El Estoicismo: qué es y características de esta corriente filosófica

Hablamos del estoicismo, la escuela helenística que influyó en Roma y en el cristianismo.

Estoicismo

Fundada por Zenón de Citio en el siglo IV a.C., el estoicismo es una de las escuelas helenísticas más conocidas, puesto que su influencia marcó profundamente al Imperio romano y le dio figuras tan relevantes como el filósofo Séneca o Marco Aurelio, el emperador filósofo. La clave de este éxito debemos buscarla en la importancia otorgada a la virtud como base de toda su ética, algo que encajaba a la perfección con el austero y marcial mundo romano.

Pero el estoicismo también influyó en el cristianismo o, mejor dicho, ambas corrientes encontraron puntos de encuentro, especialmente en la idea de la sumisión total a los designios de la divinidad, una ley universal contra la que el ser humano nada tenía que hacer excepto resignarse y aceptar. En el artículo de hoy hablamos del estoicismo, la escuela de filosofía helenística más influyente en el mundo antiguo y también en el moderno.

¿Qué es el estoicismo?

Llamamos estoicismo o escuela estoica a la filosofía fundada por el ya mencionado Zenón de Citio (siglo IV a.C.), un mercader que, según cuenta la leyenda, perdió todo el cargamento de su barco en un naufragio. En lugar de irritarse y maldecir al destino, parece ser que el trágico acontecimiento propició que Zenón se interesara vivamente por la filosofía; en especial, por la manera de seguir una vida recta y tranquila a pesar de los vaivenes del destino.

Imbuido de las enseñanzas de insignes filósofos atenienses como Estilpón de Mégara (360-280 a.C.) y Crates de Tebas (368-288 a.C.), Zenón funda la escuela estoica en el célebre pórtico o stoá que da nombre a su filosofía (estoicismo viene de stoá poikile). Sus ideas recogen preceptos de los cínicos, abanderados por el extravagante Diógenes de Sinope (412-323 a.C.); pero Zenón va mucho más allá, especialmente en el tema de la ética, el ámbito de preferencia del estoicismo. Veamos a continuación en qué consisten sus enseñanzas.

Naturaleza y virtud

Para los estoicos, todo se movía de acuerdo con unas leyes divinas, que imbuían el mundo de una causalidad inevitable. Por tanto, la verdadera virtud era plegarse a estas leyes, pues el ser humano carece de poder para cambiar este mecanismo eterno. Para conseguir este estado de virtud que lleva a la felicidad, el estoico debe procurar el control de sus pasiones, desórdenes que conducen al caos en tanto que se rebelan contra el orden establecido. Sólo a través de este control (ligado no tanto a una inhibición sino, más bien, a una sabiduría) el estoico puede serenar su espíritu y, por tanto, hallar la paz interior necesaria para la felicidad.

A pesar de que la ética era el marco de acción preferido para la filosofía estoica, ello no quiere decir que se olvidaran de los otros temas clásicos de la filosofía griega: la física y la lógica. Sobre la primera sostenían la existencia de un fuego que alimentaba todo el universo y del que emanaban todas las cosas. Este fuego, identificado con el logos divino, era el motor primigenio y el animador de todas las causa-consecuencia.

Sin embargo, esto no quiere decir que el estoico no se hiciera responsable de sus acciones. La divinidad establecía el orden de todo, pero eso no eximía al ser humano de la responsabilidad de poner en marcha uno de sus mecanismos de causalidad. Así, el tomar conciencia de los propios actos era esencial para conseguir la ataraxia y llegar, de este modo, a la serenidad del espíritu.

El sabio por encima de todas las cosas

La principal meta del estoicismo, pues, era convertirse en sabio. Pero ellos no entendían la sabiduría como el máximo conocimiento, sino que más bien era una especie de imperturbabilidad existencial.

El verdadero sabio se mantiene incólume ante el movimiento continuo de la vida, tanto si se trata de hechos positivos como negativos. Porque la serenidad del alma no sólo se contemplaba ante un acontecimiento trágico, sino también ante uno exitoso, pues ambas cosas, la tristeza y la alegría, pueden poner en peligro la tan ansiada paz interior.

Esto nos lleva al tema del suicidio, que en la filosofía estoica adquirió tintes casi heroicos. Si la virtud es la preferencia en la vida (puesto que sin ella es imposible la paz interior) y se consigue aceptando la dinámica de la naturaleza (o sea, de la divinidad) y efectuando un control férreo sobre los impulsos que pueden desequilibrarla, el sabio tiene derecho a acabar con su vida cuando percibe que no se le está permitiendo desarrollar esta virtud.

En este sentido, el filósofo griego Sócrates, a pesar de no haber sido un pensador estoico, supuso para esta escuela un ejemplo a seguir, puesto que fue obligado por las autoridades atenienses a suicidarse utilizando cicuta. En este caso, Sócrates no sólo ejercía su derecho a quitarse la vida, sino que también rehusaba evitar su destino, otra de las características de la filosofía estoica.

La filosofía estoica en Roma

Tal y como hemos apuntado en la introducción, la filosofía estoica caló profundamente en la cultura romana. Las ideas de fortaleza del alma ante las adversidades y el espíritu austero y recto que pregonaba el estoicismo, así como su insistencia en el control de las pasiones, casaban a la perfección con la virtus romana, especialmente tras la caída de la República y el nacimiento del Imperio. De esta forma, la doctrina se extendió con gran rapidez por todo el mundo romano y dio grandes pensadores como Séneca, Epicteto y el emperador Marco Aurelio, entre otros.

