Una amante real que posa como la Virgen, el robo más sonado de la historia, un autorretrato en una aceitera… La historia del arte está llena de anécdotas y, en realidad, nada es lo que parece. A continuación, os presentamos una lista con algunas de las curiosidades más suculentas sobre obras de arte famosas, explicadas con detalle.
10 curiosidades sobre obras de arte famosas
He aquí 10 curiosidades que esconden algunas de las obras de arte más famosas de la historia.
1. El cuadro más famoso del mundo
Sin duda, La Gioconda de Leonardo da Vinci es una de las obras que más visitantes recibe. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué? Y es que esta pequeña tabla no siempre fue tan popular. De hecho, antes de 1911 la gente que visitaba el Louvre apenas reparaba en ella.
Pero ocurrió que, la mañana del martes 22 de agosto de 1911, se dieron cuenta de que la Monna Lisa no estaba en su sitio. Había desaparecido. Y así estuvo durante nada menos que dos años; no fue localizada hasta diciembre de 1913, cuando se encontró al autor del sonado robo: Vincenzo Peruggia.
Peruggia había trabajado en el Louvre y conocía muy bien cómo estaban colgados los cuadros. Es más, tenía en su poder una bata de trabajador, que se colocó para pasar desaparecido. Recordemos que estamos hablando de 1911 y que, por tanto, no existían cámaras de seguridad que pudieran registrar el robo. Así, el lunes 21 de agosto, día en que el museo permanecía cerrado, Peruggia descolgó tranquilamente a La Gionconda, se la colgó bajo el brazo y salió del Louvre, ocultándola previamente bajo la bata de trabajador. Nadie se dio cuenta… hasta al día siguiente.
La noticia del hurto corrió como la pólvora. Guillaume Apollinaire acabó en la cárcel acusado del robo, y su colega Pablo Picasso formó parte también de la lista de sospechosos. Los periódicos alimentaban las habladurías y las leyendas. Cuando el cuadro fue hallado en un hotelucho de Florencia, donde Peruggia había citado al anticuario Alfredo Geni para venderle la obra, La Gioconda era ya un auténtico mito. Un mito cuya fama (justificada o no) no ha hecho sino crecer hasta hoy.
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2. El grito que no es un grito
Todos tenemos presente el espectacular lienzo El grito, del pintor noruego Edvard Munch: ante un paisaje que parece derretirse, una extraña figura se lleva las manos al rostro y grita. Sí, ¿verdad? Pues… no. Sí hay una figura, sí tiene un aspecto extraño, como de máscara mortuoria o de momia, y sí se lleva las manos al rostro… pero no grita.
En realidad, el nombre de la pintura hace referencia a la escena que inspiró el cuadro. El mismo Munch lo describe de la siguiente forma en su diario: “Paseaba por un sendero con dos amigos; el sol se puso. De repente, el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio: sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad. Mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad. Sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza…”
Es decir, el grito que da nombre al cuadro es el poderoso grito de la naturaleza, a menudo destructor, que sacude al pintor y lo hace tambalearse. Desde luego, una visión muy diferente a la que se ha popularizado de la obra.
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3. El cadáver blasfemo
En 1601, Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio, recibe un encargo de la iglesia de Santa Maria della Scala, en Roma. Deberá pintar un cuadro que refleje el tránsito de la Virgen, rodeada de los apóstoles. Dicho y hecho. Caravaggio toma su pincel y unos cuantos modelos, y realiza un monumental lienzo, donde aparece María yacente y los apóstoles custodiándola y lamentando su muerte.
Hasta aquí, todo parece en su sitio. Pero ya sabemos que Caravaggio fue uno de los grandes naturalistas del barroco, que tomaba sus modelos de los barrios más pobres del Trastévere. Caravaggio nos muestra en el lienzo a personajes vulgares, harapientos y sucios; es más, la figura yacente de la Virgen parece un cadáver recién sacado de la morgue. De hecho, algunos rumores apuntaron a que, efectivamente, el pintor había tomado como modelo de María a una prostituta ahogada en el Tíber (lo que, viniendo de Caravaggio, podría ser perfectamente cierto).
