La historia de Genie es uno de los mejores ejemplos de hasta dónde puede llegar la crueldad humana.
Vamos a adentrarnos en el relato de la vida de esta niña estadounidense y cuáles fueron las implicaciones que su trágico caso supuso para diferentes estudios de psicología que de otra forma nunca habrían podido tener lugar.
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Genie: un resumen de su caso de aislamiento desde la infancia
La pequeña Genie (nombre asignado posteriormente por una doctora que la trató) nació en la ciudad de Arcadia, estado de California (EEUU) en el año 1957. Su padre era Clark, un hombre con una fuerte depresión originada por la muerte de su madre en un accidente de coche, muchos años antes. La madre era Irene, una mujer 20 años menor que Clark, que sufría de un constante maltrato físico por parte de su marido. Genie contaba además con un hermano mayor, John. Hubo otros dos nacimientos anteriores a Genie, pero no sobrevivieron.
Genie no pronunció sus primeras palabras hasta que contó con casi dos años. Fue evaluada por un médico que concluyó que tal vez la niña tenía una discapacidad intelectual. Este hecho marcó un punto de inflexión en la vida de Genie, pues desde este momento, su padre, Clark, decidiría que no podía arriesgarse a que su hija sufriera los peligros del mundo exterior, y tomó la drástica y cruel resolución de aislar a la niña en un cuarto, privándola de prácticamente la totalidad de estímulos.
Desde entonces, y hasta los 13 años, Genie pasó todos los días de su vida encerrada en una habitación, encadenada a una silla que tenía acoplado un orinal. Para dormir, la obligaba a entrar en una jaula, únicamente equipada con una suerte de saco de dormir. Para más inri, Clark no permitía que Genie hablara ni emitiera ningún sonido, bajo pena de golpearla o fingir ruidos de animales salvajes para asustarla. La estimulación de Genie, por lo tanto, fue reducida casi a cero, a todos los niveles.
Respecto a la alimentación, Genie fue igualmente deprivada. Toda su manutención a lo largo de esos infernales años consistió en una especie de papilla de cereales para niños, acompañada en algunas ocasiones por un huevo cocido. Además, siempre se le daba de comer directamente a la boca, por lo que ni siquiera aprendió a valerse por sí misma en ese sentido. La única persona que entraba y salía de la habitación de Genie, era su padre, pues no permitía la entrada a nadie más, ni siquiera a su madre o a su hermano.
Los únicos objetos que llegó a poder tener dentro de la habitación fueron guías de televisión viejas a las que previamente Clark había recortado las fotos, prendas de ropa impermeables, o algunos envases de alimentos. La comunicación con ella se limitaba a frases cortas y autoritarias, del tipo “basta”, “para” o “no”. No es de extrañar que, cuando el caso salió a la luz y Genie tenía 13 años, solo fuera capaz de entender unas 20 palabras, pues jamás se le había enseñado el lenguaje de una forma convencional.
Aunque el aislamiento total era únicamente para Genie, el resto de sus familias tampoco gozaba de una amplia libertad. Clark no permitía las salidas habituales del domicilio, y ni siquiera les dejaba hablar en un tono alto, por lo que Genie jamás les escuchaba (tenían prohibida la comunicación directa, obviamente). El sometimiento psicológico de Clark hacia su familia era tal que a veces cogía su arma, con el cargador puesto, y simplemente les miraba, en actitud retadora.
Descubrimiento del caso Genie
No está claro cómo ocurrió, pero en el año 1970, Irene huyó del infierno que era aquella casa, y se llevó a John y a Genie con ella. Irene no tenía medios económicos para subsistir, y se encontraba prácticamente ciega. En busca de una salida, se acercó hasta una oficina de la beneficencia en Temple City. La mujer que les atendió rápidamente fijó su atención en Genie y en su peculiar comportamiento, que chocaba con el que se podría esperar de una criatura de su edad.
Le pareció que Genie podría ser una niña con autismo. Emitía ruidos ininteligibles, tenía la mirada perdida, y mantenía una conducta postural extraña, asemejando que se agarraba a unos barrotes que en realidad no estaban allí. Su aspecto físico asemejaba el de una niña de 6 o 7 años, aunque llevaba pañales. Sin embargo, cuando la trabajadora social descubrió que en realidad tenía 13 años, no dudó en contactar con el responsable de la oficina, que a la vez llamó a la policía.
El Estado asumió la custodia de Genie de inmediato, y tanto Irene como, por supuesto, Clark, fueron acusados de negligencia grave y maltrato infantil continuado. En este punto fue cuando el mundo conoció el estremecedor caso de Genie, y comenzó su tratamiento y los estudios de su comportamiento y su lenguaje.
