Los seres humanos somos animales extraños. Somos esa especie que puede sentir emociones contrarias a la vez y hacia una misma cosa. Podemos odiar y amar a alguien al mismo tiempo, sentir afecto y decepción por lo que han hecho nuestros hijos, ilusión y tristeza en un mismo instante…
Pasamos de un extremo al otro en cuestión de segundos, siendo receptáculos de la coexistencia de dos emociones tan contrarias que nos sorprende que las podamos vivir a la vez e, incluso, alguno puede preocuparse: ¿Acaso esto es un problema? ¿Será eso que llaman trastorno bipolar?
Todos lo hemos vivido, no te preocupes. Se llama ambivalencia afectiva, un fenómeno psicológico tan normal y humano como la experiencia de cualquier otra emoción por separado. Descubramos qué implica y si puede traer consigo algún problema.
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¿Qué es la ambivalencia afectiva?
La ambivalencia afectiva es un estado emocional complejo, en tanto está compuesto por sentimientos, opiniones e ideas contrarias. La contradicción, la tensión y la indecisión son situaciones que acompañan a este fenómeno.
Un buen ejemplo de esta situación es cuando sentimos un gran afecto hacia un muy buen amigo pero que, recientemente, nos ha hecho daño aunque fue sin querer. No podemos dejar de quererle porque tenemos en cuenta todo lo bueno que ha hecho por nosotros, pero tampoco nos desvinculamos del rencor y el odio que ha despertado en nuestro interior su mal gesto. Se nos ha clavado una espinita.
Pero... ¿Es normal sentir esto? ¿La ambivalencia afectiva trae consigo algún problema? En principio, no nos debemos preocupar por sentir al mismo tiempo emociones contadictorias, pero sí prestarles atención. Es parte de nuestra naturaleza vivir las situaciones en las que no sabemos muy bien cómo actuar, con indecisión, tensión e incertidumbre. La vida nunca es lineal, monótona ni unipolar, y mucho menos un camino de rosas.
Cada día nos enfrentamos a una realidad muy compleja, en la que un mismo elemento, sea persona, cosa o situación, puede despertar en nosotros emociones positivas y emociones negativas.
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Características que definen a la ambivalencia en psicología
Todos los seres humanos presentamos ambivalencia afectiva en algún momento de la vida, sufriendo y disfrutando de todo tipo de experiencias a la vez. Al tratarse de una experiencia emocional bastante compleja, de primeras, lo que sabemos un poco del tema de las emociones se nos viene a la mente los nombres de grandes referentes en el abordaje científico de las emociones, entre ellos Paul Eckman o Daniel Goleman. Sin embargo, esta emoción hace bastante tiempo que parece que lleva siendo estudiada, por lo menos desde principios del siglo XX.
Pero la primera descripción moderna de lo que llamamos “ambivalencia afectiva” se la atribuimos a alguien que también tiene el mérito de haber acuñado términos como “esquizofrenia”, “esquizoide” y “autismo”: Eugen Bleuler. Este psiquiatra suizo (y eugenista, dicho sea de paso) habló de la ambivalencia afectiva como un estado de conflicto de emociones, en donde se experimentan pensamientos y emociones opuestas, como el amor y el odio.
Dejando de lado las controversias sobre su persona, la conceptualización de Bleuler de este tipo de ambivalencia ha hecho que el campo de la psicología se haya interesado mucho sobre cómo se da en nuestra especie, puesto que es un fenómeno que representa muy bien nuestra complejidad emocional y cognitiva. Ha sido de especial interés en el campo de la psicología social, puesto que es frecuente que se dé en las relaciones afectivas de todo tipo, tanto con familiares como con amistades.
Un ejemplo de ambivalencia afectiva la podemos ver en algunas mujeres que acaban de dar a luz, que están pasando por el puerperio. Aman a su bebé recién nacido pero, el dolor físico que sienten, la alta demanda y dependencia que supone el pequeño y la incertidumbre de no saber si van a estar a la altura a pesar de que quieren a su hijo hace que experimenten un amplio abanico de emociones, entre las cuales podemos encontrar agotamiento, ternura, rechazo, amor, odio, esperanza y miedo. Los primeros meses cuidando a su hijo son duros.
