Desde sus inicios, la ciencia moderna ha formulado distintas teorías sobre el origen de los seres humanos, así como varias explicaciones sobre lo que nos hace diferentes entre unos y otros. Con el paradigma de las ciencias naturales que dominaba la producción de conocimiento científico en Estados unidos y Europa a mediados del siglo XIX, dichas explicaciones estuvieron fuertemente centradas en hallar diferencias genética y biológicamente predeterminadas dentro de la misma especie.
Fue así cómo se generó uno de los modelos teóricos que hasta hace poco dominó gran parte del conocimiento científico y que tuvo repercusiones importantes en distintas esferas de la vida social: la teoría poligenista de las razas. En este artículo veremos de qué se trata esta teoría y cuáles han sido algunas de sus consecuencias en la vida cotidiana.
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¿Qué postula la teoría poligenista de las razas?
La teoría poligenista de las razas, también conocida como poligenismo, postula que desde nuestros orígenes, los seres humanos estamos diferenciados genéticamente en distintas razas (subdivisiones determinadas biológicamente dentro de nuestra misma especie).
Estas subdivisiones habrían sido creadas por separado, con lo cual, cada una tendría diferencias fijas desde su origen. En este sentido, se trata de una teoría opuesta al monogenismo, que postula un origen o una raza única para la especie humana.
Los orígenes de poligenismo y las diferencias intelectuales
El máximo exponente del poligenismo fue el médico estadounidense Samuel George Morton (1799-1851), quien postuló que, tal como ocurría con el reino animal, el género humano podía ser dividido en subespecies a las que posteriormente se les denominó “razas”.
Dichas razas habrían constituido a los humanos desde su origen, y al ser una condición diferencial preestablecida biológicamente, también el estudio de las características anatómicas de cada subespecie podía dar cuenta de otras características intrínsecas, por ejemplo, de las capacidades intelectuales.
Así, a la par del auge de la frenología como explicación de la personalidad, Morton sostuvo que el tamaño del cráneo podría indicar tipos o niveles de inteligencia distintos para cada raza. Estudió cráneos de distintas personas alrededor del mundo, entre las que se encontraban tanto pueblos originarios norteamericanos, como africanos y blancos caucásicos.
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Del monogenismo a la teoría poligenista
Luego de haber analizados dichas estructuras óseas, Morton concluyó que los negros y los blancos eran ya distintos desde sus orígenes, más de tres siglos antes de estas teorías. Lo anterior suponía una teoría contraria a la que se aceptaba en ese momento, y que yacía entre el biologicismo y el cristianismo, una teoría basada en que toda la especie humana había derivado del mismo punto: los hijos de Noé que, según el relato bíblico, habían llegado tan solo mil años antes de esta época.
Morton, aún resistente a contradecir dicho relato, pero respaldado posteriormente por otros científicos de la época como el médico cirujano Josiah C. Nott y el egiptólogo George Gliddon, llegó a la conclusión de que había diferencias raciales intrínsecas a la biología humana, con lo cual, dichas diferencias se encontraban desde sus orígenes. A esto último se le llamó poligenismo o teoría poligenista de las razas.
Samuel G. Morton y el racismo científico
Después de afirmar que cada raza tenía un origen distinto, Morton postuló que las capacidades intelectuales seguían orden descendente y diferenciado según la especie de la que se tratara. Así, colocó a los blancos caucásicos en el peldaño más alto de la jerarquía, y a los negros en el más bajo, incluyendo en el medio a otros grupos.
Esta teoría tuvo su auge pocos años antes de que iniciara la Guerra de Secesión, o Guerra Civil estadounidense, que duró de 1861 a 1865, y que en parte estalló como resultado de la historia de esclavitud en dicho país. La teoría de las diferencias intelectuales por raza, donde el eslabón más alto lo ocupan los blancos caucásicos y el más bajo los negros, fue rápidamente utilizada por quienes justificaban y defendían la esclavitud.
Los resultados de sus investigaciones no sólo aludieron a las diferencias intelectuales. También hicieron referencia a las características estéticas y los rasgos de personalidad, más valorados en los blancos caucásicos que en los demás grupos. Esto último impactó tanto los inicios de la Guerra de Secesión como el propio imaginario social de superioridad/inferioridad racial. Así mismo tuvo impacto en posteriores investigaciones científicas, y en políticas de acceso a distintos espacios de la vida pública.
Es por esto que Morton y sus teorías son reconocidas como los inicios del racismo científico, que consiste en utilizar teorías científicas para legitimar prácticas racistas de discriminación; lo que incluye así mismo que las propias teorías e investigaciones científicas están muchas veces atravesadas por importantes sesgos raciales; tal como ocurrió con los postulados de Samuel G. Morton y otros médicos de la época.
Dicho de otra manera, la teoría poligenista de las razas es prueba de los dos procesos que conforman al racismo científico. Por un lado, ejemplifica cómo las investigaciones científicas pueden ser fácilmente instrumentalizadas para legitimar y reproducir estereotipos y condiciones de desigualdad, discriminación o violencia hacia minorías, en este caso racializadas. Y por otro lado, son un ejemplo de cómo la producción científica no es necesariamente neutra, sino que puede ocultar sesgos racistas que, por lo mismo, la vuelven fácilmente instrumentalizable.
Del concepto de “raza” al de “grupos racializados”
Como consecuencia de lo anterior, y también como resultado de que la ciencia ha ido ampliando y cuestionando constantemente tanto sus paradigmas como sus criterios de validez y confiabilidad, las teorías de Morton están actualmente desacreditas. A día de hoy la comunidad científica coincide en que no es posible sostener científicamente el concepto de “raza”.
La propia genética ha rechazado dicha posibilidad. Desde inicios de este siglo, las investigaciones han mostrado que el concepto de raza carece de base genética, y por lo mismo se ha negado su base científica.
En todo caso, es más conveniente hablar de grupos racializados, ya que aunque las razas no existen, lo que sí hay es un proceso constante de racialización; que consiste en legitimar las condiciones estructurales y cotidianas de desigualdad hacia grupos que, por sus características fenotípicas y/o culturales, se les atribuyen ciertas habilidades o valores socialmente desvalorizados.
Referencias bibliográficas:
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