La madurez psicológica o personalidad madura parece ser, a priori, un objetivo principal en el desarrollo individual de los seres humanos. Esta es definida como el fenómeno que permite orientar la vida personal de forma que se favorece la consecución de objetivos y resultados a nivel psicológico.
Sin embargo, según lo indicado por Rojas (2001), la personalidad madura debe concebirse como un proceso dinámico y sujeto al cambio en el que las experiencias de la persona van configurando de forma continua el carácter y los rasgos de personalidad propios.
La madurez psicológica está compuesta por muy diversas y complejas características, en las que la combinación de aspectos afectivos e intelectuales o cognitivos deviene un punto principal.
Así, se puede definir la personalidad madura como el conjunto de aptitudes que denotan la disposición de un conocimiento apropiado sobre la afectividad, así como la capacidad para formarse una opinión y disponer de un criterio razonable, sensato y basado en argumentos sólidos y validables. Todo ello permite un satisfactorio desenvolvimiento en las distintas áreas personales: las relaciones familiares, los vínculos sociales o el ámbito académico-profesional.
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¿Qué es la afectividad y por qué es importante saber gestionarla?
El conocimiento de la afectividad y su adecuada expresión es un componente muy relevante de la personalidad madura. Pero, ¿qué es la afectividad? Este concepto se define como la capacidad del individuo para reaccionar de manera psíquica y subjetiva, mediante emociones y sentimientos, a estímulos tanto internos como externos.
Dichas reacciones afectivas producen cambios internos en la persona que se describen en función de las siguientes dimensiones: placer-displacer (si el estímulo es agradable o desagradable), excitación-tranquilidad (si el estímulo aumenta la respuesta nerviosa del individuo o la atenúa), tensión-relajación (si el estímulo crea una respuesta de alerta o de distensión en el sujeto), aproximación-rechazo (si el estímulo genera atracción a la vinculación o alejamiento en la persona) y activación-bloqueo (si el estímulo impulsa o impide actuar al individuo).
Un entendimiento y manejo eficaz de la efectividad se define por una competencia esencial que consiste en comprender qué función poseen las emociones y los sentimientos, así como el convencimiento de que son fenómenos transitorios que pueden regularse y controlarse a través de recursos y estrategias psicológicas.
Este hecho es fundamental porque se considera un factor básico en el establecimiento de vínculos interpersonales saludables y satisfactorios.
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Consecuencias de la inmadurez afectiva
Un desconocimiento o una gestión ineficaz de la afectividad en las personas puede derivar en una serie de déficits o problemáticas que dificultan la forma en cómo éstas se relacionan con el entorno.
Por ejemplo, en los vínculos sentimentales o en relaciones íntimas las personas afectivamente inmaduras tienden a establecer relaciones amorosas sobre una base poco sólida e incoherente, de modo que se elabora una idea de la relación (o del amor) demasiado idílica e irracional.
En estos casos, la probabilidad de desarrollar dependencia emocional hacia la pareja puede ser más alta, puesto que se concibe a la otra parte de la relación como “el todo”, y no se genera espacio para parcelas vitales individuales ajenas a este ámbito sentimental.
Así, la manera de ofrecer y recibir el afecto (o el amor) deviene disfuncional bien por exceso, como ocurre cuando se establece dependencia emocional o idealización de la pareja, o bien por defecto, cuando existe un desconocimiento e incapacidad para comprender y expresar la afectividad adecuadamente.
Otra de las consecuencias, esta quizá más a medio y largo plazo, derivada de la inmadurez afectiva, se relaciona con la dificultad significativa para establecer un proyecto de pareja con un nivel de compromiso que permita construir un vínculo donde se compartan experiencias, afinidades y metas conjuntas.
El hecho de establecer este compromiso duradero requiere la voluntad de las partes para alimentar esa conexión y mantenerla en el tiempo. Así, puede ser factible que, después del enamoramiento (más emocional y subjetivo) la persona afectivamente inmadura no pueda ser capaz de perpetuar una unión sentimental en los términos adecuados para ambas.
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Indicadores de la inmadurez afectiva
Según lo apuntado por Rojas (2001), existen una serie de indicadores concretos que pueden ser útiles en la identificación de un patrón de inmadurez afectiva:
- La existencia de una discrepancia entre la edad cronológica y la edad mental de la persona.
- La ausencia de conocimiento sobre el propio ser, que implica ignorar cómo las situaciones influyen en las cogniciones, emociones y conducta final del individuo.
- Un nivel de inestabilidad emocional significativa, por lo que la fluctuación en los distintos estados emocionales es excesivamente desmesurada y desregulada.
- Ausencia de capacidad para asumir responsabilidades personales, baja autonomía y tendencia a depender de los demás.
Elisabet Rodríguez Camón
Elisabet Rodríguez Camón
Psicología General Sanitaria (Población infantojuvenil y adulta)
- Una perspectiva de la realidad distorsionada, irracional o sesgada, donde puede haber planteamientos egocentristas y poco empáticos.
- La carencia de un proyecto vital a largo plazo, lo cual implica ausencia de capacidad de análisis, reflexión o toma de decisiones equilibrada.
- Escaso nivel de conocimiento de las emociones, así como también un insuficiente grado de inteligencia emocional que fundamente un criterio acertado y justo.
- Bajo poder de sacrificio o voluntad para establecer objetivos y metas propias, a corto, medio y largo plazo.
- Un nivel de interiorización débil o incongruente de valores morales y éticos.