Existe un fenómeno común que, a pesar de ser fácilmente reconocible, es difícil de explicar. Se trata de la procrastinación, una curiosa palabra que sin embargo sólo se refiere al hábito de postergar sin justificación válida actividades u obligaciones que tienen que ser atendidas.
Una de las características de este tipo de aplazamientos, además, es el hecho de que tenemos intención de realizar la tarea tarde o temprano, ya que de algún modo sabemos que su realización es algo por lo que tenemos que pasar.
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¿Qué es la Procrastinación?
Sin embargo, no se trata simplemente de la típica conducta que podamos asociar a una persona pícara o hedonista. En una encuesta pasada a 1347 adultos de diversas nacionalidades, un cuarto de estos manifiestan una tendencia fuertemente fijada a aplazar tareas, independientemente de su sexo o cultura.
Otro estudio señala que cada empleado pasa alrededor de una hora y veinte minutos diarios aplazando su tarea principal, con el consiguiente coste de oportunidad para la organización. Además, alrededor de un 32% de los estudiantes universitarios podrían tener graves problemas con la procrastincación, según el estudio de Patterns of Academic Procrastination. Por otro lado, el psicólogo Piers Steel sostiene en su publicación The Procrastination Equation que, allí donde está presente, esta tendencia va en contra del propio bienestar en un sentido amplio: contribuye a tener una peor salud y unos salarios más bajos.
Además, puede conducir a actitudes compulsivas o muy intensas que sirven para evadir la responsabilidad principal: comer mucho, jugar a videojuegos, etc.
Un problema sin una solución sencilla
Sin embargo, siendo que la procrastinación puede llegar a ser tan problemática… ¿por qué seguimos permitiendo que ocurra? En realidad, es difícil justificar el aplazamiento de una tarea necesaria, siempre que la reconozcamos como tal. Experimentamos la extraña noción de haber entrado en el ciclo constante del “mejor mañana”, justificando esta decisión una vez ya ha sido tomada por una instancia superior a nuestra consciencia.
De esta forma, se racionaliza un mecanismo profundamente irracional y automático forrándolo con un recubrimiento de palabras y justificaciones a la carta. ¿Cuál es la clave que dispara este mecanismo automático de eternos retrasos? El propio Piers Steel podría haberla encontrado.
Según indican sus investigaciones, hay una clara relación entre la tendencia a retrasar tareas y la impulsividad. En estos estudios, la presencia o no de la capacidad de autorregulación, es decir, la habilidad para controlarse a uno mismo en favor de recompensas futuras, explicaba el 70% de los casos de procrastinación.
Se evidenciaba una relación directa entre niveles de impulsividad y tendencia a aplazar tareas. En investigaciones más recientes, Steel ha encontrado fundamentos que favorecen la hipótesis de que entre la impulsividad y esta molesta tendencia existe la misma base genética. Si impulsividad comporta dificultades para evitar conductas que no convienen, procrastinación supone dificultades para accionar conductas que convienen: son, prácticamente, parte del mismo fenómeno; un fallo a la hora de seguir el sistema de conductas que lleva a las metas a largo plazo.
¿Qué hacer para solucionarlo?
En base a esta explicación sobre la mecánica del aplazamiento de tareas, podemos aplicar los mismos tipos de procedimientos correctores que utilizamos con los casos de impulsividad. En este caso, la solución pasa por crear estrategias de trabajo que transformen las metas difusas, generales y lejanas en el tiempo en pequeños objetivos muy concretos que tienen que ser cumplidos inmediatamente.
En resumen, hay que trocear las metas poco acotadas y con escasa capacidad para atraernos frente a otros estímulos distractores, en actividades muy bien determinadas que reclaman urgentemente nuestra atención y que nos llevan, una a una, desde el aquí y ahora hasta la consecución del objetivo final.
1. Pequeños compromisos
Por ejemplo, en el caso de tener que redactar un trabajo de 20 páginas, una buena manera de hacer esto es comprometerse a redactar una página antes de las siete de la tarde. Si vemos que nos cuesta cumplir estos pequeños compromisos, los haremos aún más pequeños y concretos, de manera que veamos su resolución como algo perfectamente posible, por ejemplo, podemos redactar 15 líneas antes de que hayan pasado dos horas. La cuestión es acercar en el tiempo, y a la vez hacer menos incómoda, la presión que sufriríamos cada vez más conforme pasan los días en caso de no habernos puesto manos a la obra.
2. Evitar elementos que puedan distraerte
Otra buena táctica que se puede combinar con la primera en autoimponernos dificultades a la hora de acceder a las distracciones: apagar el televisor que suena de fondo, guardar el smartphone, etc. Podemos sopesar antes que nada qué elementos son aquellos que nos pueden alejar del objetivo y hacer algo para evitar que nos tienten demasiado. De una manera razonable y moderada, esto también es aplicable a las personas que nos rodean.
En suma, tenemos que procurar que la razón tome las riendas sobre nuestras preferencias a corto plazo trazando una hoja de ruta muy clara. Crear una especie de raíles cognitivos que nos ayudarán a conseguir aquello que nos propongamos.