Actualmente viven más de 7.500 millones de personas en el mundo. En Latinoamérica hay más de 600 millones de personas, mientras que en España viven 47,3 millones de personas, en Madrid, 3,1; y en Barcelona, 1.6.
En el transcurso de la vida conoceremos a muchísimas personas, un estudió reciente determinó la media en 5.000. Una de nuestras principales preocupaciones en nuestras relaciones, es saber qué piensa el otro de nosotros: nos considera agradables, divertidos, o tal vez inteligentes, o, por el contrario, le caemos bastante mal y disimula.
Se utiliza el término metapercepción para referirse a las creencias y pensamientos que tenemos sobre cómo somos percibidos por los demás. Pero cuánto de acertada es esta percepción que tenemos de los demás sobre nosotros mismos, ¿Pensamos que el resto del mundo nos ve mejor o peor de lo que realmente lo hace? En este artículo veremos qué es la metapercepción, su relación con el autoconcepto y su grado de certeza.
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¿Qué es la metapercepción?
La forma en que una persona imagina los pensamientos de los demás sobre uno mismo (es decir, sobre esa persona que está imaginándolo) se denomina en psicología metapercepción. Las metapercepciones se basan en las creencias y suposiciones personales de una persona, y pueden ser inexactas. Tienen que ver con nuestro autoconcepto y prejuicios: algunas personas pueden creer que le gustan a todo el mundo, cuando en realidad esto no es cierto. Otros, sin embargo, creen que todos los odian, y esto tampoco es una suposición acertada.
Estamos psicológicamente programados para necesitar ser incluidos en un universo social, y aunque muchos dicen que no les importa lo que piensen los demás, en realidad somos criaturas que queremos encajar. De hecho, la ansiedad social es una respuesta innata a la posibilidad de ser excluido de un grupo; ser rechazado nos pone muy tristes e incómodos.
Para conectarnos auténticamente con los demás y disfrutar de la profunda satisfacción que proviene de esas conexiones, tenemos que ser capaces de sentir cómo nos ven las personas. No podemos estar dentro de nuestra propia disección personal de cómo la gente nos ve después de conocernos, así que tenemos que confiar en la precisión de nuestras metapercepciones.
Los estudios han demostrado que las personas que tienen metapercepciones precisas de sí mismas tienden a tener más éxito en las interacciones sociales, ya que son conscientes de cómo los perciben los demás y pueden usar esa conciencia para guiar su propio comportamiento y mejorar la relación con el otro.
Para navegar por el universo social, se necesita saber lo que los demás piensan de nosotros, aunque el éxito dependerá más de cómo nos veamos a nosotros mismos y cuánto de acertada es esta visión.
Por ejemplo, si no existe una buena metapercepción, una persona puede creer que todo el mundo piensa que su comportamiento grosero es divertido y atrevido, y puede seguir actuando de esa manera o incluso enfatizar estos rasgos al pensar que hacen gracia. Esto, a la larga, podría hacer que los demás lo rechacen e incluso conducir a la exclusión social.
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Metapercepción y autoconcepto
Como vemos, nuestro autoconcepto es una gran influencia en las opiniones que creemos que tienen los demás: alteramos la información que recibimos de los demás en función de lo que creemos sobre nosotros mismos.
El concepto que tenemos de nosotros mismos se forma en nuestros primeros años de vida, principalmente por nuestra figura materna. Según diferentes especialistas, la forma en la que interactúa con nosotros, nuestra madre cuando somos bebés, tiene una gran influencia en nuestro autoconcepto, cómo esperamos que nos vean los demás.
De hecho, los niños tienden a comportarse de una manera que concuerda con la forma en que han sido tratados. Si un niño tiene una madre que no responde emocionalmente, generalmente será frío y distante. Los niños que, por el contrario, tienen madres que son atentas y afectuosas generalmente conectan bien con los demás y tienen un buen concepto de ellos mismos.
La autoestima y el autoconcepto juegan un papel importante en cómo las personas se ven a sí mismas. Las personas que tienen baja autoestima y bajo concepto de sí mismas pueden tener dificultades para creer que los demás les ven de manera positiva, ya que confían en las opiniones de los demás para formar sus propios puntos de vista.
Las personas que son tímidas o tienen ansiedad social a menudo creen que parecen aburridas o poco atractivas, aunque muchas veces los otros no duden de su atractivo, pero si las consideran soberbias. De alguna forma, para algunos especialistas, la timidez sería un rasgo de egocentrismo; las personas tímidas se preocupan excesivamente por lo que los demás piensan de ellos y creen que todo el mundo los está mirando, lo que rara vez es el caso. Esta preocupación les impide ser espontáneas.
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¿Sabemos realmente qué piensan los demás de nosotros mismos?
