglos del Renacimiento. Su idea caló profundamente (y para siempre) en todo el arte funerario occidental, que ya no se separó nunca más del individualismo.