Pero también podemos verla en situaciones comunes, más mundanas y sin que hayan otras personas implicadas. Sentimos ambivalencia afectiva cuando vemos un conjunto muy fashion en el escaparate de una tienda, vemos su precio y, a pesar de que lo queremos, sabemos que si nos gastamos ese dinero no vamos a poder ahorrar.
Otro ejemplo sería querer abandonar un trabajo que nos quema pero sentir miedo dejarlo porque supondría entrar en el paro y no saber cuándo volveríamos a tener un salario fijo, aunque continuar en el empleo actual nos suponga mucho malestar.
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La indecisión nos produce malestar...
La ambivalencia afectiva trae consigo siempre cierto malestar, cuyo grado correlaciona directamente con la importancia de la cuestión que nos produce amor y odio y lo intensas que sean las emociones durante el proceso. Las indecisiones y contradicciones no se llevan muy bien con nuestro cerebro, de hecho, lo agotan emocional y cognitivamente. Pese a que la vida no es unilineal, lo cierto es que nos gustaría que siempre lo fuera y claro, cuando no lo es, nos provoca incomodidad.
Hay casos en los que las disonancias son tan inmensas que nuestra salud mental no puede evitar verse afectada, al menos a corto plazo. Pensemos en una persona que quiere dejar a su pareja, con quien ha estado viviendo durante muchos años. Son muchas las preguntas que se pasan por su cabeza, haciéndole pensar en lo bueno y lo malo que podría pasar, pero también en lo bueno y lo malo que ya está pasando: “¿Y si lo dejo y no vuelvo a encontrar a nadie?” “¿Si rompo seré mala persona?” “Es que ha hecho tantas cosas por mí… ¡Pero el otro día no fregó los platos por enésima vez y ya estoy harto!
Pasar de un lado al otro genera mucho desgaste y consume mucha energía. Tanto que hasta podemos quedarnos bloqueados en pleno proceso de pasar de un extremo a otro. Pasar de sentir un gran amor y afecto hacia alguien para pasar en cuestión de segundos al odio, la rabia y el rechazo nos confunde y hasta puede hacernos pensar que algo en nuestra mente no anda bien que, aunque insistimos que no tiene por qué ser nada malo, la persona que lo vive puede verlo como un sentimiento tan abrumador que le dé miedo.
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Pero acabamos decidiéndonos
La ambivalencia afectiva es sinónimo de contradicción y eso se vive y percibe como algo malo, pero realmente podemos encontrar algo positivo en ella. Esta contradicción nos ayuda a clarificar, a buscar pros y contras ante una determinada situación y, una vez hemos sacado algo en claro de todo ello, nos impulsa a decidir. Otras veces lo que sucede es que empezamos a restarle importancia a lo malo y le vemos más lados positivos a lo que estamos viviendo, como es el caso de muchas madres que acaban de dar a luz que, con el paso del tiempo, solo pueden ver con buenos ojos a su hijo.
La ciencia parece que da la razón a esta idea. En un estudio de 2013, la doctora en administración de empresas Laura Rees concluyó que la ambivalencia afectiva favorece la autoconciencia y la toma de decisiones. El malestar que nos genera la contradicción nos motiva a hacer algo, aplacando la duda y tratando de resolver la situación en la que nos encontramos. Se ha visto que las contradicciones asociadas a estos sentimientos pueden potenciar la creatividad, haciéndonos buscar nuevas vías de pensamiento y optando por respuestas más originales para ver si nos sirven para resolver la situación.
La ambivalencia afectiva puede ser adaptativa, ayudándonos a enfrentarnos a esa gran pregunta: ¿qué es lo que quiero? Por eso, y a modo de final de este artículo, cuando nos encontremos en la encrucijada personal y no sepamos por cuál camino tirar, vale la pena detenerse, pensar reflexivamente qué es lo que queremos hacer y meditar las ventajas y desventajas de nuestro comportamiento. Son muchos los errores que se pueden cometer cuando no tenemos claras las cosas y, por eso, antes de arriesgarnos, escuchemos qué argumentos nos dan nuestro “yo” enfadado y nuestro “yo” contento, a ver quién tiene razón.