Si os dejáis caer por la estación de la población de Campiglia Marittima, en la Toscana, encontraréis una curiosa estatua. La escultura representa a un hermoso perrito blanco, que levanta graciosamente la pata como si nos saludara. El perro al que homenajea el monumento existió; se llamaba Lampo (“relámpago” en italiano) y fue enormemente conocido por su capacidad de orientarse en la red ferroviaria italiana, puesto que conocía a la perfección los horarios de los trenes y siempre regresaba a casa.
¿Sientes curiosidad? Acompáñanos por esta hermosa historia y conoce a Lampo, el “perro ferroviario”.
La historia de Lampo, el “perro ferroviario”
Apareció en numerosas ocasiones en la prensa de la época, y no era para menos. Italia estaba fascinada con este perro que era capaz de orientarse en la extensa red ferroviaria del país y que siempre, sin excepción, regresaba a su casa. Su fama le valió el nombramiento de mascota del ferrocarril italiano, y multitud de pasajeros se acercaban a él durante sus desplazamientos para acariciarlo y hacerse fotos con él.
El perro que vino en tren
En verano de 1953, Elvio Barlettani, jefe de estación de Campiglia Marittima, en la Toscana, vio bajar de un tren de mercancías a un hermoso perro blanco con manchas marrones. Con gran curiosidad, Barlettani esperó a ver qué hacía el animal y, para su sorpresa, este se acercó amistosamente moviendo la cola, buscando una caricia. Enternecido, y ante la insistencia de su hija Mirna, la familia Barlettani adoptó al can y lo llamó Lampo, que en italiano significa relámpago o destello.
Lampo no era un perro como los demás. Él no se quedaba en casa, aguardando pacientemente a que sus dueños regresaran de trabajar o de la escuela. Inquieto y sumamente inteligente, Lampo pronto empezó a acompañar a la pequeña Mirna en sus viajes en tren, pues la niña estudiaba en un colegio de una localidad cercana. Siempre fiel, Lampo iba con ella por la mañana y aguardaba hasta que Mirna salía de la escuela. Entonces, ambos cogían el tren y regresaban a Campiglia.
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La mascota de los viajeros
Pronto, el ansia viajera de Lampo no se contentó con los breves viajes hacia el colegio. Asombrada, la familia Barlettani observó cómo el perro tomaba cada día trenes diversos con distintos destinos, y cómo siempre, sin excepción, conseguía regresar a casa. Parecía como si Lampo hubiera memorizado los horarios y las direcciones de los convoyes, aunque nadie sabía ni podía explicar cómo.
El animal empezó a ser conocido como “el perro ferroviario”. Los trabajadores de la línea estaban acostumbrados a encontrarlo en los vagones, por donde Lampo se movía como pez en el agua, saludando a quienes quisieran acercarse y observando por la ventana la evolución del paisaje. El público estaba fascinado con el perro, y muchos pasajeros se tomaban fotografías con él, asombrados con la inteligencia y el encanto del animal.
Sin embargo, las aventuras de Lampo no gustaban a todos. Las normas acerca del transporte de animales eran estrictas, pues no estaba permitido bajo ningún concepto que viajaran a bordo de los trenes. El descontento aumentó cuando, debido a un incidente (Lampo quedó atrapado en la puerta de un vagón) la salida del tren se demoró horas. Entonces, la dirección del ferrocarril decidió tomar cartas en el asunto y pidió a Elvio Barlettani que se deshiciera del can.
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Siempre de vuelta a casa
Apenado, Barlettani tuvo que claudicar. Envió a Lampo a Nápoles, pero, contra todo pronóstico, el inteligente animal supo qué trenes coger para regresar a casa. Intentaron luego enviarlo más lejos y dejarlo a cargo de un conocido de Elvio, pero Lampo consiguió volver de nuevo. Sorprendidos, los directores del ferrocarril no tuvieron más remedio que aceptar la presencia del perro en los trenes.
Ocho años estuvo el animal viajando por Italia. Muy a menudo, los trabajadores del tren llamaban a Elvio para comunicarle que habían visto a su perro y si deseaba que se lo enviaran de vuelta. Divertido, Barlettani les decía que no era necesario, puesto que Lampo era suficientemente inteligente como para encontrar el camino de regreso. Y, efectivamente, así era. El perro siempre volvía a casa, no importaba lo lejos que se encontrara.
El caso del “perro ferroviario” dio la vuelta al mundo, y la prensa se interesó vivamente por él. Fue el protagonista de la portada de la revista Look & Learn, donde el ilustrador James McConnell plasmó el momento en que Lampo subía a un tren ante la sorpresa y enfado de un jefe de estación. La realidad es que todos estaban encantados con el perrito viajero.
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Una vida por y para los trenes
El final del “perro ferroviario” está curiosa y tristemente ligado a su “pasión” por los trenes. Y es que Lampo falleció la noche del 22 de julio, cuando fue arrollado por un tren que realizaba maniobras. Lampo conocía los horarios y el movimiento de los trenes, pero no podía prever una actividad nocturna que no estaba en el calendario.
Lampo fue homenajeado como un verdadero símbolo. Tras su muerte, se levantó una estatua en su honor en la estación que le sirvió de hogar, que todavía se puede contemplar y que puede pasar desapercibida para quien no conoce la historia. En ella, un Lampo de piedra levanta la pata derecha para saludarnos, mientras que, a sus pies, descansan una gorra de jefe de estación y un disco de señalización. Lo que puede que mucha gente no sepa es que, debajo del monumento, descansa el verdadero Lampo, el inolvidable perro viajero.
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