La historia está repleta de monarcas que fallecieron de forma trágica. Sí; ni siquiera los reyes y reinas se libran de la desdicha. Ya sea por venganzas políticas, por reyertas familiares o, simplemente, por culpa de una enfermedad o accidente, el caso es que existen numerosas historias de soberanos que acabaron sus días de una manera poco agradable. Y, en muchos casos, ni siquiera se ha podido esclarecer del todo qué sucedió. Si te interesa conocer algunos de estos personajes cuya corona no les impidió tener un final trágico, sigue leyendo. Te presentamos una lista de algunos monarcas que fallecieron trágicamente.
La muerte llama a la puerta de la realeza
Reyes visigodos asesinados, accidentes fortuitos, enfermedades absolutamente “románticas” que se llevaron por delante a personajes regios en su más tierna juventud… acompáñanos por este viaje a través de 7 historias de reyes y reinas que acabaron sus días de forma trágica.
1. Elisabeth de Baviera: el anarquista y la emperatriz
Nada parecía presagiar que una de las soberanas más famosas de Europa caería bajo la daga de un anarquista. Sin embargo, así fue. La emperatriz Elisabeth de Baviera (1837-1898), más conocida como “Sissi”, se encontraba en Suiza, huyendo, como era su costumbre, de la dura etiqueta de la corte imperial. También como siempre, la emperatriz viajaba de incógnito con un nombre falso, acompañada sólo por su fiel camarera. Sin embargo, todo el mundo sabía que se encontraba en Ginebra.
Su nombre apareció en los periódicos locales, hecho que dio la idea al anarquista Luigi Lucheni para “sustituir” a Humberto I, rey de Italia, a quien había deseado siempre matar para vengar una represión obrera. Él sabía que le sería imposible acceder al rey; pero la mismísima emperatriz de Austria se encontraba en Ginebra, y no llevaba escolta.
La mañana del 10 de septiembre de 1898, justo cuando las dos mujeres se disponían a acceder al vapor que les esperaba en el lago Leman, Lucheni se abalanzó sobre Sissi y le clavó, con extraordinaria puntería, un finísimo estilete en el corazón. La obertura fue tan pequeña que, al principio, la emperatriz sólo se mareó un poco, pero siguió caminando. Creía que habían intentado robarle el reloj. Sin embargo, era mucho más que eso. Cuando llegó al barco, se desplomó en la cubierta, muerta. Un final trágico para una mujer que nunca había podido ser feliz.
2. Carlos VIII, rey de Francia: ¡cuidado con las puertas!
Ciertamente, hay muertes que están producidas por situaciones que, a priori, parecen del todo menos mortales. Y si no, que se lo pregunten al rey Carlos VIII de Francia, que falleció repentinamente por golpearse la cabeza con el dintel de una puerta.
Parece ser que el monarca se hallaba en el castillo de Amboise, uno de los más hermosos de las posesiones reales, en el valle del Loira. Su esposa, Ana de Bretaña, acababa de dar a luz un niño muerto y, para animarla, el rey organizó un torneo de pelota, el jeau de paume, como se conocía entonces, antecedente del moderno tenis. Con las prisas para llegar a tiempo al patio donde se jugaba el partido, Carlos VIII se golpeó la frente con el marco de una puerta. Al principio pareció confundido, pero cuando se comprobó que el rey podía caminar y hablar sin dificultad, nadie más pensó en el asunto. Un pequeño incidente que, por fortuna, no había sido grave.
Sin embargo, unas horas más tarde, cuando el jeau de paume se encontraba en su punto álgido, Carlos VIII empezó a encontrarse realmente mal. Permaneció tumbado nueve horas, durante las cuales sus médicos intentaron mantenerlo con vida. Todo fue en vano. Un más que posible traumatismo craneoencefálico lo llevó a la tumba con sólo veintisiete años. Y, lo que era peor para un rey, sin ningún hijo varón a quien dejar el trono…
3. María de las Mercedes de Orleans: fallece la “reina de la copla”
María de las Mercedes de Orleans y Borbón (1860-1878), primera esposa del rey de España Alfonso XII, es famosa especialmente por toda la leyenda romántica que se forjó alrededor de su enlace y, sobre todo, a raíz de su prematura muerte. Cuando su primo Alfonso la conoció, cuando ella era solo una niña de doce años, se prendó de ella apasionadamente, y plantó cara a su madre y al gobierno, que le instaban a escoger a otra mujer como esposa.
Nada hizo cambiar de opinión a Alfonso, lo que le valió el unánime apoyo popular, que cantó aquella coplilla de que el rey y la reina “se casan como se casan los pobres”. Es decir, por amor. Poco duró el idilio. La boda se celebró en Madrid el 23 de enero de 1878, meses antes de que la novia cumpliera los dieciocho años.
Nadie podía sospechar que, apenas cinco meses después, aquella bonita muchacha morena sería sólo un frío cadáver. Según la crónica oficial, fue el tifus el que se la llevó. Las malas lenguas dicen que su marido le contagió una enfermedad venérea… Sea como fuere, el fugaz paso por la tierra de la reina Mercedes inspiró romances, coplas y películas, hasta el punto de que, aún hoy, sigue siendo todo un símbolo del romanticismo popular.