Séneca, el gran sabio de Roma

Nacido en Corduba (Córdoba) a principios de nuestra era, Lucio Anneo Séneca representa uno de los mayores exponentes del estoicismo romano. Cuando era muy joven se trasladó a la Ciudad Eterna desde su Hispania natal para seguir el cursus honorum, la carrera de estudios reservada a los patricios, y consiguió ser abogado. Sin embargo, Séneca estaba muy interesado en la filosofía, especialmente en la corriente estoica, por lo que pronto empezó a instruirse en ello.

A la muerte del emperador Claudio (que lo había enviado al exilio), regresa a Roma llamado por Agripina, la viuda, para que se haga cargo de la educación de su hijo Nerón. A pesar de las enseñanzas de Séneca, el joven llegó a ser un emperador complicado y caprichoso, con un estilo de vida muy alejado al modelo estoico. Quizá decepcionado, Séneca se aleja de la política y, a los cuarenta años, empieza su producción literaria, donde plasma toda su sabiduría.

De una forma similar a lo sucedido con Sócrates, Nerón obliga a su antiguo preceptor a suicidarse, condena que el estoico acepta sin titubear, como ya lo había hecho el filósofo griego varios siglos antes.

Epicteto, el ex esclavo que fue filósofo

Tras recibir su emancipación, el antiguo esclavo romano Epicteto se instaló en Nicópolis, en el Adriático, y abrió una escuela de filosofía cuya principal base era la ética estoica. El célebre liberto no dejó nada por escrito, pero uno de sus alumnos, Arriano, recopiló los apuntes de las clases y los publicó bajo el título de Diatribas, un resumen que se hizo muy popular no sólo durante el Imperio, sino también durante el Humanismo del Renacimiento.

Epicteto promovía la libertad interior como única posible. Debemos tener en cuenta que, para los estoicos, la “libertad” era precisamente la aceptación plena de los mecanismos de la naturaleza y vivir acorde con ellos. Muy conocida es la máxima que el ex esclavo repetía en sus lecciones: “Perturban a los humanos no las cosas, sino su opinión sobre ellas”. En otras palabras; es la resistencia a la aceptación lo que produce el sufrimiento.

Marco Aurelio, el emperador filósofo

Si Platón hubiera vivido en la época del emperador Marco Aurelio (121-180 d.C.) habría estado sin duda muy satisfecho, pues el romano hacía realidad la utopía platónica del gobernante-filósofo que el pensador recoge en su República.

Efectivamente; Marco Aurelio ha pasado a la posteridad por ser un emperador inclinado a la virtud, que intentó durante toda su vida alcanzar la sabiduría y que, para ello, cultivó la filosofía estoica con absoluta devoción. Famosas son sus Meditaciones, redactadas en la intimidad de su alcoba como un diario personal y que no tenía ninguna intención de publicar, pero que han pasado a ser uno de los símbolos del estoicismo.

En las Meditaciones, Marco Aurelio se pregunta sobre la existencia, el dolor y la muerte y recoge preceptos y máximas que beben del estoicismo más puro, con el objetivo de afrontar con dignidad y fortaleza los vaivenes de la vida. Aún hoy en día es uno de los manuales de filosofía más leídos en el mundo, quizá por su sorprendente actualidad.

La escuela estoica y el cristianismo

No cabe duda de que el pensamiento estoico tiene muchos lugares comunes con el cristianismo. Por ejemplo, la aceptación sin reparos de los designios de la divinidad y la evitación de las pasiones, con el objetivo de encaminar la existencia hacia la virtud, única fuente de felicidad.

Sin embargo, también existen diferencias que merecen ser destacadas, porque a menudo son pasadas por alto. La filósofa María Zambrano (1904-1991) comentó que el estoicismo está a medio camino entre la filosofía y la religión o, más bien, es una mezcla. Mientras que el cristianismo establece la fe como pilar para la aceptación y, por tanto, para la imperturbabilidad del alma, el estoicismo hace protagonista al ser humano en el proceso, pues es él quien accede a la sabiduría, que no es otorgada por Dios como un don, como sí sucede con el cristianismo. Por otro lado, el cristianismo posee una evidente vocación universal, en tanto que comunidad de creyentes. El estoicismo, por su parte, representa un método de “dicha individual”, tal y como afirmó Paul Veyne (1930-2022), historiador especialista en la antigua Roma.

Existen unas cartas que, supuestamente, se intercambiaron el apóstol Pablo y Séneca, que la mayoría de historiadores consideran apócrifas. Sin embargo, tal y como demuestra Wilmar de Jesús Acevedo Gómez en su estudio Cristianismo naciente y filosofía estoica romana, son suficientes para analizar ambas corrientes. Así, mientras que Pablo de Tarso está inmerso en una búsqueda que culmina en un encuentro que trasciende los límites (puesto que se trata de algo más allá de lo humano), Séneca se sumerge en un camino individual, que pasa por una “espera tranquila” a la llegada de la muerte, sin promesa alguna de salvación.

  • Acevedo Gómez, W.J. (2012). Cristianismo naciente y filosofía estoica romana, Revista Académica e Institucional, páginas de la UCP, núm. 92.
  • Holiday, R.; Hanselman, S. (2021), Vida de los estoicos: el arte de vivir desde Zenón hasta Marco Aurelio, ed. Reverte-Management
  • Estoicismo romano, ciclo de conferencias de Fundación Juan March, octubre de 2023.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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