Los visigodos formaron parte de las llamadas “invasiones bárbaras”: penetraciones de pueblos, en su mayoría de origen germano, dentro las fronteras del Imperio Romano. Estas invasiones minaron todavía más la ya débil situación de Roma, y precipitaron la caída del Imperio Romano, en el siglo V d.C.
En este artículo os ofrecemos un breve recorrido por la historia de los visigodos.
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¿De dónde venían los visigodos?
Como sucede con muchos pueblos de la Antigüedad, el origen de los visigodos queda sumido en las sombras. Se sabe que era un pueblo que formaba parte de la gran familia de pueblos indoeuropeos, pero se desconoce la ubicación exacta de su procedencia.
Veamos a continuación algunas teorías al respecto.
Los godos orientales y los godos occidentales
Es importante aclarar que los visigodos eran una rama de un grupo mucho más grande de pueblos, los godos.
De hecho, la palabra visigodos quiere decir, simplemente, godos occidentales: o sea, los que se instalaron en la parte occidental del Imperio romano.
Tanto estos visigodos como los ostrogodos (godos orientales) pertenecían a un gran pueblo que se desplazó, desde el siglo IV d.C, hacia las fronteras romanas. Pero ¿desde dónde se desplazaron?
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El Báltico, ¿la patria original de los godos?
La procedencia báltica de este pueblo está más o menos aceptada por los expertos, aunque no son pocos los historiadores y antropólogos que siguen teniendo dudas al respecto. De hecho, la tradición que señala el origen báltico de los godos (en concreto, Escandinavia) se basa en fuentes confusas y poco contrastadas.
La principal fuente de información es Jordanes, literato de la época de Justiniano (s. VI), de origen también bárbaro, por cierto. En su obra De origine actibusque Getarum (“Sobre el origen y las acciones de los Getas”), Jordanes sitúa la patria de los getas en el Báltico; concretamente, en un lugar al que llama Scandza (o Escandia), y que se ha venido a identificar como Escandinavia.
Otra de las fuentes que se han utilizado para concretar el origen de los godos es san Isidoro de Sevilla que, en su libro Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum (“Historia de los reyes de los godos, los vándalos y los suevos”) recupera la idea de Jordanes y vuelve a situar el origen godo en Escandinavia. Sin embargo, según algunos historiadores, la identificación de los getas con los godos es errónea. Se trataría, entonces, de pueblos diferentes, por lo que también sería errónea la teoría, basada en Jordanes, de que los godos proceden de Escandinavia.
Entonces ¿de dónde vienen los godos?
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Las nuevas teorías
Últimamente han aparecido nuevas teorías al respecto, que señalan la desembocadura del río Vístula, en la actual Polonia, como lugar original de los godos. Esta hipótesis parece estar apoyada por las evidencias arqueológicas. Efectivamente, se han encontrado en la zona restos de una civilización, a la que se ha llamado cultura de Wielbark, que se habría desarrollado entre el siglo I a.C y el siglo IV d.C, fechas que corresponderían con el auge de los pueblos godos en Europa.
Los restos de esta cultura muestran unos ritos funerarios mixtos, que comprenden la inhumación y la incineración, y unas construcciones circulares de piedra. Además, la cultura de Wielbark presenta una curiosa pobreza de materiales preciosos y de hierro, hecho que coincide con lo afirmado por el historiador romano Tácito (s. I d.C) acerca de los godos. De ser cierta esta procedencia, entonces los visigodos estarían más emparentados con las culturas letona y lituana que con la cultura germana.
Visigodos y romanos
De las tribus que penetraron en el Imperio, los visigodos se cuentan como uno de los pueblos más romanizados. Sin embargo, en los primeros tiempos no fueron más que uno de los múltiples enemigos que los romanos tenían más allá de las fronteras. Y mucho más tarde, cuando los visigodos ya estaban asentados en territorio romano y tenían una alianza con el Imperio, sus relaciones no siempre fueron amistosas, como veremos más adelante.
En el siglo III d.C, Roma se halla sumergida en una crisis que los historiadores han llamado “anarquía militar”. Efectivamente, desde la muerte del emperador Alejandro Severo (235 d.C), se suceden los poderes efímeros en distintas regiones y se intensifica la crisis económica.
Esta inestabilidad política y social afecta, obviamente, a las fronteras, que se ven radicalmente afectadas y muy debilitadas. Esto facilita la movilización de los pueblos que se hallan más allá de los limes romanos; pueblos que, de forma genérica, se han venido llamando bárbaros (una palabra despectiva de origen griego que designaba a los extranjeros). Es el caso de los visigodos, de los que conocemos intentos de penetración en el Imperio ya desde finales del siglo IV.
