La evolución es el proceso por el cual los organismos cambian con el tiempo. Las mutaciones espontáneas heredables producen variabilidad en las poblaciones de los seres vivos, lo que permite a la selección natural “favorecer” y seleccionar a aquellos individuos que se adapten mejor al entorno.
Junto con la deriva genética y el flujo génico, la selección natural explica en gran parte el proceso evolutivo: el más fuerte permanece, mientras que el débil no se reproduce y sus genes se pierden a lo largo de la historia.
Así pues, podemos afirmar que la evolución basa su funcionamiento en la herencia genética. Si un carácter no es heredable poco importa su variabilidad en la población, pues no va a condicionar el fenotipo de las siguientes generaciones. Todas estas bases parecen obvias en la actualidad, pero distintos pensadores las han desafiado a lo largo de los años, con el fin de llegar hasta el punto en el que nos encontramos hoy.
Hoy te introducimos en el mundo de la genética de las poblaciones y de cuestiones sin resolver, al menos desde un punto de vista genético y social. No te pierdas la fascinante paradoja de Lewontin y cómo se aplica a la existencia humana.
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Las bases de la evolución
Antes de introducir la paradoja de Lewontin, es necesario asentar ciertas bases. Los seres humanos presentamos 23 pares de cromosomas en cada una de nuestras células, es decir, un total de 46. Estos contienen genes, que a su vez se diferencian en alelos, los cuales se definen como cada una de las formas alternativas en las que se puede expresar un mismo gen. Así pues, un gen cualquiera estará formado por 2 alelos, A1 y A2, por ejemplo.
De los 46 cromosomas que se encuentran en el núcleo de nuestras células, uno proviene de la madre y otro del padre. Así pues, si una madre posee los alelos (aa) para un gen y un padre los (AA), la única frecuencia posible en la descendencia sería la siguiente: Aa, un alelo del padre (A) y otro de la madre (a). Los alelos dominantes (A) son los que solo necesitan una copia en el gen para manifestarse, mientras que los recesivos (a) tienen que presentar dos copias en el genoma para hacerse vigentes (aa). La posición fija de este gen u otro cualquiera en un cromosoma se conoce como Locus.
Cuando los dos alelos son iguales para un mismo carácter, ya sea dominante (AA) o recesivo (aa), se dice que el individuo es homocigótico para un gen. Cuando no es así, el individuo se denomina como heterocigoto (Aa), a pesar de que solo se manifieste externamente el alelo dominante (A) sobre el recesivo (a).
Con esta clase exprés, entendemos un poco los mecanismos de la evolución: desde un punto de vista teórico, cuantos más individuos presenten genomas con caracteres heterocigotos, más posible es que la población se mantenga a lo largo del tiempo, pues la selección natural actuará negativamente sobre algunos caracteres, pero podrá seleccionar a otros positivamente.
En general, la pérdida de información genética se traduce en homocigosis, lo que aboca a una especie a la extinción a largo plazo. Procesos como la deriva genética o la endogamia favorecen esta situación, pero se escapan de nuestras competencias en este momento. Con estas bases asentadas, podemos sumergirnos en la paradoja de Lewontin.
¿Qué es la paradoja de Lewontin?
Richard Lewontin es un biólogo evolutivo, genetista y filósofo que nació en Nueva York, Estados Unidos, en Marzo de 1921. Aún sigue vivo, con una impresionante edad de 91 años. Este fascinante investigador fue uno de los pioneros en aplicar técnicas de la biología molecular, como la electroforesis en gel, que a día de hoy siguen siendo esenciales en el ámbito de la ciencia. Se especializó en la genética de las poblaciones, como veremos en las siguientes líneas.
Lewontin fue defensor de la teoría jerárquica de la evolución. Aunque cueste encontrar información sobre esta corriente del pensamiento, se puede resumir en las siguientes líneas: en ella, la selección natural no actúa únicamente en base a los genes (como hemos visto hasta ahora), sino que también se consideran unidades evolutivas las células, organismos, especies y clados, entre otras organizaciones.