¡Acabáramos! Aquello era una burla al decorum eclesiástico, que exigía unas normas a la hora de representar los personajes sagrados. Como era de esperar, la obra fue rechazada. Por suerte, no todos opinaban igual. Un asombrado Rubens tuvo la suerte de contemplar la obra y quedó absolutamente prendado de ella. El artista convenció al duque de Mantua que comprara el lienzo, y actualmente podemos disfrutar de él en el Museo del Louvre.
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4. Clara Peeters se retrata… en una aceitera
Es usual que los pintores se autorretraten en sus obras. Se trata de una costumbre bastante extendida desde el Renacimiento; por ejemplo, Botticelli incluyó su retrato entre la muchedumbre de su Adoración de los Magos (1475-76), y lo mismo hizo El Bosco en su Jardín de las delicias (1503-15), aunque, para ser justos, tenemos que decir que la identidad de este último no está confirmada.
Clara Peeters (1594? -?) fue una pintora flamenca famosa por sus exquisitos bodegones. En muchos de ellos incluyó su propia imagen, reflejada en la superficie de algunos objetos. Es el caso de uno de los bodegones que conserva el Museo del Prado, fechado en 1611, y que muestra una mesa con deliciosos manjares (galletas, panes y frutos secos), un jarrón con flores, una copa de vino y una aceitera en donde, si nos fijamos detenidamente, podemos ver el rostro de la artista, reflejado en el metal.
El virtuosismo de Clara queda patente en estos detalles, puesto que no es nada fácil retratarse sobre la superficie curva de un objeto. La artista domina a la perfección los efectos de la luz y la distorsión que las sinuosidades de la aceitera provocan en el retrato. Si vais al Prado, podéis intentar descubrirlo.
5. El rostro de la polémica
¿Quién es la mujer retratada por Goya por duplicado, una ataviada con vestidos orientales y la otra completamente desnuda? Nos referimos, claro está, a las famosas Majas, conservadas actualmente en el Museo del Prado y que pertenecieron en su día a la colección privada de Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV.
En el inventario del palacio de Godoy, los lienzos aparecen consignados como pinturas de “gitanas”, sin más especificaciones. La polémica comenzó cuando la mismísima Inquisición citó a Goya para declarar sobre las pinturas y sobre la persona que le había hecho el encargo. Empezaron a correr ríos de tinta. ¿Acaso era el rostro de la famosa duquesa de Alba el que aparecía mirando desafiante (y también sensual) al espectador?
Esta versión fue la más aceptada por la leyenda popular; sin embargo, la duquesa de Alba estaba ya muy enferma en el momento de la realización de los cuadros. ¿Podría ser, entonces, que la retratada fuera otra persona? ¿Quizá Pepita Tudó, amante de Godoy por entonces? La comparación de los rasgos de las Majas con los retratos confirmados de Pepita arroja un parecido extraordinario. Por otro lado, las Majas estaban en posesión de Manuel Godoy; parece del todo lógico que el ministro deseara tener un retrato erótico de su amante.
A pesar de las suposiciones, todavía no se ha podido confirmar quién es la mujer que posa coqueta y elegantemente sobre un diván. Quizá sea mejor así, ya que el misterio de las Majas constituye uno de sus mayores atractivos.
6. Velázquez retrata a su familia
Velázquez pintó su Adoración de los Magos durante su etapa sevillana, cuando todavía estaba en el taller de Francisco Pacheco. Precisamente fue con la hija de este, Juana, con quien Velázquez se casó en 1618. La obra, pintada al año siguiente, es, más allá de la representación de la Epifanía, una muestra de fidelidad y amor familiar.
Y es que Velázquez plasmó las facciones de su esposa Juana en el rostro de la Virgen María. No solo eso; se sabe que el Niño Jesús era, en realidad, su pequeña hija Francisca, nacida apenas unos meses antes. El mismo Velázquez sería el personaje joven en primer término, mientras que el rey de más edad sería un retrato de su suegro y maestro, Francisco Pacheco. Algo, por otro lado, muy usual en el Barroco: la fusión de lo sagrado con la vida cotidiana, que acercaba enormemente los personajes bíblicos al pueblo.
7. El “tercer seno” de Angélica
A pesar de ser un pintor muy apreciado en la actualidad, lo cierto es que Jean-Auguste-Dominique Ingres tuvo en vida bastantes detractores. El artista tenía fama de dibujar anatomías imposibles; la crítica del momento se cebó con su Gran Odalisca (1814), de la que dijeron que tenía “varias vértebras de más”.