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Años posteriores
Los servicios sociales del Estado de California asumieron el coste de los tratamientos que Genie necesitaba para lograr el aprendizaje que debería haber experimentado en sus primeros años y del que fue privada por las acciones de su padre. De esta manera,la niña comenzó una terapia que le permitió mejorar en su lenguaje, permitiéndole aprender nuevas palabras y llegar a construir frases cortas, pero jamás alcanzó el nivel que correspondería a una persona sin deprivación sensorial.
Sin embargo, a los 4 años de tratamientos, se cerró el presupuesto con el que se mantenían estas terapias, por lo que Genie dejó de recibir esta ayuda. Por este motivo, no se conoce el alcance que el tratamiento podría haber tenido y las mejoras que la pequeña podría haber experimentado si no hubiese existido ese límite temporal que les sobrevino y que impidió completar el plan original que tenían para ayudar a Genie.
Además, tras una serie de juicios, su madre biológica recuperó la custodia, pero realmente se hizo cargo de ella muy poco tiempo, por lo que Genie comenzó una penosa peregrinación por una serie de centros de acogida que le supusieron regresiones a su estado inicial. En algunos de estos lugares Genie volvió a ser maltratada, un calvario que explica que la niña volviera a tener los comportamientos que llevaba a cabo en su encierro. Por ejemplo, dejó de pronunciar las frases aprendidas para nunca más volver a hablar.
A día de hoy, apenas se tienen datos de cómo transcurrieron los años siguientes en la vida de Genie. Por privacidad, lo único que se sabe es que pasa sus días en un centro para adultos en Los Ángeles, y que su madre ya falleció.
Estudios psicológicos
La historia de Genie es un drama humano absoluto, y es una situación que no debería haber ocurrido de ninguna manera. Sin embargo, una vez que se descubrió su caso, se realizaron una serie de investigaciones psicológicas al respecto para evaluar los efectos que la deprivación sensorial en la infancia habían provocado a esta niña, un experimento que, lógicamente cualquier comité ético habría prohibido realizar pero que, en esta ocasión, lamentablemente había ocurrido en condiciones reales.
Lo que los psicólogos se preguntaban era qué parte de la conducta humana viene dada por la genética y cuál por el ambiente en el que han sido criados, una dicotomía que ha generado ingentes cantidades de estudios. Esta ocasión era una oportunidad para comprobar algunas de estas cuestiones. Por ejemplo, trataron de averiguar si el lenguaje era una habilidad innata o aprendida. Con mucho esfuerzo lograron que Genie aprendiera la gramática y el vocabulario correspondiente a un niño de 3 o 4 años, pero no pudieron ir más allá.
A nivel del control de impulsos, Genie tenía ataques de ira en los que no vocalizaba (porque no se le había permitido de pequeña), pero golpeaba los objetos y el suelo, o se arañaba la cara. Además, no tenía ningún tipo de inhibición sexual, y habitualmente iniciaba conductas masturbatorias sin importar dónde estuviera o quién estuviera presente en ese momento. De hecho, muchas veces intentaba que fueran los demás los que participasen en esa actividad.
El no haber disfrutado de una movilidad normal a lo largo de sus primeros años había provocado que tanto brazos como piernas tuviesen atrofia, y no le era posible caminar con normalidad, por lo que en muchas ocasiones se valía de la cuadrupedia para moverse por los espacios. Igualmente, no tenía ningún control sobre sus esfínteres. Acostumbrada a llevar pañales, miccionaba y defecaba en cualquier ocasión, sin una voluntariedad al respecto.
Con muchas dificultades, los especialistas lograron enseñarle algunas tareas, como el vestirse sin necesitar ayuda externa. Sin embargo, al interrumpir los tratamientos, no se pudo continuar con estas enseñanzas y no se puede saber hasta dónde habría llegado Genie en su recuperación. Pero la línea que separaba la ayuda altruista de la mera experimentación era muy difusa, y eso fue el detonante para interrumpir el programa y que la pequeña pasase al anonimato total.
Referencias bibliográficas:
- Curtiss, S. (2014). Genie: a psycholinguistic study of a modern-day wild child. Perspectives in Neurolinguistics and Psycholinguistics. Academic Press Inc.
- Fromkin, V., Krashen, S., Curtiss, S., Rigler, D., Rigler, M. (1974). The development of language in Genie: a case of language acquisition beyond the “critical period”. Brain and language. Elsevier.
- LaPointe, L.L. (2005). Feral children. Journal of medical speech-language pathology.