Transportando esta postulación en el mundo de las poblaciones animales, la paradoja de Lewontin vendría a decirnos que las predicciones teóricas sobre la relación entre el tamaño de una población y la diversidad genética no se corroboran en el mundo real. Por anecdótico que esto pueda parecer, verás cómo se transporta al colectivo humano.
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¿Cómo se aplica la paradoja de Lewontin en los humanos?
La paradoja de Lewontin (o "Lewontin's fallacy", por su traducción al inglés) ha supuesto un gran debate en la comunidad científica, pues en base a ella se argumenta que la concepción de la raza humana no tiene ningún sentido. En un artículo publicado en 1972, Richard Lewontin postuló que el 85% de la variación genética en el ser humano ocurre entre individuos de la misma población y que, en su defecto, solo el 15% restante se debe a las diferencias entre grupos étnicos.
Esto quiere decir que, a grandes rasgos, un individuo es distinto a otro por su condición individual y no por su procedencia étnica o supuesta herencia racial. Así pues, las teorías que circulan alrededor de la raza se desmontarían, y las supuestas diferencias conductuales entre individuos solo se podrían explicar por constructos culturales, no por bases genéticas. Si la raza no explica variaciones a nivel genotípico (genes) ni fenotípico (características externas), su utilidad en el ámbito de la taxonomía es nula.
Aquí entran en juego algunos de los conceptos que te hemos explicado con anterioridad. Ciertos investigadores (como Anthony William Fairbank Edwards) han tratado de desmontar la paradoja de Lewontin, pues no consideran correcto el enfoque del investigador. Si bien es cierto que la frecuencia de alelos diferentes (AA o aa, por ejemplo) en un locus individual no reporta diferencia significativa entre grupos étnicos, sí que lo hace cuando se tienen en cuenta varias zonas del genoma a la vez. Nos explicamos.
Si se factorizan las frecuencias de los alelos en varios loci (plural de locus) al mismo tiempo, este investigador estadístico argumenta que se pueden clasificar a los individuos en un grupo étnico con casi un 100% de fiabilidad. Es decir, la frecuencia de los alelos tiende a “agruparse” en los distintos grupos étnicos, así que, si solo se tienen en cuenta a los alelos por separado, claramente no se está representando en su totalidad la realidad poblacional del ser humano.
Entre apoyos y falacias
Algunos biólogos de renombre, como Richard Dawkins, están de acuerdo con Lewontin en que la variabilidad individual es mucho más importante que la étnica a la hora de explicar las diferencias genotípicas y fenotípicas en el ser humano. A pesar de ello, no piensa que el concepto de raza o etnia no tenga ningún interés taxonómico: “por pequeña que sea, si una característica racial se vincula con otra característica racial, ya es informativa y, por ende, de importancia taxonómica”.
La pregunta que continúa en el aire, a pesar de las cavilaciones, es la siguiente: ¿es “más” diferente genéticamente una persona de una raza en comparación con la de otra raza, o dos individuos distintos de la misma raza?
Resumen y consideraciones
Según diferentes biólogos del mundo, y basándonos en artículos publicados hace relativamente poco tiempo, “el uso del concepto biológico de raza en la investigación genética humana, tan disputado y confuso, es problemático en el mejor de los casos y nocivo en el peor”. Sin duda, la paradoja de Lewontin y sus debates consiguientes son de gran interés biológico, pero no debemos olvidarnos de que estamos hablando de seres humanos con sentimientos e identidades diversas, no de estadísticas y expresiones de genes.
A día de hoy, el concepto de raza humana se considera problemático y ofensivo y, por ello, no es necesario que exista una base científica para respaldar su sustitución por otras palabras más correctas, como etnia. La ciencia es un fruto de la sociedad, y no viceversa, así que esta debe ajustarse a los nuevos códigos sociales de la forma más inclusiva y permisiva posible. Por mucho que algo sea “científicamente correcto”, si hiere la sensibilidad colectiva y cierra puentes de diálogo, de poco sirve para fomentar la búsqueda de conocimiento.
Referencias bibliográficas:
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