Las personas creemos que nuestros estados internos son evidentes para todos; sin embargo, algunos experimentos han demostrado que esto no es cierto. En intervenciones con público objetivo se observó que este no era consciente del nerviosismo que mostraron algunos ponentes.
La gente espera que otros compartan la visión que ellos tienen de ellos mismos inmediatamente. Sin embargo, la mayoría de la gente no conoce el valor de los atributos de otras personas inmediatamente, ni se hace una idea precisa. Existe una especie de consenso promedio sobre cómo alguien se imagina a sí mismo. Sin embargo, ese conocimiento no se puede aplicar para una persona en particular porque existen muchas razones fuera de la visión que tenemos de nosotros mismos que pueden influenciar en cómo nos ven los demás.
Cada persona tiene su propia forma personal de evaluar a otras personas, al igual que tiene su propia forma personal de evaluarse a sí mismo. Las personas se ven a sí mismas de manera positiva, también ven a los demás de manera generalmente buena.
Un estudio realizado por la universidad de Texas, descubrió que las personas que tienen un autoconcepto negativo de sí mismas, puede afectar negativamente la forma en que los ven los demás: si en una interacción alguien sospecha que la persona busca constantemente su aprobación o quiere gustarle demasiado, esto puede influenciar en la opinión que se hace del otro.
Cada persona forma sus opiniones sobre los demás en función de su propio concepto de sí mismo para dar coherencia a su forma de ver el mundo y las relaciones, aunque esto no sea totalmente cierto y mucho menos parcial. Por ejemplo, algunas personas son “likers” y creen que todo el mundo es inteligente y amable, pero esto no es real.
Cuando conocemos a alguien por primera vez, tenemos que considerar mucho y estar atento a muchísimos estímulos. Tenemos que escuchar, planear lo que vamos a decir y ajustar nuestro comportamiento no verbal y todo esto lo hacemos casi sin ser conscientes de ello. Por lo que es difícil interpretar las reacciones de otras personas correctamente. No podemos adivinar cuáles son los juicios de la otra persona durante el encuentro y solemos hacer interpretaciones nominales de las cosas. No es hasta que recordamos después la interacción original, que podemos reflexionar sobre las metapercepciones y llegar a una conclusión.
Además, está el contexto. Aunque, nuestra personalidad es bastante consistente en el espacio y el tiempo, algunas situaciones pueden cambiar quiénes somos o nuestra forma de actuar, o incluso borrar nuestra personalidad. El lugar que se ocupa y el papel que se desempeña en un determinado momento y espacio puede afectar la forma en que otras personas nos ven. Puedes ser una persona alegre y habladora, pero en tu lugar de trabajo puede que no utilices esos atributos por diferentes circunstancias.
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¿Por qué existen diferencias entre cómo nos vemos y cómo lo hacen los demás?
Algunos estudios indican que cuando nos miramos a nosotros mismos, nos enfocamos en detalles específicos que nos gustan, como una espinilla nos centramos en ciertas partes de nuestro cuerpo que no nos gustan. Sin embargo, cuando miramos a los demás, consideramos la apariencia general, no sus defectos. Por lo que, las personas son generalmente más atractivas para otras personas de lo que creen ser.
También podríamos decir que nuestras mentes utilizan constantemente un procesador que analiza el mundo físico, en función de los datos que recopila nuestra mente. Sería un procesador de comparación social, y los psicólogos lo llaman el efecto de contraste (que puede interpretarse como "nos sentimos más hermosos con personas feas y más feos con personas hermosas"). Estas comparaciones ocurren de manera constante y automática, y la mayoría de las veces ni siquiera somos conscientes de que las estamos haciendo. Nuestro autoconcepto general se compone de miles de estas comparaciones.
Las mujeres en particular se ven afectadas por este fenómeno, ya que en la sociedad actual se establecen como estándares modelos inalcanzables de belleza. Las mujeres se comparan a sí mismas con modelos de pasarela, para evaluar su atractivo físico. Sin embargo, esto no ocurre en el caso de la inteligencia, las personas comparan su inteligencia con la gente común, no con Einstein.
El efecto de contraste puede afectar en otros momentos de la vida diaria como el trabajo. Si tenemos que estar más preocupados por nuestro físico, es probable que nos desempeñemos peor a la hora de realizar ciertas tareas.
Por último, la forma en la que los demás nos perciben y nuestra forma de evaluarlo puede cambiar. Si queremos que los demás nos vean de cierta manera, tenemos que hacerles saber que disfrutamos de su compañía. El contacto físico, sonreír o mostrar interés en lo que está hablando hará sentir a los demás que nos importan y disfrutamos de su compañía y también tendrá un beneficio en la percepción de que hacemos sobre nosotros mismos en los demás.