Es invierno, son las cinco de la tarde y decenas de niños salen disparados del colegio. Buscan la merienda, la pelota o las cuerdas de saltar y dejan a sus padres las mochila… y la chaqueta! No importa que haga viento, que haga 5 grados o que el resto del mundo vaya con bufanda y guantes: a Marc y a Claudia el abrigo les molesta, tienen calor. “Al principio batallaba, pero ya hace tiempo que lo dejo pasar… Está claro que su temperatura no es la misma que la mía”, dice Sandra, su madre, ya acostumbrada a esta situación. A su lado, Diana, otra madre, la mira atónita: “Se van a resfriar, mañana los dos enfermos”, dice mientras abrocha la chaqueta a la pequeña Jennifer. ¿Cuál de las dos tiene razón? ¿Es cierto que los niños tienen más calor? ¿Si no van abrigados, se constiparán?
Anna Estapé, pediatra especializada en educación emocional, explica que la percepción del frío y del calor es individual: “Igual que hay personas más calurosas o más frioleras, los niños y las niñas también lo pueden ser”. Pero, más allá de las sensaciones y la cabezonería, ¿existe una explicación científica por la cual los niños acostumbran a tener calor?
La respuesta es que sí: y en esa explicación influye el llamado tejido adiposo marrón, que es el que se encarga de mantener la temperatura del cuerpo. Se localiza en el cuello, los riñones, la aorta o las escápulas y, según cuenta la pediatra Estapé, “es muy abundante en los recién nacidos y con la edad va disminuyendo”.
Junto a la grasa marrón hay otro factor: la capacidad que tienen niños y niñas de estar en continuo movimiento, ya sea saltando, corriendo o jugando. Para la pediatra, lo más importante es que los pequeños sepan distinguir entre frío y calor, “que identifiquen las señales”. Es algo, explica Sandra que su hija ya sabía hacer desde que era bebé: “En sus primeros meses, que coincidieron con el invierno, no llevaba abrigo, tenía suficiente con el saco del cochecito. Es más, la tapabas y enseguida le molestaba, tenía clara la sensación de calor”, relata la madre.
Si los niños tienen calor no querrán ponerse la chaqueta. Pero, más allá de las evidencias científicas, hay otras razones, más psicológicas o de sensación que pueden terminar con una negativa infantil: “Puede ser que le incomode, que no pueda jugar y moverse con la chaqueta puesta o que quiera reafirmar su autonomía”. Una de las soluciones más prácticas es vestir al niño por capas: “Así podemos ajustar mejor la ropa a la temperatura”, recomienda Estapé.
Si no se abriga, ¿se constipará?
Muchas familias tienden asociar los resfriados con las prendas de abrigo. Aseguran que si el niño se constipa es porque anduvo descalzó por casa, estuvo en el parque sin un buen abrigo, o durmió destapado. Pero, según los pediatras, se trata de un falso mito. “El frío por sí solo no provoca resfriados -explica Estapé- Los resfriados sólo se producen por virus que se transmiten cuando tosemos, hablamos o estornudamos”. Si las infecciones respiratorias son más frecuentes en invierno es porque, con el aire frío, los virus circulan más fácilmente y porque las bajas temperaturas son, a su vez, un buen caldo de cultivo.
La teoría es fácil de aprender, pero la práctica es otra cosa. Muchos padres siguen tratando de poner el abrigo a sus hijos, una insistencia que se convierte en un tira y afloja mental y que, en el peor de los casos, desemboca en una rabieta.
La pediatra especializada en educación emocional, también escritora del libro Leo tiene una rabieta (B de Blok), afirma que lo primero que hay que hacer es detectar si el niño o niña es capaz de identificar la sensación de frío. Y si creemos que no, “mantenernos en nuestro límite” y ponerle la chaqueta. “Es normal que se enfade, pero le tenemos que decir con voz calmada que lo entendemos, pero que hace frío y hay que ponérsela”. De esta manera expresamos empatía mientras mantenemos los límites.
Por el contrario, si el pequeño o pequeña es capaz de reconocer las sensaciones térmicas el consejo es confiar en ellos y velar por mantenerlos en un entorno seguro. Así nos ahorraremos no solo el posible resfriado, sino también una explosión emocional.
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