El primer rastro del ouróboros, o la serpiente que devora a sí misma, lo encontramos en la tumba de la pirámide de Unis, en Egipto, datada hacia el año 2.300 a.C. El símbolo se convirtió en una constante en los jeroglíficos egipcios y pasó luego a Grecia e incluso a otros lugares mucho más distantes, como los países escandinavos, que la incluyen en su mitología.
Durante la Edad Media y el Renacimiento el concepto siguió estando presente, especialmente relacionado con Saturno y la eternidad del tiempo. San Isidoro de Sevilla, por ejemplo, describió el ouróboros como el círculo que dibuja el sol en su viaje “alrededor de la tierra” (recordemos que formaba parte de la teoría geocéntrica), conectado por tanto a la idea de un tiempo cíclico e inagotable.
En el artículo de hoy analizaremos brevemente la simbología del ouróboros y su trayectoria a lo largo de los milenios y de las culturas. Si te interesa, no dudes en seguir leyendo.
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El ouróboros o la serpiente que se muerde la cola
En concreto, no se muerde el apéndice, sino que se está devorando a sí misma. Este es el significado original de la palabra griega ouróboros. Por otro lado, lo que comúnmente se considera una serpiente es en realidad un animal muy concreto, que recibe diversos nombres según el momento y la cultura que lo utilice.
En Egipto era el ureo, la única serpiente que, según la tradición, no podía ser destruida por ningún otro animal y, por tanto, tenía connotaciones de eternidad. En Grecia es el basilisco. Más tarde, en la Edad Media y durante la época moderna, se habla muchas veces de “dragón”, una constante en las representaciones alegóricas. En todo caso, el ouróboros es un reptil de especie no concreta que, en su movimiento circular, refleja un tiempo que siempre retorna y se regenera a sí mismo.
Egipto y el poder del faraón
En el antiguo país del Nilo, la serpiente circular estaba relacionada con la idea de poder. Es por ello por lo que el faraón portaba un ureo en la corona de las dos tierras, representación de la diosa-cobra Uadyet, protectora del monarca y su especial benefactora.
En este sentido, la simbología del ouróboros debe relacionarse con la idea del gobernante poderoso, que, por cierto, trascendió Egipto y se puede rastrear incluso en época moderna: Alberto Durero, en el diseño que realizó para el arco de triunfo del emperador Maximiliano, introdujo este símbolo como representación del poder del imperio de los Habsburgo.
Por otro lado, la presencia del ouróboros en Egipto está también clara en los llamados “cartuchos”, es decir, el elemento circular donde se inscribían tradicionalmente los nombres de los faraones de Egipto. En el espacio que envuelve al nombre podemos vislumbrar con claridad la serpiente que se mueve en círculo y que protege en su interior el nombre del monarca. Volvemos a encontrar, pues, el mismo significado de protección que ya hemos visto que tiene también la diosa-cobra Uadyet en la corona real.
El Tiempo infinito
Sin embargo, probablemente el significado más extendido del ouróboros sea el de tiempo infinito, es decir, la eternidad. También en el antiguo Egipto encontramos indicios de este concepto: el jeroglífico que representaba esta idea era precisamente una serpiente con la cola escondida debajo del cuerpo. En este sentido, se puede relacionar rápidamente con la diosa Isis, divinidad que regía la vida y la muerte (recordemos que era la mediadora de los partos y, además, resucitó a Osiris, su esposo muerto), y cuyo principal atributo era la serpiente.
El ouróboros en relación con el tiempo está ligado también al concepto de Universo como ente infinito que, además, cambia de aspecto constantemente (en un proceso eterno de destrucción-regeneración), igual que una serpiente cambia su piel. El Universo se nutre a sí mismo y no necesita de nada más, pues todo lo que en él acontece se resuelve sin ningún elemento externo, puesto que nada existe más allá de él. Es la serpiente que se devora a sí misma y, por tanto, se alimenta de su propia naturaleza.
De hecho, si nos fijamos bien, el símbolo del infinito, muy usado en las ciencias exactas (∞) no es otra cosa que un ouróboros, es decir, una serpiente que se muerde la cola. Es la naturaleza cíclica, lo que siempre vuelve y nunca termina. Cronos (el dios griego que representa el tiempo y, por tanto, la eternidad) suele ir acompañado de un ouróboros o basilisco que se devora a sí mismo, tal y como observamos en el denominado Tarot de Mantegna.
En este caso, el reptil está agarrado a la guadaña que sostiene el dios, hecho que refuerza todavía más la idea de la destrucción como principio de la regeneración. En este mismo tarot, uno de los tres genios alados, Crónico (Kronikós), un personaje relacionado con el tiempo, está representado por un muchacho que observa fijamente a un ouróboros.
Por otro lado, el mito clásico de Cronos nos habla del dios como un ser demoledor que devora a sus hijos, lo que tradicionalmente se ha identificado con la destrucción que el tiempo provoca en todas las cosas. Es inevitable ver en el mito una referencia a la serpiente devorándose a sí misma, un símil de Cronos alimentándose de todo lo que ha creado y le pertenece; es decir, de él mismo.
Alquimias y símbolos nórdicos
Ya hemos comentado cómo la simbología del ouróboros trasciende los límites geográficos. Los primeros vestigios están en Egipto, pero algunos siglos más tarde encontramos una transliteración evidente del símbolo en una cultura tan alejada como la escandinava.
Porque la serpiente Jörmungander de la mitología vikinga, que “abraza” el Midgard o la tierra media con su cuerpo en círculo y mordiéndose la cola, es un vivo reflejo del ouróboros egipcio y griego. En el mito escandinavo existe también un concepto de tiempo, pero, a diferencia del concepto clásico, este no es infinito, puesto que Jörmungander se devorará a sí misma hasta que llegue el Ragnarök, la destrucción de todo.
No podemos acabar este viaje a través de la simbología del ouróboros sin mencionar la alquimia. Según esta concepción del mundo, la materia no desaparece, sino que se regenera y, por tanto, cambia su forma. Esta regeneración eterna está relacionada obviamente con el infinito y, por tanto, con el ouróboros. De hecho, es común encontrar el símbolo en tratados alquimistas, donde, por cierto, las escamas verdes simbolizan el inicio, mientras que las rojas son la consumación, el final de la obra.