4. Teudiselo, rey de los godos: si eres rey y eres godo, probablemente acabarás asesinado
Si por algo es famosa la monarquía goda, es por aquello que ya los historiadores contemporáneos denominaron morbus gothorum, es decir, el “mal de los godos”, que no era otra cosa que la fiebre por el asesinato. Y es que, de los 33 reyes godos catalogados, 11 fueron brutalmente “quitados de en medio”.
Veamos, por ejemplo, el caso de Teudiselo (m. 549). Isidoro de Sevilla, en su famosa obra Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum (Historia de los reyes godos, vándalos y suevos), dejó testimonio de que la muerte del rey se dio en pleno banquete, en la ciudad de Hispalis (Sevilla). Parece ser que varios de los asistentes cosieron al rey a puñaladas, aunque el motivo del asesinato no está claro.
Según algunas fuentes, fue una especie de vendetta de algunos nobles hispanorromanos, con las esposas de los cuales Teudiselo se habría acostado. Lo más probable, sin embargo, es que se tratara de otra de las numerosas conjuras entre la aristocracia goda. Recordemos que, al no tratarse de una monarquía hereditaria (los reyes eran escogidos en asamblea), a menudo echaban mano de maneras digamos “poco éticas” para conseguir que el candidato escogido se sentara en el trono.
5. Carlos I de Inglaterra: el primero en perder la cabeza
La mayoría de la gente recuerda a Luis XVI y a María Antonieta, guillotinados durante la Revolución francesa. Sin embargo, no fueron los primeros reyes que perdieron la cabeza ante una revolución. Ya lo había hecho un siglo antes el rey Carlos I de Inglaterra, cuando el Parlamento inglés había alzado la voz contra la actitud tirana del soberano y se había iniciado la denominada Revolución Inglesa (1642-1688).
Los partidarios de Carlos deseaban instaurar una monarquía absolutista, mientras que los parlamentaristas querían restringir al máximo el poder real. Era una época en que empezaban a perfilarse en Europa las monarquías de tipo absoluto, que tendrían su máxima expresión en la Francia de Luis XIV.
El 30 de enero de 1649, y tras una serie de sangrientos enfrentamientos, Carlos I subía al patíbulo. La leyenda insiste en que pidió que le vistieran con dos camisas, puesto que no quería que el público confundiera con miedo el temblor causado por el frío.
6. Isabel de Braganza: la triste (y dura) tarea de dar herederos al trono
La segunda esposa del rey Fernando VII de España, Isabel de Braganza (1797-1818) ha sido tristemente olvidada por la historia, pero fue ella, ni más ni menos, quien impulsó la creación del Museo del Prado. Mujer culta y discreta, famosa por su sencillez, no parece que fuera muy feliz en la corte madrileña, y mucho menos con el marido que le había tocado en suerte que, además, era tío carnal suyo.
Tras algunos alumbramientos infructuosos (los bebés nacieron muertos), en 1818 la reina estaba de nuevo embarazada. Todos ansiaban un desenlace exitoso, no tanto por la pobre reina sino por dejar “asegurado” el futuro de la monarquía. En diciembre, en Aranjuez, la reina sintió los dolores del parto, que al parecer se presentaba harto complicado. Durante largas horas, los médicos intentaron llevar el proceso a buen puerto, pero en un momento determinado la reina quedó inerte. Los galenos creyeron que había fallecido, por lo que, para salvar al feto, procedieron a practicarle una cesárea.
La sorpresa fue mayúscula cuando Isabel de Braganza empezó a gritar. No estaba muerta; simplemente había tenido un desmayo. Pero ya era demasiado tarde. La carnicería de los médicos condenó a muerte a la reina y, a la postre, al niño, que también falleció. Un triste final absolutamente inmerecido.
7. Blanca de Borbón: la reina encarcelada
El castillo de Sigüenza tuvo, en el siglo XIV, una prisionera ilustre: Blanca de Borbón, hija del duque de Borbón y esposa del rey Pedro I el Cruel de Castilla. Corría el año 1355, y hacía ya años que la soberana había sido repudiada por su legítimo esposo. Según algunos, a causa de sus amores con María de Padilla; según otros, porque el rey francés (pariente del duque de Borbón) no había pagado la totalidad de la dote estipulada.
El abandono al que el monarca tiene sometida a la reina levanta ampollas en Castilla, hasta el punto de que se entabla una guerra civil. Por supuesto, los problemas conyugales eran solo una excusa (como siempre) para que dos facciones enfrentadas dirimieran sus diferencias con sangre.
¿Y qué fue, a todo esto, de la pobre Blanca? Fue encarcelada por su marido en distintas localizaciones; en la última de ellas, Jerez de la Frontera, murió misteriosamente a la edad de veinticinco años. Las malas lenguas apuntan a que su marido envió un médico para que la envenenara y así poder acabar, de una vez por todas, con tan “fastidioso obstáculo”. Está claro que llevar una corona no es garantía de felicidad. Dicen que las últimas palabras de la desdichada fueron: “Dime, Castilla, ¿qué te he hecho yo?”
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