Gala Placidia y Ataúlfo: una unión entre culturas
A principios de la siguiente centuria, los visigodos, comandados por su rey Alarico I, entran en la Península Itálica. En 410 saquean Roma, lo que llena de terror a los romanos: los bárbaros se encuentran a las puertas de su casa. Durante el saqueo es hecha prisionera Gala Placidia, la hermana del emperador Honorio, que los visigodos pretenden usar como moneda de cambio en futuras negociaciones.
Bajo el mando de Ataúlfo, el sucesor de Alarico, los visigodos abandonan Italia y, en virtud de un tratado de paz con Roma, se instalan en el sur de la Galia (412). Pero la reciente unión de Ataúlfo con Gala Placidia (en la que la leyenda ve una intensa historia de amor) no es del agrado de los romanos; tampoco lo es la rebeldía particular que el rey visigodo muestra para con ellos. Así, tras un breve lapso de paz y aparente concordia, los visigodos vuelven a enfrentarse con los romanos, y son derrotados por las tropas del Magister Militum Constancio.
El rey Ataúlfo es asesinado en Barcino, ciudad donde se habían asentado los visigodos y que, según muchos historiadores, se puede considerar como la primera capital goda en Hispania. Walia, su sucesor, intenta establecer un nuevo pacto con Roma, y consigue de los romanos la promesa de víveres y suministros a cambio de combatir a vándalos, suevos y alanos, que también estaban dando problemas al Imperio. En el pacto también se contempla la entrega de Gala Placidia, la viuda del rey Ataúlfo, que finalmente regresa a Roma y acaba casándose con Constancio.
Son los últimos respiros de un Imperio que se desmorona. Al Imperio romano de Occidente le queda apenas medio siglo de vida.
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Los visigodos como federados del Imperio
En 418, bajo el reinado de Teodorico I, los visigodos se asientan finalmente en Aquitania, al sur de la Galia, y en otras ciudades fuera de la provincia, como Toulouse (Tolosa) que, a la postre, será la capital de su futuro reino. Son foederati (federados) del Imperio: reciben de Roma grano y tierras a cambio de esporádicos servicios militares. Oficialmente, el titular de las tierras entregadas como foedus sigue siendo el Imperio; los visigodos solo se asientan en ellas en virtud de la hospitalitas romana. El pacto resultaba beneficioso para los romanos, puesto que, a cambio de una cantidad casi miserable de trigo, tenían a su lado a las poderosas fuerzas visigodas, que podían servirles de mucha utilidad para combatir a los otros pueblos invasores.
Así, visigodos y romanos unen sus fuerzas para combatir a los hunos que, bajo el mando de su temible caudillo Atila, habían penetrado a sangre y fuego en el Imperio, procedentes de Asia. La conjunción de fuerzas fue un éxito, y los hunos fueron derrotados en la batalla de los Campos Cataláunicos, en la Champaña francesa, en 451. La victoria tuvo un alto precio para los visigodos, ya que en el combate murió su rey, Teodorico. Tras la muerte del caudillo visigodo, se abre un paréntesis de inestabilidad política que los romanos aprovechan en su favor.
El primer reino: el reino visigodo de Toulouse
La vinculación de los visigodos con los romanos se fue debilitando con el paso del tiempo. Teodorico II aprovechó la aguda inestabilidad que estaba pasando el Imperio para expandir el dominio visigodo hacia el sur de la Galia, y también en Hispania. Con la llegada al trono de Eurico, el distanciamiento acabó por convertirse en un nuevo enfrentamiento.
Bajo este nuevo rey, las conquistas visigodas en Hispania se multiplican; la región se convierte en una extensión del reino visigodo de Toulouse, a excepción de las zonas habitadas por cántabros y vascones, parte de la Bética y, por supuesto, la Gallaecia, que seguía en poder de los suevos.
Quedaba claro, pues, que los visigodos eran una fuerza imparable que amenazaba con anexionar a su reino toda la parte occidental del Imperio.
Enemigos de los romanos, pero no de su cultura
A pesar de la creciente enemistad entre el rey Eurico y Roma, ello no significaba que los visigodos quisieran destruir las huellas culturales que el Imperio romano había dejado en Europa. Muy al contrario; ya hemos dicho que los visigodos fueron uno de los pueblos más romanizados.