Es cierto que las figuras de Ingres no son anatómicamente perfectas. Poseen una languidez casi gótica que las hace acercarse más al mundo de lo onírico que a la realidad tangible. Sin embargo, ese es parte del encanto de su obra.
No pensaban lo mismo algunos de sus contemporáneos, como ya hemos visto. Otro de sus cuadros más famosos, Roger libera a Angélica (1819), levantó las mismas acaloradas críticas que su Odalisca. Fijémonos en la fecha: 1819, plena época de furor neoclásico en Francia. La figura de Angélica, encadenada a una roca y salvada por Roger de una muerte segura, ostenta en su cuello… ¡Un tercer seno! O, al menos, así lo quisieron ver los contemporáneos del pintor. La confusión viene del bulto saliente que la joven muestra debajo de la barbilla y en la redondez del cuello. ¿Podría ser que Angélica presentara un tumor? Quién sabe…
8. Una amante real en el papel de la Virgen
En el Díptico de Melun (1450), cuyas dos partes se conservan actualmente en museos diferentes, Jean Fouquet representa a la Virgen ofreciendo su seno al Niño Jesús para que se alimente, en una iconografía conocida como Galaktotrophousa (Virgen de la leche). Este tipo de representaciones eran bastante usuales desde los primeros siglos de la Edad Media, pero Jean Fouquet le da una vuelta de tuerca y nos representa una Virgen de sugerente erotismo.
María va ataviada a la moda de la época; su frente está rapada, así como sus cejas. Su piel es nívea y suave, y sus pechos (en realidad, solo uno, ya que el otro está descubierto) se aprisionan en un corpiño azul. Una elegante capa de armiño le cae por las espaldas… La belleza terrenal y el evidente erotismo de esta Virgen son un verdadero choque para el espectador. Y si tomamos en cuenta la leyenda que asegura que la modelo no es otra que Agnès Sorel, la favorita del rey Carlos VII de Francia, todo se complica aún más. ¡Una amante real haciendo de Virgen María!
La identidad de la dama no se ha podido confirmar, pero resulta que uno de los comitentes del díptico, que aparece representado en la otra tabla, era el ejecutor testamentario de Agnès, que murió muy joven, a los veintiocho años, supuestamente envenenada. ¿Queréis más casualidades? La fecha de ejecución del díptico corresponde a la de la muerte de la favorita. Sacad vuestras propias conclusiones.
9. La familia debe estar unida
Napoleón encargó al insigne pintor neoclásico Jacques-Louis David un colosal lienzo que inmortalizara su ascenso al poder. David plasmó el momento en que Napoleón, ya coronado, impone a su vez la corona a su esposa, la reina Josefina. Se trata de una visión grandiosa de nada menos que 667 x 990 cm, y se encuentra actualmente en el Museo del Louvre.
Entre la multitud que acude a la coronación, podemos ver, en un palco destacado, a la madre del Gran Corso, contemplando con admiración a su hijo. Pero lo cierto es que, en verdad, María Letizia Ramolino no había asistido a la ceremonia, debido a ciertas desavenencias familiares (se dice que la madre no aprobaba el matrimonio de su hijo con Josefina…). Napoleón no dudó en pedir a David que incluyera a su madre entre los asistentes, porque, ¿qué imagen daría al pueblo si hacía públicas sus cuitas familiares? El Photoshop de la época.
10. Aviñón está en Barcelona
Se ha venido considerando al famoso cuadro de Picasso Las señoritas de Aviñón como el primer cuadro enteramente cubista. Sin embargo, la composición todavía es, en cierta manera, experimental. Picasso prueba soluciones formales que, eso sí, son un claro precedente del cubismo que vendrá más tarde.
El cuadro retrata a cinco prostitutas… ¿de Aviñón, Francia? No; de la calle Avinyó (Aviñón), en Barcelona. Recordemos que, por aquellos años (1907) el joven Picasso se había establecido en la ciudad condal. Así, el nombre del cuadro puede prestar a equívocos, sobre todo considerando que, más tarde, el artista vivió en Francia. Si alguna vez os dejáis caer por Barcelona, no dejéis de visitar la calle en cuestión; se encuentra en el corazón del llamado Barrio Gótico, una zona con mucho encanto y con muchas joyas artísticas por descubrir.
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