Probablemente consciente de la superioridad organizativa de la administración romana, así como de su derecho, Eurico se rodeó de juristas romanos y desarrolló el famoso Codex Euricianus o Código de Eurico, un compendio de leyes por las que se debían regir tanto romanos como visigodos.
Con el desmembramiento final del Imperio romano, acaecido en 476, Eurico consiguió la libertad suficiente para acabar de conquistar parte del territorio de la codiciada Galia, y poner así el broche de oro al primer reino visigodo de Toulouse, ahora ya sí, libre de cualquier autoridad romana.
El reino visigodo de Toledo
En el norte de la Galia había surgido otro poder germano que suponía un poderoso rival para los visigodos: el reino franco de Clodoveo. Los francos eran otro de los pueblos invasores, de cultura germana y procedentes del este del Rin.
Su expansión hacia el sur acabó por chocar con los intereses del reino visigodo de Toulouse; ambos pueblos se enfrentaron en la famosa batalla de Vouillé (507), en la que los visigodos fueron estrepitosamente derrotados. Humillados y acorralados, no tuvieron más remedio que abandonar la Galia y retroceder hasta sus tierras hispánicas. Allí consolidarían un reino, con capital en Toledo, que sobreviviría nada menos que dos siglos y se erigiría como uno de los reinos más esplendorosos de Europa.
La época dorada
Por el momento, sin embargo, solo la parte central de Hispania estaba en manos de los visigodos. El norte cántabro y vascón no entraba dentro de sus posesiones, como tampoco la Gallaecia, que seguía perteneciendo a los suevos. El sur, en poder de los bizantinos desde la expansión mediterránea de Justiniano, quedaba también fuera de sus fronteras.
Es aquí cuando entra en juego uno de los reyes visigodos más importantes: Leovigildo. Rey conquistador por excelencia y decidido a unificar toda Hispania, Leovigildo arremetió contra los bizantinos y lanzó campañas de conquista contra la Gallaecia sueva. En estas campañas tuvo éxitos y derrotas; a pesar de recuperar buena parte de la Spania bizantina, no consiguió anexionarla por completo (los bizantinos no marcharán de la Península hasta principios del siglo VII, con el rey Suintila).
El reino suevo sí cayó bajo el empuje de Leovigildo, y pasó a ser parte del reino visigodo. También consiguió anexionar la zona cántabra, una zona que, ya desde época romana, había sido rebelde a cualquier autoridad externa. Leovigildo penetró también en territorio vascón y consiguió en él algunas victorias militares.
Leovigildo es el artífice del Código de Leovigildo, una revisión de las leyes promulgadas por Eurico. Entre muchas de las innovaciones del nuevo código, destaca la legalización de matrimonios mixtos. Hasta entonces, hispanorromanos y visigodos no podían contraer matrimonio; el Código de Leovigildo levantó la prohibición, hecho que facilitó la construcción de una nueva sociedad romano-visigoda.
La conversión al catolicismo
Los visigodos habían sido, en un principio, paganos. Más tarde, se convirtieron al arrianismo, una de las herejías cristianas más extendidas de la época. Finalmente, y muy consciente de los beneficios políticos y sociales que suponía, el rey Recaredo se convierte al catolicismo en el año 587, conversión que se ratificaría, junto al de toda la nobleza visigoda, en el III Concilio de Toledo (589). A partir de entonces, todos los visigodos abandonan el arrianismo y se convierten en defensores de la fe romana.
Las invasiones musulmanas y el fin del reino visigodo de Toledo
El siglo VIII marcaría el fin del poder visigodo en Hispania. El rey Witiza murió asesinado, y la nobleza visigoda se dividió en dos: los afectos al bando del rey muerto y los que apoyaban al usurpador, el nuevo rey Rodrigo. El contexto de crisis política no hizo más que facilitar el ya de por sí rápido avance de los musulmanes: en 711 penetraban en la Península, posiblemente, y de acuerdo con algunos autores, animados por la facción contraria a Rodrigo, que confiaban en los recién llegados para acabar con el rey usurpador.
Sin embargo, el plan no salió como esperaban. Porque la entrada de los musulmanes no significó un cambio de rey, sino la aniquilación absoluta del reino visigodo de Toledo. La administración visigoda se desintegró, y los musulmanes avanzaron sin problemas hasta más allá de los Pirineos. Solo en la parte asturiana quedó un reducto libre del poder invasor; reducto donde se conformaría, con el correr de los años, el primer reino astur.
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